SALVATI, Ebert.
–Dígame primero su nombre completo, el día que nació y cuénteme más o menos a partir de qué momento usted comienza a ser peronista.
–Ebert Amado Salvati. Nací el 30 de septiembre de 1919, hace poquito cumplí 75 años. Ya en el ’43 siendo presidente Farrell, Perón empieza a trabajar en la Secretaria de Trabajo y Previsión Social; Perón siempre escondidito, muy inteligente. En el ’45 yo trabajaba en una fábrica de Ferrari en Avellaneda, hacia bombas para el ejército. Entonces ya Perón empieza a hablar por radio a las personas como un ex militar. En una cocinita muy humilde en Pichincha y Oncativo, que después ahí murió en el ’56 gente muy amiga, yo escucho a este hombre y pienso “No, estos militares qué van a hacer” y que se yo; en el segundo discurso ya era otra cosa, estaba hablando otro léxico, estaba hablando otro dialecto. Tal es así que cuando Perón gana a la Unión Democrática, ahí se juntaron todos: socialistas que eran anti-militares, anti-iglesia, anti-bandera, que después el señor Palacios hace de embajador con la Unión Democrática, el “Gran Palacios”, el “Gran anti-militar”. Empiezo a escuchar a Perón y ya me hago fanático. Y ahí empiezo a militar. Sí, militancia, porque yo nunca fui jefe, era militancia. Les pegue carteles a todos los peronistas, desde que empezó Perón hasta hoy que pegue carteles. Entonces me hago peronista. Después Perón me da la razón a mí porque yo soy peronista. Porque Perón les dice a todos los politiqueros de toda la vida, a los socialistas, maestros de la labia, de los discursos floridos: “Yo no les gane con un discurso de flores, yo les gane porque les dije la verdad”. Y Perón le gana a toda esa gente, políticos desde Rivadavia hasta esa fecha. No mintió, Perón no mintió.
–¿Usted recuerda la noche del 16 de septiembre del ’55?: Fue el día del levantamiento militar de Aramburu y Rojas.
–Claro, madre mía, claro. ¿No hay palabras. A Perón después el pueblo siempre le da la razón. Porque lo echan por esto, por aquello y después le dan todo. Pero ¿¡Por qué lo echaron!? ¿Sabes lo que sería esta patria con 18 años más, con toda la fuerza de la juventud de Perón?
–Y a partir de la caída de Perón ¿Usted qué hace? ¿Empiezan a resistir?
–Pero claro. Porque nosotros teníamos todo prohibido, no se podía hablar de Perón. Yo trabajo en la municipalidad de Lanús hasta el ’55. Todas las malas palabras que les dije a esta gente, todas las palabras que pueden haber en el léxico de un maleducado se las mande a estos radicales, a estos militares, estos “desgarra” democracia. Se empieza a resistir, a escribir paredes…
–¿Estuvo integrando alguno de los comandos que había en Lanús?
–Sí. Bueno, el jefe nuestro era Mauriño, jefe de una célula, una célula grande, tomaba Quilmes, Lanús… cada uno con su jefecito.
–¿Y tenían contacto con otros comandos?
–Sí. Después estaba José Francisco Crespo, de cuna conservadora, el padre era de las mesas redondas de los conservadores, este hombre venia con su padre, y se hace peronista.
–¿Recuerda el nombre de otros comandos que había?
-Recuerdo a los hermanos Ross, muertos. Albedro, con 28 años, el último día que lo veo vivo es en la reunión que se hace en mi casa. Dante Lugo estuvo con nosotros también. Yo era el jefe, tal es así que cuando en el ’56 caigo preso, yo tengo para hundir a medio pueblo, pero soy el único. Tengo en una carpeta: “Estos son los que hicieron el 9 de Junio del ‘56” y ahí estamos nosotros, 18 personas. –Ahora, por ejemplo ¿Qué tipo de acciones realizaban?
–Yo siempre fui el que pegaba los carteles, el militante a jugarse la vida. Yo fui a todos los actos de Perón, el 17 de octubre, estábamos: “La vida por Perón, la vida por Perón”. Hipotéticamente hablando, Perón un día tira una pluma por el balcón y dice: “El que la toque, ese, se jugara la vida por mi” ¿Sabes cómo hacíamos?: soplábamos para que no nos tocara.
–¿Usted no se jugaba la vida por Perón?
–Me la jugué, por eso yo no la sople. Todos nos juagábamos la vida, es hipotético el caso. Perón, cuando lo rajan, pensaba que nosotros lo íbamos a ir a buscar todavía. Él estuvo en la cañonera paraguaya varios días. Se mantuvo y decía: “No, mi gente me va a venir a buscar”.
–Pero todos los compañeros que integraban comandos ponían caños o hacían pintadas o imprimían volantes? ¿O cada uno hacia y se dedicaba solo a una cosa?
–No, claro. A mí si me daban volantes era para volantear nomás; tirar bombas, yo no. No iba a matar a nadie, pero si me venían a tocar y no me gustaba capaz que sí. Mucha gente tiraba para Perón, nosotros teníamos que hacerlo para que vuelva.
–Volviendo un poco al ’55, ’56. ¿Cantar la marcha era muy común para generar resistencia?
–Y, era como el himno nacional.
–¿Cómo fue la experiencia con Julio Alvarez?
–Eso fue en el ’45 cuando lo echan a Perón. Yo me voy a trabajar a esa fábrica de Ferrari y me paro en Pichincha y Oncativo como para ir para Avellaneda, pasan y me dicen: “¿Qué haces acá Ebert?”; “Esperando el bondi”; “Ah pero ¿No sabes que hay paro general?” Eso fue el 17, el 16 ya se había hecho, yo ni había salido de mi casa y me encuentro el 17 de octubre con el paro general. ¿Qué hago? Me voy con los sanguchitos de milanesa, que generalmente me llevaba al trabajo, a la estación Lanús. Solo en Pavón, en el café Paris, empiezo a cantar una canción que habíamos hecho en la fabrica, que decía: “Perón, Perón, volteaste al de La Plata, al capitán lo vamos a mandar al cajón…”. Yo empecé, 5, 10, 60, 70, a las 9 de la mañana ya tendría 50 a atrás, y paran los trenes en la estación de Lanús, se tira la gente en las vías. Cuando ya salgo de Pavón, de Paris; vamos a las fabricas, a cerrar fabricas en Alsina, todos los barrios de por allí, de muchas fabricas en aquellos años. Y nosotros íbamos fabrica por fabrica, tocábamos timbre, llamábamos al capataz o al encargado y le decíamos: “Mire señor, esto es así, así y así. Venimos a costearle la puerta y que deje salir a los obreros a la calle. El que quiera seguir, que nos siga y el que no, se va para su casa. Se lo voy a agradecer”. El que hablaba era yo porque iba a la cabeza, podría haber sido otro, pero tuve la suerte de hoy estar frente a un joven y me emociona. Yo no sé lo que son 10.000 personas atrás, pero era un espectaculo; yo con 26 años, que cuando me quedaba parado me gritaban: “¡Truena, truena, vamos siga, siga!”. Vamos por Pavón ya hacia el puente, las chicas que nos siguieron, muchas por amor al peronismo, a Perón, habían salido a la calle con chinelas, tanto caminar esas chinelas. Llegamos a una zapatería, con toda la gente afuera vamos a pedir permiso: “Señora, señor mire a las chicas sin zapatillas”, las compramos eh, nada de ir a prepotear ni nada porque éramos muchos. Tal es así que, hasta hoy, del ’46 hasta hoy todavía estoy lamentando los sanguches de milanesa que me olvide en la zapatería. Después, me entero que atrás los que venían ya no son 500, son 200.000. Entonces, nosotros íbamos: “¡Perón, Perón…!” Mira qué movimiento tan multitudinario que en un momento dado, uno de los concurrentes de esa marcha, de tanta gente, agarra un palo; se lo hicimos dejar: “No, no, esto no va, deja ese palo ahí”. Era un movimiento peronista puro, siempre fue puro. Fue puro por Perón y por Evita. Porque ellos fueron puros. Y nos enseñaron en la inteligencia, a ser puros.
–Cuénteme lo que paso la noche del 9 de Junio del ’56, ¿que hizo usted durante todo ese dia?
–A mí a las once de la mañana me vienen a avisar que a la noche hay que salir. Me viene a buscar uno de los capos nuestros. Viene el capataz, yo era peón; nosotros estábamos en una célula que tenía que tomar la Regional de Lanús. Mira como era el asunto: Yo vivo a la vuelta de la Regional, a una cuadra cruzando, teníamos que tomar eso.
–¿Quién le había dado la orden de tomar la Regional?
–Viene de Valle y Tanco, los jefes de esas cosas eran ellos. Yo a las nueve de la mañana me entero de eso. A la esquina de mi casa viene un camión lleno de gente y me pasan a buscar. Porque yo tenía un jefe con el que teníamos que tomar la Regional de Lanús, pero no tomarlo por las armas, no teníamos nada nosotros, ni una onda. Venían seis, siete tipos del ejército, oficiales adherentes de Perón, unos se iban por un lado, por el otro y nosotros éramos lo que íbamos a ser de bulla, éramos el pueblo; entonces nosotros entrabamos con los militares, después las ordenes: “Usted vaya allá, usted quédese acá, usted reciba a este”. Entonces, viene un camión lleno de gente, que estaba para ir a tomar la estación de radio que está en frente al cementerio de Lomas. Ellos tenían su proclama. A las once de la mañana el gobierno de turno sabía que eso era una sonada, fue una carnada. Tanco y Valle no lo sabían, cuando fueron ahí, a Constitución, abrieron la puerta y los estaban esperando. Entonces van a tomar la radio y se dan cuenta que estaba toda rodeada de vigilantes, se pegan media vuelta y se vienen.
–¿Entonces qué paso? –Yo me quedo a la vuelta de mi casa; estaba con los seis militares. Con el jefe que me aguantaba nos vamos a ver como estaba el asunto de la Regional y estaba toda la guardia; pasamos yo con tres muchachos más. Después fusilaron a Albedro, a Lugo, los hermanos Ross también después los matan ahí.
–¿No lo detuvieron?
–Yo siempre estuve fuera de peligro, no sé si tuve suerte o qué. Esa noche me quede en mi casa, no me muevo para nada. Cosas del destino. Los tiros yo los sentí. Pero lo que menos me imagine era que estaba habiendo fusilamiento, por ahí estaban probando tiros.
–¿Y cuándo se enteró concretamente de lo que pasó?
–Al otro día, porque lo pasaban por la radio. Al otro día me quedo en mi casa, jugando con mis pibes a la pelota, y antes de que levantaran el Estado de Sitio, yo me fui a Mar del Plata y vengo casi a fin de mes.[1]
[1] Incluido en Polese, Rubén. Vencedores vencidos. La resistencia peronista en el Partido de Lanús. Buenos Aires, El Colectivo, 2014.pp.188-193.