Tras el golpe de estado del 16 de septiembre continuaron circulando El Líder y De Frente. En el momento en que el primero fue intervenido junto con la CGT, salieron a la palestra El 45 orientado por Jauretche y Federalista, dirigido por José A. Güemes desprendimientos de El Líder. Al mismo tiempo Lucha Obrera, dirigido por Esteban Rey, sostenía las posiciones de la “izquierda nacional”. Junto con estas expresiones del periodismo de la primera “resistencia” aparecieron manifestaciones más artesanales y espontáneas. El Grasita, hoja orientada por Enrique Oliva, expresaba la voz de los Comandos Coronel Perón mientras Doctrina protestaba por la disolución del Partido Peronista y Momento Argentino, planteaba posiciones terminantes de ataque al gobierno militar. Otra publicación de época fue El Descamisado, de accidentada vida y que por imperio de la detención de su animador, la censura y las circunstancias políticas, fue rebautizado con el título de El Proletario para continuar con su prédica.
Estos emprendimientos rudimentarios, de corta vida, que buscaban dar voz a sectores militantes o agrupamientos sindicales, aparecieron figuras de segundo o tercera línea, que ya habían tenido actuación previa (Ehrlich: 2010). Nos referimos a un saber que los habilitaba para la organización de una hoja, un semanario o simplemente el armado de panfletos para agitar el ambiente próximo.
El trabajo en el ámbito periodístico o académico, la dirección de revistas, la militancia en organizaciones políticas que hacían culto del medio escrito se constituyeron, entonces, en marcas o experiencias que se activaron en las circunstancias complejas que debían afrontar ante el desplazamiento de las posiciones de gobierno del movimiento peronista y de la creciente animadversión que tomaron hacia sus instituciones y representaciones los elencos que se sucedieron en el mando de la denominada “Revolución Libertadora”.
La importancia de esta prensa puede ponderarse y entenderse si tenemos en cuenta que la gráfica era, además, el único espacio en que, con las dificultades del caso, podían aparecer informaciones e interpelaciones alternativas. Ni la radio, cuyos espacios pertenecían al Estado que las concesionaba, y mucho menos aun la incipiente televisión eran, en este sentido, permeables, y no existía tradición, además, de programas de discusión política (Carman, 2015).
El 30 de noviembre de 1955 apareció en Buenos Aires un periódico modestamente editado y cuya denominación, en plena radicalización “libertadora”, sorprendió. Anunciado en tipografía de gran tamaño, El Descamisado era un verdadero desafío de palabras y símbolos asociados al “régimen depuesto”.

Pero el propósito de este medio no fue el de escandalizar a la opinión pública en un momento de fortaleza “libertadora” sino, por el contrario, generar una información alternativa y, sobre todo, establecer un contacto con sus eventuales lectores en un contexto en que los “descamisados” no contaban, por cierto, con canales de expresión identitaria.
Hubo como sabemos, durante el gobierno militar que derrocó a Perón, una verdadera eclosión de prensa política que llevó a que en los puestos de venta compitieran voces ávidas de informar -y de formar, cuando no de regenerar- al ciudadano argentino. En este sentido, el gobierno tuvo una prensa, que no solo fue la de los grandes diarios nacionales, la cual, al amparo de la intervención y confiscación de las editoriales y medios simpatizantes del movimiento derrocado (y del partido ahora disuelto) expresó, de modo a veces virulento, lo más granado del antiperonismo (El Gorila, El 16). También, como sabemos, comenzó a aparecer luego una prensa disidente de corte nacionalista que, como hiciera la revista Qué para el frondicismo, comenzó a interpelar oblicuamente al peronismo proscripto y desolado (Revolución Nacional, Azul y Blanco). En cuanto a los medios de corte peronista, luego de que se acallaran las voces remanentes de De Frente y El Líder, se conocieron también emprendimientos periodísticos sorprendentes como El 45, que dirigido por Arturo Jauretche apareció apenas caído Lonardi y que en la fecha de referencia publicó su segundo y postrer número, o Federalista, que se extendió por ocho números dirigido por José A. Güemes. Desde tal óptica El Descamisado fue, también, un pionero entre los que se atrevieron a desafiar la hegemonía creciente del ala radicalizada de la dictadura militar.
Unos días después, el 8 de diciembre de 1955, se conoció Doctrina con una frase incrustada en el logotipo que decía “Es Verdad y Nuestra Guía”. Estaba dirigido por José Rubén García Marín y protestaba por la disolución del Partido Peronista con el título catástrofe “¡Muerte Civil!” y agregaba que “La conciencia no se disuelve con decretos”. Afirmaban una identidad y desafiaban: “Somos y no somos a la vez. No tenemos nombre y todo el mundo nos nombra. Cuanto más se nos quiere ocultar, más se nos pone en evidencia y cuanto más se nos quiere cortar la respiración, respiramos con más fuerza” (Scoufalos, 2005). El mismo día salía en la ciudad de Rosario el periódico La Argentina, dirigido por Nora Lagos. Por ese tiempo, también circulaban Palabra Argentina de Olmos y Norte de Alberto M. Campos sufriendo secuestros y detenciones. Aunque los peronistas no debían, pues, podían tener su prensa. Allí se jugaba el valor otorgado a la palabra escrita, que corría variada suerte en el árido desierto de los años 1955-1956.
El papel de El Descamisado resulta altamente ilustrativo de tales circunstancias. Una prensa que postulaba el deseo de seguir apareciendo y que era por demás consciente de su inermidad. “Porqué tenemos una sola hoja”, titulaba la nota que, arrinconada en el ángulo inferior derecho de su segunda y última página, finalizaba el número inaugural. “Los hombres que llevamos adelante el enorme esfuerzo de lanzar a la venta “EL DESCAMISADO” somos, como es natural, descamisados. TENEMOS POCA PLATA, y esta simple hoja cuesta miles de pesos” (Descamisado, Número 1: 2).
La publicación, que salía bajo la dirección de Manfredo Sawady y que refería su “administración” en el departamento 2 de Grecia 3361, Avellaneda, se vendía a un peso por ejemplar, un precio “relativamente alto”, si lo comparamos con El Líder que costaba 40 centavos y tenía más páginas, como ellos mismos reconocían, pero impuesto por los costos de impresión.
La hoja, que se proyectaba como quincenario, postulaba la necesidad de duplicar sus dimensiones a cuatro páginas y de llevar sus ediciones a semanales. La clave de su esperada expansión era, esencialmente, el concurso de los “descamisados” a quienes se llamaba a colaborar organizándose en cada barrio para distribuir el periódico y recoger contribuciones para asegurar la continuidad. El primer número tuvo un éxito inmediato, desapareciendo a los tres días y por tal motivo se “…reimprimieron varios miles más”. Luego dirán que tuvieron que pasar de una tirada de 40 mil a la salida de 52 mil ejemplares “debido a la demanda de los descamisados” y de un llamado al concurso de colaboradores y distribuidores en todos los barrios (El Proletario, Número 2: 3-4).
Las notas de este, que en rigor sería el primer y único número de El Descamisado, son representativas, aunque pioneras y en algún sentido singulares, del tono que tendría la prensa peronista en esos duros años.
Comenzaba con una fuerte crítica al Plan Prebisch e incluía notas de actualidad sobre temas diversos pero concurrentes, todos, en el señalamiento de un contraste significativo con las políticas de la década precedente. “Prebisch y la vuelta de Braden significan la pobreza del pueblo”, titulaban, decantando en el argumento de que la devaluación salvará a la oligarquía exportadora y deprimirá el salario de los trabajadores.

Otra importante pero menos extensa nota analizaba uno de los correlatos de la nueva política económica con el sugestivo título de “El funeral del IAPI” y varios apartados informativos se dedicaban a las luchas gremiales que repudiaban a las intervenciones y realizaban distintas acciones tendientes a lo que, ya en esta temprana época, definían como la recuperación de las representaciones sindicales. Las menciones referían a Gas del Estado y a la “Comisión Pro Recuperación de la Unión Ferroviaria”.
Ahora bien, en ese análisis de los conflictos gremiales no prevalecía el cuestionamiento al gobierno o a las patronales sino que, por el contrario, apuntaba a la dirección de la clase obrera. En la nota referida a los ferroviarios, por ejemplo, afirmaban que luego de algunos intentos la Comisión encargada de recuperar el sindicato, sencillamente había “perdido el rumbo” en beneficio de una tendencia a la conciliación con el ejecutivo y el ministerio de trabajo que “telegrama va y telegrama viene” había comenzado ya durante el período lonardista. En el análisis de dicho proceso el periódico consideraba que este trámite licuó y desalentó el amplio respaldo inicial que se había obtenido de las bases en cada asamblea. A medida que leemos estas notas nos percatamos también de que esta consideración, atenta a lo que acontecía en el movimiento obrero durante los primeros tiempos de la “revolución libertadora” se hacía extensiva a lo ocurrido durante el peronismo gobernante y particularmente involucraba al momento de la caída. Para El Descamisado la crisis sindical tenía íntima relación con la crisis nacional que se estaba viviendo y que en lo inmediato remitía al 16 de setiembre, “fecha en que empieza la caída del gobierno de Perón”. Contrariamente a lo esperado entonces por los obreros, argumentaban, la CGT no se movió ni en ese momento ni durante los días siguientes y, por el contrario, cuando el golpe definió en favor de los insurrectos su máxima dirigencia llamó a la tranquilidad. Así “el triunfo de la contrarrevolución oligárquica e imperialista” colocó a la central obrera en una posición de inferioridad que, recordaban, comenzó con el llamado a la paz de los espíritus de parte del secretario general Hugo Di Pietro y se perpetuó en pleno lonardismo cuando Andrés Framini y Luis Natalini, los sucesores a cargo de la central obrera en el tiempo previo a la intervención, instaron a dar cumplimiento al decreto ley que estableció el 17 de octubre como día laborable.
En tapa reprodujeron una imagen de “las patas en las fuentes” con un epígrafe: “El 17 de octubre pasado no estábamos en la calle. No pudimos, pues, manifestar nuestra solidaridad con las masas trabajadoras que el 17 de octubre de 1945 impusieron una solución popular y democrática, frente a la coalición oligárquica e imperialista” (El Descamisado, Número 1: 1).
Según la publicación se registró, en el aniversario de la fecha fundacional del peronismo, un importante ausentismo pese a una dirigencia que, no obstante, o a entender del periódico precisamente a raíz de su actitud claudicante, debió soportar luego una nueva embestida gubernamental. En tales circunstancias resultaron estériles las vacilantes medidas tomadas a destiempo por una central obrera que, pese a todos sus retrocesos, terminó intervenida (Melon Pirro, 2009: 45).
Si la lectura e interpretación de los hechos resultaban compatibles con los discursos y relatos de un peronismo duro y con la lógica de la resistencia, a todas luces la matriz teórica contenía, empero, ingredientes que no solían encontrarse en la superficie de la identidad, de la práctica y del lenguaje peronista al uso por entonces. Así lo anticipaba el título de la citada nota: “Contra los explotadores: ¿Política oportunista o política de clase?”, donde los “oportunistas” no son sino los máximos dirigentes sindicales de extracción peronista (El Descamisado, Número 1: 1-2).
Otros apartados, dedicados a satirizar al gobierno y sus partidarios y, particularmente, a marcar la paradoja de la libertad de prensa, encuadraban mucho mejor en lo que sería la impronta de toda la prensa peronista del período, víctima principal de una libertad que excluía a muchos. En este caso se trataba de una sátira a la Junta Consultiva y a los partidos que la integraban, figuras “patricias y respetables” que gustaba fabricar la “democracia”. Conservadores, radicales y demócratas progresistas y hasta un reptante partido comunista que pugnaba por ingresar al nuevo-viejo círculo en el que se proclamaban palabras como “libertad”, “democracia”, “honor”, “moral”, etc., eran representados en un dibujo en el que no faltaba una bandera inglesa que acompañaba a los asesores económicos del nuevo rumbo: “Un plato conocido que la clase obrera no se tragará”.

Pero si esto último -la caricaturización de un escenario falsamente democrático y liberal- será una constante en toda la prensa de la resistencia, El Descamisado se singularizó, como decíamos, por un cuestionamiento que se dirigió al interior del peronismo y que se focalizó particularmente en el sindicalismo. No se trataba, como ocurriría con otros medios, de una crítica de “interna partidaria” toda vez que no se hablaba aun de apertura política alguna ni tampoco de alternativas “neoperonistas”. Por el contrario, en el momento en que se proscribió y se conculcó la posibilidad de actuación y de expresión partidaria de los peronistas, El Descamisado la emprendió, como acabamos de observar, con las razones que llevaron a la defección peronista en el momento del golpe, y a la perpetuación de actitudes y políticas que juzgaba equivocadas y que centraba, esencialmente, en el papel de la CGT y de la máxima dirigencia de los trabajadores organizados.
En una nota titulada “El fondo real de los últimos golpes y contragolpes políticos” El Descamisado afirmaba en tono más contundente que el del resto de la incipiente prensa resistente que el 16 de setiembre de 1955 se había restituido “la democracia y la libertad” que “en parte habían perdido los oligarcas e imperialistas bajo el gobierno de Perón” de donde el aparato del Estado pasó a ser dirigido entonces “DIRECTAMENTE” por esas clases sociales (El Descamisado, Número 1: 2). El gobierno de Lonardi, argumentaba, fue el del “tanteo” de la situación de la clase obrera, pero el de Aramburu sería menos contemplativo ya que a diferencia del anterior, que implicaba todavía la posibilidad de un equilibrio reaccionario entre “la oligarquía nazifascista y la burocracia cegetista”, ahora “la oligarquía lleva de las narices a la burguesía industrial” que “teme más a las movilizaciones proletarias que a las imposiciones de su ‘aliada’” (El Descamisado, Número 1: 2).
El lenguaje y la crítica parecen, pues, sensiblemente afines a los núcleos de izquierda de filiación trotskista que acompañaron con distintas argumentaciones el desarrollo del peronismo y más orgánicamente y en una alianza más vasta, desde el Partido Socialista de la Revolución Nacional, los tramos finales de esa experiencia.
La identidad señalada, subrayaba, no obstante, parte de una interpelación que se formulaba en términos peronistas: “Buscamos un nombre y dimos con este; EL DESCAMISADO. Tajante como una navaja, explosivo como una bomba, claro como una bandera y un programa” (El Descamisado, Número 1: 1). La identidad cultivada, en otro nivel, no era tanto la que hundía sus raíces en la experiencia del peronismo, sino una que tenía una sombra más larga: los antecedentes del “descamisado” se remontaban muy atrás en la historia y se identificaban con los primeros sindicatos organizados hacia medio siglo, pasando por la “Semana Trágica” y todas las instancias de lucha del movimiento obrero.
En esa saga, el peronismo había sido “…el ensayo general en que la clase obrera argentina probó su fuerza…”. La identidad buscada, era, precisamente, la de la clase. A juicio de ED aquel “ensayo” había sido contradictorio, ya que había implicado “el contubernio entre explotadores y explotados”, algo que solo podía resultar en “la quiebra general del movimiento”. Si el peronismo, pues, “ha sido”, resultaba claro que ED procuraba aparecer como la voz de “una nueva etapa en la que la clase obrera organizará su propio partido”. El remate “teórico” de tal proyección, pese a todo, seguía concediendo un lugar a las formulaciones doctrinarias peronistas cuando pese al afirmado “clasismo” por momentos concluía en que “entramos en la época de la preparación y la lucha de la clase obrera con el fin de reorganizar la Nación según los intereses de quienes trabajan y producen” (El Descamisado, Número 1: 2).
Cuando iniciamos esta pesquisa nos demoramos en la búsqueda del primer ejemplar de EP y en la de información sobre el director de ED. Al cabo de un tiempo concluimos en que ni el primero ni el segundo existían, esto es, que EP había continuado más que sucedido a ED. Tanto la dirección administrativa como la imprenta eran idénticas, y pronto concluimos que también lo era la figura de su director, solo que ahora aparecía con su nombre real en lugar del seudónimo que había usado precedentemente. Volveremos sobre eso y sobre las razones que llevaron al cambio de denominación de la publicación, pero sepamos por ahora que se trata, esencialmente, del mismo tipo de periódico, con la salvedad, también inscripta en la continuidad desiderativa del precedente, de llegar a las cuatro páginas.
La edición de El Proletario, del miércoles 21 de diciembre de 1955 fue tan pródiga en información y definiciones como la anterior de El Descamisado. Continuaba con la línea de crítica fuerte al gobierno militar y sus cómplices políticos, pero desarrollaba en una medida no menos significativa la del movimiento derrocado. Si en el número anterior el tema en este sentido había sido, digamos, la “defección” de la CGT en la hora decisiva, en este lo era la aceptación del paternalismo peronista, que decían haber cuestionado, y la aceptación de que el gobierno que cayó en 1955 fue nada menos que “una dictadura”, como lo era la del nuevo gobierno militar. Este era un tema que editorializaron al momento de anunciar, precisamente, la prisión del director.
Para entonces la situación había empeorado decididamente para el peronismo y, en lo que focalizaba el periódico, para el movimiento obrero. A un mes de la intervención de la CGT y de casi todos los sindicatos lo que cabía, y era proclamado en grandes titulares era “organizarse en las fábricas”. Nuevamente, la lectura de la siguiente nota era la que explicaba el tono de la información que se proporcionaba y la postura de los animadores del periódico. El hecho de que el gobierno militar hubiese conculcado la legalidad del Partido Peronista no era motivo de queja o condena, y menos ocasión de señalar que la medida había sido tomada por un gobierno de facto ya que, “a fin de cuentas, cuatro quintas partes de la humanidad viven bajo una dictadura, y todos nos hemos acostumbrado a interesarnos más por el contenido social de la dictadura que por la forma misma”.
El conjunto de las fuerzas políticas que, con sus particularidades, bregaban cada una por contar con parte de la “herencia” peronista alcanzaba aun al Partido Comunista que pugnaba por ingresar a la Junta Consultiva, aunque procuraba granjearse el apoyo de los trabajadores. El periódico, por el contrario, mientras colocaba todas sus expectativas en un público obrero y cuestionaba severamente lo que consideraba un patético desfile de antigüedades y de lemas democráticos y liberales, no manifestaba interés alguno en la legalización del partido recientemente proscripto. Es más, cuestionaba aquel moderado editorial de De Frente en su edición del 12 de diciembre en los que Cooke argumentara que la proscripción “está echando a las masas peronistas en los brazos del comunismo”. El teorema criticado terminaba en la asunción de que si se daba legalidad al partido peronista “este hará todo lo posible por portarse bien, y mostrarse un buen chico, educado y correcto” (El Proletario, Número 1: 1).
Otra nota, referida precisamente a la disolución del partido, en el fondo complementaba los énfasis de la citada precedentemente. Respondiendo a quienes sostenían la legitimidad de las medidas en la carencia de participación de las bases de afiliados, argumentaban que “si en la Dirección del Partido Peronista la masa hubiera tenido una participación mayor… No habría habido pasividad, ni cruzarse de brazos, ni escondidas debajo de la cama”. Por el contrario, “millones de trabajadores hubieran puesto las cosas en su justo lugar”. La contradicción, pues, no radicaba a ojos del medio en el hecho de que un gobierno emergido de un golpe militar proscribiera a un partido que electoralmente había sido claramente mayoritario sino, por el contrario, en la falsedad del argumento de un déficit de participación cuando los hechos, esto es, la disolución concreta de la instituciones por parte del gobierno, demostraban que el objetivo no consistía en restablecer la democracia interna sino, sencillamente, en eliminarla (Decreto 3885).
La falta de consideración al caudal de votos mayoritario que ostentara el peronismo, un activo apetecido por casi todas las fuerzas políticas y especialmente considerado por lo que sería la prensa de oposición a la Revolución Libertadora tenía un punto de partida que era el reconocimiento de la democracia electoral como un obstáculo para las verdaderas transformaciones, y un punto de argumentación coyuntural relacionado con la función histórica que a su juicio terminaría teniendo el gobierno militar. Los editores entendían, o al menos decían, que el nuevo régimen estaba desarrollando una labor revolucionaria de la que no era consciente y que, más bien, era contraria a la que imaginaba. La clave ultima de esta tarea radicaba en “desprestigiar, a los ojos de las masas, el mecanismo de la democracia formal, con sus distintos partidos, elecciones, respeto por la voluntad popular, etc. etc.”. La antítesis del régimen no seria, parece, ya, el peronismo, que de hecho había hecho lo propio y con esto, parecía haber, cumplido, esto es, finalizado, su propia misión histórica. Entre las lecciones que el peronismo había empezado a dar a las masas estaba aquello de que “cuando los conflictos de intereses sociales se tornan agudos no hay ni puede haber democracia para todas las clases”. La Revolución Libertadora, pues, estaba completando esa tarea y “nosotros, con o sin libertad de prensa, con o sin detenciones, procuraremos ponerle el almíbar a esa torta que están horneando los expertos gastrónomos que se suceden en la Casa Rosada” (El Proletario, Número 2: 1).
Independientemente de la interpretación y de la ponderación de factores que hiciera, para EP estaba claro que los trabajadores argentinos no reconducirían su participación en las decadentes fuerzas políticas “democráticas” y que tampoco “se refugiarían en los brazos del comunismo”. En cuanto al peronismo, si su dirección se mostraba “propicia a la inacción, a la pasividad y al compromiso, LAS MASAS TOMARAN OTRO CAMINO”. Las masas de descamisados, concretaba El Proletario, “CONSTRUIRÁN SU PROPIO PARTIDO” (El Proletario, Número 2: 1).
El principal título de El Proletario, no obstante, no era ninguno de los apuntados sino el que denunciaba que el director de El Descamisado había sido detenido el jueves 1 de diciembre por la mañana, exactamente un día después de la aparición del primer número, que era el que hemos comentado precedentemente. En la ocasión consideraron que el título del periódico era lo suficientemente provocativo para ser considerado un “libelo” inadmisible, y relataban los avatares que debió soportar entonces en prisión Aníbal Leal, quien abandonando el seudónimo de Manfredo Sawady firmaba ahora, con su propio nombre, como director de El Proletario.

En congruencia con otras notas ya citadas, EP aclaraba que “el régimen anterior fue, efectivamente, una dictadura desde el punto de vista formal. No se expresaba más opinión que la opinión oficial. Pero ocurría que desde el punto de vista social –que es el que realmente interesa- el gobierno peronista tenía tras de sí a la mayoría de la población, la cual, por lo tanto, no se sentía privada de libertad ni sometida a una dictadura. A la inversa, el oligarca, el capitalista, o el estudiante “democrático” se sentían “oprimidos” y ahora están “liberados””. Desde lo formal, pues, ninguno de los dos regímenes eran democráticos, pero el peronismo llevaba la ventaja de que, desde el punto de vista social, era más popular y democrático que el actual” (El Proletario, Número 1: 1).
No parecía, por cierto, la manera más peronista de comparar ambos gobiernos, algo que seguramente se debía a la pluma de Leal, que tenía en su haber una trayectoria y un posicionamiento diferenciado. Efectivamente, Aníbal Carlos Timoteo Leal nació en Buenos Aires el 30 de octubre de 1921, “en el seno de una familia de extracción obrera, aunque su madre tendría ascendencia noble; su padre era un inmigrante catalán” (Tarcus, 2007: 359). Estudió abogacía en la UBA militando en la Federación Juvenil Comunista, de la que se separó por sus simpatías con los planteos trotskistas. Más tarde se orientó hacía estudios de traductorado. Aunque no los concluyó, manejó varios idiomas y se desempeñó como traductor, fundando un gremio de esta profesión. En octubre de 1945 participó del grupo que editó la revista Octubre bajo la dirección de Jorge Abelardo Ramos y Mauricio Preeloker (Galasso, 2004: 361). Se alejó de este nucleamiento siguiendo a Miguel Posse quien constituyó la Unión Obrera Revolucionaria y editó el periódico El Militante entre los años 1945 y 1949 (Tarcus, 2007: 527). Se desempeñó en sus tareas de traducción y hacia 1955 sostuvo posiciones independientes en el ámbito de la izquierda que valorizó la experiencia del peronismo. Por su antigua disidencia no formó parte del Partido Socialista de la Revolución Nacional, manteniendo afinidad con los planteos derivados del grupo de Posse-Fossa en el que ocupaban un lugar importante las categorizaciones de bonapartismo, paternalismo y dictadura (Ribadero, 2013). Estas huellas pueden dar cabida a cierta explicación de los argumentos utilizados para defender la posición de los “hermanos de clase” aludidos, una y otra vez, en la publicación (El Descamisado, Número 1: 1).
El resto del periódico contenía notas que sí resultaban mucho más homologables a las del resto de la prensa peronista. “Alto a los desalojos”, “31 obreros en la calle reclaman justicia” (sobre problemas sociales puntuales), “Constitución de 1853, de 1949 o reinado de la fuerza” (contra la “adoración legalista” y el “cavernario espíritu” de la oligarquía), “El Kremlin habló” (una crítica a los comunistas que celebraron la devolución de La Prensa a la familia Gainza Paz y callaron la intervención de la CGT).
Cabe consignar que la tirada de este número de El Proletario ascendió a 30 mil ejemplares, de los cuales se vendieron 18000 (Carman, 2015: 238).
El tercer y último número del que disponemos salió fechado en la segunda quincena de enero de 1956 y anunciaba un cuarto para el 31 del mismo mes.

El formato, tamaño y dirección seguían siendo los mismos. Las notas, mucho más detalladas en términos de información concreta, se centraron en los conflictos sindicales y en temas de impugnación a las políticas “libertadoras”, particularmente referidas a la intervención de la CGT y de los sindicatos miembros, abandonándose relativamente el énfasis en la crítica a la dirección obrera: “¡Unidad y acción para defender a los despedidos! La solidaridad obrera detendrá la ola de despidos y represalias patronales”, “¡Que salga la intervención de la U. O, Metalúrgica” (El Proletario, Número 3).
Aparecieron también, de modo más insistente que en los números anteriores, cuestionamientos a las medidas concretas que afectaban a los sectores sociales más desprotegidos, tales como los desalojos urbanos y los despidos en las empresas, a la vez que las críticas políticas se siguieron posando en los partidos de la izquierda que actuaban como cómplices de las políticas antiobreras del gobierno militar (El Proletario, Número 3: 3).
Se reforzaba en este postrer número una tendencia que más de un medio precario jugó en la coyuntura: la búsqueda desesperada de apoyo entre sus lectores.
Apareció, también, una sección que en la prensa política del período solía recibir el nombre de “carta de lectores”. Aquí, en El Proletario, se denominó “Escriben los Descamisados” de modo absolutamente anónimo y en un tono tan congruente y estereotipado con la línea editorial del medio que lleva a dudar sobre su autenticidad.

“Los reyes magos vienen montados en vacas y traen regalos siniestros a los trabajadores argentinos” fue el comentario del precario dibujo que, sin firma, representaba a los presentes de “libertad de prensa”, “CGT intervenida”, “Plan Prebisch”, “desalojos” y “empréstitos”.

Catalina Scoufalos, atenta a la luchas por las palabras y sus significados, ha valorado la elección por parte del periódico, de un título de inequívoca connotación peronista como era El Descamisado (Scoufalos, 2005, 2007). Referido peyorativamente al comienzo por los opositores, como tantos otros, el término “descamisado” fue resemantizado y privilegiado en el uso por los peronistas. En particular fue utilizado frecuentemente en las comunicaciones públicas de Eva Perón junto al de “grasitas” (otro de los títulos utilizados en la prensa de la época).
¿Cuáles fueron las razones que llevaron al abandono de esa denominación de indudable raigambre peronista? Tenemos que retomar el contenido del número 2 de El Proletario, en el que informaban la detención del director de El Descamisado, en la que consideraban que la medida represiva estuvo originada en la sola utilización de dicha palabra, “una clara señal de que estamos en la buena senda”. A continuación, abordaron el asunto del cambio de nombre objetado: “Se afirma que si lo cambiamos no se pondrán obstáculos a la aparición de esta hoja. Pues bien, como el contenido es más importante que la forma, y para poder seguir en la calle aceptamos. En adelante tomamos el nombre de «El Proletario» que es como decir el «descamisado en difícil». ¿Para qué negar que le tenernos tanto cariño a este nombre como al anterior?” (El Proletario, Número 2: 1).
Es probable que además de las cortapisas legales que debía sortear y de los obstáculos económicos que confesaron desde el primer número, el contenido no haya resultado el más atractivo para los lectores peronistas, esto es, al decir del mismo periódico, para los “verdaderos descamisados”. El cambio de denominación de “Descamisado” a “Proletario”, en un momento en que la Revolución Libertadora estaba restringiendo la circulación de las expresiones y símbolos asociados al “régimen depuesto”, no debe haber contribuido tampoco a su popularidad y arraigo.
Años después el director decía que el cambio de nombre “…por una palabra europea desconectada de las luchas argentinas” (Carman, 2015: 238) había decretado el desenlace de la publicación, aunque el número 3 también había sufrido secuestros y el periódico la clausura.
Galasso escribió su propia versión de aquella referencia de Leal al evocar el trámite que involucró al cambio de nombre frente a Coordinación Policial: “Leal, contaba con mucha gracia, que para dejar en descubierto el falso democratismo del policía, le propuso darle el nombre de ‘El Proletario’ y que éste aprobó la propuesta. Poco después, se publicó en Avellaneda y Lanús ‘El Proletario’, nombre ajeno a la tradición de los trabajadores peronistas y resultó un fracaso total” (Galasso, 2004: 361).
Más allá de toda evocación, las tensiones que la solución involucraba no podían haber sido expresadas con mayor claridad. Si por un lado el recurso procuró sortear una cortapisa represiva, por la otra ponía en tensión la inteligibilidad de su presentación, algo que ya estaba implícito en el contenido mismo, con sus pliegues, argumentaciones y categorizaciones consignadas a lo largo del texto.
Fuentes
El Descamisado. Número 1. 8/12/55.
El Proletario. Número 2. 21/12/55.
El Proletario. Número 3. 15/1/56.
Referencias:
Carman, Facundo. El poder de la palabra escrita. Buenos Aires, BN, 2015.
Ehrlich, Laura.. Rebeldes, intransigentes y duros en el activismo peronista, 1955-1960. Tesis de Maestría, Universidad Nacional de General Sarmiento. Buenos Aires, 2010.
Galasso, Norberto (comp). Los malditos. Bs.As., Madres de Plaza de Mayo, 2004. TIII.
Melon Pirro, Julio. El peronismo después del peronismo. Buenos Aires, Siglo XXI, 2009.
Scoufalos, Catalina, El Decreto 4161: La batalla por la identidad, tesis de Licenciatura en Historia, UBA, 2005.
Scoufalos, Catalina. 1955. Memoria y resistencia. Bs.As., Biblos, 2007.
Ribadero, Martín. “La batalla por la doctrina”. En Historia y problemas del siglo XX. Año 4. Vol 4.
Spinelli, María. De antiperonistas a peronistas revolucionarios. Las clases medias en el centro de la crisis política argentina (1955-1973). Buenos Aires, Sudamericana, 2013.
Tarcus, Horacio. Diccionario biográfico de la izquierda argentina. Bs. As., Emecé, 2007.
Julio Melon Pirro – Darío Pulfer