–¿Recuerda el golpe del 16 de septiembre de 1955?

–Sí, en esa época trabajaba como obrero en la Cervecería Bieckert, y estaba estudiando ya refrigeración. Era peón, cargaba y descargaba camiones. Y mientras hacía eso a la noche estudiaba en la escuela técnica de oficios. Era una distribuidora de Cerveza. De Llavallol mandaban acá y distribuíamos a todo Zona Sur: Lanús, Avellaneda, a veces Temperley. Ahí trabaje: cargando y descargando camiones, tres años y en esos tres años aproveché para estudiar un oficio, una profesión, porque yo quería ser abogado y resulta que tuve problemas económicos, problemas de familia y de enfermedad, y me tuve que hacer cargo de mi casa; era una edad muy temprana porque murió mi madre cuando yo tenía 17 años, con lo cual, tuve que dejar de estudiar y ponerme a trabajar fuerte en dos lados.

–¿Cuando empieza a organizarse, en Lanús, lo que se va a llamar Resistencia Peronista?

–Empezamos a partir de los bombardeos a Plaza de Mayo, en Junio de 1955, nosotros empezamos a armar grupos de resistencia entre el 16 de junio y el 16 de Septiembre. El 16 de septiembre fue un golpe al pedo porque el almirante Aníbal Olivieri y todos esos le habían jurado a Perón que se quedara tranquilo, lo cuenta el mismo Perón eso, fueron traidores. Y se produce lo del 16 de Septiembre, un golpe in esperado porque Perón tenía el compromiso de los más altos jefes que estaban en ese momento de que no iba a haber ningún problema e iban a llamar a las elecciones adelantadas inclusive. Perón hasta les ofreció la renuncia para que no haya derramamiento de sangre: “Si soy yo el que molesto, no tengo ningún problema, me voy”. Entonces los que habíamos quedado en hacer algo quedamos a la expectativa, teníamos que ir a un lugar donde nos dieran armas y alguien que nos manejara también porque no podíamos ir dispersos. En ese interin se produce lo del 16 de Septiembre.

–¿Tenían un nombre que los identificaba? ¿Cuántos integraban el comando en el que usted participaba? ¿Qué acciones desarrollaban?

–En el grupo donde participaba eran más o menos veinte personas, mujeres y hombres. Las acciones eran reivindicar al general Perón y desmentir todas las infamias que se decían, ese era el objetivo principal y tratar de desgastar al gobierno de facto. Nos reuníamos clandestinamente y tomábamos una responsabilidad por grupo de dos, tres, cuatro. En mi caso tenía un compañero: Ramos, es de mi misma edad, hicimos el servicio militar juntos. Nosotros salíamos dos o tres -no podíamos hacer mucho barullo porque andaban los grupos civiles revolucionarios que nos podían tirar a matar-. En ese momento yo conocí a Inés López y nos reuníamos en la casa de ella, estaba Rufino Ponzanetti, que fue el Presidente del Consejo de Deliberante durante la primera y segunda presidencia de Perón, fue una excelente persona, Alberto Tosso, Eusebio Ramos, Rodolfo Ramos y después tengo otros cuantos que se me han ido un poco de la cabeza los apellidos. Nosotros respondíamos a las directivas de Federico Durruty, como secretario general de la CGT de Avellaneda-Lanús y Presidente del Partido Justicialista de la Provincia de Buenos Aires; funcionaba como enlace de los distintos grupos de la resistencia en Avellaneda y Lanús. Estuvo reunido con nosotros varias veces y traía las estrategias a aplicar, nosotros las discutíamos, le agregábamos cosas y si había algo que no nos convencía, había gente, por ejemplo Ponzanetti, que era un referente de mayor conocimiento se encargaba e Inés López también.

–¿Tenían contacto con otros grupos de la Resistencia?

–Sí. Nos instruían también, Ellos sabían lo que iban a hacer, entonces instruía como teníamos que hacer. Ya eso era de una forma muy reservada, yo no tenía acceso a esas reuniones, eran, más bien, reuniones secretas donde desde nuestro referente nos comunicaban que tal día íbamos a hacer tal cosa. Había reuniones entre civiles y militares. La referente López era nuestra referente porque era la que ponía la casa, entonces ahí nos teníamos que reunir si o si. Todas las reuniones, cuando empezamos, las hacíamos en la casa de Inés López, en la calle Lavallol 120.

–¿Y qué tipo de acciones desarrollaban? –En el caso mío, dije en una reunión que me manden a cualquier lado, si tengo que pegarle un tiro al almirante Rojas, yo me hago cargo y se lo pego, lo que no voy a aceptar es poner una bomba y le explique por qué: Porque yo no quiero matar a inocentes; porque por matar a un miembro de esa familia, mato a la familia. Entonces yo tenía conciencia de eso y mi conciencia no me permitía hacer eso, porque hay que jugar limpio. Entonces mi misión era ir a lugares muy peligrosos a poner por ejemplo: “Muera Rojas, Muera Aramburu, asesino”. Íbamos con dos compañeros, con dos tarros de pintura y dos pinceletas.

–¿Recuerda quienes eran esos compañeros?

–Adolfo Ramos. Con el fuimos muchas veces, después estaba Ledesma, no me acuerdo el nombre. Pero no más de dos o tres. Teníamos que ir, por ejemplo, al lado de la regional, a un ñato que era contra y escracharlo, en dos segundos le dejábamos toda la casa pintada y rajábamos porque si no nos agarraban también. Muchas veces hubo canas que nos vieron, que para mi eran peronistas y no nos detuvieron.

–Aparte de esas acciones de propaganda, ¿realizaron algún sabotaje?

–También. Cuando había alguna huelga general de trasporte y había algunos que por temor o por no estar de acuerdo carnereaba, como vulgarmente se dice, yo tenía una motoneta, un taller y hacia “miguelitos” con otros compañeros. Íbamos de noche en la motoneta, y tirábamos en las cunetas, entonces los colectivos que carnereaban quedaban todos pata para arriba.

–¿Los delegados de base de la cervecería tenían vínculos con ustedes?

–Claro, porque los delegados de base se reunían con la comisión directiva en la fábrica, traían las directivas hacia nosotros y nosotros captábamos ciegamente lo que decían.

Ese fue un poco el triunfo también: ser disciplinado. La organización vendría a ser tipo piramidal: De arriba venia las directivas, nosotros las íbamos pasando a los compañeros, los que trabajaban con nosotros y los que no, pero sabíamos que estaban en la lucha igual que nosotros, y los que no estaban muy en la lucha nos encargábamos de ir a buscarlos y convencerlos, entonces aumentábamos la resistencia. Trabajábamos de la mejor manera que se pudiera y tratando de no ser descubiertos, porque llego un momento que ser descubierto era no volver a vivir. Nosotros hicimos actos relámpagos por todos lados; incluso se hizo un acto que organizó Andrés Framini en la Plaza Alsina de Avellaneda, un acto central. Una de las estrategias era pedir permiso, en este caso al Obispo, que era quien manejaba la iglesia de allá, para hacerle una misa a Evita: como ellos pretendían atraernos para sí, nos daban el permiso, nos recomendaban cuidados. Íbamos a la iglesia San Pedro, íbamos todos a misa, éramos todos “santitos”, llenábamos toda la iglesia hasta afuera y afuera estaba toda la policía montada con los perros porque sabían que iba a haber algo. Íbamos a la misa, escuchábamos al padre, y salíamos cantando la marcha. Después, además, hacíamos algunos desmanes: rompíamos vidrios o tirábamos cascotes. La táctica era que la policía nos pegara para que algunos periódicos recogieran ese hecho. Porque como ellos se preciaban de demócratas, hablaban de la tiranía, de la libertad, nosotros teníamos que contrarrestarlo de alguna manera y entre toda la multiplicidad de cosas que se hacían, también estaba la de provocar a la policía. La policía venia con orden de pegar entonces corríamos como locos. A mí no me agarraron nunca. Los tipos subían los caballos a la vereda o los perros, hacían un quilombo y algún diario recogía: “Peronistas que fueron a rendir un homenaje a través de la iglesia a la señora Eva Perón fueron apaliados por la policía”. También, varias veces; hicimos actos que estaban prohibidos; nosotros nos reuníamos igual, nos pasábamos de boca en boca, llenábamos toda la avenida Mitre y sus alrededores de gente, venia la policía y agitaba.

–¿Lo detuvo alguna vez la policía?

–A mí, no. Tuve suerte. Una vez con este muchacho Adolfo Ramos andábamos disparando porque nos corrían en Plaza Alsina y nos encontramos, entonces yo vi que un oficial, le hizo una señal a otro que venía a caballo para que la aga rren a Inés López, que era la agitadora “La agitadora es esa, agárrenla”, lo agarre a Adolfo y le dije: “vení vamos a agarrar a Inés que la van a meter en cana” y la agarramos pero no quería porque era brava, era muy pasional, ni se cuidaba de eso; entonces la agarramos, uno de cada brazo, la llevamos casi arrastrándola y la metimos en la primer pizzería de Pavón por Mitre, una pizzería que tiene un salón para adentro bastante largo y la metimos ahí. Claro, como los tipos no tenían orden de allanamiento, no podían entrar pero el oficial a cargo de operativo, plantaron dos celulares policiales en la puerta de la pizzería y cuando salíamos nos llevaban a los tres. Entonces Inés, quería salir, decía: “¡Hijos de puta, que me metan, la puta que los pario…!”, de paso nos pedíamos otra porción de pizza, otra gaseosa y la convencíamos, la tuvimos como tres horas ahí a Inés. Recuerdo que salíamos, nos fijábamos si estaba la célula y cuando levantaron el operativo salí yo, vi que no había ningún peligro y le digo: “Vamos Inés que ya se fueron”. La salvamos porque estaba muy marcada. Después fuimos a varios lugares con camiones. A la iglesia, con la intervención que tuvo con Perón, se le alejaron los fieles, por lo menos un 90%, entonces vieron peligro de que se desintegrase la religión católica en la Argentina, Entonces, elaboraron una estrategia para poder reconquistar y hacer ver, porque hablaban los curas, que si bien no hablaban de Perón daban a entender que eran peronistas. Entonces cuando hacíamos un misa a Evita, hacíamos un acto político dentro de la misma iglesia.

–¿Recuerda alguna de las acciones importantes que hayan desarrollado acá en Lanús? ¿Recuerda que hubo un atentado a la brigada de investigaciones de Lanús?

–Sí, pero en eso yo no intervine porque no estaba en esa parte. Había un compañero, Ledesma de apellido, que era el que manejaba ese asunto, ponía bombas por todos lados, lo llamábamos el bombero loco, era el primero que se ofrecía para ir a poner bombas.

–Ahora hablemos del 9 de Junio de 1956, la noche del levantamiento del general Valle y Tanco. Cuénteme básicamente si esa noche usted estaba enterado del asunto y qué papel iba a desempeñar.

–Eso se manejaba con mucha cautela. Mi papel era el siguiente: tenía que ir con un compañero que me tenía que ir a buscar al club Lanús a las doce, yo estaba ahí y no venía; el objetivo era tomar la Regional de Lanús; parece que se adelantaron en lo que tenían planeado por una circunstancia inesperada; este compañero dependía de otro que era su referente y le pasaba los datos, lo retrajo y al retrasarlo a él me retrajeron también a mi; parece que había ya un movimiento previo de la policía, entonces había que decir que hacíamos, si nos íbamos o no nos íbamos; algunos dijeron “Vamos” y esos fueron los que murieron. Teníamos que tomar la regional, desarmar a todos los canas, sacar a los presos y a partir de ahí apoyar a la revolución. Íbamos a quitarles las armas a ellos. Entonces este muchacho joven no venia y no venia. Eran como las tres de la mañana y no vino, entonces digo: “Algo pasó”. Yo tenía a mi papá enfermo, tenía leucemia y sabía que no estaba bien, agarre, me tome el tranvía a las tres de la mañana y me fui a casa. Cuando llego a casa mi papa estaba escuchando la radio y le digo: “¿Qué haces despierto a esta hora?” “Vení, vení, lo que pasa…” Y me entró a contar todo lo que decía la radio, a quienes habían agarrado, que había muerto un montón de gente, que estaban fusilando. Fui a la cocina, calenté el agua, tomamos unos mates y escuchaba la radio Colonia a cada ratito y yo pensaba: “Si supiera que yo estaba ahí…”. Fueron a tomar la Regional y mataron a unos cuantos; ahí fue cuando mataron a los hermanos Ross.

–¿Ustedes como veían al levantamiento del 9 de Junio, como una revolución peronista?

–Personalmente y los que estaban conmigo lo veíamos bien, queríamos apoyar. Nosotros pensábamos que el general Valle era un hombre intachable, un hombre de honor; de Cogorno no se hablaba mucho, se hablaba de Valle. Y Tanco era muy amigo de Iñiguez, por ahí venia la mano también. Por esa línea, entonces nosotros pensábamos, que aunque hubiera que esperar un tiempo, habia que desarticular las fuerzas que se oponían al regreso de Perón y traerlo, y confiábamos que si ellos no lo hacían, nosotros íbamos a tomar cargos y el compromiso para exigirles y presionarlos. –¿Para usted la resistencia comenzó desde 1955 y terminó en 1962?

–No terminó pero lo que pasa es que no tenía la misma intensidad, ni tampoco los motivos eran los mismos, entonces eso se fue desinflando un poco. Nosotros, cuando en Lanús se dijo que a Perón no le daba el cuero, reactivamos todo de vuelta. Después de un tiempo ya no me importaba lo que había hecho Perón, me importaba la vuelta de Perón, que muera en su patria. Y como yo había muchísimos compañeros. Que no sea un San Martin, un Belgrano, que murieron todos afuera. Entonces la lucha de muchos de nosotros era más por eso que por otra cosa.

–¿Qué consecuencias piensa usted que tuvo el 9 de Junio de 1956 en Lanús?

–Yo creo que fue muy positivo lo que paso, lástima que costó la vida. Pero la muerte del general Valle fue como reanimo al desanimo que teníamos los peronistas. Yo no, porque yo siempre tuve la fe de que el general Perón volvía; me había puesto un objetivo único: que antes de morir tenía que ver a Perón en su patria, que Perón era una gran patriota, no podía morir en el exterior y quedar, como todos los grandes hombres, afuera. Perón tenía que volver a su patria, aunque eso me costara la vida. Todo el disgusto que le di a mi familia también, porque aun siendo soltero yo venía a las cuatro de la mañana y los que sabían que andaba en eso estaban preocupados; pero yo lo hacía conscientemente, a mi no me llevo nadie de la nariz, era un ideal que lo sigo teniendo, si lo tengo que hacer otra vez por Perón, lo hago. No lo haría por el de la Rioja, Menem. Ese no es peronista, ese es liberal, de ultra derecha, hijo de re mil puta.[1]


[1] Incluido en Polese, Rubén. Vencedores vencidos. La resistencia peronista en el Partido de Lanús. Buenos Aires, El Colectivo, 2014.pp.235-241.