Mi experiencia comienza unos meses antes del golpe. Salgo a la calle empujado por las circunstancias, por mi compañeros, en realidad no sé exactamente porque el 31 de agosto. Yo no me sentía demasiado peronista sobre todo porque mis padres lo eran y estaba en la edad de la rebeldía, de todas maneras había estado en Plaza de Mayo el día del bombardeo y había visto la actuación de los aviones ese 16 de junio. El 31 de agosto cuando en el colegio nos enteramos de la renuncia de Perón -yo estaba en cuarto año en el colegio Nicolás Avellaneda- sentí que todo cambiaba y que tenía que hacer algo. Y con un grupo de muchachos, que no iba más allá de la media docena, en un colegio de 400 o 500, nos fuimos directamente hacia el local de la UES donde nos encontramos con una banda de 3000 que ya en camino había roto ramas de árboles y cada uno es había provisto de un garrote. Nosotros rompimos sillas y agarramos palos, no sabíamos muy bien contra qué íbamos a pelear pero estábamos decididos a todo.

Salimos hacia la Plaza de Mayo y estuvimos todo el día gritando “Dale leña”. Fue el día del discurso del “cinco por uno”. Después nos volvimos a nuestras casas, contentos de haber vociferado todo el día y pensando que habíamos triunfado. Al otro día yo volví al Nicolás Avellaneda y tuve la experiencia de lo que era el golpe anticipado. Fuimos sancionados, castigados, yo tuve que pasar un larguísimo plantón por llevar un escudo de la UES en la solapa; o sea, ya era territorio enemigo. El grueso de los estudiantes despotricaban abiertamente contra el peronismo.

El día del golpe lo viví como un traumatismo muy grande, lloré desesperado, salí a la calle a hacerle gestos violentos a los autos que pasaban, que eran una caravana interminable por el barrio de Belgrano, en donde yo vivía. Debo haberles parecido ridículo ya que nadie se molestó por mis gestos, por mi odio. El recuerdo de esos días es de una gran indefensión. Veía pasar los tanques del ejército sobre los vagones del ferrocarril en el puente Pacífico, iban hacia el interior, se corrían rumores de que se combatía en Rosario, se combatía contra la gente. Tiraron contra manifestaciones obreras en varios lugares- Luego se cubrieron con un manto de olvido muchas de esas matanzas.

Yo por desgracia no tuve la oportunidad de integrarme a alguna de esas manifestaciones espontáneas en esos días del 55. Anduve solo y me refugié en mi dolor. Otra sensación muy fuerte que sentí fue la de la traición. La Unidad Básica de mi barrio se convirtió en un comité de la UCR, con eso te digo todo. Gente que era connotadamente peronista colgaba la bandera argentina en el balcón. En nuestro colegio el delegado general de la UES fue uno de los cabecillas del hostigamiento antiperonista. Esas son imágenes muy fuertes a la edad de quince años: indefensión, traición.

Hubo una profunda decepción frente a los viejos liderazgos. Esto era general Para mí que tenía 15 años haber escuchado a Di Pietro, Secretario General de la CGT, pidiendo perdón, diciendo tonteras por la radio, fue un golpe muy grande. A mí y a mi generación nos separaron para siempre de todo lo que había sido los dirigentes peronistas del pasado y ayudó a que nos creáramos una imagen de que el peronismo nacía con nosotros.

Esto de fue afirmando con el tiempo, éramos hijos de un nuevo peronismo que tenía poco que ver con el que era antes del 55.

El golpe militar habría de permitir que naciéramos más puros, que naciéramos otros. Esa fue toda la ideología de la JP después. Éramos otra cosa, purificados por aquel gran trastocamiento.

Comienzo a recorrer diversos lugares tratando de juntarme y relacionarme con otras personas. Concurro a una conferencia que daba Saúl Jecker en la sede del Partido Socialista de la Revolución Nacional -que era un desprendimiento del Socialismo que se había peronizado- y no éramos más de diez personas. Ahí conozco gente que estaba como yo: derivando de un lugar a otro, merodeando y buscando cómo ligarnos. Éramos los náufragos, los sobrevivientes de un gran naufragio que andábamos buscando armar algo nuevo. Ahí nos encontrábamos y se corrían rumores, se intercambiaban datos, muy cándidos, pero que eran el alimento de esa época.

Por ejemplo, una vez salió en el diario la existencia de una comisión pro premio Nobel del General Perón. Yo era tan pibe y tan ingenuo que fui a la dirección que figuraba en el diario y por supuesto que no existía. Seguramente los obreros del diario habían metido eso. También se decía que en las chapitas de la cerveza Quilmes figuraba el símbolo de “Perón Vuelve”. DE esas había miles y ahí como en otros lugares te pasaban todo este tipo de chimento. Yo “compraba” todas. Claro, esto de alguna manera levantaba la moral, eran recursos imaginativos del pueblo. Un pueblo que no sabía luchar y que tuvo que aprender a luchar. 

Yo continué por un tiempo una militancia solitaria. De noche salía a pintar paredes con el P y también me había hecho un sello con la misma sigla y me llevaba los papeles de las pizzerías, -los papeles para agarrar el cacho de pizza- hacía volantes y los tiraba del puente Pacífico. También empecé a recorrer librerías y con la guita que me daba mi viejo para los estudios compraba libros. Compré toda la línea de libros de formación de los jóvenes del APRA peruano. Mi primer libro fue el que escribió Gregorio Selser sobre Sandino. También leí algo sobre la revolución en Bolivia, que me fue dando una perspectiva muy marcada hacia la insurrección, la cosa armada. Y por el lado de la formación de los jóvenes del APRA, una ética muy estricta.

Mis primeras vinculaciones orgánicas con el peronismo se me van a dar a mediados del 56 en las “Marchas del Silencio”, organizadas por el periódico “Palabra Argentina”, en desagravio a los fusilamientos del 9 de junio. Yo había comenzado a ir a esta publicación y ahí conocí a “Tuly” Ferrari. En estas marchas nos iríamos a conocer muchos de los que después íbamos a militar juntos. A mí se me quedaron grabados rostros para toda la vida. Fue una impactante eso de encontrar una calle llena de gente. Gente como yo, de mi generación, con mis miedos, con mi desconcierto. Iguales que yo. La Marcha del Silencio fue sentir 2.000 o 3.000 personas iguales a mí, en la calle. Ahí nos reprimieron los “Comandos Civiles”. Yo había quedado con un grupo y nos dispersó un tipo en calle Santa Fe, con una pistola apuntándonos a la cabeza. Nosotros no teníamos experiencia en este tipo de combates callejeros y además es muy difícil actuar con gente que no conocer. Yo me escondí detrás de un auto, pero me quedé con la sangre en el ojo.

Fueron los antecedentes de lo que después comenzamos a elaborar. A principios del 57 un compañero de la infancia, que sigue siendo amigo mío, Osvaldo Agosto, me conecta con la gente de Corrientes y Esmeralda. En ese momento era un grupo que se encontraba siempre en la misma esquina y se dedicaba al asunto ese de pasar rumores, se ponían botones blancos en las solapas y ocasionalmente provocaban alguna escaramuza con motivo del Decreto 4161 que prohibía cantar la Marcha y toda la simbología peronista. Cuando me enganché ahí empecé a ir todos los días. En los primeros disturbios me voy conectando y voy siendo distinguido por otros jóvenes de mi edad que también querían hacer cosas. También había bastantes disturbios frente a los diarios. Se armaban corrillos que terminaban siempre a los puñetazos. La Nación de la calle Florida y La Prensa de Avenida de Mayo.

En esta esquina es donde me conecto y me invitan a la casa de Susana Valle, donde se organiza uno de los primeros comandos de la Juventud Peronista. Ahí estábamos con Tuly Ferrari, Pocho y Gustavo Rearte, Héctor Spina y formamos el Comando General Valle. Susana nos marca un proyecto de desmantelamiento de la organización paramilitar, que eran los Comandos Civiles de la ciudad de Buenos Aires. Se organizan varios planes que después no se realiza ninguno, pero lo que queda es la determinación de ir armando con más inteligencia el combate contra el Movimiento Cívico Revolucionario, que es lo que vamos a realizar los dos años siguientes. En síntesis, el objetivo era ganar la calle para el peronismo.

Así se inicia lo que yo llamo la batalla por el centro de Buenos Aires, que fue la lucha contra los Comandos Civiles que eran una plaga terrible. Eran la expresión de la soberbia y la conciencia de poder de los sectores medios. Ejercían un antiperonismo visceral y estaban por todas partes. No había una esquina donde te manifestaras donde no apareciera uno. Los días que intentábamos organizar algún acto aparecían en forma organizada y siempre armados. Pero nosotros ya habíamos aprendido a reconocernos y a pelear juntos en la calle y a confiar el uno del otro. Ya no era como el primer día, en la Marcha del Silencio, que el tipo que sacaba el arma y nos apuntaba, después podía guardarla, retroceder e irse. Ahora el que sacaba un arma ya no se iba más. En la calle Florida hubo uno, por ejemplo, que tiró e hirió a varios, pero nosotros no quedamos alrededor rodeándolo, como en la selva, hasta que se le acabaron las balas y después la gente lo pateó hasta que e cansó. Yo fui el que lo alcancé. No supe hacerlo bien ya que me podría haber matado, porque lo paré cuando él corría y lo deje que se diera vuelta con la pistola en la mano… decía que se le habían acabado las balas. Esto lo pensé mucho después y también lo conversábamos, ya que realmente nos iba la vida.

Nuestra pelea era a mano limpia o con cachiporras. Yo fabricada cachiporras, a escondidas, en el taller de mi padre. Esto también generaba toda una discusión ya que las armaba livianitas porque tenía mucho temor de herir grave a alguna persona. Con lo cual después le pegabas a un tipo y no pasaba nada. Como me pasó a mí una vez que uno me corrió más de tres cuadras. Era un grandote que le estaba pegando a otro compañero y yo fui de atrás y le sacudí con la cachiporra. El tipo se dio vuelta y me corrió como un loco.

Además, nuestra gente era muy pobre físicamente, muy raquíticos, muy de baja estatura. Perones del centro, del Correo Central, lustrabotas, prostitutas, estudiantes pobres y obreros de distintas ramas. Nos era difícil competir con los Comandos Civiles que en general eran animales de un metro ochenta y noventa kilos de peso, bien comidos y entrenados en deportes de equipo. No teníamos mucha chance de ganarles salvo que los superáramos en número y actuáramos por sorpresa.

Empezamos a poner en marcha la cuestión de la foto de Perón. Todas las noches y varias veces por noche colgábamos en la esquina de Corrientes y Esmeralda una foto de Perón y esperábamos que alguien pasara y la rompiera. Y la rompían cuatro o cinco veces por noche, porque el grueso de la gente que caminaba por esas calles no podía soportar la foto de Perón. Era tal el odio y la soberbia que tenía esa gente que cualquier tipo, hasta el último oficinista, se creía con derecho y hasta con la obligación de romper la foto de Perón. Y ahí le caíamos nosotros y entre tres o cuatro le dábamos con las cachiporras y salía maltrecho. Ese tipo nunca más se metía a romper una foto de Perón. Nosotros volvíamos a colgar otra foto y esperábamos y así toda la noche, desde las ocho de la noche hasta las tres de la mañana. Caía uno detrás de otro. Es que no podían admitir que la gente se siguiera manifestando como peronista. A veces eran grupos de gente y no podíamos tocarlos y entonces los seguíamos hasta que podíamos atacarlos. Pero que se la llevaban, se la llevaban siempre y a veces los dejábamos muy mal heridos. También nosotros a veces salíamos mal heridos, no era gratuita la cosa. Una vez pasó un gordo con dos mujeres muy elegantes y rompieron la foto. Le dimos con todo y después que lo habíamos tirado y pateado, la hija del general Sosa Molina que era una compañera nuestra, le rompió el paraguas en la cabeza. Resulta que el gordito era coronel del ejército. Al otro día cayeron los cadetes del Colegio Militar, vestidos con ropa de calle pero con puños de acero, cachiporras y a los que agarraron les dieron una paliza terrible, los destruyeron.

En esa práctica fuimos formando una particular organización, donde cientos de compañeros nos conocíamos y nos identificábamos en la calle, sabiendo a lo sumo el nombre del otro pero desconociendo dónde vivía, quién era, nada. Sólo sabíamos que nos íbamos a encontrar en algún lugar, y nos encontrábamos todos los días. Poco a poco uno iba descubriendo en quién más podía confiar y así se fueron conformando grupos. Los liderazgos se reconocían de una manera no expresa, en la calle. El que mandaba era el que asumía ese rol en el momento de la pelea. Claro, que casi siempre era el ismo, ya que además iba adquiriendo una experiencia de lucha, y aprendía a dar órdenes.

Con el tiempo, cuando fui leyendo esos materiales sobre la guerra revolucionaria en Vietnam o en Argelia, fui comprendiendo que lo nuestro eran esbozos de ese tipo de luchas, que es la forma en la que el pueblo actúa. Corrientes y Esmeralda no era lo que tradicionalmente se denomina “un grupo organizado”, pero sí tenía un tipo de organización, aunque no convencional, posiblemente más inteligente para ese tipo de pelea.

El proceso de erradicación de los Comandos Civiles de las calles porteñas fue bastante rápido. Simultáneamente comenzamos a fabricar petardos. Los lustrabotas estaban todos con nosotros y ellos nos daban las latas vacías. En las farmacias comprábamos las barritas de azufre, esas que se usan para el dolor de cuello, píldoras de clorato de potasio y las molíamos en el paseo de la 9 de Julio, sobre los bancos de piedra, entre treinta y cuarenta muchachos, era una cosa muy abierta. Los días de huelga o las fechas conmemorativas del peronismo sembrábamos las latitas por todo el centro provocando una sensación de caos.

Generalmente las poníamos en las vías de los tranvías que circulaban por calle Corrientes y cuando empezaba una explosión tras otra la gente huía del centro. A esto sumale que nosotros armábamos escándalo, cantábamos la Marcha Peronista y creábamos un clima de intimidación que estaba claramente dirigido a los antiperonistas. Con ese tipo de práctica logramos en unos mese que del espontaneísmo gorila pasaran a la indiferencia total. La utilización de estos métodos y la importancia de hacer retroceder a la soberbia gorila no se entiende si no se la sitúa en el clima que se vivía en ese momento. Porque si había alguien que vivía intimidado, ése era el pueblo peronista y el objetivo era revertir la situación. Yo he visto por la calle Corrientes un pobre tipo que medio en pedo se le ocurrió gritar “Viva Perón” y que en forma inmediata y espontánea se juntaran más de veinte personas a pegarle, la mayoría mujeres a paraguazos y patadas. Era una cosa increíble, un odio visceral. La necesidad de imponer el “orden”, de erradicar esta “lacra” del peronismo. Era una persecución ideológica pero no en un típico sentido de la palabra. No era que se peronista fuese ser de izquierda, ser peronista era una vergüenza, una lacra, algo que había que erradicar. Era ser basura, cosa de negros. Era el desprecio de los sectores dominantes al que se había sumado la clase media. Era mucho más terribles que cuando te persiguen por marxista: no era ser subversivo, era ser una mierda. Entonces cuando nosotros agarrábamos uno de esos gorilas lo destrozábamos, sin palabras, sin ideología. Y ese tipo de represalias sobre un compañero aislado no ocurrieron más.

Otra de las cosas que hicimos varias veces es que algunos de nosotros iba mejor vestido, con saco y corbata, y otro grupo, que eran los más atorrantes, los más lúmpenes, se ponían en la esquina y cantaban la Marcha Peronista. Nosotros nos poníamos en la vereda de enfrente y esperábamos que se juntara un grupo grande de gente. Escuchábamos los comentarios: “como puede ser esto”, “es inaudito”, “y la policía no hace nada”. Cuando habían treinta o cuarenta personas, empezábamos nosotros también a dar manija: “tenemos que hacer algo”, “nosotros somos los responsables”, “estos negros de mierda”. “Claro que sí” decían las viejas y los viejos y los oficinistas y los ejecutivos. Y cada vez se juntaba más gente y los otros seguían cantando, vivando a Perón. Los pequeño burgueses de la banda que nos habíamos empilchado bien para que no nos reconocieran como peronistas, volvíamos a la carga: “esto no puede seguir, hay que darles un escarmiento”.  Y haciendo punta bajábamos la vereda y caminábamos hacia donde estaba la manifestación y los tontos nos seguían. Cuando estábamos llegando al enfrenamiento nosotros retrocedíamos y mientras los otros los atacaban por delante, nosotros los atacábamos por detrás. Con lo que los 40 o 50 gorilas que iban a realizar un escarmiento salían escarmentados. Se llevaban unas palizas terribles.

¿Y qué pasaba? Unas semanas después de este tipo de prácticas, cuando un grupo cantaba la Marcha Personita, la gente cruzaba la calle. Se acababa eso de: “estos negros de mierda”, no hacían ningún comentario porque además no sabían a quién tenían al lado. Todo esto fue muy duro, había mucha sangre de por medio, muchos fusilados, muchos muertos y todos estos gorilas de clase media que decían “estos negros…” eran cómplices, eran corresponsables de estas persecuciones.

Estos métodos que pueden parecer fascistas eran los únicos que teníamos para pelear en la calle y frenar a este sector que nos venía atropellando. Un importante sector al cual en ese momento no nos importaba ganar ni convencer de que los peronistas también teníamos derecho a expresarnos, simplemente necesitábamos paralizarlos, neutralizarlos. Pirque a partir de que nosotros neutralizamos todo este tipo de hostilidades, empezó nuevamente a manifestarse el pueblo peronista, que nosotros sabíamos que estaba y que era mayoría, pero callaba por miedo.

Esto se vio muy claramente el día de las elecciones en que triunfó Frondizi. Se organizó una manifestación desde el Comité de la UCRI hacia el centro, vivando a Frondizi. Nosotros, que habíamos estado con el voto en blanco igual nos sumamos a la columna gritando “Frondizi, Frondizi”. Cuando al rato nos vamos reconociendo con otra gente y vemos que somos muchos peronistas que estamos en la manifestación uno larga: “Frondizi y Perón, un solo corazón”, y la gente sorprendentemente se prende con la consigna. En un primer momento pensamos que era por reconocimiento que habían ganado por los votos peronistas, pero al rato otro se impacienta y empieza: “Perón sí, otro no” y ahí sucede algo increíble, todo el mundo se pone a cantar “Perón sí, otro no”. En medio de este jolgorio, en que nos damos cuenta que esta manifestación de más de 5.000 personas, salvo alguno que se habrá abierto, éramos todos peronistas y que nos manifestábamos porque habíamos perdido el miedo, un Comando Civil se nos planta en medio de la calle Corrientes y nos balea.

Anécdotas de escaramuzas y combates hubo muchísimas. Me acuerdo de otra que muestra la espontaneidad de la gente, la inventiva popular. Un 16 de septiembre, creo que de 1957, los Comandos Civiles Revolucionarios hacen un acto en Plaza San Martín. Yo no me había puesto de acuerdo con nadie pero se me ocurrió ir a ver que pasaba. Voy y veo que del otro lado de la avenida, debajo de unos árboles, en una zona bastante oscura, había un grupo de gente. Me llama la atención, me acuerdo y eran gente conocida de Corrientes y Esmeralda. Pero no mis compañeros jóvenes, gente mayor. Estaban allí para ver, despotricar, sacarle el cuero al gorilaje: “pero mirá estos hijos de puta”, “mirá la vieja aquella”. Total estábamos lejos y nadie nos escuchaba. De pronto nos damos cuenta que había otras personas al lado nuestro que estaban escuchando nuestra conversación. Gente que había ido al acto, pero que por diversos motivos se habían quedado un poco apartados. Entonces un viejo muy bien vestido, alto, aristocrático, con bastón, se desprende de nosotros, baja el cordón y retrocediendo empieza a decir, medio tartamudeando por la indignación: “pero, pero qué es esto. Ustedes son peronistas. Son peronistas”. Alzando cada vez más la voz y dirigiéndose hacia el lado del acto, que tenía como mil personas y donde había un cordón de gente pesada, con brazaletes y sin duda enfierrados. Nosotros estábamos a menos de cincuenta metros y el viejo ya se nos había despegado y no lo podíamos parar y cada vez gritaba más fuerte: “peronistas, son peronistas”. Yo pensé que ahí nos mataban, porque además a muchos de nosotros nos tenían muy identificados y nos tenían un odio terrible. Yo me quedé paralizado, el grueso se quedó paralizado. Pero hubo uno, estos héroes anónimos de la esquina de Corrientes y Esmeralda, que con un rasgo de genio pega un grito y dice: “un peronista” y lo señala al viejo. Inmediatamente todos nos daos cuenta y empezamos a gritar: “un peronista, un peronista”. El viejo se espanta y sale corriendo. Y más de la mitad de la gente que estaba en el acto, se va como una jauría corriendo detrás del viejo. Este aterrorizado suelta el bastón y corre para el lado donde está el Círculo Militar, pero la gente lo alcanza y se escuchan los gritos y los golpes. Nosotros cuando vemos este espectáculo empezamos lentamente a retroceder, hasta que de pronto se escucha una voz que sobresale en el griterío y dice: “yo lo conozco, yo lo conozco”. Ahí salimos a escape.

En 1958 el Comando General Valle se divide. Quedamos por un lado Spina y yo, como “Comando Centro”. El “Comando General Valle” queda trabajando fundamentalmente en Ciudad Evita, en la Matanza, que era la zona de los Rearte y del Tuly Ferrari. Esta división se dio el día en que nos reunimos todos en asamblea en un autobús, en el centro, en calles oscuras. Uno de los compañeros trasladaba chicos del colegio en este autobús. Así que nos sentamos cada uno en un asiento y se hizo la asamblea. Y ahí nos dividimos. Había diferencias de tipo personal entre Spina y los Rearte. Yo, también por una cuestión personal, quedé con Spina. Era el segundo del Comando Centro, venía Spina y yo.

No obstante la división seguimos trabajando juntos con el Comando General Valle y durante el transcurso de los años 58 y 59 vamos a realizar numerosos encuentros de Juventud Peronista. Hacemos una convocatorio a diversos grupos de JP y logramos reunir más de veinte. Ahí conozco a la que va a ser luego mi esposa “Bechy”, Beatriz Fortunato, que también iba a la esquina de Corrientes y Esmeralda y era muy activa. Ella pertenecía al mismo Comando que Tito Bevilacqua y Haydée Pesce, que eran la Juventud de la “Alianza Libertadora Nacionalista” relacionada con Queraltó. Después estaba el grupo de Kelly que también pertenecía a la Alianza -que estaba mal visto pero también concurría a las reuniones- la “Juventud de Perón” (JDP), “Montoneros de Perón”, “Guardia de Hierro” y una cantidad de grupos más. También había muchos grupos que no tenían una denominación, sino que simplemente eran JP de los barrios o de las zonas como la JP de Almirante Brown, o la de Merlo, que eran las más importantes. Yo mismo, además de la actividad en el “Comando Centro” había formado un grupo de JP en el barrio. Un día en una escaramuza que hay en el centro, yo no conocía a nadie, escapamos con otros compañeros y nos refugiamos en el subte. Me subo a un vagón y veo que conmigo viaja un morochito que yo lo había visto en el medio del despelote. Me pongo a hablar con él y viajamos juntos hasta Palermo. Cuando llegamos nos ponemos a caminar y me dice que va para el barrio Las Cañitas. Resultó que vivía a cuatro cuadras de casa. Al otro día nos reunimos en la casa de él y formamos un grupo. Como él era obrero y yo estudiante le pusimos “Juventud obrera estudiantil Palermo”. Yo me hice novio de la hermana, él integró un par de amigos y se armó un grupito. Como tareas pintábamos las paredes del barrio, identificábamos a los más gorilas y les ensuciábamos las casas con brea. Sacábamos un pequeño diario que le llamábamos “Sangre Nueva”, que más que diario era una hoja. Este es un aspecto interesante de rescatar, lo que podemos denominar “las hojas de la JP”, que la mayoría de los grupos de JP sacaba su propio diario y así había cientos, cada uno con su propio nombre. Por ejemplo el del grupo de Bechy y Bevilacqua se le llamaba “Chuza”.

En el transcurso de los años 58/59 se realiza una práctica que tiende a estrechar vínculos entre los diversos grupos de JP, a coordinar tareas, a coordinar actividades fundamentalmente en fechas como el 1 de mayo y el 17 de octubre. Toda esta actividad es la que va a desembocar a fines del 59 en la conformación de la “Mesa Ejecutiva de la Juventud Peronista”. Cuando vemos que la práctica anterior ya no funciona, que el nivel de organización ya no basta, y además gracias a Jorge Di Pascuale conseguimos que se nos abran las puertas del sindicato de Empleados de Farmacia, de la calle Rincón, y por primera vez tenemos un local donde reunirnos, nos proponemos dejar este nivel primario de coordinación para acciones concretas, la unidad en la acción, para pasar a otro tipo de unidad, la unidad orgánica. Convocamos a una asamblea en Farmacia, resultado de la cual queda constituida la Mesa Ejecutiva de la JP. La dirección de este organismo estaba compuesto por cinco Secretarios y cada uno tenía un Subsecretario. En el primer nivel estaba Gustavo Rearte, “Tuly” Ferrari, Héctor Spina, Mario “Tito” Bevilacqua y el “bigotudo” Funes. Cada uno tenía su “hombre de confianza”, que organizativamente recibía el nombre de Subsecretario. Yo estaba en la Secretaría de Organización junto al petiso Spina, “Bechy” Fortunado funcionaba con Bevilacqua, “Pocho” Rearte con su hermano Gustavo, creo que Felipe Vallese con el Tuly y después había alguien más que no recuerdo.

En esta asamblea aparece por primera vez Brito Lima. Fue la única Juventud Justicialista que se hizo presente, y ahí lo conocimos. El fue como representante de la Juventud del Partido Justicialista de la Matanza. Nosotros no sabíamos que el Partido pudiera tener su propio grupo de juventud, pero nos pareció algo irrisorio ya que para nosotros la gente de la estructura partidaria estaba totalmente descalificada, era la gente que había traicionado en el 55, era la gente que había puesto la bandera festejando la caída de Perón. Considerábamos que tenían intereses espurios, electorales. Nosotros estábamos en otra cosa, en formar milicias armadas, en hacer una revolución total, jamás se nos hubiera ocurrido afiliarnos, sentíamos un profundo desprecio por estos políticos liberales, ninguno de nosotros hubiese siquiera imaginado organizar la juventud dentro de la estructura del Partido. Esta fue la primera diferencia con Britos. Cuando él se presenta como Juventud Justicialista, todo el mundo se mira y él queda medio desubicado, se da cuenta que es el raro de la reunión, el moderado. Porque en ese momento las diferencias no se manejaban como derecha e izquierda, se manejaban en términos de ser hombre o ser un boludo, o algo así. Él se da cuenta que ser del Partido era para nosotros como ser una cucaracha, entonces en todo el transcurso de la reunión y después, trata de arrimarse a nosotros, de caer bien, de hablar, de saber qué hacíamos, cómo actuábamos, pero nadie le da bola, lo pateamos, fundamentalmente Spina lo trata siempre con mucho desprecio.

La creación de la Mesa Ejecutiva de la JP se da en forma coincidente con el momento más culminante de todo este período de nuestra lucha en las calles, en el año 59. Fundamentalmente en relación con la huelga general, la toma del Frigorífico Lisando de la Torre o la lucha del 3 de abril de ese año. Ese día se quemaron más de cuarenta vehículos en la Capital, trabajamos a pleno, estábamos en nuestra salsa, habíamos logrado que la policía retrocediera y que la gente ganara la calle. Las hogueras crecían por todas partes. Ese era el tipo de lucha en la que nosotros nos habíamos fogueado. En la toma del Frigorífico es lo mismo. La lucha de todo un barrio obrero y nosotros moviéndonos como “peces en el agua”. Por eso cuando leímos a Mao Tsé Tung nos sentimos plenamente identificados porque todo lo que explicaba de la “chispa en la pradera” y el “pez en el agua” con respecto a la guerra rural, era lo que nosotros veníamos practicando en la ciudad: nosotros éramos como maoístas urbanos pero que no habíamos leído nunca a Mao. Nuestra lucha era esa, con la gente y en las calles éramos expertos en la lucha callejera. Si se había practicado algún acto de terrorismo, había sido totalmente episódico, muy secundario en la práctica de la Juventud Peronista. El poner caños tenía más que ver con los grupos de la Resistencia, pero no con la JP.

Hubo posiblemente dos elementos que coincidieron para que junto a la creación de la Mesa Ejecutiva nos inclináramos hacia formas de lucha más “militares”. Uno es que a lo largo de los años 57/58 liquidamos el Movimiento Cívico Revolucionario y su brazo armado que eran los Comandos Civiles Revolucionarios. O sea, los desalojamos de la calle y desaparecen. Y además logramos quebrantar la moral de los sectores medios antiperonistas. Y entonces las calles son nuestras, sobre todo las del centro de la ciudad, no encontramos resistencia. En ese momento, cuando los civiles antiperonistas pierden el dominio de las calles, comienza a aparecer la policía. Y entonces comenzamos a tener otro tipo de problemas, porque contra la policía no se podía actuar de la misma forma que contra los civiles. Empiezan las primeras detenciones. Empezamos a ser detenidos todas las semanas: averiguación de antecedentes, desórdenes; es un desgaste muy grande, sobre todo porque comenzamos a tener problemas con nuestros padres, en casa. El otro elemento que marca nuestra inclinación hacia otro tipo de actividades es la aparición de los Uturuncos en Tucumán. Este es un fabuloso estímulo para nuestra imaginación. Nosotros teníamos la tendencia a afiebrarnos con esto de las esperanzas revolucionarias, éramos sumamente románticos, así que empezamos a elucubrar todo tipo de cosas. Por otra parte, en esos días, a fines del 59, se da la muerte y tortura de un compañero que es arrojado desnudo desde una ventana del Departamento Central de la Policía Federal. En el entierro, en el cementerio de Lanús, nos encontramos con familiares de los fusilados del 9 de junio, gente de la Resistencia, muchos compañeros peronistas y nos enteramos que este compañero asesinado tenía los dedos quemados, las uñas arrancadas, que había sido torturado brutalmente antes de matarlo. Muy impresionados e indignados por esto, ahí mismo decidimos pasar a otro tipo de lucha. Me acuerdo que un grupo pequeño nos apartamos del entierro, vamos a un bar cercano, y ahí nos comprometemos, nos juramentamos para conseguir las armas necesarias para el nuevo tipo de acciones que nos proponemos realizar, acciones de tipo militar.

Nuestro bautismo de fuego, nuestra primera acción militar realizada como Juventud Peronista, fue el asalto a un destacamento de la aeronáutica en Ezeiza. Ese destacamento había sido instalado ahí, con el objetivo de evitar que los vecinos de la zona ocuparan un barrio construido por la aeronáutica. Esta ocupación era a su vez el resultado de un trabajo política realizado por la JP de Ciudad Evita. Motivo por el cual los milicos habían establecido un cordón protector y un vivac con personal armado, que fue el que asaltamos. Cuando decidimos pasar a la acción nos reunimos como siempre en el Sindicato de Farmacia, donde en la parte de atrás teníamos nuestro “cuartel”. No teníamos una organización compartimentada como después se estiló, sino que todos estábamos en conocimiento de lo que se iba a hacer. Me acuerdo que Bechy confeccionó unos brazaletes con la sigla que se le ocurrió, que era EPLN de Ejército Peronista de Liberación Nacional Y luego nos organizamos y fuimos a la acción, así como íbamos a cualquier lucha callejera, sin mayores cambios excepto que nos preocupamos de conseguirnos cada uno algún arma de fuego, pero algunos no la tenían. Fuimos en colectivo, simplemente, hasta Ciudad Evita. También se tomaron el colectivo otros compañeros que no iban a participar con nosotros pero que igual nos acompañaron hasta la zona, ya que ellos vivían por ahí. Entre éstos venía Brito Lima que se pasó todo el viaje rogándonos que lo llevásemos pero nosotros no quisimos porque no le teníamos confianza. Pero no le teníamos confianza política, considerábamos que no era un luchador como nosotros. Así que nos iba pidiendo reiteradamente que por favor… todo el camino fue rogando, sobre todo al petiso Spina, que se dedicaba a mirar para otro lado y a no darle pelota. Lo despreciaba profundamente.

Llegamos a Ezeiza y entramos al barrio lo más furtivamente que pudimos, dentro de la zona custodiada por la aeronáutica, y llegamos hasta la casa de uno de los ocupantes clandestinos de los departamentos, que era un compañero de la Juventud Peronista. De a uno fuimos entrando y luego nos echamos todos al suelo de la sala, abrimos las ventanas para que nadie sospechara que había alguien ahí, ya que era verano y así estuvimos horas esperando que cayera la noche y que fuera el momento propicio. Mientras, Gustavo Rearte nos explicaba la situación, cuál era el dispositivo enemigo y además nos explicaba que el que había prometido las granadas no había cumplido, que no se había conseguido ningún vehículo para irse, así que había que decidir: o hacerlo con los pocos recursos que teníamos y luego irnos a pie o suspenderlo para otro día. Lo discutimos entre todos y decidimos hacerlo de todas maneras. La  situación en la casa era muy tensa porque en ese momento estaba pariendo… estaba alumbrando la compañera del dueño de casa, de manera que había mucho movimiento, la partera, la madre del muchacho y se escuchaban los gritos de la chica que alumbraba, era todo muy emocionante porque nosotros también alumbrábamos un nuevo estadio de lucha revolucionaria. En medio de todos estos gritos con las luces apagadas se veía el cielo estrellado de Ezeiza, nosotros acostados en el piso éramos unos diez compañeros cada uno con su arma y sabiendo que a lo mejor nos mataban unos minutos después. Creo que fue una de las noches más caga cargadas que he vivido. Sobre todo porque fue la primera que velaba armas. Hasta que Gustavo consideró que era conveniente, nos dispuso por grupos nos dio cada grupo su misión, concertamos nuestros relojes y bajamos. Atacamos el lugar por tres lados, reducimos solo a dos soldados porque los demás huyeron, y no los pudimos perseguir porque corrían despavoridos eran quizás más que nosotros. Así que fue un éxito y un fracaso. Fue una gran disparada de parte de ellos no nos presentaron combate. Y fue un relativo fracaso de nuestra parte ya que no supimos hacer más que dos prisioneros. Después volvimos caminando cortando campo hasta Buenos Aires, con las armas esa noche de lobos disfrazándonos y reencontrándonos sucesivamente, cruzando alambrados, metiéndonos en charcos y así caminando horas y horas hasta que llegamos a las 6 de la mañana a nuestras casas con nuestro botín, que de fruto de esa primera noche de lucha armada. Esas dos ametralladoras PAM que arrebatamos al enemigo se hicieron legendarias en esa etapa de lucha de le Juventud Peronista. Era de tal pobreza nuestro arsenal que esas dos PAM provocaron grandes cambios. Cambios de poder político… quiero decir… me hace acordar esas experiencias de algunos antropólogos muy inescrupulosos, que a una pequeña comunidad tribal del altiplano le llevaron un hacha de acero y entonces provocaron una hecatombe económica, porque empezaron a producir mucho más de lo que necesitaban y se armó un despelote bárbaro. Algo así pasó con nuestras pistolas ametralladoras.

Hicimos una reunión unos días después para evaluar nuestra situación. Gustavo fue la cabeza de esta evaluación y parecía que era el que más había avanzado en cuanto a la toma de conciencia de que ya éramos otra cosa y que no podíamos seguir practicando los mismos métodos ni permanecer aislados del conjunto del Movimiento. Generalmente habíamos estado bastante desinteresados del resto del Movimiento. Ya que habíamos llegado a este nivel de lucha no podíamos dejar de saber qué era lo que pasaba, qué era lo que estaban haciendo, qué era lo que se preveía y tratar de acomodarnos a eso. Y entonces Gustavo planteó que consideraba fundamental viajar a Montevideo para hablar con la gente de Iñíguez o para hablar con otros contactos de Perón, con el mayor Vicente o qué sé yo con quiénes eran los que estaban allí en ese momento, porque había un comando de fronteras bien importante en Montevideo. Este viaje de Gustavo, que a nosotros nos pareció bien en ese momento, se alargó mucho más de lo que imaginábamos, él quedó ausente como dos o tres meses. Nosotros nos continuamos moviendo y fueron surgiendo algunas diferencias entre nosotros. Yo dejé de trabajar en forma operativa con los compañeros que venía militando. Me di cuenta rápidamente que este tipo de lucha en la que estábamos, implicaba otro tipo de compañeros que aquellos con los cuales estaba en la lucha callejera. O los mismos compañeros pero encuadrados en otro tipo de organización y con otros lazos de disciplina. Ahí me distancio de Spina y comienzo a trabajar con Cacho El Kadri y otra gente, en acciones similares, más pequeñas, de menor riesgo, pero va tomando conciencia que somos un grupo clandestino que busca armarse, pertrecharse, adquirir experiencia, que necesita documentación, que necesita integrar nuevos cuadros. A la espera que volviera Gustavo que era el jefe natural que todos respetábamos, con las directivas o el conocimiento de lo que estaba pasando ya sea en Madrid, ya sea en los comandos de fronteras, con la estrategia que tenían otros sectores del Movimiento. En este período uno de los contactos que hacemos es con Unamuno, el más chico de los Unamuno, que baja de Tucumán a curarse una enfermedad que tenía. A través de él conocemos directamente las peripecias de los compañeros que están en la montaña, en la guerrilla de los Uturuncos. Nos cuenta las terribles dificultares que están atravesando, la pobreza en la que viven y que en realidad los compañeros que estaban peleando en la montaña eran un puñadito y estaban muy mal. En ese sentido él nos pide que los ayudemos abriendo otros frentes. Y nos ponemos a trabajar para intentar abrir otro frente de guerrilla rural en el Chacho, cosa que nunca llegamos a hacer. Nuestra falta de previsión en este nuevo tipo de lucha, nos había conducido a que de partida cometiéramos una serie de errores, como darle participación en estas acciones a compañeros que estaban actuando en otras cosas y también haber hecho partícipes a mucha gente. El asunto nuestro trasciende, lo de Ezeiza fue muy importante, y muchos de nosotros que veníamos de una actividad como la de Corrientes y Esmeralda desaparecemos de un día para el otro. Algunos hilan cabos: justo pasa lo de Ezeiza y fulano y mengano desaparecen, ya no vienen más, no estarán metidos…. Conocían nuestra audacia, nuestra voracidad por hacer cosas, mucha gente sospecha, muchos comentan. La policía comienza a reprimir cada vez más fuerte y reprimiendo otros hechos cae un compañero que lo detienen por otra cosa, pero habla de esto. Caen los primeros detenidos y se hace una bola hasta que vamos cayendo todos. Uno de los últimos en caer es Gustavo que lo balean en una especie de emboscada que le hacen en Buenos Aires cuando él regresa. Cuando esto sucede ya estábamos casi todos presos, menos Cacho que cae un tiempito después. Estamos hablando de mediados del 60, en pleno Plan Conintes: caemos como presos Conintes. El error nuestro fue, por falta de experiencia, que comprometimos en esa acción a la conducción misma de la JP. Cuando el grupo cae por la represión, queda descabezada la dirección política de la Juventud Peronista. No habíamos llegado a la madurez como para separar los niveles. Hasta ese momento había sido la misma cosa la lucha en la calle y la conducción política. O sea, conducía políticamente el que conducía la lucha en la calle. Pero pasamos a la acción militar sin diferenciar estos niveles, y esto nos pierde porque posibilita el surgimiento de una dirección de recambio donde hay graves problemas ideológicos, que provocan un retroceso.

El propio ascenso de las luchas callejeras nos había ido llevando a otro tipo de lucha. Dejamos la lucha de masas para entrar en una lucha de minorías, con las dificultades de adaptación de nuestros métodos, nuestra mentalidad, nuestras costumbres. Fue todo muy difícil, muy penoso, porque en este tipo de lucha más militar tenés que despojarte de muchas cosas, dejar de disfrutar lo que tiene de rico la vida de un militante. Yo creo que nosotros nos dejamos seducir por la lucha armada, lo que pasa es que estábamos en un camino de violencia en el que es muy difícil no subir estos escalones. Lo que ocurres es que no conocíamos otro tipo de lucha. Creo que es culpa de los dirigentes, los mayores que nosotros, que no supieron abrirnos un camino de lucha diferente. Yo los casos que conozco de dirigentes que iniciaron a otros compañeros en la lucha fue siempre de la práctica del terrorismo, pero no conozco a ningún viejo líder que haya iniciado a alguno de los jóvenes en luchas no violentas. Nosotros sacábamos algunas pautas de lucha no violenta de las directivas de Perón, salíamos a pintar paredes: “no pague la luz”, “no pague impuestos”, pero eran rasgos muy pequeños y no éramos capaces de integrarlos en una concepción de lucha porque no teníamos experiencia ni capacidad. Y todo lo que teníamos alrededor y lo que nos llegaba era la acción de ejércitos populares, ya sea de Argelia, ya sea de Uturuncos. Esto fue muy costoso. Fue muy costoso para nosotros en cuanto lo que sufrimos, lo que tuvimos que mutilarnos, los muchachos que murieron sin haber tenido una novia, los que tuvimos un noviazgo… mi noviazgo se gestó en la cárcel durante el Conintes, un noviazgo de visita domingo a domingo y cuando salí de la cárcel me casé a los 23 años, otros murieron antes. La táctica de la violencia usada en esos años de lucha callejera son muy difíciles de borrar. Había que ser muy duro para sobrevivir. El enemigo usaba cualquier tipo de arma, desde puño de hierro, a cuchillo, al ataque por la espalda, y nosotros también; entonces es muy difícil manejar una concepción ética y humanista en una lucha donde tenés que atacar para ganar, no importa si por delante o por detrás, tenés que atacar siempre para vencer, porque lo que importa es ganarles la calle, no dar un combate de gladiadores. ¿Y cómo salís, cómo atravesás toda esa etapa tan dura con una concepción humanista? Yo creo haberme esforzado bastante por hacerlo, pero ví quedar en el camino, en el sentido de los valores éticos, a muchos compañeros. Lo mismo sucedió con la etapa de lucha de los años 70. Gente que termina en la paranoia, en la delincuencia común. Todas las revoluciones presentan este tipo de víctimas. Que no son víctimas del enemigo sino del mismo proceso de liberación. ¿Por qué? Porque no son verdaderos procesos de liberación. El verdadero proceso de libración es el que te permite, liberándote a vos, liberar también a tu país. Cumplir los objetivos, pero también la pequeña escala de vida. Y nosotros no teníamos este manejo, a nosotros nos preocupaba si, mucho, la vida del otro. Yo recuerdo muchas discusiones en el fondo del sindicato de Farmacia evaluando esta posibilidad de la muerte. Más que de ser muerto, que no nos preocupaba en absoluto, o nos preocupaba muy poco, la posibilidad de matar a otro, que era un hecho que se nos podía dar en cualquier momento. Yo a veces les planteaba, lo discutíamos en grupo, qué pasa si yo a las cachiporras que fabrico les pongo más peso. Me criticaban porque con nuestras cachiporras no rompíamos cabezas, pero qué pasa si le rompemos la cabeza a un tipo, qué hago yo, si cargo una muerte sobre mi conciencia, qué hago. Este tipo de discusiones se agudizaron cuando empezamos a manejar armas. En principio dijimos vamos a ejecutar a los verdugos, buenos… a lo mejor yo ejecutaría a un verdugo si se considera que la Juventud Peronista dice: hay que matar al que mató al compañero. Pero en principio yo voy a sacar el arma a un soldado, qué pasa si se resiste, qué pasa si lo mato, qué hago yo con mi conciencia. Estos eran temas muy difíciles, yo recuerdo haber pasado noches enteras discutiendo este tipo de cosas en el fondo del sindicato de Farmacia, que implica una cosa muy romántica de nuestra parte. Si bien actuábamos de una manera muy dura en la calle constantemente, rompiendo narices y pateando huevos, éramos tipos de una gran delicadeza porque éramos como artesanos de la revolución, no éramos profesionales de la revolución como se dio después en los años 70. Éramos artesanos que teníamos toda esa riqueza, esa espontaneidad y esa capacidad de diseño del artesano. En nuestros grupos por ejemplo no había una mayor disciplina. Había un reconocimiento de jerarquías, pero éramos grupos muy desdoblados, muy anarquizantes. Eso nos daba una riqueza terrible. Nunca nadie sabía de cuánta gente se componía el grupo y a su vez cada uno tenía otros y no había ese tipo de cosas de que a este hombre no lo presento porque depende mí, no habían compartimentación de ningún tipo, una cosa muy especial. Eran grupos altamente dinámicos, estos grupos de la Juventud Peronista. Y cuando armamos la Mesa Ejecutiva, que fue un intento de organizar la cosa, lo que armamos fue otra superestructura súper dinámica, que terminó metiéndose en este embrollo de la lucha armada y fuimos todos en cana. Parece que no fuimos capaces de pasar a este estadio… tal vez, por lo bueno que teníamos es que no fuimos capaces. Y ahí para nosotros el Conintes es un golpe terrible.

También hay que recordar las instrucciones y directivas que nosotros y todo el Movimiento recibíamos de Perón. Muchas de las cosas que nosotros decíamos y hacíamos, eran las cosas que Perón había ordenado. Y Perón había ordenado una lucha sin tregua. Esto en el lugar de trabajo, en la calle, donde fuerte, no darle descanso al enemigo. Había que paralizar y caotizar el país y era lo que nosotros hacíamos. Salíamos a la mañana con la cortapluma a cortar cables telefónicos y a la noche estábamos cortando los cables de los tranvías y seguíamos pintando paredes y pintando los autos en los estacionamientos. Imaginate que poca gracia le haría al dueño del auto encontrarse una PV en la puerta, pero para nosotros en ese momento el tener un auto era automáticamente estar del otro lado, lo cual implica el clasismo en que nos movíamos, clasismo intuitivo, visceral… Era cosa de ser de abajo, de abajo.

Los problemas de la relación con Perón se nos plantean en torno al voto a Frondizi. En la disyuntiva si voto en blanco o voto a Frondizi, nosotros adherimos masivamente al voto en blanco. Perón realiza una negociación política que a nosotros se nos escapa, que no aceptamos y nos negamos a reconocer y hasta un día antes de las elecciones decimos que es un fraude, que es una mentira la carta de Perón que llama a votar a Frondizi, cuando ya era evidente que no la podíamos negar. Y dejamos de negarla 24 horas antes, cuando ya se impone, cuando la mayoría de la gente va a votar a Frondizi, cuando ya es evidente que es la directiva de Perón. Entonces nos llamamos a silencio ero mantenemos nuestra postura de votar en blanco. Esta fue una posición unánime de toda la Juventud Peronista. Después recibimos una carta de Perón, donde nos dice que éramos más peronistas que el y que le recordamos a los invencibles, a la Guardia de Napoleón, aquellos elegidos que él conocía uno por uno por su nombre, su familia. Y confiaba en nosotros y que estaba orgulloso de que no lo hubiésemos acatado… en fin, esas cosas que decía Perón. Nosotros estábamos chochos, dispuestos la próxima a ser más duros contra Perón… en nombre de Perón. Era una relación muy especial, muy filial, que tampoco se reproduce en los años 70. Había allí una profunda calidez que no se había quebrado. Después, otras relaciones ya no van a haber, las primeras cartas y fotos autografiadas por Perón nos llegan ya como presos Conintes.

Este tema del Conintes merece también un análisis especial. Una cosa que mucha gente desconoce es que muchos compañeros fueron torturados por los marinos en la ESMA durante el Plan Conintes. Por eso yo creo que muchas de las culpas de las cosas que pasaron en este país la tiene cierta dirigencia del peronismo, que nunca asumió el Plan Conintes como propio, la represión, nunca asumió como propia la tragedia del Conintes, no denunció las cosas que ocurrieron y entonces se repitieron exactamente, a mayor escala. LA tortura se realizó en ese momento en la Iglesia de la Escuela de Mecánica de la Armada. Cubrieron los santos, como hacen en Semana Santa, y ahí tenían a los prisioneros y ahí torturaban. Así fue, sin ningún problema. Y esto, que se sabía, el peronismo nunca lo asumió. Te digo incluso cuando Framini estaba en cargos muy altos nos repudió públicamente a los presos Conintes. La gente de la Juventud Peronista que estaba presente en el acto lo apretó y se desdijo. Era el momento de la campaña electoral de la Provincia de Buenos Aires en 1962 y trataba de hacer méritos ante los factores de poder y nosotros estábamos en la cárcel todavía. El peronismo, que quería ganar las elecciones no asumía públicamente, aunque en la cárcel había personajes muy importantes, incluso había correos de Perón y gente de la superestructura de los sindicatos y del partido. Y esta gente aceptaba no ser asumidos, porque ellos también en el fondo pensaban igual, mientras que nosotros, los de la Juventud Peronista que estábamos en la cárcel, exigíamos constantemente que se hablara del Conintes y que se nos asumiera, porque explicábamos que el Conintes era el desenmascaramiento del régimen de Frondizi, la primera vez que se sacaba la careta y mostraba su rostro militar. Todo esto se va a volver a repetir de una manera mucho más cruel en 1976.

Cómo se va desarrollando toda la estructuración de la JP a partir de mediados del año 60 en que nosotros caemos presos en el Conintes es una historia que conozco a medias, parcialmente. Lo que había sido la primera Mesa Ejecutiva de la JP había quedado totalmente desmembrada. Tuly Ferrari se había exiliado en México, a Tito Bevilacqua lo asesinan mientras hacía la colimba diciendo que se le había escapado un tiro estando de guardia, Spina, Gustavo Rearte y yo caemos presos. Bechy, Felipe Valiese y otros compañeros crean el Comando Insurrección y se apartan de lo que ellos caracterizan como prácticas autoritarias dentro de la Juventud Peronista, que comienza a estar hegemonizada por un lado por Cacho El Kadri y por el otro por Brito Lima.

Otro de los aspectos que se va a ir modificando a partir de los años 61/62, es la relación de los grupos deJPcon los sindicatos. Lo que va a comenzar es una relación de dependencia de los grupos de Juventud Peronista con la estructura sindical. El que inaugura este negocio es Brito. El arma su base en el sindicato de la carne de Mataderos. A cambio de que su grupo de JP tenga local, dinero y viáticos, está a disposición de los dirige ntes, para apoyar una hue Iga o para romper u na huelga. El resultado es que se inaugura una nueva política de dependencia con diversos sindicatos en la cual se compromete la línea de la Juventud Peronista. Y va a surgir esta nueva JP que se sabe que responde a Mecánicos, Plástico, Metalúrgico, etc. El grupo de Cacho se relaciona con el Sindicato de la Construcción. Cacho cae a fines del61 creo y entonces el grupo que él encabezaba queda peor, ya que era gente muy joven, muy inexperta y además muy duros, con una actitud muy rígida, muy sectaria. Y ahí se va imponiendo una nueva Juventud que dirige Brito Lima. También el grupo de Guardia de Hierro que empieza a crecer con el apoyo de la gente relacionada con el Comando Nacional, como Manuel Buceta y Saúl Hecker. Todo esto nosotros lo vemos desde adentro sin poder hacer prácticamente nada.

Los presos Conintes vamos saliendo en libertad a lo largo del año 63, algunos somos pasados a la Justicia Civil y los jueces nos liberan por falta de méritos y el resto sale un poco después por la amnistía. Nuestra salida produce una gran conmoción dentro de la Juventud Peronista, lo que origina que todos los grupos se autoconvoquen en una asamblea donde se elige un triunvirato que sería la dirección de la JP.

Está compuesto por Spina, El Kadri y yo. En la asamblea están todos los grupos, incluso Brito Lima. Ahora bien, esta asamblea de grupos elige este triunvirato que les es común a todos pero después, en.la práctica, cada uno se va con su grupo y nosotros tres quedamos mirando para abajo y no había nada, excepto los amigos. Este triunvirato dura muy poco y nos peleamos. Los que nos peleamos a puñetazos somos Spina y yo. Para decir la verdad mi bronca era con El Kadri, pero el que da la cara y se pelea conmigo es Spina. Yo con Cacho había tenido una muy buena relación, muy paternal de parte mía, lo que pasa es que esto se jodió mucho cuando, estando yo en cana, él se enfrenta a la que después va a ser mi mujer. Bechy fue una militante brillante, una tipa muy capaz y fue la primera directora de la revista «Trinchera» (el primer órgano oficial de la JP). Cacho se enfrenta políticamente con Bechy y se enfrenta muy duramente, desplazándola inclusive de la revista. En el triunvirato se dan las consecuencias de un debate no esclarecido y vuelven a plantearse las mismas diferencias, pero ahora conmigo. El Kadri tiene las cosas muy claras: la Juventud Peronista es un ejército armado; y yo tengo las cosas muy ola­r s: la Juventud Peronista es una organización de masas para la lucha de calles, y punto. A Spina le gustan los fierros y entonces adhiere a eso de que cada joven peronista tiene que tener su fusil. Esto puede ser un discurso teórico y entonces no hubiera pasado nada, pero qué pasa…surge un personaje que es Héctor Villalón, Delegado Insurreccional de Perón, que abre las posibilidades de tener un fusil para cada joven peronista.  Cacho y Spina viajan a Montevideo a entrevistarse con Villalón, sin avisarme nada. Según lo que me dijo posteriormente Villalón viajaron con un tercero que dijo ser yo. No me consta y sospecho que no es verdad, pero sí creo que ellos dos viajaron con otro más y que Villalón pudo suponer que era yo. Entonces, se gún Villalón, él se entrevista con el triunvirato de la Juventud Peronista que se compromete a tener una política armada al servicio de la nueva estrategia insurreccional que se está organizando desde Madrid para el retorno de Perón en el año 64. Cuando ellos vuelven a Bs. As. tenemos una reunión y me informan de estos compromisos que adquirieron. Yo me sublevo y les digo que no los acepto de ninguna manera, que no voy a permitir que conduzcan al muere a la Juventud Peronista, que produzcan una matanza de cuadros. Y como pretenden imponérseme nos vamos a las manos, me peleo muy duro con Spina, por primera vez pues teníamos una relación fraternal, incluso de mi parte hasta filial, porque él era mayor que yo y co­mienzo a militar con él desde la primera hora y se rompe ahí a los puñetazos y terminamos. Yo convoco a una asamblea de grupos de la Juventud Peronista y renuncio. Sin poder aclarar todo esto excepto en las grandes líneas, porque no los pedía delatar a ellos pero tampoco me podía hacer cargo de lo que suponía iba a terminar en una matanza.

Después de presentar mi renuncia busco un contacto, viajo a Montevideo, hablo con este señor Villalón y le explico todo esto. Entonces él me dice que creía haber hablado conmigo también. Le digo, bueno yo ya renuncié aJuventud Peronista, me parece criminal que se armen a los cuadros de JP, si vamos a practicar la lucha armada tiene que haber un organismo específico para la lucha armada, pero Juventud Peronista es otra cosa y por no serio fuimos ya a la cárcel, pasamos torturas ras y esto no puede repetirse. Y entonces me dice, bueno, hay una organización para la lucha armada. ¿Cuál es? Las FAP, me dice. O sea, a mí me hubiera gustado trabajar en Juventud Peronista, pero como Juventud Peronista quiere trabajar en la lucha armada, no me queda otra que trabajar en la lucha armada en serio y entonces paso a conducir FAP en la Capital Federal y Gran Bs. As.

Mientras tanto, Spina y El Kadri se lanzan a armar una estructura nacional de la Juventud Peronista. Cacho viaja por todo el interior y crea el MJP (Movimiento de Juventud Peronísta). Para esta tarea contaban con mucho dinero, no sólo el que les pasaba Villalón sino que le van a pedir ayuda a Vandor y este se las da por demás complacido, y ahi empieza el problema. El razonamiento aparente de ellos era que trabajaban para el peronismo y no para Villalón y entonces lo van a ver a Vandor, que aporta dinero para hacer un Congreso de la Juventud Peronista. Cuando Villalón se entera los excomulga. Dice, yo los mandé a hacer esto y ahora se ponen aliado de Vandor. A lo que El Kadri y Spina le responden: aah no, nosotros somos peronistas nosotros nos movemos con todos los sectores, queremos hacer una revolución. Villalón dice: pero no, Vandor es el enemigo, yo les doy dinero y después le van a pedir dinero a Vandor entonces estos juegan a dos puntas. Una cosa terrible, siniestra, yo me margino totalmente. Pero a nivel de Juventud Peronista entonces Villalón nombra a otro típo, que es Gustavo Rearte. Gustavo crea la JRP (Juventud Revolucionaria Peronista) y le va a dar batalla al MJP de El Kadri y Spina en el Congreso de Tucumán. Es decir, a esta altura del enfrentamiento y del quilombo, Spina se había ido abriendo y el choque se da entre Cacho y Gustavo. Ahora bien, este enfrentamiento que se da a nivel de JP no era más que la expresión de las dos fracciones que entran en colisión en el seno del peronismo en 1964. Por un lado Vandor y todo el aparato sindical y por el otro Villalón que debía implementar la estrategia insurreccional elaborada desde Madrid para desembocar en el Operativo Retorno. Villalón aparece con una credencial que lo identifica como delegado insurreccional de Perón. El «viejo» utiliza a este personaje para conseguir el financiamiento de Cuba y montar todo este operativo. Perón le hace un contacto con los cubanos para que este hombre, que era un comerciante internacional, un relacionador público, consiga algunos negocios. Fidel le pasa la exportación de tabaco y Villalón se queda con una comisión que es mucha, mucha mosca. Con esa mosca el tipo se empieza a mover e instala el Comando Insurreccional en Montevideo. Cuando yo rompo con el triunvirato y viajo a Montevideo, conozco a este señor en un hotel de cinco estrellas. Salimos a caminar por la playa y me explica todo el plan insurreccional: se iban a instalar arsenales en lugares inhóspitos, se iban a formar grupos rurales, semirurales y urbanos, y en un momento dado se iba a desencadenar un proceso de alzamiento generalizado con una huelga general, acciones en las ciudades, apoyo de algún sector del ejército, etc. En función de este plan es que armamos un-aparato nacional, una coordinación de grupos insurreccionales de todo el país. Estas son las FAP que actúan como el aparato clandestino del MRP (Movimiento Revolucionario Peronista), que dirigía Pancho Gaitán. Yo era el encargado de centralizar toda la información de todos estos grupos acá en la Argentina. Recibía la correspondencia de todo el país y sin leerla la pasaba a Montevideo y de ahí seguía a Madrid. Recibía de todos los puntos del país y toneladas, me consta que había un trabajo ciudad por ciudad. Yo estoy a cargo de las FAP en Capital y el conurbano y armo todo un dispositivo con Magin del Carmen Guzman y otra gente de la Resistencia. Lo rastreamos por el continente y ubicamos a Claudio Diego Francia que había sido líder de la Resistencia y mandamos gente para planear su fuga de una cárcel de Ecuador. Empezamos a recuperar y a reclutar gente con el objetivo de largar la lucha armada. Organizo como quince o veinte grupos compartimentados y les doy clases grupo por grupo. Elaboramos un informe y un presupuesto con todo lo que necesitamos y lo mandamos a Madrid. Pero ni la guita ni las armas que pedimos llegan nunca, lo único que llega es la posibilidad de hacer un viaje a China. Ahora bien, ¿cómo venía el tema éste del viaje a China? Un tiempito atrás se había destapado el asunto del asalto al Policlínico Bancario y a la mayoría de los muchachos de Tacuara los meten presos, pero el gordo Joe Baxter se logra escapar a Montevideo. Ahí se relaciona con el comando nuestro y como era un tipo muy capaz y no tenía nada que hacer le empiezan a dar tareas … un terrible error político. Una de las tareas que le dan es el de las relaciones internacionales, va a representar a todo este movimiento a un encuentro en Vietnam. A partir de esto se relaciona con los chinos y consigue una invitación para que viaje una delegación. Cuando viajo a Montevideo me doy cuenta que Baxter ha utilizado estos contactos internacionales en beneficio suyo y de sus compañeros. Trato de neutralizar esto y de que a China viaje gente peronista, pero como Baxtertiene los contactos hay que negociar y al final viajamos tres peronistas y cuatro de Tacuara. Por el grupo de ellos va Baxter, José Luis Nell, un petiso que le decían «Pata» porque siempre tenía un olor insoportable y que años más tarde fue parte de la dirección de las otras FAP, después de Taco Ralo, y otro más que ya no me acuerdo el nombre. A China viajamos a hacer relaciones diplomáticas y a recibir entrenamiento. Vamos a presentar el peronismo, a explicarlo a los más altos niveles de conducción que no tenían la menor idea, damos conferencias, charlas y más que recibir instrucción, ellos nos cuentan y nos explican todo el proceso de la revolución china. Lo vivimos en la práctica, no como una ilustración teórica. Hacemos y ponemos en práctica todo lo que ellos hicieron, de una manera rápida, y recorremos China todo en un par de meses de una forma muy intensa. Cuando volvemos regresamos por Europa y en Suiza Villalón rompe las relaciones con el grupo de Baxter y les corta los víveres. Ellos vuelven a Montevideo y ahí se relacionan con el incipiente grupo de los Tu pamaros y comienzan otra historia en la cual a muy corto plazo Baxter aprovecha las relaciones con los Tupamaros para organizarse un viaje a Cuba y ahí se queda.

Cuando volvemos del viaje me encuentro con una serie de hechos políticos que está impulsando Villalón y con los cuales no estoyde acuerdo, por ejemplo la creciente influencia que le estaba dando a Mario Valotta que era el director del diario «Compañero», al que Villalón asume como el órgano ideológico y propagandístico del Movimiento. Cuando le encomienda a Valotta gestiones en el más alto nivel doctrinario yo me opongo y dentro de la jerarquía que tenía le digo que yo no acato. Cuando al poco tiempo se crea el MRP (Movimiento Revolucionario Peronista) nosotros apoyamos pero no participamos. Yo manifiesto mi disentimiento con el MRP porque es crear una fracción dentro del peronismo y sigo desarrollando mi tarea dentro de FAP en función del inicio de la lucha armada, que veo que se va postergando indefinidamente. Eran puras promesas, no nos llega nunca el dinero, no nos llegan nunca las armas prometidas y todo el dinero en cambio va para el MRP. O sea, que poco a poco voy viendo que todo el esfuerzo y todo el dinero está comprometido en la lucha interna del peronismo. Y en función de esta lucha interna y de un terrible sectarismo, Villalón que tenía el apoyo de la conducción y éi retorno de Perón en sus manos, va cometiendo sucesivos errores y encerrándose solo en una política sectaria y en vez de tener el movimiento peronista termina formando el MRP, que es un grupo, y lo pone al frente a Gustavo Rearte que para ese entonces tenía un discurso delirante y lo pone al frente ideológico a Valotta que es un tipo que no es peronista, venía de la UCRI creo. En esta política de locos, nosotros empezamos a poner distancia porque vemos que va todo al fracaso. Y cuando realmente fracasa, Perón cambia de montura y pone su regreso en manos de la burocracia sindical. Se lo ofrece a las 62 y el vandorismo arma el operativo retorno, pone la patota que termina en una gran payasada cuando detienen el avión en Río de Janeiro. Pero por lo menos Perón «salva la ropa».

A partir de todo esto yo me doy cuenta que nunca hubo una real intención de iniciar la lucha armada, que Villalón lo único que tuvo fueron intenciones políticas personales y que jugó el aparato de la lucha armada en función de una interna del Movimiento. o sea, que armó un dispositivo de lucha armada nada más que para seleccionar la mejor gente del peronismo y volcarla a la interna. Porque en ese momento vos levantabas la bandera de la lucha armada y venía la mejor gente. Ahora bien, yo quería hacer la lucha armada contra los militares no contra Vandor. Yo tenía claro quién era Vandor pero también teníamos claro la consigna de la unidad en la acción, pensábamos que a Vandor lo derrotábamos peleando contra el enemigo común.

Nosotros mantenemos nuestro grupo y continuamos con nuestro trabajo de organización sin ninguna relación con Villalón pero éste, si bien había caído muy bajo y estaba muy desprestigiado, seguía urdiendo cosas y como ya no tenía a quien joder se dedica a jodernos a nosotros. Hace su reaparición en 1966 y en vez de venirse a entrevistar conmigo que era la dirección de todo este grupo empieza a disputarme la gente. Entonces va a visitar a los compañeros que estaban en el aparato de informaciones, después a los que estaban trabajando en el ámbito universitario … Los compañeros me avisan: mirá, dijo que la semana que viene va a volver a visitar nuestra casa. Ese día le caímos todos. Bueno, le dije, ésta es la oportunidad de hablar de frente, vos me andás evadiendo, andás visitando mi gente y entonces yo vengo aquí para que conversemos, para que digas qué es lo que querés, qué te proponés, porqué hace más de un año y medio que no tengo ninguna noticia orgánica tuya, me mandaste un regalo cuando nació mi hija, sos muy caballero, yo reconozco que sos un gentleman pero resulta que vos eras conducción de un proceso revolucionario. Y empezó con las explicaciones, a dar vueltas, un gran estafador, un gran vendedor de buzones. Yo le dije, mirá para tu suerte no somos Brito Lima si no te hubiésemos roto la cabeza a cadenazos, pero esto se termina ya, tendrás que definir qué es lo que vas a hacer de ahora en más y yo propongo que nuestro camino se separe del tuyo. Ahí mismo se definió la cosa y hubo gente que se quedó con él y otra que se quedó conmigo. Pancho Gaitán y todo su grupo quedó con Villalón. Nosotros seguimos trabajando como FAP y logramos un desarrollo bastante importante, aunque estas FAP nunca llegaron a actuar. Es decir, actuaron pero nunca plantaron su sigla en ninguna pared. Pero si bien nunca había salido a la luz tenía su reconocimiento en la militancia peronista. Tal vez es por esto que los compañeros que más tarde se organizan y deciden comenzar la lucha armada en los montes tucumanos, en Taco Ralo, retoman como propia esta sigla que ya pertenecía al patrimonio del Movimiento Peronísta. Pero éste es un proceso que yo no viví de cerca ya que caigo preso en el 67, justamente actuando como FAP.

 La ruptura con Villalón me da un tiempo de reflexión del cual extraigo las siguientes conclusiones: ya no puedo seguir confiando en insertar mi accionar en un esquema de mayores dimensiones, ya no hay posibilidades de tender un puente hacia la conducción, hacia Perón. Ya no sería mi acción parte de un gran esquema de retorno o un esquema insurreccional del peronismo. Me doy cuenta que, además, ya no hay posibilidades de hacer esto. Y entonces decido, de toda esa enorme cantidad de gente comprometida que teníamos tanto en los niveles políticos como en los niveles clandestinos, quedarme con los más íntimos e iniciar una tarea a largo plazo, desde las catacumbas, desde lo más oscuro.

Comenzamos a accionar política y militarmente con un pequeño grupo y estas tareas concluyen a los pocos meses, a principios del ’67, con mi detención en la zona de Ramos Mejía donde primero soy baleado y después sometido a torturas. Como consecuencia de ello entro en estado de coma por un paro renal que me provoca la electricidad; cuando estoy moribundo ya, el juez logra sacarme de la Comisaría y mandarme a terapia intensiva del Hospital Italiano. Allí permanezco algunos meses; me salvan la vida pero pierdo varias cosas, entre ellas un ojo. Quedo con una cantidad de lesiones producidas por los golpes, por la tortura … , y en cierta medida los compañeros me convierten en una bandera reivindicativa de la Juventud Peronista.

No soy conciente de ello porque estuve un tiempo al margen, en una especie de neblina, pero en ese tiempo se convoca a un congreso de la JP en Montevideo organizado por el mayor Vicente, en el que se me designa presidente honorario de ese encuentro. Además, los grupos de JP se organizan para cuidarme, se dividen los días y hacen guardias ya que la policía constantemente trataba de sacarme del hospital. De manera que participan de esto todos los grupos, desde la izquierda hasta la derecha, incluso Guardia de Hierro y el C. de O. que en alguna oportunidad creo envió a alguien.

Por supuesto que la gente que manda Guardia de Hierro, gente que luego se va a abrir de Guardia de Hierro, que siguen siendo mis amigos, que lo habían sido antes, y así en varios rupos. O sea que los que optaron por acercarse a este  combatiente moribundo eran los que de alguna manera simpatizaban con  este tipo de lucha, aunque la consideraban muy aislada, muy suicida.

La policía, pese a estas guardias organizadas por la Juventud Peronista, me arranca del hospital una noche y me traslada a Villa Devoto donde paso los dos últimos meses en el hospital de la cárcel con un proceso de hepatitis virósica por infección de la sangre de las transfusiones que me hicieron en el Hospital Italiano.

Salgo a fines de ese año porque hay un traspapelamiento, un error, me dan la libertad por un proceso pero no se dan cuenta que hay otro, razón por la cual me voy rápidamente a Montevideo. Ya para esto, cuando yo salgo mi mujer está internada en un hospital psiquiátrico, ha perdido la razón. Perdió la razón el día de la muerte del Che. Ya ella estaba muy afectada por mi estado, por la tortura a la que me sometieron, quedó muy mal e hizo una primera afasia. La muerte del Che a nosotros nos tocó muy cercano, nos afectó mucho, porque depositábamos muchas esperanzas en su liderazgo. Todo este tipo de lucha que nosotros habíamos iniciado estaba en el esquema  de la esperanza que el Che posibilitaba en un liderazgo revolucionario continental. Habíamos sentido que lo único que podíarnos hacer era lanzarnos a la lucha y en la medida que Vlllalón nos falló, nos lanzamos con un reducido grupo dentro de lo que era FAP; fijamos los límites de una pequeña organización de combate y nos lanzamos a la acción, aunque no llegamos muy lejos.

Cuando salí en noviembre no pude ver a mi mujer hasta algún tiempo después pues estaba en uno de sus períodos de internación en que no tienen visita. Pasaron unas semanas en que no la pude ver. Para mí fue terrible, me pasaba la noche rondando la clínica, llorando, era mi gran amor, mi comnpañera y no sabía qué hacer, era muy desesperante, yo estaba muy mal. Mi pequeña hija tenía dos años, así que fue todo muy duro.

En esa semana vino a Montevideo Eduardo Galeano y me hizo una entrevista donde yo volqué todo este dolor, esta pasión, esta reflexión que me había motivado la tortura. El con eso hizo un reportaje que fue muy importante para las generaciones de luchadores que después surgieron, tanto en el Uruguay como en la Argentina. Fue publicado en una revista, en varios periódicos y en un libro que se llamó «El libro negro de la Casa Rosada».

Yo estaba muy sensible en esa época, casi no podía caminar, había estado un tiempo en silla de ruedas y había perdido un ojo, lo que implicaba una reacomodación de mi organismo al medio muy difícil.

Cuando el abogado me dice que me tengo que ir porque si no voy a ser detenido de nuevo, yo aprovecho un ofrecimiento que me había hecho Alicia Eguren de viajar a Cuba. Le hablo y me dice que sí, que está disponible y que puedo viajar a Montevideo. Yo entrego mi casa, tomo a mi mujer enferma, a mi hija pequeña y me voy a Montevideo con mis valijas y me encuentro con que allá el gordo Cooke nos empieza a dar largas, de una semana para otra, de un mes para otro.

A través de él conozco a un compañero que nos hacemos muy amigos y me voy a vivir a su casa, pero va pasando el tiempo, yo no tengo dinero y no veo que salga el viaje. Al final me entero por alguien que el gordo ya no maneja las relaciones con Cuba y que no se atreve a decírmelo. Pero que además es como un secreto político que él trata que no trascienda, que él sigue tirando cables pero que los cubanos no le llevan el apunte. Mi situación era ya desesperante y, arriesgándome, vuelvo a Buenos Aires.

Me entrevisto entonces con Gustavo Rearte y me explica que él es el que tiene los contactos con Cuba, lamenta que no nos hayamos visto antes y me dice que no hay problema, que la semana que viene parto y efectivamente, gente enviada por él llega a Montevideo con los pasajes y salimos para Cuba.

En Cuba estamos cerca de un año, las terapias que los cubanos aplican con mi mujer no les dan resultado, eran muy pobres en psicología y en psiquiatría. Yo me mejoro muchísimo pero trabajando solo. Me dedico a correr como puedo, al principio no podía, empiezo a tomar sol en la playa, empiezo después a practicar buceo hasta que va mejorando mi espalda, mi columna. Sigo haciendo gimnasia y con el clima benigno, la buena comida, el descanso, me recupero bastante.

Volvemos casi un año después  y paso por la casa de Perón. Tengo una entrevista con Perón, conozco a López Rega  que nos intenta ganar para su proyecto de tener fondos para el General. Tengo oportunidad de discutir con Perón varios temas, entre ellos el de su posible traslado a Cuba al cual se oponía con fundadas razones. Pese a que en Cuba había una casa destinada a él que lo estaba esperando, Perón no quería saber nada. Tampoco le interesaba demasiado que los cubanos supieran esto, su determinación dejaba un poco jugar la esperanza, pero tenía muy en claro que jamás en la vida iba a ir a Cuba, entre otras cosas porque quedaba incomunicado del mundo. En España vivía limitado pero no desde el punto de vista de la comunicación, de la información, de todo lo que él necesitaba para mover, para manejar sus estructuras.

Y bueno, vuelvo a Montevideo donde yo antes de irme había trabajado con un pequeño grupo en función de la situación argentina, con algunos intelectuales con inserción en el medio uruguayo entre gente que cultivaba la memoria histórica de la patria común rioplatense. En ese tema habíamos trabajado esos meses que yo estuve ocioso ahí esperando ese pasaje que no llegaba.

Cuando vuelvo a Montevideo en el ’69 resulta que ya han iniciado acciones los Tupamaros. Hay otro clima, un clima de enfervorizada actitud radicalizada, revolucionaria.

Los Tupamaros están actuando, han gestado toda una conmoción, un júbilo revolucionario, y este grupo que había seguido creciendo se sintió ganado por este ánimo y había iniciado acciones en el Uruguay, ya no como un grupo del peronismo sino como un grupo más de liberación en el Uruguay, de la Banda Oriental como decían ellos.

Yo vuelvo a casa de estos compañeros con todo el ánimo de pasar clandestinamente a la Argentina, cruzando el río, pero me encuentro con una situación diferente. Estos tipos ya están actuando, están operando y yo me sumo, me siento ganado por el entusiasmo que había allí. De todas maneras, yo me quiero ir, quiero irme a la Argentina. Tomo contacto con los compañeros, cruzan varios de mis compañeros que habían quedado en Buenos Aires de aquella vieja organización de combate que era FAP. También cruza gente que envía Caride que es uno de los grupos que queda de la otra FAP, vinculada a la de Taco Ralo.

Con Caride yo había tenido una excelente relación, me ofrece lo que necesite, que vuelva, que trabajemos juntos, que está a mi disposición para ayudarme a cruzar, todas esas cosas. Yo me demoro unos días en esto de solucionar mi problema de cómo cruzar, envío a mi mujer y mi hija primero y después, en el momento en que estoy por partir, la casa en que estamos es allanada por la policía y el ejército y vamos todos detenidos.

Voy a quedar preso con un nombre supuesto porque tenía documentación falsa y me condenan … Además, era un documento judío y el abogado que me vino a defender me dijo: «Usted está perdido porque aquí como argentino, como peronista y como judío no tiene ninguna chance, peor no puede ser la situación, le van a pegar de todas partes». Realmente la pasé muy dura, porque no tenía visita, no tenía «paquete,  no tenia apoyo, no tenia nada hasta que nos trasladan a la cárcel de Punta Carretas donde me integro a la vida aolectiva de los Tupamaros y me reencuentro con José Luis Nell.

La mamá de Nell va a ser mi visita durante mucho tiempo. La vieja me ayudó mucho, yo voy a tener una relación muy filial con ella incluso hasta el final, hasta que ella murió en Buenos Aires, lo mismo que con el padre de Nell. Un poco como que éramos hermanos en la cárcel, compartíamos la visita y todo eso… compartíamos los paquetes, fue un año muy lindo el que viví con él.

Finalmente me dejan en libertad y me «chupan» cuando salgo de la carcel. Estaban Mario Kestelboim y varias personas esperando, cruzaron de Buenos Aires para buscarme pero no puedo llegar a ellos. Cuando estoy cruzando la calle un auto frena delante mío, bajan y me meten adentro, me internan en un cuartel y estoy un par de meses más, a disposición del Poder Ejecutivo.

En el primer vuelo de gente que sale con opción yo viajo a Chile, con tanta mala suerte que no nos dejan entrar, somos rechazados. Volvemos a Montevideo y salimos dos semanas más tarde, llego a Chile, me relaciono con el gobierno chileno a traves de Clodomiro Almeyda, que era ministro de Relaciones Exteriores. Ahí me quedo un tiempo y luego vuelvo a Buenos Aires.

Acá me empiezo a conectar con mis antiguos camaradas y con sorpresa voy descubriendo que todos están integrados a una u otra organización de las numerosas organizaciones clandestinas que habían crecido en esos años de mi ausencia. Estamos hablando del ’71, fines del ’71.[1]


[1] Testimonios de Jorge Rulli. En ANZORENA, Oscar. Historia de la JP. Buenos Aires, Del Cordón, 1988. Pág.21-44; 79-87 y 174-193.