Ernesto Sábato nació en Rojas, Provincia de Buenos Aires, en el año 1911. Había estudiado en la universidad de La Plata física, matemáticas, doctorándose en el año 1938. Por esa época había formado en primer término de núcleos anarquistas y luego se acercó a agrupaciones afines al Partido Comunista local, del que se desencantó tras participar de un Congreso en Bruselas en el año 1934. Mientras estudiaba y militaba, Sábato  pintaba y escribía.

            La Asociación para el Progreso de las Ciencias le concedió su beca anual para trabajar en el Instituto Curie de París. En esta ciudad se vinculó a grupos surrealistas, entre quienes se destacaba André Breton.

            En 1939 viajó al M.I.T. de Massachussets. Regresa a la Universidad de La Plata donde enseñó en el Instituto de Física. En 1941 abandonó el cultivo de la disciplina. Por esa época dictaba cursos de marxismo, de las que participaba Matilde Kusminsky-Richter quien sería su mujer, con quien tendría dos hijios, Jorge Federico y Mario.

           En el año 1945 publicó su primer libro bajo el título Uno y el Universo, premiado por la Municipalidad de Buenos Aires.

            En el año 1948 se destacó con la obra El túnel, traducido al francés y al inglés de manera inmediata. Más tarde fue llevado al cine bajo los auspicios del gobierno peronista.

            En 1951 publicó Hombres y engranajes y en 1953 Heterodoxia.

            Hacia 1955 ocupaba una posición significativa en el espacio intelectual. Ese lugar se lo otorgaba su producción y su participación activa en los núcleos intelectuales que participaban de la experiencia de la Revista Sur, orientada por Victoria Ocampo. Desde esa ubicación formó parte de los elencos civiles que apoyaron el golpe militar y respondieron a sus convocatorias para cubrir los puestos en el ámbito de la prensa que cambiaba rápidamente de manos. En ese marco, fue designado interventor en el semanario El Mundo, perteneciente a la empresa Haynes.

            De esa manera, se ocupó de constituir un grupo de colaboradores jóvenes y de algunas plumas reconocidas en el ámbito opositor al peronismo, desplazando al elenco anterior.

            En agosto del año 1956 publicó un artículo titulado “Para que se termine la interminable historia de las torturas” en el semanario Mundo Argentino. Ello lo llevó a una confrontación con el interventor militar, el Coronel Julio César Merediz. Poco después, en una audición de Radio del Estado dedicada a literatura, patrocinado por ASCUA (Asociación Cultural Argentina para la Defensa y Superación de Mayo), en la que participaba junto a  Carlos Alberto Erro, dijo: “No puedo hablar de ningún tema literario mientras a poca distancia de aquí, en la cárcel de Las Heras, se está torturando a militantes peronistas”. Luego dirigió una carta al Presidente Aramburu conteniendo la misma denuncia. Ello originó su separación de ASCUA, una serie de polémicas en el seno de la S.A.D.E. y su desafección del semanario. El material fue reunido en una folleto titulado El caso Sábato. Torturas y libertad de prensa. Carta abierta al general Aramburu.

            El frente antiperonista comenzaba a desgajarse. En ese contexto el político nacionalista Mario Amadeo, quien se había desempeñado brevemente como Canciller del General Lonardi, publicó el libro Ayer, hoy, mañana.

            La obra difundida por la editorial Gure, vinculada al Partido Socialista, tuvo un éxito de ventas inusitado. En poco tiempo se realizaron cinco ediciones. Los argumentos eran amplificados por el semanario Azul y Blanco, orientado por Marcelo Sánchez Sorondo, socio político de Amadeo en esa coyuntura.

            Sábato se vio en la necesidad de realizar una réplica a las interpretaciones realizadas por Amadeo. No le interesaba tanto el “ayer” en el que Amadeo trazaba una genealogía nacionalista y narraba en primera persona su participación en los golpes de estado de 1943 y 1955, como el “hoy” para el que el autor se valía de un análisis clasista para explicar las “dos Argentinas” de “peronistas” y “contras”, miraba la realidad desde la experiencia acumulada por  masas peronistas reconociendo logros y llamando a una actitud “templada y generosa” de los “vencedores”, para evitar que en el “mañana” se impusiera el comunismo  si no se le entregaba a los sectores populares “una salida”.

            En su ejercicio de autoafirmación en su papel de intelectual tomaba distancia del “político” Amadeo. Su pequeño opúsculo reseñaba una “breve historia de resentidos y descreídos”. Daba cuenta de la trayectoria de un “oscuro coronel”, devenido en demagogo, carente de escrúpulos y “entusiasta epígono de la doctrina nazi”. Denunciaba la responsabilidad de los nacionalistas, a los que pertenecía Amadeo, en el ascenso de Perón. Criticaba la oposición por miope y cerrada. Planteaba el histórico divorcio entre sectores intelectuales y pueblo y propiciaba la conciliación nacional en base a una reconsideración del lugar del pueblo en el escenario democrático asignándole un rol de sujeto pasivo (condonándole parcialmente, de esa forma, su desvío al apoyar y creer en Perón); resignificar la palabra libertad; entregar los sindicatos a los trabajadores; cesar con las venganzas y persecuciones asumiendo la responsabilidad colectiva en el surgimiento del peronismo.

            Acusaba a Amadeo de buscar una “reivindicación” de Perón, a través de una argumentación que consideraba vituperable:

                Dejémonos de dividir a la patria en réprobos y elegidos, con la piedra de toque de una pureza que ninguno de nosotros tiene…Pero, claro está, no caigamos en el otro extremo,  no hagamos del peronismo un motivo de orgullo; de sus perversiones, robos y asesinatos,  un motivo de nostálgica reivindicación…¡Cuidado! No incurramos en el sofisma inverso, en         el otro, en el grande, en el siniestro sofisma que el tirano puso en            funcionamiento cada vez que necesitó justificar su absolutismo, su persecución y su  burla: el sofisma de que “el pueblo argentino” era únicamente la masa de los desposeídos y que el resto  de millones de habitantes del país era una nada, una entelequia, una abstracción, un               comiquísimo invento de los políticos vendepatrias o si de verdad existía, era apenas algo                más que un montón de basura. Cuidado ahora con          volver a esa doctrina neoperonisa                 que “lo único” que cuenta, “lo único real” es el pueblo,   queriendo significar la masa       trabajadora. Porque aparte de ser cuantitativamente falso        es cualitativamente ruin,  demagógico y peligroso, ya que en  tal caso no sólo no deberían contar para la vida actual y futura de la nación los millones de hombres, mujeres y niños    de la clase media y de las   clases altas, sino tampoco la actividad de sus estudiantes, las   obras de sus artistas e   intelectuales, las creaciones de nuestros espíritus más altos. No nos sumemos, en fin, a la  grosera teoría de un resentido social como Perón, de un      hombre talentoso pero bajo y lleno  de odio por los valores espirituales; no incurramos en la repugnante doctrina que  alguna vez vociferó ese apóstol de la materia pura, ese profeta de la víscera, que “en última instancia”, todo es cuestión de estómago.

            En base a la separación entre el liderazgo de Perón y su régimen, presentadas como mal absoluto, y las masas que podían ser redimidas si aceptaban la subordinación y la obediencia, Sábato cargaba todas las responsabilidades sobre el primer polo, exculpando de manera relativa al segundo. El régimen de Perón, para Sábato, había torturado a estudiantes, generado exilios, “había sitiado por hambre a la mayor parte de los funcionarios y profesores”, practicado el “insulto cotidiano”, “los robos”, “los crímenes” y las “exacciones” más tremendas. El peronismo como movimiento, trascendía, esas características. Perón, sustentado en su propia experiencia de bastardo, se había valido del rencor y el resentimiento para movilizar a las masas, que en su condición “femenina” resultaban presas fáciles de la seducción de cualquier arribista o aventurero:

            Estaban dadas pues todas las condiciones para que un demagogo irrumpiera con incontenible ímpetu desde las zonas más oscuras de nuestra realidad…Y tanto su aprendizaje en Italia, su natural tendencia al fascismo, su infalible olfato para la demagogia, su idoneidad para intuir y despertar las peores pasiones de la multitud, su propia experiencia de resentido social –hijo natural como era- y por lo tanto su comprensión y valoración del resentimiento como resorte primordial de una gran movimiento de masas, y finalmente su absoluta falta de escrúpulos; todo lo capacitaba para convertirse no solamente en el jefe de las multitudes argentino sino también en su explotador».

            Para Sábato, la respuesta del antiperonismo, con sus burlas, desprecio y calificaciones había exacerbado ese sentimiento.

                La mayor parte de los partidos y de la inteligentsia, en vez de intentar una comprensión  nacional y de desentrañar lo que en aquel movimiento confuso había de genuino, de inevitable y de justo, nos habíamos entregado al escarnio, a la mofa, al bon mot de sociedad. Subestimación que en absoluto correspondía al hecho real….Si es cierto que Perón despertó en el pueblo el rencor que estaba latente, también es cierto que los     antiperonistas hicimos todo lo posible para justificarlo y multiplicarlo, con nuestras  burlas y nuestros insultos.

            En perspectiva de futuro, la disyuntiva, según se desprendía de su análisis, se presentaba así:

                Lo grave de nuestro proceso histórico es que los dos bandos han sido hasta hoy                irreductibles: o doctrinarios que creían en las teorías abstractas, o caudillos que sólo               confiaban en la lanza y el degüello. Y sin embargo ambos tenían parte de la verdad,           porque representaban alternativa o simultáneamente las aspiraciones de los grandes   ideales platónicos o las violentas fuerzas de la subconciencia colectiva.

            La situación solo podía ser salvada mediante una síntesis que recuperara “al hombre concreto, al ser de carne y hueso”, realizando “en la política lo que las corrientes existencialistas y fenomenológicas han realizado ya en el terreno de la filosofía”. La responsabilidad por esa tarea recaía, según Sábato, en los “ciudadanos significativos”, en “sus hombres de pensamiento”, en primerísimo lugar en personas “eminentes”.

            El párrafo que da origen al título del ensayo está basado en los fragmentos que transcribimos que tuvieron al mismo Sábato como protagonista:

                «Aquella noche de setiembre de 1955, mientras los doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala la caída del tirano, en un rincón de la antecocina  vi cómo las dos indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados de lágrimas. Y aunque en todos aquellos años yo había meditado en la trágica dualidad que escindía al               pueblo argentino, en ese momento se me apareció en su forma más conmovedora.

                Pues ¿qué más nítida caracterización del drama de nuestra patria que aquella doble      escena casi ejemplar? Muchos millones de desposeídos y de trabajadores derramaban lágrimas en aquellos instantes, para ellos duros y sombríos. Grandes multitudes de  compatriotas humildes estaban simbolizadas en aquellas dos muchachas indígenas que lloraban en una cocina de Salta.

                La mayor parte de los partidos y de la intelligentsia, en vez de intentar una comprensión del problema nacional y de desentrañar lo que en aquel movimiento confuso había de genuino, de inevitable y de justo, nos habíamos entregado al escarnio, a la mofa, al bon mot de sociedad. Subestimación que en absoluto correspondía al hecho real, ya que si en        el peronismo había mucho motivo de menosprecio o de burla, había también mucho de              histórico y de justiciero.

                La obra no cayó en el vacío. En el ámbito de sus antiguos amigos del antiperonismo intelectual, Borges consideró que todo intento de comprensión del peronismo, como el que intentaban Sábato y Martínez Estrada,  significaba un elogio indirecto del “tirano”. Los esfuerzos de los “comentadores del peronismo” por explicar históricamente ese proceso resultan inaceptables, ya que nada hay que explicar porque sólo existe el ‘evidente Perón'».

            En el ámbito del peronismo, desde su exilio montevideano, Jauretche le escribió una carta, que más tarde hizo pública en Los profetas del odio, en la que polemizaba con él poniendo en duda que el motor de las masas fuese el resentimiento:

                «Lamento que usted que tiene formación dialéctica, haya recurrido a la interpretación, inaugurada en nuestro país por Ramos Mejía, de querer resolver las ecuaciones de la  historia por el camino de las aberraciones mentales y sicológicas… No, amigo Sábato Lo que movilizó las masas hacia Perón no fue el resentimiento, fue la esperanza. Recuerde Ud. aquellas multitudes de octubre del 45, dueñas de la ciudad durante dos días, que no     rompieron una vidriera y cuyo mayor crimen fue lavarse los pies en la Plaza de Mayo,   provocando la indignación de la señora de Oyuela, rodeada de artefactos sanitarios. Recuerde esas multitudes, aún en circunstancias trágicas y las recordará siempre cantando en coro –cosa absolutamente inusitada entre nosotros– y tan cantores todavía, que les han tenido que prohibir el canto por decreto-ley. No eran resentidos. Eran criollos alegres porque podían tirar las alpargatas para comprar zapatos y hasta libros,          discos fonográficos, veranear, concurrir a los restaurantes, tener seguro el pan y el techo     y asomar siquiera a formas de vida “occidentales” que hasta entonces les habían sido negadas».

            Agustín Ferraris también incluyó el texto en su obra titulada Pido la palabra, contestando a Martínez Estrada, Mario Amadeo y Ernesto Sábato. Lo que unía a los tres autores, para Ferraris, era su antipopulismo. El diferencial de Sábato  se originaba en sus antecedentes de izquierda y las lecturas de la realidad que realizaba en ese momento.

            Por su carácter polémico o coyuntural, este trabajo no fue incluido en sus obras completas.

Obras:

Sábato, Ernesto. Uno y el universo. Buenos Aires, 1945.

Sábato, Ernesto. El túnel. Buenos Aires, Emecé, 1948.

Sábato, Ernesto. Hombres y engranajes. Buenos Aires, Emecé, 1951.

Sábato, Ernesto. Heterodoxia. Buenos Aires, Emecé, 1953.

Sábato, Ernesto. El otro rostro del peronismo. Buenos Aires, Imprenta López, 1956.

Sábato, Ernesto. Obra Completa. Buenos Aires, Seix Barral, 1997.

Fuentes:

Borges, Jorge L. “Una efusión de Ezequiel Martínez Estrada”. En Revista Sur. Número 242. 1956.

Borges, Jorge L.  “Un curioso método”. En Revista Ficción. Número 6. Marzo-abril. 1956.

El caso Sábato. Torturas y libertad de prensa. Carta abierta al Presidente Aramburu. Buenos Aires, del autor, 1956.

Sábato, Ernesto. “Una efusión de Jorge Luis Borges”. Revista Ficción. Número 4. Nov-dic. 1956.

Sábato, Ernesto.  “Sobre el método histórico de Jorge Luis Borges”.  Número 7. Mayo-junio 1957.

Referencias:

Amadeo, Mario. Ayer, hoy, mañana. Buenos Aires, Gure, 1956.

Catania, Carlos. Genio y figura de Ernesto Sábato. Buenos Aires, Eudeba, 1987.

Constenla, Julia. Sábato, el hombre. Una biografía. Buenos Aires, Seix Barral,1997.

Ferraris, Agustín. Pido la palabra. Contestando a Martínez Estrada, Sábato y Amadeo. Buenos Aires, Capricornio, 1957.

Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Buenos Aires, Trafac, 1957.

López, María P.; Korn, Guillermo. Sábato o la moral de los argentinos. Buenos Aires, América Libre, 1997.

Sarlo, Beatriz. La batalla de las ideas. Buenos Aires, Ariel, 2001.

Terán, Oscar. En busca de la ideología argentina. Buenos Aires, Catálogos, 1986.

Darío Pulfer