Yo seguía ganando mi pan de cada día con mi trabajo en el campo del “marketing” y al mismo tiempo reuniéndome con compañeros para embarcarnos en las tareas conspirativas que el pueblo iba manifestando subrepticiamente. El decreto ley 4161 era una permanente y amenazante “espada de Damocles” para quienes sentíamos una dolorosa opresión espiritual y, sobre todo, moral ante el desarrollo de los acontecimientos. Ese estado de ánimo nos llevó a convertir a nuestras casas en verdaderas catacumbas donde debíamos “secretear” nuestras preocupaciones saliendo a los patios para evitar la labor de la “Gestapo” en que se habían convertido los servicios de inteligencia del Ejército y la Marina y ¿por qué no? de sus informantes civiles de los partidos políticos que eran cómplices de esa dictadura infamante.
Fue por eso que en una de esas reuniones caseras, Enrique Olmedo, que había sido director de la Escuela Superior Peronista en el gobierno de Perón, me habló del coronel Gentiluomo, quien estaba “moviéndose”, dijo, en una inteligente actividad de nucleamiento de militantes peronistas, y me invitó a una entrevista con él. Gentiluomo, a quien yo no conocía, había sentado sus reales en un departamento frente al Hospital Militar, en la Avenida Luis María Campos de Buenos Aires. Acepté el convite y conocí a un patriota de buena ley, joven, de unos cuarenta años, de viva inteligencia y muy activo; nos amigamos de entrada. Tuve con él varias reuniones. Esto debió ser entre febrero y marzo de 1956, no recuerdo bien. Gentiluomo era un peronista sin fisuras, con acatamiento total a Perón que en ese tiempo vivía desterrado en Caracas.
Fue la primera noticia que tuve de un movimiento de resistencia a la dictadura cívico – militar que soportábamos en esos momentos. Es verdad que fue un conato de revolución, ya que abortó apenas iniciada, pero que no podemos dejar caer en el olvido aquella actitud, que yo llamaría heroica, del coronel Gentiluomo y un centenar de militantes de esos que no se empardan.
En las reuniones me acompañaba Enrique Olmedo y, en una o dos oportunidades, Alicia Eguren, la novica de John William Cooke. La casa donde nos reuníamos era un departamento de planta baja; la arquitectura era de ese tipo de construcción que se denomina “de chorizo” y el departamento tercero o el cuarto y daba a un largo pasillo, de algún modo al resguardo de la mirada de los vecinos y de los que se asomaran a la puerta de calle. Las reuniones eran silenciosas y nos sentíamos participantes de una conjura patriótica.
Gentiluomo había solicitado su retiro voluntario del servicio activo apenas se produjo la auto-denominada Revolución Libertadora. Como era hombre intelectualmente muy inquieto dedicó buena parte de su tiempo a estudios históricos, creaciones poético-literarias, artes plásticas e incursiones en el campo del periodismo. El primer libro que publicó fue «San Martín y las provincias de Cuyo, precursor de la Nación en Armas», distinguido en el Congreso Nacional del Libertador que se desarrolló en Mendoza en el año 1949. En 1951 publicó «Necochea, el General romántico». Era, como se ve, un militar destacado por su formación cultural que abarcó además del periodismo, la televisión y la cinematografía. El 21 de diciembre de 1955 dio por terminada su carrera militar por «no estar de acuerdo con los postulados de la Revolución» y al mismo tiempo se afilió al Partido Peronista.
Un día fuimos informados de que, en una fecha que no se podía precisar aún, se nos iba a comunicar telefónicamente en clave -y se nos dio la clave- una acción que se cumpliría en los próximos dos días. Así fue. Dos días después me informó Olmedo que salía todo el comando en un colectivo camino a La Plata y que yo debía esperar, sin moverme de mi casa, las instrucciones que se me iban a impartir.
El colectivo fue interceptado, cuando ya iba en ruta, por militares del Regimiento 1, que tenía su sede en la Capital Federal, y los hicieron bajar a todos.
Alicia Eguren (que tenía una cara angelical y era tan inteligente como hermosa) atinó a tirar a una acequia que bordeaba la ruta una pequeña libretita donde figurábaamos todos los complotados con nuestros domicilios y números de teléfonos. Como era noche cerrada, el movimiento que hizo con su cartera le pareció a los captores más un gesto femenino que una acción que ocultaba otras intenciones.
Después de este hecho a Gentiluomo se lo mandó detenido a la Policía de la provincia de Buenos Aires, que estaba subordinada a la fuerza militar. Se lo mantuvo preso en los barcos «Washington» y «París», y en las cárceles de la isla Martín GarcÍa, de Magdalena, de Ushuaia, de Caseros y de la Penitenciaria Nacional…
Los fusilamientos se ejecutaron entre el 9 y el 12 de junio de 1956. Una treintena de patriotas convocados por el general Juan José Valle fueron fusilados, sin derecho a defensa alguna, por el “delito” de haber querido restaurar en la Argentina el imperio de la Constitución Nacional, la vigencia de la democracia y el respeto a la dignidad de la persona humana. El general Juan José Valle fue fusilado en los terrenos de la Penitenciaría Nacional en el anochecer del 12 de junio de 1956.
…mi participación en la revoluci´no de Valle, muy limitada por cierto, por el carácter netamente militar que le imprimieron los generales Valle y Tanco, que eran sus gestores y conductores, y porque la revolución abortó casi desde su inicio.
Yo era amigo del capitán de navío Anzorena, uno de los pocos marinos genuinamente peronista. Nos veíamos con frecuencia y en una de esas reuniones me presentó al coronel Valentín Irigoyen con quien, como era peronista “de mi flor”, trenzamos una rápida amistad. Al poco tiempo de conocernos, me contó que con unos compañeros de armas (y me mencionó a los generales Valle y Tanco) estaban conformando un grupo de militares y unos pocos civiles para ponerle coto a las tropelías del gobierno militar. Me confió así que,justamente con Valentín Irigoyen, se le había dado la responsabilidad de ser un puente entre Valle y Tanco y los civiles en quienes se pudiera confiar.
No había pasado una semana de esta confidencia cuando el coronel Irigoyen me invitó a una reunión con Valle y Tanco. Fue así que me llevó hacia no sé dónde porque debí ir todo el viaje con la cabeza gacha a pedido del coronel, para que no conociera ni la ruta que tomamos ni el domicilio adonde llegamos. Me presentó entonces a Valle y Tanco que ya conocían quién era yo por las referencias que les había dado Irigoyen.Valle me impresionó como un hombre sereno, austero y de definido carácter militar. Me consideró, por el hecho de estar con ellos, incluido en su grupo, y al comentarle yo, como al pasar, que viajaba la semana siguiente a Mendoza, me entregó dos cartas, una de Valle y otra de Tanco, dirigidas a sus esposas, pidiéndome que las despachara desde allá. Advertí entonces que, como en la parte posterior de cada sobre figuraba una dirección de Mendoza y los sobres iban dirigidos a Buenos Aires, el envío de los mismos obedecía a una operación estratégica, seguros de que toda correspondencia a las señoras de Valle y de Tanco iba a ser interceptada por los Servicios de Inteligencia. No había duda de que tanto Valle como Tanceo querían aparecer como si estuvieran en Mendoza, en tanto desarrollaban toda su actividad en Buenos Aires. Así que guardé los sobres y apenas llegué aMendoza los metí en distintos buzones con lo que cumplí la primera misión que se me encomendaba.
Fue entonces que a mi regreso a Buenos Aires el coronel Irigoyen me confió que se estaba preparando un movimiento revolucionario y querían saber si podían contar conmigo. Le dije que sí, entusiastamente.
Ni mi esposa tuvo el menor conocimiento acerca de en qué cosa yo andaba y mucho menos mis amigos y parientes más cercanos, y ni qué decirles acerca de mi trabajo publicitario que seguí cumpliendo al pie de la letra.
Un día el coronel Irigoyen me confió una preocupación del general Valle, en el sentido de que debía tener una reunión estrictamente secreta, para lo cual necesitaba disponer de un departamento que no pudiera ser detectado por el olfato de «los servicios». Le ofrecí mi vivienda, pero la desechamos justamente por el movimiento de gente que se realizaba en mi domiclio por tratarse de una casa de familia.
Como la reunión no iba a llevar más de una o dos horas, el único departamento que ofrecía las mejores condiciones para la reunión proyectada era el de Leopoldo Marechal. Cuando le expliqué a don Leopoldo en qué pasos andaba, recuerdo que me abrazó y me ofreció su departamento para esa reunión que un militar de alto ffado debía tener con el mayor secreto. Así se lo comuniqué a Irigoyen y se fijó el día y la hora de la reunión; una hora después tocó el timbre el general Valle en el departamento de Marechal en la calle Rivadavia.
Ahí lo esperábamos, sin que Marechal supiera con quien estaba hablando; cambiaron algunas palabras y don Leopoldo le entregó las llaves de su departamento. Después del fusilamiento del general Valle, Marechal supo que no sólo había hablado con él sino la importancia de la misión que había cumplido a favor de la revolución.
…Daniel Brión agrega, en una apostilla del capítulo “La Proclama” de su libro “El Presidente duerme”, publicado en el año 2010: “La proclama revolucionaria fue redactada, unos quince días antes del 9 de Junio, por Don Enrique Olmedo; revisada y corregida por el Dr. José María Castiñeira de Dios, convocados para hacerlo por el Dr. Arturo Cancela; y enviada a los oficiales que intervendrían en el movimiento una vez impresa por Selemín (periodista y militante) y Celso Castiñeira de Dios (mi hermano) en una máquina Rotaprint”.
El coronel Valentín Irigoyen me había dicho que yo leería la proclama desde Constitución, donde un equipo instalaría una conexión en un cable maestro lo que permitiría la difusión de la misma a todo el país. Me dijo también que, utilizando la clave con la que nos comunicábamos, me haría saber el día y la fecha en que debía encontrarme esperando el contacto con el grupo técnico en la calle Brasil. Recuerdo que entré en un bar cercano a tomar un café apurado, ese 9 de junio, y como había una radio encendida, me enteré de que había sido tomada la Escuela Industrial donde estaba el teniente coronel José Albino Irigoyen, hermano de Valentín -y que ya había sido fusilado junto con sus compañeros-, con lo cual di por abortado el Movimiento Revolucionario, y después de media hora, me dirigí a mi casa, a la espera de nuevas instrucciones. Desde un teléfono de un comercio cercano a mi casa llamé a un querido y leal amigo mío, el poeta y abogado Miguel Ángel Gómez, quien me pidió que de inmediato saliera de la capital y me escondiera, si era posible, en algún lugar de la provincia de Buenos Aires, hasta que nos comunicáramos nuevamente. Volví a mi casa, tomé a mi mujer y mis dos hijos, dejé a los chicos en la casa de la madre de mi esposa, frente al Botánico y me fui a la plaza de Pueyrredón y Santa Fe, desde donde armé mi salida de la ciudad rumbo a Mar del Plata. ¡Ni les cuento el miedo que tuve hasta que arribé a esta ciudad, donde, en Punta Mogotes, en aquella época casi desértica, tenía una casa un cuñado mío, y ahí me escondí, a la espera del desarrollo de los acontecimientos! Fueron diez o quince días, con Elena que no había querido separarse de mí, viviendo la vida de un «juído», hasta que después de una comunicación telefónica con Miguel Ángel Gómez resolví volver a mi casa de la calle Córdoba y Larrea. ¡La tormenta inicial había pasado y, ahora, debía esperar. .. esperar … esperar!
…A fines de 1957 tuve una gran alegría: el general Perón me designó desde Caracas, donde cumplía sus días de destierro, miembro titular del Comando Táctico Peronista. En la credencial que me extendió con su firma señalaba el carácter estrictamente secreto de esta designación. Ya, por otra parte, y por medio de un compañero ejemplar, Campos, a quien todos llamábamos “Campitos” me hizo llegar una foto suya, con una cordial dedicatoria, que pasó a presidir mi mesa de trabajo pese a la vigencia infamante del decreto ley 4161 y a la actividad exhaustiva de los servicios de inteligencia militar que realizaban su labor de espionaje como una “Gestapo” nacional, sin tregua ni descanso.[1]
[1] CASTIÑEIRA DE DIOS, José M. De cara a la vida. Buenos Aires, UNLa, 2014.p.156 y ss.