Hernández Arregui publicó Imperialismo y cultura en 1957, en el contexto de la Revolución Libertadora, cuando otros autores del denominado “pensamiento nacional” como Puiggrós, Chávez, Jauretche, Scalabrini Ortiz, García Mellid y Ramos salían a polemizar en el ámbito cultural e histórico.
En la oportunidad, los editores anunciaron que estaba en preparación un libro que llevaría como título FORJA y la formación de la conciencia nacional. Ese sería el primer impulso del libro, que ampliado en sus análisis a otras franjas ideológicas, desarrolló entre 1958 y 1959.
En 1960 publicó La formación de la conciencia nacional, que ya respondía a otro contexto, a los tiempos del gobierno de Arturo Frondizi.
Ambos libros fueron considerados por el autor fruto del debate y el combate.
En el de 1960, del análisis de los intelectuales y la producción literaria se desplazaba a ejes más estrictamente ideológicos. En lo fundamental, se vinculaba a la relación entre nacionalismo e izquierdas. El país vivía los tiempos del “plan de estabilización” de Frondizi y Alsogaray. En mayo de 1959 había partido Raúl Scalabrini Ortiz, un referente fundamental para el autor, a quien iba a dedicarle su nuevo libro.
Hernández Arreguí estaba abocado a la escritura. Continuaba manteniendo su adhesión al peronismo, desde posiciones de izquierda. De manera intencional no tomaba contacto con los elencos políticos de ese movimiento. Su único compromiso, decía, era con la clase obrera. Ello explica que, por esa época, desplegara sus argumentos en las sedes locales de la CGT de Chaco y Corrientes: “El autor carece de compromisos políticos salvo con las masas argentinas depositarias del destino nacional”. El grabado de la tapa de Carpani, así como otro que se encontraba al interior venía a ilustrar esa opción fundamental.
El libro salió en mayo de 1960, en medio de la vigencia del Plan Conintes que encarcelaba a miles de militantes políticos y sindicales asociados al peronismo.
El objeto del libro, según lo plantea en el prólogo, era:
La crítica, -inspirada en un profundo amor al país y fe en el destino racional de la humanidad- contra la izquierda argentina sin conciencia nacional y el nacionalismo de derecha, con conciencia nacional y sin amor al pueblo…para contribuir desde la izquierda nacional –en oposición a la izquierda sin raíces en el país- al esclarecimiento de la cuestión nacional.
Para ubicar la temática central del texto introducía el concepto de cultura nacional, sobre el que desarrollaría, tiempo después, una serie de conferencias y darían la base para su próximo libro.
Desmarcándose de la definición predominante del marxismo de la época (que abrevaba en la obra más difundida de Stalin), anotaba:
«la cultura nacional, base espiritual de la unificación del país, es, sin que se anulen en su seno las oposiciones de clase, participación común en la misma lengua, en los usos y costumbres, organización económica, territorio, clima, composición étnica, vestidos, utensilios, sistemas artísticos, tradiciones arraigadas en el tiempo y repetidas por las generaciones, bailes, representaciones folklóricas primordiales, etc. que por ser creaciones colectivas, nacidas en un paisaje y en una asociación de símbolos históricos, condensan las características espirituales de la comunidad entera, sus creencias morales, sistemas de familia, etc.,…es la identificación emocional con estos valores colectivos, tanto con los tradicionales y fijos, como con los correspondientes a una época» (Hernández Arregui, 1960)
A continuación asociaba el concepto cultura nacional con el eje central del libro:
«esa cultura nacional, al consolidarse en la perspectiva histórica, se convierte en conciencia nacional y sobre ésta ha de pivotear la lucha del pueblo cuando se encuentra sometido al vasallaje» (Hernández Arregui, 1960).
El primer capítulo está orientado a la descripción de la oligarquía, señalando su dependencia económica de Gran Bretaña, la copia de las instituciones anglosajonas, su afrancesamiento cultural que la lleva a despreciar la herencia hispano-indígena. En su análisis describió los mecanismos de difusión ideológica de esa clase, fundamentalmente en los sectores medios.
El segundo capítulo analizaba el papel de las izquierdas tradicionales. Al socialismo le endilgó su dependencia de la clase dominante al adoptar el librecambio, el europeísmo, el antiestatismo y su rechazo a los movimientos de masas. Al comunismo le criticó su incapacidad de visualizar la cuestión nacional y carecer, por tanto, de una auténtica actitud antiimperialista. Un último acápite fue dedicado a los intelectuales “liberales de izquierda”, pequeños burgueses, revolucionarios en abstracto, alejados del pueblo, cuya figura emblemática fue representada en Lisandro de la Torre.
El capítulo siguiente estaba dedicado a los “nacionalistas sin pueblo”: hispanistas, antiliberales, anticomunistas, católicos, partidarios de los regímenes de fuerza. Nació como reacción antidemocrática ante el surgimiento de las masas trabajadoras y los sectores medios radicales. Por su origen de clase, fracciones empobrecidas de la oligarquía, actuó de modo reaccionario y conservador tanto en 1930 como en 1955. Más allá de estos señalamientos críticos, otorgó a este nacionalismo la virtud de haber forjado la revisión histórica, aunque con el límite de seguir considerando una historia hecha por grandes héroes. Hernández Arregui caracterizó a Rosas, figura central del revisionismo tradicional, como representante de una clase –la ganadera- y defensor de los intereses de Buenos Aires.
Un lugar central ocupó en su análisis, el papel desempeñado por Forja en la historia de las ideas y la política argentina. En su libro reconstruyó, en base a los materiales disponibles, la historia del grupo surgido en el seno del radicalismo en 1935 hasta fundirse en el naciente peronismo. Junto a los antecedentes yrigoyenistas colocó la influencia del APRA peruano. Señaló sus límites ideológicos, su pertenencia fundamental a las clases medias y su incapacidad de penetrar en el sector obrero.
Un capítulo estaba dedicado específicamente a las realizaciones del peronismo en el gobierno, vinculadas a la industrialización y las medidas nacionalizadoras de la economía. Utilizó, para caracterizar ese proceso las categorías habituales del marxismo- leninismo: revolución democrático burguesa. Consignó que no completó las tareas de la “liberación nacional”, siendo que las bases del poder oligárquico –la renta de la tierra- no fue removida. Los aspectos estrictamente ideológicos del fenómeno no eran analizados, ya que el autor, así como otros de sus congéneres de la izquierda nacional, consideraban la Tercera Posición como enunciación transicional, mera argumentación de coyuntura, sin consistencia ni coherencia alguna.
Hacia el final, anunciaba el surgimiento de una nueva actitud política e ideológica, “tendencia que ha crecido como producto de la transformación del país y de la evolución y confrontación de las ideas”: la izquierda nacional. Hernández Arregui se atribuyó la creación de la categoría. Fundamentó su surgimiento en un hecho ideológico (la existencia de marxistas que abordaban la cuestión nacional) y a una necesidad política (la persistencia de una izquierda antinacional). En sus palabras:
«Por izquierda nacional en un país dependiente, debe entenderse en sentido lato, la teoría general aplicada a un caso nacional concreto, que analiza a la luz del marxismo, en tanto método de interpretación de la realidad y teniendo en cuenta, en primer término, las peculiaridades y el desarrollo de cada país, la economía, la historia y la cultura en sus contenidos nacionales defensivos y revolucionarios y coordina, tal análisis teórico, con la lucha práctica de las masas contra el imperialismo, en el triple plano nacional, latinoamericano y mundial y en este orden» (1960: 485)
Graficó los efectos de esta corriente con el análisis de materiales de Agosti (Nación y cultura) y Ramos (Revolución y contrarrevolución en la Argentina) e intervenciones de Sábato.
Por último, Hernández Arregui abordaba el papel de las Fuerzas Armadas y la Iglesia en la política nacional, planteando una superación del antimilitarismo y anticlericalismo abstracto de la izquierda tradicional. Bajo la idea de la necesidad de un frente nacional, consideraba que ambas instituciones debían formar parte del proceso histórico de liberación nacional.
En la parte final agregó una bibliografía, en la que enumeró las obras utilizadas para la confección de cada capítulo.
El libro comenzó a circular en los ambientes juveniles, desencantados del frondizismo. En ese ambiente se dieron las condiciones para uno de los primeros comentarios publicados sobre el voluminoso texto. Carlos Strasser, secretario de redacción de la publicación El Popular –en el que confluían contornistas, peronistas y figuras de la izquierda nacional- aprovechó sus páginas para señalar el surgimiento de una nueva tendencia en el país, a partir del giro proimperialista de Frondizi, de características ideológicas, no partidaria aún: la izquierda nacional. Señalaba que se trataba de un “libro denso, escrito con verdadera pasión”, subrayando que contenía “apuntes felices sobre los caracteres y los modos de dominación política e ideológica de la oligarquía”, un estudio sobre la inmigración y sus efectos negativos en lo político y lo cultural (rápido pero interesante); un enfoque “acertado sobre las izquierdas en la Argentina”, junto a “apreciaciones exactas sobre Justo y De la Torre” y lo de más peso: la reseña de la labor de FORJA, de sus posiciones nacionales definitivamente antiliberales y antifascistas”, un análisis del nacionalismo reaccionario reconociéndole aportes en las investigaciones históricas, así como “la defensa del proceso peronista con argumentos de índole económica”. El análisis no es lisonjero, ya que Strasser polemizó con ciertas tesis que consideraba confusas o discutibles. Entre ellas: la definición sobre cultura nacional, el papel del Ejército en la lucha de liberación nacional, el bonapartismo peronista, la cuestión universitaria, el rol del nacionalismo y el papel de la Iglesia. Más allá de ello, recomendaba su lectura, consignando un balance positivo acerca de sus contenidos: “Son 500 páginas que ayudan buenamente a entender el país” (Número 1, 1960).
En el mismo medio, tiempo después, se insertó un nuevo comentario de Jorge Abelardo Ramos sobre el libro. Tras denunciar la maquinaria del silencio montada para los grandes libros, entre los cuáles citaba los de D’Amico, Peña, Balestra, Victorica y los póstumos de Alberdi, consideró a Hernández Arregui como parte de la generación intermedia (entre Scalabrini y su actualidad), “el más destacado y quizá único, intelectual marxista con que cuenta el movimiento nacional peronista”. Para Ramos ello representaba una consecuencia lógica del forjismo pequeño burgués arreguiano (aunque no perteneció formalmente a la organización, subrayaba), que no podía culminar sino en el marxismo para mantener su condición histórica, así como el peronismo básicamente obrero llevaba en sus entrañas el socialismo nacional. Para Ramos se trataba de “500 páginas de las cuales no se podrá prescindir de ahora en más para evaluar ese período turbulento (1930-60) de nuestra historia contemporánea”. Para él se trataba de una “obra maciza, donde la formación universitaria del autor está subordinada al hábil oficio del escritor y en la cual el aparato erudito que tanto conmueve a los profesionales del papel, no obstaculiza el estilo punzante, por momentos apasionado, del hombre vivo que maneja la pluma”. Anotó la “estricta objetividad y la rara independencia de juicio” del autor, lo que le prestaba a la obra un “atractivo singular”. En su análisis se detuvo en algunas cuestiones particulares de los capítulos. En el comentario sobre el nacionalismo consignó el lugar que Arregui le asignaba al “revisionismo histórico en la elaboración del pensamiento nacional”. Ramos apuntó que el capítulo sobre Forja era el más “inspirado y digno de ser releído”, aunque señaló que el tratamiento de la figura de Jauretche no le había otorgado “todo el relieve y significación que cabe atribuirle”. Ramos tomó distancia del análisis de Arregui en relación al análisis de las proyecciones del nacionalismo y la izquierda. Mientras que para el primero señalaba la ausencia de una regeneración, si la veía en la izquierda, transmutándose en izquierda nacional. En ese punto, criticaba la escasa apuesta de Arregui hacía para que esa fuerza ideológica se convirtiera en organización política. Por último, en lo que consideraba la falla capital del libro, Ramos señalaba la ausencia de un análisis clasista de la desintegración del frente nacional peronista. Ello era explicable, para el crítico, por las afinidades del autor y por el hecho que el peronismo resultaba un fenómeno vivo y cambiante que no podía ser “sometido al patrón genérico de una obra histórica” (Número 4, 1960).
El comentario de Ramos sobre Jauretche no resultaba menor, si tenemos en cuenta la proximidad entre ambos para esa época. Resulta dable pensar que el infatigable Ramos le haya propuesto al fundador de FORJA el armado de un texto sobre esa experiencia, para publicar en la Colección Coyoacán. Puesto a la tarea, Jauretche seleccionó una serie de documentos, que fueron precedidos de un prólogo en tono polémico. Por un lado, embestía contra los desarrollistas Frigerio y Merchensky, con sus perspectivas integracionistas en el análisis histórico. Por otro, volvía críticamente sobre algunas afirmaciones de Hernández Arregui, negando la incidencia del aprismo en la configuración ideológica de FORJA y consignando relaciones con el mundo obrero, a través de la referencia directa a figuras que tuvieron un rol significativo en los orígenes del peronismo (Jauretche, 1962).
En la década del ’60 el libro no fue reeditado. Sin embargo, su circulación y apropiación no fue menor. Los aportes realizados en materia histórica (básicamente la diferenciación entre nacionalismo de derecha y nacionalismo popular, con sus implicancias en los orígenes del peronismo) tuvieron una incidencia significativa en la producción historiográfica realizada en sede académica. Solo a modo de ejemplo, podemos citar el libro de Alberto Ciria, Partidos y poder en la Argentina moderna, que receptó acabadamente esas contribuciones. Otro tanto ocurrió en el ámbito del ensayismo y del nuevo periodismo que incorporó tanto esquemas como terminología proveniente de las obras del autor.
En la coyuntura política abierta por los efectos del “Cordobazo”, Hernández Arregui realizó una nueva edición de su libro, ampliándolo sensiblemente con notas y un apéndice documental que buscaba dar cauce a las nuevas expresiones políticas del momento. La tapa llevaba el mismo grabado de Carpani de la primera edición. En el prólogo había tomado distancia de algunas de sus afirmaciones de 1960. Los cambios y adaptaciones en la Iglesia eran puestos en perspectiva en base a la experiencia del Concilio Vaticano II y el surgimiento del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. El papel “nacional” asignado a las Fuerzas Armadas era puesto en duda, en base a la concreta actuación de ese actor entre 1955 y 1970. La dedicatoria tenía un agregado: junto al recuerdo de la “memoria de Raúl Scalabrini Ortiz, uno de los grandes constructores de la conciencia de los argentinos”, lo hacía para con “todos los jóvenes obreros y estudiantes argentinos caídos en la lucha de Liberación”. Poco antes, había dado a luz Nacionalismo y liberación, que había tenido una notable recepción, al calor de los procesos de nacionalización, peronización y radicalización de los sectores medios. Los intercambios con actores concretos de estos procesos fueron los que engrosaron el extenso apéndice de la nueva edición. Reproducía fragmentos de Enrique Rivera sobre la experiencia del Partido Socialista de la Revolución Nacional; manifiestos universitarios de diversas tendencias; proclamas de un grupo de oficiales jóvenes cercanos a sus posturas; un documento de las FAP y una carta de uno de su líder, EnvarEl Kadri y una extensa carta de Perón.
En 1973, al calor del rotundo éxito de ventas de Peronismo y socialismo y de otros de sus títulos que habían sido reeditados, Hernández Arregui realizó un cambio de portada, con la reproducción de un grabado de Ricardo Carpani y habilitó una edición en una editorial comercial de mayor alcance, como era Plus Ultra. Para esa época lanzaba una revista, Peronismo y socialismo bajo la advocación del político mayor de la izquierda peronista, John W. Cooke. Poco después, la misma publicación adoptó el nombre de Peronismo y liberación, ajustado a las consignas enarboladas por Perón al regresar al gobierno.
Poco después de su muerte, en 1974, Eduardo Romano, resumía un sentir de la intelectualidad afín al peronismo, señalando que la obra de Hernández Arregui abría un “enfoque que presenta aquí y allá desarrollos y aún desvíos muy discutibles, inaugura una manera inédita de ‘leer’ nuestro pasado cultural, más integradora y comprensiva que cualquier otra previa o coetánea”. Asimismo, reconocía “su inestimable aporte a la nacionalización mental de las capas medias intelectuales y a la clarificación ideológica de la clase trabajadora sobre la base de las grandes banderas del justicialismo” (Romano, 1974; 25-28).
A fines de 1974, Beatriz Sarlo dedicaba una extensa nota crítica a la relación entre historia, cultura y política en la obra de Hernández Arregui. Tras consignar el fenómeno de apropiación y uso de las obras del autor por las nuevas generaciones de la pequeña burguesía intelectual y universitaria (en las que se ubicaba) para conciliar peronismo y marxismo, en la doble operación de crítica a la izquierda tradicional y “el objetivo de cambiar contenidos y su programa, bajo la bandera del socialismo con el que se correspondería el peronismo en esa etapa”, Sarlo se proponía discernir la “clase de marxismo instrumentado” por el autor y las “incongruencias de su proyecto”. Ese ejercicio estaba encaminado por necesidades políticas (no académicas): de la “descripción de la sociedad argentina, de los conflictos de clase que la atraviesan y de su repercusión en el plano de la cultura tiene que ver, más o menos en forma directa, las tareas políticas de la actual etapa y su eficacia y corrección en la lucha ideológica y cultural”. Según ella, el pensamiento de Hernández Arregui se caracterizaba por un “fondo nacionalista populista”, marcadamente “antiinglés y antiyanqui”, con “huellas de su formación filosófica alemana” y la “influencia de un marxismo socialdemócrata, como el de Rodolfo Mondolfo, en quien Hernández Arregui reconocía a uno de sus maestros”. La autora reconocía la pertinencia de sus juicios en cuanto a los “responsables de la dependencia”; a la izquierda de los ’30 y ’40 (aunque llenos de arbitrariedades, aclaraba) y al efecto y repercusiones de la penetración imperialista sobre la cultura argentina. La Formación de la conciencia nacional condensaba las tesis del autor sobre la “concepción de la Argentina”, el escenario de “la historia de las luchas sociales, de sus clases, sus políticas y sus ideologías” que enmarcaba sus otras obras. Comenzaba por cuestionar las confusiones del autor en cuanto al carácter capitalista de la empresa española en América y la condición mercantil de la clase dominante del período independentista, consignando una “indigencia de sus instrumentos de análisis”. Ello arrastraba, en la mirada de Sarlo, a serios problemas en el libro bajo análisis. El estudio de la oligarquía, era considerado “esquemático y unilateral”, ya que no explicaba la adopción del positivismo por ciertos sectores de esa clase ni las formas republicanas y liberales implementadas para el ejercicio de su dominación de clase. Otros puntos cuestionados refieren a la condición campesina y al influjo inmigratorio. En el primer caso disiente con la posición del autor en torno a la integración de los chacareros “en el régimen de la tierra en la Argentina” explotando por igual que la oligarquía a la población nativa. Más que una alianza beneficiosa, Sarlo afirmaba una contradicción entre los grandes propietarios con colonos y arrendatarios. En el segundo caso, consideraba que las posiciones del autor frente a la inmigración eran “racistas y xenófobas” al considerar ese fenómeno como subordinado al interés oligárquico y “bastardear” las formas de la cultura nacional portadas por las masas nativas y “contaminar con dialectos bárbaros el español que constituiría uno de los pilares del proyecto cultural nacional”. La crítica no era solo de base académica. Incluía cuestiones de estricto orden político. De esas caracterizaciones, Sarlo derivó la ausencia de una política para con los hijos de esos sectores que pasaron por la universidad, dejándolos librados a su suerte. De ese modo Arregui no pensaba “una política que incorpore a las capas medias al proyecto nacional y revolucionario”, sino que esperaba “pasivamente su conversión” unido a que no los consideraba decisivos en el proceso, según Sarlo. Esa política dejaba aislado al proletariado. Ese aislamiento llevaba, para la autora, a encaminarse “rápidamente a colocarse bajo la hegemonía ideológica y política de la burguesía nacional en un proceso cuya realización histórica es el peronismo”. Prosiguió su análisis criticando la excesiva comprensión para con el nacionalismo católico de la década del 30, señalando que obviaba señalar que miembros de estos sectores “antiliberales, católicos e hispanófilos” fueron incorporados al peronismo sin que variaran sus posiciones fundamentales y que no podían ser considerados “progresivos” si eran “conservadores y aristocratizantes” como el mismo Hernández Arregui los calificaba. En su conclusión, Sarlo sintetizaba su aproximación al pensamiento del autor, no sin mostrar una paradoja del proceso:
Comprensivo con la derecha católica de la década infame; arbitrario y hostil frente a la pequeña burguesía y el campesinado; dogmático en relación con la intelectualidad pequeño burguesa al no comprender su colocación real en un país dependiente; racista y xenófobo frente a la inmigración; lleno de expectativas frente al proyecto que a través de la figura de Perón se impone al proletariado, subordinando la realización de las tareas nacionales a los límites del nacionalismo burgués, y conciliando con la base social indispensable de un proyecto político, Hernández Arregui fue un teórico consecuente del peronismo al que sirvió no para dar razón de una política que se expresaba plenamente en su discurso y la práctica de su líder, sino para atraer a su seno precisamente a miembros de la pequeña burguesía intelectual y universitaria a la que proporcionó los ‘argumentos teóricos’ de una operación política”
(Los Libros, Número 38, 1974).
En la transición democrática, al realizar su trabajo biográfico, Galasso analizó pormenorizadamente los capítulos de La formación de la conciencia nacional, contextualizando. Señaló el silencio que rodeó su publicación y consignó las anotaciones críticas de Strasser y Ramos publicadas en El Popular (1985:74).
Bajo el ciclo kirchnerista la obra de Hernández Arregui fue revisitada y el libro que comentamos recibió tratamiento diverso.
Carlos Piñeiro Iñíguez publicó un trabajo significativo en 2007, que fue parcialmente reeditado en 2012. Integraba a Hernández Arregui en el grupo de escritores que recuperaba del marxismo “la cuestión nacional y el imperialismo así como el materialismo histórico como método general de análisis”. El análisis de La formación de la conciencia nacional era ubicado, en lo fundamental, en referencia a las posiciones de la izquierda nacional. Realizaba una nota crítica sobre la ausencia de rigor metodológico de Hernández Arregui en cuanto a bibliografía y citas. Señalaba las novedades de la segunda edición (cartas, manifiestos, declaraciones) y glosaba los capítulos del libro. (Piñeiro Iñiguez, 2004, 2012).
Omar Acha, en el marco del tratamiento de las corrientes historiográficas de la izquierda argentina, resumía la mirada histórica del proceso argentino de Hernández Arregui, bajo el “criterio histórico del progreso” y “la acción de las masas”. Tras señalar que en La Formación de la conciencia nacional retomaba los tópicos de crítica del liberalismo y de la izquierda europeísta y antipopular, consideró que este volumen confirmaba “la vocación histórico filosófica” del autor: “La historia de las ideas es elevada a la consumación del autoconocimiento de una sociedad que ha vivido sus contradicciones. El razonamiento es hegeliano, y lo es consecuentemente, porque Hernández Arregui piensa, como el idealismo alemán, que la reflexión histórica de una época le permite a ésta avanzar más allá de sí misma”. Para Acha, “es allí donde se introduce la función histórica de la praxis historiográfica en una formulación peronista de izquierda”. La producción intelectual volcada al pasado “posibilita un nuevo giro histórico ascendente, en la autocomprensión y en la direccionalidad de la praxis” que permitiría a un peronismo “inmovilizado por sus contradicciones” obtener la “claridad teórica necesaria para abocarse al combate liberador que su lugar en la historia le tiene reservado”. Ese proceso histórico conducía al advenimiento de la izquierda nacionalizada, que adoptaba en una “nueva síntesis rasgos del nacionalismo revisionista y del marxismo” (Acha, 2009:317.318).
En 2012 se produjo la reedición del libro biográfico de Galasso, con un extenso prólogo de Horacio González, en el que colocaba en un lugar central del pensamiento de Hernández Arregui la tesis del libro de 1960: “la crítica a la izquierda argentina sin conciencia nacional y al nacionalismo de derecha con conciencia nacional y sin amor al pueblo”, las dos “almas irresueltas de la conciencia nacional” que buscaba reunificar, en palabras del crítico. A ese punto llegaba analizando el tratamiento de la figura de Lugones por parte de Arregui así como su hegelianismo. Luego se desplazaba al análisis de los efectos de la segunda edición, en el que el libro se “ampliaba con textos que provenían de las calles en lucha, que el propio libro escuchaba con razón, como voces que insistía en ver idénticas a las suyas” constituyendo un “historicismo escritural” al estilo del “libro viviente» del Gramsci de El moderno príncipe (Galasso, 2012: 11). Sobre este tópico se había detenido al analizar “el destino del marxismo en los movimientos nacionales” tiempo atrás (González, 1999:265-269).
En el ciclo 2003-2015 también los libros de Hernández Arregui tuvieron reediciones, en dos momentos, con editoriales diversas.
En 2005 bajo el sello Continente-Peña Lillo salió una edición similar a las anteriores, con un prólogo de Eduardo Luis Duhalde.Lo consideró uno de los “representantes más vigorosos del pensamiento nacional” buscando aunar su ideología marxista con la realidad política de la clase obrera mayoritariamente peronista. Ello implicó “un punto de inflexión y ruptura con las formas de aproximación de la izquierda al peronismo”. Remarcó la “indudable y decisiva influencia en la militancia de las generaciones del sesenta y setenta”. Lo calificó como “un ser íntegro”, “modelo de intelectual revolucionario”, “austero, riguroso y apasionado”, considerándolo su “amigo y formador”. Desde su presente llamaba a no realizar una lectura lineal, ya que dos cuestiones habían quedado desactualizadas en el análisis: el rol de las Fuerzas Armadas en el proceso político y el papel del “Movimiento Peronista como instrumento liberador”, en base a la experiencia reciente del menemismo. Ubicó al autor en la “corriente de pensamiento” de la “izquierda nacional”, que tenía por finalidad aplicar “la teoría general marxista a un caso nacional concreto”. Este libro “contiene el núcleo medular de su pensamiento y es en sí una obra de envergadura en tanto enuncia toda una teoría sobre la formación de la conciencia nacional que a su vez estructura el ‘ser nacional’”. A continuación resumía el contenido del texto, siguiendo las ideas matrices de la contradicción principal (imperialismo-nación), los aliados nativos (oligarquía y pequeña burguesía), la conciencia revolucionaria que lucha por la liberación nacional (Movimiento Peronista), la conciencia nacional como “unidad y fuerza motriz del proceso”. En la parte final, volvía sobre su propia experiencia, presentando las dificultades para releer la obra teniendo en cuenta las deudas con esos materiales; la ausencia de inocencia del lector que lo realiza por primera vez y las tragedias colectivas e individuales que separaban la primera edición de su presente (Hernández Arregui, 2012:9-13).
En 2010, en ocasión del Bicentenario y en un proyecto de recuperación de materiales amplio y plural de la Editorial Docencia fue reeditado nuevamente en dos tomos. A diferencia de la reedición de Imperialismo y cultura, no llevaba estudio ni prólogo alguno (Hernández Arregui, 2010).
Obras:
Hernández Arregui, Juan J. La formación de la conciencia nacional. Buenos Aires, Hachea, 1960.
Hernández Arregui, Juan J. La formación de la conciencia nacional. Buenos Aires, Hachea, 1970.
Hernández Arregui, Juan J. La formación de la conciencia nacional. Buenos Aires, Plus Ultra, 1973.
Hernández Arregui, Juan J. La formación de la conciencia nacional. Buenos Aires, Continente-Peña Lillo, 2004.
Fuentes:
Ramos, Jorge A. Hernández Arregui y el pensamiento político de la izquierda nacional. Número 11. Diciembre de 1960.
Romano, Eduardo. Hernández Arregui, pensador nacional. Revista. Crisis. Número 19, 1974.
Sarlo, Beatriz. Hernández Arregui, historia, cultura y política. Los Libros. Número 38. Nov-dic 1974.
Strasser, Carlos. Acerca de una izquierda nacional. El Popular. Número 1. 14 de septiembre de 1960.
Referencias:
Acha, Omar. Historia crítica de la historiografía argentina. Buenos Aires, Prometeo, 2009. Vol. I.
Caruso, Valeria. Hernández Arregui y la invención de una historiografía para la izquierda peronista. En Historia da historiografía. Número 14. OuroPreto, 2021.
Friedemann, Sergio. La peronización de los universitarios como categoría nativa (1966-1973). Folia Histórica. Número 29, 2017.
Galasso, Norberto. J.J.Hernández Arregui. Del peronismo al socialismo. Buenos Aires, Ed.Pensamiento Nacional, 1985.
González, Horacio. Prólogo. Galasso, Norberto. J.J.Hernández Arregui. Del peronismo al socialismo. Buenos Aires, Ed.Pensamiento Nacional, 2012.
González, Horacio. Restos pampeanos. Buenos Aires, Colihue, 1999.
González, Horacio. Juan José Hernández Arregui: el intelectual a contrapelo. Revista Las palabras y las cosas del Sur. Buenos Aires, 7 de mayo de 1989.
Jauretche, Arturo. Forja y la década infame. Buenos Aires, Coyoacán, 1962.
Piñeiro Iñíguez, Carlos. Hernández Arregui, intelectual peronista. Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo. Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.
Roland, Ernesto. Hernández Arregui y la formación de una nueva izquierda argentina (1960-1970): claves para su interpretación teórica. Síntesis. Número 6, 2016.
Darío Pulfer