En las reconstrucciones históricas se ha destacado el lugar de las comisiones internas de fábrica, el espacio barrial  y el desarrollo de los comandos surgidos tras el golpe de 1955 como vehículos principales de la resistencia peronista contra la dictadura militar.

            De manera superpuesta con esos ámbitos, aunque de menor significación, se encuentran otros espacios de encuentro, articulación y actuación.

            En los relatos testimoniales de protagonistas de la resistencia peronista resulta frecuente encontrar referencias a una acción política clave vinculadas al uso de sus casas como espacios comunes de reunión, de organización o de resguardo ante situaciones de peligro.

           Al parecer, las “casas” nacieron como espacios sustitutos de las Unidades Básicas clausuradas por la dictadura militar. Los lugares más específicos de encuentro de esos hogares fueron las “cocinas”.

          Un militante identificado como Fermín, testimonió: “Cuando estábamos  en la Resistencia, sobraban cocinas y a las reuniones clandestinas las llamábamos reuniones de cocina”. Otro caracterizado protagonista escribió: “Por ese entonces nosotros recorríamos las zonas del Gran Buenos Aires, donde los peronistas comenzaban a estar como pez en el agua. Allí siempre había -y hay- una cocina amiga, donde tomar unos mates y un sitio seguro donde poder aguantarse si es necesario. ¡Las cocinas, que hemos conocido! Los trabajadores en esa época, el que más o el que menos, ya tenían su casita y su cocina hospitalaria, abrigada en invierno y fresca en verano. Cocinas amables, limpias, con su heladera en un rincón, una mesa con hule, las sillas. Y el mate o una cervecita helada y hasta a veces -en ese entonces, claro- la carne para el asadito en el fondo…Allí nos reuníamos pero como las cocinas son miméticas, todo el mundo es igual, se confunde, nadie llama la atención. Como una gran familia” (César Marcos).

            Esos lugares de encuentro espontáneo fueron la simiente de intentos organizativos más densos: “Los grupos que salíamos dispersos después del golpe, nos encontrábamos en las casas peronistas y así fuimos armando redes” (Nélida Rodríguez). De esa manera se iba tejiendo vinculaciones: “nos llegaba una información. En Villa Crespo o en Mataderos, en algún lado, existía un grupo que quería ‘trabajar’ o estaba ‘trabajando’. Ir, encontrarnos, conversar, entendernos. Así se iban formando los llamados comandos de la Resistencia, tan frágiles de medios y recursos pero tan fuertes en la voluntad y la decisión” (César Marcos). “Cada casa, era una unidad básica, pero a la vez un refugio, cada casa era un fortín de la resistencia peronista, y cuando los militantes dicen cada casa, agregan ‘no exagero, ocho de cada diez casas de La Matanza, funcionaba de esa manera’, de forma tal que no necesitaban tener nada en la mano para accionar, lo tenían todo a mano y siempre. Si tenían que salir corriendo, o esconderse se podían meter en cualquiera de ellas. Casas en las que, además, se hacían reuniones de la resistencia” (Flores).

            Perón parece hacerse eco de esta situación en el primer mensaje formal que envía a los miembros de su movimiento: “Cada casa de un peronista será en adelante una ‘Unidad Básica’ del partido” (Mensaje a todos los peronistas. 1 de diciembre de 1955).

            Una nota destacada de las “casas” más connotadas fue la presencia y referencia a una mujer que hacía las veces de anfitriona. En algunos registros, estas mujeres aparecen ocupando un lugar central en “las famosas ‘cocinas peronistas’, de manera determinante: eran las dueñas y mentoras del lugar donde se forjaba la identidad y la ideología” (Ernesto Jauretche). Con el paso del tiempo pasaron a adoptar apodos o fueron bautizadas como “tías” por parte de los concurrentes.

             Fenómeno análogo se daba en los encuentros de espontáneos grupos juveniles: la casa de Jorge Sulé en Capital Federal fue punto de encuentro de jóvenes y ante el asedio policial en varias oportunidades debieron huir por los tejados para evitar la detención. También para las reuniones preparatorias del levantamiento de Valle (Brid).

            En esas mismas cocinas, siguiendo la huella de las tradiciones populares de exhibir retratos familiares, se hacían presentes los rostros de Perón y Evita (Juan Vigo). Señal de resistencia ante la prohibición, forma de recuerdo y punto de identificación común, esas imágenes presidían simbólicamente las reuniones.

            Una de las características señaladas para las “cocinas” tuvo relación con la pertenencia e identificación con el Movimiento, como espacio abierto, en el que no se consideraba el origen de quienes acudían y en el que no cabían las disputas internas. Según los relatos, la “cocina” era respetada como ámbito de encuentro y deliberación por todas las líneas existentes. Así lo concebían queines recibían: “Yo siempre estuve dentro del Movimiento. Yo no pregunto a nadie quién es y qué va hacer, mi casa está abierta. Siempre ayudé a los otros. Siempre fue una Unidad Básica, aunque la reconocieron como Unidad Básica en el 59. La casa estuvo abierta a la resistencia desde el 55 hasta la fecha” (Elena Viale).

            Además de lugar de encuentro, era un lugar de “ayuda” a quien estaba en dificultad: “Una vez nos citan a una reunión en Tapiales. Llegamos a una casa, retiran una mesa y abren una trampa en el suelo. Abajo estaban Calace que era metalúrgico(sic), Agarrabere, Zucotti, y un tal Pedernera de UTA.” (Héctor Saavedra). En otro relato, señalaron: “Una noche recibí la visita de un juez amigo y su esposa. Desde la habitación en que nos ubicamos y a través de un patio interior se divisaba la cocina, en la que estaba cenando un compañero prófugo de la justicia. El juez, inteligente y ducho, avizoró la escena y me dijo: ‘¿Sabe, Alberto que esta casa se parece mucho a una embajada?’” (Alberto del Giúdice). Esta versión es confirmada por otro testimonio: ““En aquellos días me acuerdo que la casa de Del Giúdice era como una especie de embajada, contenía a tantos que el viejo Santana que tenía una carnicería con el turco Baluch [Secretario de la UOM], acá en la zona de lo que es la plaza del cañón, proveían de alimentos, y yo era uno de los encargados de llevarles la comida a los refugiados”(Félix Ramón Ferreyra).

            En algunos casos, oficiaron de sede de radios: “Entre otras cosas, hubo que colocar acá una emisora clandestina, la manejaba un compañero militar…. A las 10 y pico de la noche, funcionaban todos los aparatos de radio. El compañero militar transmitía los mensajes de Perón cuando los demás escuchaban las novelas” (Elena Viale). En otras situaciones fueron pequeñas imprentas orientadas a reproducir mensajes o manifiestos: “Familias enteras totalmente involucradas escribiendo panfletos a mano, en papel de almacén, compraban dos kilos de papel, los cortaban a cuchillo para darle forma de volantes sobre los que escribían a mano Viva Perón” (Flores). En los momentos en que lo que primaba era la actividad pública se transformaron en lugares operativos para elaborar o concentrar material como carteles o afiches. En otros casos, fueron depósitos de armas.

            Por su significación fueron bautizadas con distintos nombres, como por ejemplo “El Fortín” o asociadas a direcciones que quedaron grabadas en la memoria de los protagonistas como la de Alvear 5911 de Tapiales, propiedad de Dominga Paez y Magin Guzmán o la de Blas Parera 174 de la “tía” Segunda en Tucumán.

            Por los testimonios de los protagonistas podemos deducir que existía conocimiento por parte de los vecinos de las actividades que allí se realizaban. Algo parecido sucedía con la policía, que no intervenía debido al carácter privado que asumía el encuentro o por cierta complicidad de los oficiales involucrados. De quienes no estuvieron preservados fue de la actuación de los Comandos Civiles, ya que existieron casos en las que fueron violentamente atacadas por estos grupos parapoliciales: “Fue en 1956, a las 12 y media de la noche, llegaron los comandos y entraron con las ametralladoras en el living. Tiraban luces de bengala para iluminar la zona. Rompieron todo” (Elena Viale).

            La pluma de Rodolfo Walsh hizo ingresar estas casas y cocinas en la literatura y en la política argentina: el escenario de las reuniones de los conspiradores civiles del 9 de junio fueron casas particulares de la zona norte del Gran Buenos Aires.

            Años después, una de las figuras de la resistencia anotó: “No sé hacer poemas, pero quien pudiera debería hacer uno a las cocinas humildes” (César Marcos).

Fuentes:

Brid, Juan C. 1955-1970. Quince años de resistencia. Nuevo Hombre. Número 3.

Del Giudice, Alberto. Militancias y utopías. Buenos Aires, Unlam, 2000.

Flores, Marcos. Federico Russo. Horma y timón. Buenos Aires, Condie, 2012.

Jauretche, Ernesto. Memoria de la esperanza. Vida, pasión y muerte de un muchacho peronista. Buenos Aires, Colihue, 2023.

Médica, Jorge. El perfume de los almendros: La Resistencia Peronista en La Matanza (1955-1960). Buenos Aires, El Zócalo editorial, 2019.

Sulé, Jorge. La resistencia peronista. Correspondencia con Perón. Buenos Aires, Forjando ideas, 2013.

Testimonio de César Marcos, Héctor Saavedra y Elena Viale.

Walsh, Rodolfo. Operación Masacre. Buenos Aires, Sigla, 1957.

Referencias:

Salas, Ernesto. Cultura popular en la primera etapa de la resistencia peronista. En Revista Secuencia. Buenos Aires, 1994.

Vigo, Juan. Crónicas de la resistencia. Buenos Aires, Peña Lillo, 1973.

Darío Pulfer