Diecisiete hombres y una mujer protagonizaron un operativo comando para desembarcar en las Islas Malvinas el 28 de septiembre de 1966, desviando el avión DC4, LV-AGG “Teniente Benjamín Matienzo” de Aerolíneas Argentinas, cuyo destino previsto era la ciudad de Río Gallegos.

            La aeronave transportaba cuarenta y dos pasajeros, entre los cuales se encontraban los miembros de la organización del secuestro y desvío, el gobernador del entonces Territorio Nacional contraalmirante José María Guzmán y el director de Crónica, Héctor Ricardo García.

            Cuatro meses atrás se habían juramentado. Querían generar un hecho político significativo. El desencadenante fue la actitud que guardaba el gobierno militar de Onganía con motivo de la visita no oficial en el país del Príncipe consorte Felipe de Edimburgo.

            Se habían ido preparando. A través de una nota de dos periodistas argentinos que habían viajado al archipiélago se hicieron de la información necesaria en relación a los lugares estratégicos de Malvinas. Consiguieron apoyo económico del empresario César Cao Saravia y de Augusto Vandor. Una semana antes estuvieron concentrados en un recreo de la Unión Tranviarios Automotor en el Gran Buenos Aires, dando los toques finales a la organización y a la condición física que necesitaban para llevar adelante la acción. A último momento se sumó Andrés Castillo, enterado de la iniciativa.

            Algunos sacaron pasajes con antelación, otros lo hicieron el mismo día. Cuatro de ellos estaban disfrazados de frailes. Según una versión poco confiable, algunos usaron nombres y apellidos hilarantes: Manuel Bobo, José Lointentaré o Juan Lolograremos.

            Habían preparado sus uniformes: pantalones y camperas beige de fajina  y borceguíes, portaban revólveres y ametralladoras livianas  y un único distintivo en el pecho: sobre un rombo blanco, la figura enhiesta de un cóndor.

            Antes de partir declararon: “Nuestra operación no tiene ninguna bandería política. Somos jóvenes argentinos, que en un anhelo patriótico vamos a las Malvinas a reafirmar nuestra soberanía”.

            En su proclama señalaban: “Estamos unidos porque creemos que eludir un compromiso es cobardía. Estamos luchando y lucharemos. O concretamos nuestro futuro o moriremos con el pasado”. En otro tramo: “Hoy consideramos les corresponde a los civiles, en su condición de ex – soldados de la Nación, demostrar lo aprendido en su paso por la vida militar”.

            El vuelo partió a las 0:25 horas y  transcurría sin sobresaltos. Al llegar a Cabo San Julián, cuatro integrantes del grupo, armados de pistolas, obligaron al Comandante Fernández García a cambiar de rumbo, dirigiendo la nave hacia Malvinas.

            Poco después comunicaron por la radio del avión que con ese acto, se intentaba “reafirmar la soberanía nacional, por Dios y por la Patria”. 

            A las 8:51 aterrizaron en Port Stanley, que fue rebautizado de manera inmediata como “Puerto Rivero” en honor al nombre del gaucho que en 1833 había entrado en conflicto contra la recién instituida autoridad británica. Repartieron volantes entre los pobladores para comunicar que quedaban bajo el gobierno argentino. Tomaron posiciones e izaron banderas argentinas en suelo malvinense. Luego se atrincheraron en la nave.

            En ese momento se hizo  público el “operativo Cóndor”, utilizando un transmisor portátil. Los radioaficionados tuvieron un papel central en la difusión transmisión del primer mensaje y los que lo siguieron. Thomas Hardi, un radioaficionado de Puerto Stanley, anunció que un avión había aterrizado en la ciudad. La emisión fue retransmitida desde Trelew, Punta Arenas y Río Gallegos a Buenos Aires.

             Tras el segundo comunicado, la emisora local trato de interferir la escucha en el territorio continental. El jefe del operativo, Dardo Cabo, anunció que se estaban quedando sin baterías del DC4, por lo que se produciría el cese de comunicaciones.

            Entre los protagonistas del hecho se encontraba una mujer, María Cristina Verrier, de veintisiete años.  Autora de obras teatrales y periodista, que había sido premiada por los “Viajeros del tren a la luna” y por la promoción de la experiencia del Teatro del Altillo de la calle Florida. Paraba en La Cultural, bar de Callao, cerca de Corrientes. Su padre fue el doctor César Verrier, ex miembro de la Corte Suprema y su tío Roberto Verrier, ex ministro de economía de la Revolución Libertadora. Estaba casada con Abel Sáenz Buhr.

           

Verrier colaboraba en Panorama, y había compartido con el director, Mario Bernaldo de Quirós, y el secretario de redacción, Carlos Velazco, la iniciativa. Por esa razón la revista publicó un suplemento extra sobre el Operativo Cóndor el día 30 de septiembre, que contenía en tapa una foto realizada por Francisco Vera (incluida a último minuto) que retrataba el avión y a Verrier a través de su puerta y reproducía declaraciones del grupo antes de despegar. Para dar difusión a la espectacular acción habían preparado 10.000 afiches callejeros, de los que llegaron a pegar 800, cuando el Comisario Luis Margaride prohibió su difusión por considerarlo una “forma de acción psicológica”.

            Entre los hombres se destacaba Dardo Cabo, de veinticinco años, proveniente del nacionalismo peronista. Hijo de Armando Cabo, dirigente metalúrgico de reconocida trayectoria. Fue el líder del Movimiento Nueva Argentina nacido en 1960. Detenido en Caseros, cobró notoriedad tras el atentado contra Arturo Frondizi en 1964, tras ser acusado de ser el autor de los disparos. Ese mismo año ante el retorno de John William Cooke al país, fue uno de los que atacaron a su comitiva. Más tarde, fue el jefe de la primera guardia personal de Isabel Martínez de Perón en su visita a la Argentina a fines de 1965. Verrier y Cabo se habían conocido cuando la segunda lo entrevistó para la revista Panorama, en mayo de 1966 sobre los sucesos de la Pizzería Real. Por esa época Cabo se movía en torno al gremio metalúrgico liderado por Vandor, del que recibió apoyo para la empresa. Sus definiciones ideológicas no dejaban lugar a dudas: “Estamos en el peronismo y obedecemos las órdenes de Perón, como los demás. Luchamos contra la infiltración comunista, eso sí. Tenemos una sola doctrina: la justicialista”.

         

Otro participante, sindicado como subjefe del operativo, fue Alejandro Giovenco, un activista proclive al uso de armas que se había unido a Cabo en el Movimiento Nueva Argentina, a inicios de los años sesenta. Había estado preso tres años por lanzarse solitariamente, sin apoyo ni planificación previa, a merodear la casa del Almirante Rojas con la intención de matarlo. Al salir de la cárcel, Cabo se sintió obligado a sumarlo, con la oposición de Verrier. En el vuelo le dieron un arma, pero descargada, conociendo sus arranques. Esto causó malestar e incidentes con él, más tarde.

            Los otros miembros fueron: Luis F. Caprara, 20 años estudiante de ingeniería; Edelmiro Navarro, 27 años, empleado; Víctor Chazarreta, 32 años, obrero metalúrgico; Alfredo Ahe, estudiante y empleado, 20 años, Norberto E. Karasiewicz, 20 años, obrero metalúrgico; Juan Carlos Bovo, obrero metalúrgico, 21 años; Edgardo Salcedo, estudiante, 24 años;  Pedro Bernardini, 28 años, obrero metalúrgico; Fernando José Aguirre, 20 años, empleado; Ramón Adolfo Sánchez, 20 años, obrero; Fernando Lisardo, 20 años, empleado; Pedro Tursi, 29 años, empleado, Juan Carlos Rodríguez, 31 años, empleado, Andrés Castillo, 23 años, empleado de la Caja Nacional de Ahorro y Seguros, y el joven Aldo Ramírez de 16 años.

           

Cabo y su grupo rechazaron la acusación de usurpación de los funcionarios británicos considerándolos, por el contrario, intrusos, “porque los argentinos estaban en su casa”.  Rodolfo Roel, el párroco católico de la isla, celebró una misa en el fuselaje del avión e intercedió ante las autoridades del lugar para que se diera alojamiento a los pasajeros en casas de familia. El grupo no quería rendirse. Se desarrollaron negociaciones. Desde la nave reiteraron el compromiso de llevar la empresa hasta sus últimas consecuencias. Pactaron entregar las armas y dárselas al comandante de Aerolíneas. Defendieron las banderas ante la requisa de la parroquia. Luego consideraron que el objetivo de la sorpresiva acción había sido cumplido dado su impacto sobre el gobierno y la sociedad, amén de su repercusión internacional. Finalmente, fue la Iglesia la que medió y garantizó el traslado del grupo al continente, al que arribaron el 3 de octubre.

            Cabo declaraba: “Fui a Malvinas a reafirmar la soberanía nacional y quiero aclarar que en ningún momento me he entregado a las autoridades inglesas, sino que acepté el hospedaje de la Iglesia Católica ofrecido a través del arzobispo de las islas Malvinas; que me consideré detenido por la autoridad argentina que allí reconocí en el comandante de Aerolíneas, entregándole al gobernador de Tierra del Fuego e Islas Malvinas, señor almirante Guzmán, las banderas argentinas que flamearon en tierra malvineña durante treinta y seis horas”.

            La repercusión mediática del hecho los catapultó al conocimiento público. A ello había contribuido la participación voluntaria de Héctor Ricardo García, director de Crónica, en los acontecimientos. El día 27 Cabo lo había citado cerca de su oficina para ofrecerle una primicia que no le reveló. La reunión terminó sin una decisión por parte del periodista. A las 9 de la noche, ya decidido a aceptar el desafío, García llamó a Cabo y quedaron en encontrarse a medianoche en el aeropuerto para un viaje al sur. Después, el diario tituló: “Crónica en Malvinas” y a través de Así, la nota principal de García se tituló: “Yo vi flamear la bandera argentina en Las Malvinas”.

           

La repercusión en medios internacionales también resultó significativa. Fue publicado en el Pravda, en el New York Times y en el Washington Post, entre otros medios

            La opinión popular parecía favorable a lo actuado. En Buenos Aires, La Plata, Córdoba y otros centros urbanos se produjeron manifestaciones populares de adhesión a lo realizado por los jóvenes del Operativo Cóndor. En la Capital Federal, un grupo nacionalista quemó una bandera inglesa en el cruce entre Corrientes y Florida. Otro grupo impidió el almuerzo del príncipe Felipe en el Club Inglés mediante una manifestación.

            En otro orden, el consulado británico recibió una ráfaga de ametralladora. En Rosario fue tomado el consulado y arrancaron del mástil la bandera, destruyeron retratos de la reina Isabel II, del príncipe Felipe y de Winston Churchill.

            Las 62 organizaciones, que respondían a Vandor, difundieron un comunicado de apoyo. La comisión directiva de la CGT expidió otro comunicado favorable al desembarco.

            La Embajada de Gran Bretaña en Buenos Aires, calificó el hecho como “una broma”, pero presentó una protesta diplomática.

            Se desarrollaron negociaciones entre el gobierno argentino y el británico. Existía la posibilidad que el grupo fuera juzgado en los tribunales británicos, cuestión que se despejó al poco tiempo.

            Arnold  Toynbee, de visita en el país por esos días, anotaría: “cada argentino siente un dolor auténtico ante el pensamiento de que el pabellón británico flamea sobre las islas. Poca gente en Gran Bretaña sentiría un dolor comparable si fuera la bandera argentina la que flameara allí”.

            El Canciller argentino Nicanor Costa Méndez declaraba en las Naciones Unidas que “el problema de las Malvinas es de carácter substancial y afecta la soberanía nacional, pero la Argentina, fiel a su tradición histórica, intenta darle solución por vía pacífica”.

         

          El Gobierno de Onganía se empeñó en no reconocerlos. A fines de septiembre declaraba que “La recuperación de Malvinas no puede ser una excusa para facciosos”. Fueron detenidos y juzgados a partir del 22 de noviembre por “privación ilegítima de la libertad” y “portación de armas de guerra”. La justicia obligó a devolver las banderas a Dardo Cabo por ser de su propiedad.

          Desde el exilio el General Perón escribió a Dardo Cabo en noviembre de 1968, en respuesta a una carta suya. En la misma lo instaba “a que tenga las banderas hasta que patriotas dignos las puedan exhibir donde la ciudadanía las requiera o las necesite”, luego de señalar que la acción constituía un “hito en la historia, un gesto que no puede sino honrar a los ejecutores de Operación Cóndor, como una bandada de gorriones que la dictadura no podrá comprender nunca” .

         

          

El delegado de Perón y Secretario General del Movimiento Peronista, Bernardo Alberte, le escribió una carta a Cabo, Verrier, Giovenco y Rodríguez (que permanecían detenidos), en respuesta a una misiva que le habían enviado tiempo antes. Allí señalaba: “todos los bien nacidos de este bendito país, les debemos a ustedes… la circunstancia de sentirnos orgullosos de nuestra condición de argentinos y la certeza que poderosas fuerzas están latentes en el subconsciente colectivo y ya maduras y dispuestas para lanzarse a la recuperación de una Patria que presentimos con destino de grandeza”.

          Jauretche se acercó a la redacción de Panorama para celebrar el operativo. Tiempo después, en otro medio criticó al gobernador Guzmán por no haber asumido la responsabilidad en la circunstancia y denunció el maltrato sufrido por los participantes del Operativo Cóndor que se encontraban detenidos en Ushuaia. A raíz de esa preocupación, entabló un intercambio epistolar con Dardo Cabo.

           Mientras estuvieron detenidos, aparecieron desavenencias en el grupo. Además de las surgidas por la trascendencia dada por los medios al vínculo entre Cabo y Verrier, Giovenco y un grupo de seguidores plantearon la alternativa de fuga. La cuestión concluyó con la destitución “de Cabo y de su mujer” a quien se consideró  como “infiltrada”, la renuncia de Giovenco y la disolución del comando “para que sus integrantes se reincoporen a los organismos en lucha por el Retorno incondicional del General Juan D. Perón”.

           El abogado de la CGT y UOM Fernando Torres logró la excarcelación de catorce miembros de la expedición, nueve meses después de la acción. Cristina Verrier quedó encerrada en solidaridad con Dardo Cabo, con quien se casó.            Cabo, Giovenco y Rodríguez siguieron presos por tres años, haciendo pesar el juez en su dictamen los antecedentes judiciales.

          En el año 2006 la Asociación Bancaria, en la que militaba uno de los “cóndores”, Andrés Castillo, empapeló Buenos Aires, recordando que cuarenta años atrás: “un grupo de jóvenes… desviaron un avión de Aerolíneas Argentinas al que hicieron aterrizar en las islas Malvinas. Allí izaron la bandera azul y blanca para luego, formados ante ella, cantar por primera vez, en la historia de Malvinas, el himno nacional Argentino”.

          Para esa misma fecha la Legislatura bonaerense honró a los participantes de la Operación Cóndor. Dos años después el gobierno provincial otorgó pensiones a los miembros del grupo comando. Lo mismo hizo, mediante una declaración, la Cámara de Diputados de la Nación.

           Verrier conservó las siete banderas izadas en las islas. Las entregó al Estado Argentino. Fueron depositadas en la Basílica de Luján, la Basílica de Itatí, el Salón de los pasos perdidos del Congreso de la Nación; el Patio Islas Malvinas de la Casa de Gobierno; el Museo de Malvinas de la ex E.S.M.A.; el Museo del Bicentenario y el Mausoleo de Néstor C. Kirchner.

Fuentes:

El Puente. Carta de B. Alberte a los compañeros Cabo, Verrier, Giovenco y Rodríguez. Septiembre de 1967.

“Yo ví flamear la bandera argentina en las Malvinas”. Revista Así. Octubre de 1966. Nota de Héctor Ricardo García.

Panorama. “Ellos quieren salvarnos”. Febrero de 1966. Nota de María Cristina Verrier.                                                                                                                                                      Siete Dias. “Cóndores: No hacemos política, pero ¡Viva Perón!¨”. 4 de julio de 1967.

Referencias:

Galasso, Norberto. Jauretche, biografía de un argentino. Buenos Aires, Homo Sapiens, 1997.

Galasso, Norberto. Discépolo y su época. Buenos Aires, Corregidor, 2005. Incluye carta de Dardo Cabo a Norberto Galasso. 30 de junio de 1967.

García, Héctor R. Cien veces me quisieron matar. Buenos Aires, Planeta, 1993.

Hernández, José P. Patriotas y patriadas. Buenos Aires, Editorial Boquerón, 2007.

Velazco, Carlos. ¿Y si invadimos las Malvinas? La trama secreta de la Operación Cóndor. Buenos Aires, Fabro, 2010.

Toynbee, Arnold. Entre el Maule y el Amazonas. Buenos Aires, Emecé, 1968.

Julio Melon Pirro y Darío Pulfer