Ezequiel Martínez Estrada nació en San José de la Esquina en la Provincia de Santa Fe, en 1895. Más tarde, sus padres se mudaron a Goyena en el sudoeste de la Provincia de Buenos Aires.

            En 1907, tras la separación de sus padres, se instaló en Buenos Aires y comenzó sus estudios secundarios en el Colegio Avellaneda, sin poder completar el ciclo.

            Para paliar la precaria situación económica se empleó en el Correo, donde permaneció hasta el año 1946.

            Sus primeras incursiones literarias se vincularon a la poesía. Con Humoresca, en el año 1929 obtuvo el Primer Premio Nacional de Literatura.

            Desde 1924 se desempeñó como profesor en el Colegio Nacional de La Plata.

            En 1932 recibió por primera vez el Premio de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Volcado al ensayismo, en el año 1933, escribió Radiografía de la Pampa, bajo el influjo sarmientino. Cuatro años después fue nuevamente galardonado por ese libro. Con esos fondos adquirió un campo en Goyena.

            Formó parte del núcleo fundador de la S.A.D.E., de la que fue presidente  entre 1934 y 1936. Gozó de la simpatía y cierto amparo de Leopoldo Lugones.

            En el año 1940 apareció La cabeza de Goliat. Luego viajó a Estados Unidos, dejando unas postales de su trayectoria.

            Fue presidente de la S.A.D.E., nuevamente, en los años cruciales de 1942 a 1946. Este último año comenzó con sus colaboraciones en la Revista Sur y dio a luz su Sarmiento seguido de las Invariantes históricas del Facundo. Por ese tiempo compiló sus clases del colegio platense, en Panorama de las literaturas. En 1947 publicó Nietzche, filósofo dionisiaco.  En 1948 escribió Muerte y transfiguración del Martín Fierro.

            En 1949 se afincó en Bahía Blanca. Publicó un libro sobre Hudson y en el año 1951 se le declaró una dermatitis, que irónicamente llamó “peronitis”.

            Tras el golpe de 1955, recuperado del estado de salud que lo había tenido postrado casi cuatro años, volvió al ruedo con una serie de intervenciones, de distinto orden mediante cartas, conferencias, notas periodísticas y libros.

            El 15 de diciembre de 1955 escribió al General Aramburu argumentando en favor del traslado de la capital a Bahía Blanca, rememorando los argumentos de su obra La Cabeza de Goliath:

                «Sintetizando al principio lo que he de decir en seguida, puedo afirmar que el mayor que puede hacérsele a Buenos Aires, no solo a la República, es desmantelarla…Trasladar al interior del país la sede federal y su séquito no significa, ni mucho menos, crear allende  un nuevo pólipo urbano…Los asesores técnicos del gobierno…dirán si hay otro punto          estratégico mejor que Bahía Blanca para sede del gobierno nacional… Señor Presidente:  hace pocos días que V.S. estuvo aquí y habrá comprobado cuánto se lo quiere. A mí su visita me dio la clave del enigma y el coraje para dirigirle este petitorio. Si no es posible que V.E. de un paso tan decisivo como le propongo véngase a vivir con nosotros y abandone ese Paraíso artificial, esa Babilonia donde todo es ilusión».

            Sus conferencias y declaraciones a la prensa generaron la reacción de Borges. El 4 de junio de 1956, desde el diario Acción, de Montevideo, Borges le reprochaba:

                «Aramburu y Rojas podrán estar a veces equivocados, pero nunca serán culpables. Por   eso considero mala la actitud de Martínez Estrada, por ejemplo, que ha dado  conferencias, y hecho publicaciones que significan un elogio indirecto a Perón».

            Luego de la respuesta de Martínez Estrada en Propósitos, en la que le da el trato de “turiferario a sueldo”, Borges prosigue su crítica en la Revista Sur de septiembre-octubre de 1956, en un artículo titulado “Una efusión de Martínez Estrada”:

                «Dije en Montevideo y ahora repito que el régimen de Perón era abominable, que la revolución que lo derribó merece la amistad y la gratitud de todos los argentinos. Dije también que había que despertar en el pueblo un sentimiento de vergüenza generalizada por los delitos que mancharon doce años de nuestra historia y denuncié a quienes directa o indirectamente vindicaban ese largo período de infamia».

                Momento prolífico de producción, las obras de  Martínez Estrada ocuparon el ámbito del teatro (Tres dramas: Lo que no vemos morir, Sombras, Cazadores), de la biografía (El Hermano Quiroga), los cuentos (Marta Riquelme, Examen sin conciencia, Sábado de Gloria, Tres cuentos sin amor y La tos y otros entretenimientos) y los ensayos literarios (Heraldos de la verdad) y políticos (Cuadrante del pampero, ¿Qué es esto?, Exhortaciones, Las 40).

            En el último rubro, que es el que nos interesa recuperar, es probable que Martínez Estrada concibiera un plan de obra con varias entregas, constituyendo una serie de catilinarias.

            La primera pieza fue Cuadrante del pampero. Salido de los talleres en el mes de julio de 1956 recogía textos previos, entre los cuales sobresalían sus intervenciones institucionales como Presidente de la SADE, cartas, entrevistas recientes en las que desplegaba su afán polémico y algunos ensayos, perfiles y medallones.

            Establecía una genealogía, siguiendo una línea de temibles líderes, entre quienes se cuentan: “Alarico, Atila, Tamerlán, Gengis Khan – ¿y por qué no?- César Borgia, Bismack, Mussolini, Hitler, Stalin y Perón”.

            Usando metáforas de origen médico describía al peronismo de este modo:

                «Debemos entender por peronismo cierta misteriosa enfermedad del caracú que periódicamente se manifiesta por pústulas cutáneas, disenterías, neuralgias y también euforias en que los ciudadanos se abrazan en las calles y se intercambiar amuletos contra el mal de ojo».

                Sus declaraciones políticas del momento desconcertaban a sus antiguos compañeros de ruta:

                «Con nuestros calafateadores de arriba, del medio y de abajo lo mejor que puede acontecernos es que caigamos en las mismas. Mi gran miedo el 16 de septiembre fue que  nos sacáramos un clavo con otro…que zapateamos en el mismo sitio, como si bailáramos un malambo…No hemos salido del atolladero, ni mucho menos, para decírselo de una vez: porque Perón se fue y nos dejó la torta de Pascua con la sorpresa. Mejor hubiera sido que quedara él y que se llevaran la torta. Fíjese usted, para terminar, el elenco de los “salvadores”, “consejeros”, “consultores”; ¿a dónde creer usted que nos llevarán?  A la decepción otra vez…Perón engañaba al pueblo pero al menos lo hacía como un gran histrión de gran escuela. Darle la píldora dorada es pero que dársela cruda».

            En una de las entrevistas señalaba que tenía en preparación un material:

                «He escrito y estoy buscando editor –cosa que no es nada fácil, créame -para lo que llamo la Primera Catilinaria, que titularé ¿Qué es esto?…Es           una especie de libelo o, mejor dicho, catilinaria, que consta de cuatro                 partes y un ‘Intermezzo para descansar’, que espero sea suficientemente desagradable para que los peronistas y los antiperonistas me aborrezcan. Dije peronistas y antiperonistas –que hicieron inevitable el advenimiento del Gran Jíbaro o Gran Hipnotizador- y los postperonistas que trabajan afanosamente en colaboración con los otros. Pues sepa usted –y no se olvide que me   llamo Ezequiel- que tenemos preperonismo, peronismo y postperonismo para unos cien años (si el vaticinio de Sarmiento de que teníamos rosismo para doscientos años no es del todo descabellado). Vea usted: a los cien años de ‘Facundo’ el doble con su   reencarnación».

            Así, el mes siguiente, dio a conocer a instancias de María Rosa Oliver y Sara Maglione a través de la Editorial Lautaro,  cercana al Partido Comunista, la obra que más repercusión tendría en esa coyuntura: ¿Qué es esto? Catilinarias

            La obra que llamó “panfleto” estaba dedicado centralmente al peronismo. De raíz etiológica, la denominaba espectroscopía o sintomalogía.

            Para Martínez Estrada el peronismo constituyó una conjura contra la república, con lo que sus fines permanecían ocultos, por lo que resultaba fundamental develar, manifestar, hacer público el complot. A través de sus ocho libros, en los que contiene páginas dedicadas a su origen, sus precedentes, su lengua, sus gustos, sus consignas, su doctrina y su filosofía, buscará desplegar las razones que explican esa intención.

            El paralelismo de vidas resulta común para dar cuenta del líder del movimiento:  Perón-Rosas, Perón-Yrigoyen- Perón-Mussolini, Perón-Hitler. En el Libro IV, titulado  plutarquianamente Las vidas paralelas, señalaba:

                Rosas: carácter enérgico; dominardo; estampa varonil; enigmático; no comunicativo;    resentido; usó intercesores: Encarnación y Manuelita; protecto a un tiempo de la     oligarquía y de la chusma; odio a la cultura; ignorancia carismática; astucia; conciencia fría; terrorista; gobernante-estanciero. Cinismo e histrionismo; caciquismo.

                Yrigoyen: austeridad; misoginia; protector de la oligarquía y de la chusma; enigmático; hermético; inspirado; absolutista; sin intercesores; oráculo; gobernante-estanciero;   efigies; odio a los universitarios; resentido; ignorancia inspirada; caciquismo; astucia; intriga (Vasena, Varela); sus “capataces”; Cerrillos-Micheo, biografía secreta.

                Perón: dominador; austero; cinismo e histrionismo; cacqiuismo; biografía secreta e impersonalidad; locuaz y mendaz, protector de la oligarquía y de la chusma, odio a la cultura; líder carismático; resentido; conciencia fría; terrorista; demagogo; gobierno-cuartel-estancia.

            En su desarrollo no ahorra epítetos: Perón resultaba bandolero, payaso, liliputiense y energúmeno. Las masas que siguen a Perón son asimiladas a ranas recurriendo a relatos mitológicos o son englobadas bajo la categoría de chusma arrabalera.

            La explicación de los orígenes del peronismo estribaba en la responsabilidad de los sectores dominantes por el trato dado a la población:

                Los verdaderos heraldos, precursores y managers de Perón fueron el cansancio y la decepción del pueblo después de muchísimos años de ser tratado como recua….

            La definición del peronismo “como forma soez del ‘alma del arrabal’”  se derivaba de la descripción de sus seguidores:

                Perón se dirigió a un sector numeroso del pueblo, el de los resentidos, el de los  irrespetuosos, el de los iconoclastas. Sector de individuos sin nobleza, con una opinión  peyorativa de los grandes hombres y de los intelectuales en general y en bloque. La  experiencia vital de esa turba era, como la de sus dos caudillos…Cómo él y ella, no por  otras razones sino por las mismas, esa turba despreciaba al país que ambos harían bien              pronto una verdad despreciable, no reconocía dioses, héroes, sabios, ni santos. A ese populacho, desdichadamente mayoritario y dueño de un poder destructor antes nunca ejercido ni exhibido, se dirigió Perón. Se ofreció en mangas de camisa a que lo  manosearan y al noli me tangere opuso el mano a mano de los villanos, confirmó a la     turba resentida que tenía razón en despreciar a los prelados, los militares y los políticos   porque él encarnaba, en una versión inferiorizada, a otros representantes de las glorias     nacionales. El populacho no conocía otros…Perón llegó a constituir un ejército de mulatos antropomorfos, analfabetos juramentados…Perón organizó, reclutó y reglamentó los elementos retrógrados permanentes en nuestra historia, las fuerzas     inertes reincidentes, que he denominado residuos sociales e invariantes históricos…Perón explotó el espíritu rebañero….

            El hecho fundacional del peronismo era la manifestación de un sector social ignorado:

             «El 17 de octubre volcó en las calles céntricas de Buenos Aires un sedimento social que nadie habría reconocido…ese bajo pueblo, ese miserable pueblo…sentimos escalofríos viéndolos desfilar en una verdadera horda silenciosa con carteles que amenazaban con    tomarse una revancha terrible…El recogió, con prolija minuciosidad del hurgador en los                 tachos   de basura, los residuos de todas las actividades nacionales…la hez de nuestra sociedad y de nuestro pueblo….

            Otro paralelismo: “Así como Sarmiento tradujo las vidas de Jesús, Franklin, Lincoln y Mann para educar moralmente a su pueblo, Perón tradujo el Manuel de la conducción para embrutecer y sojuzgar al suyo”.

            Martínez Estrada postula una política para el peronismo, que no puede consistir en la mera represión. De otro modo, los resultados serán dramáticos:

                Es muy posible que Perón no se haya ido, y por lo tanto, deja de ser posible y se hace    inevitable que vuelva…¿No habrá redención, no habrá recursos para salvarnos de tantos viejos y terribles males? Los hay, pero si estamos embadurnados de sangre vendrán a  posarse sobre nosotros los chimangos y no las golondrinas.

            La salida del país, desde su óptica, no pasaba por una reconstrucción, tal como postulara Victoria Ocampo en su revista con motivo del derrumbe del gobierno peronista, sino por una regeneración. Antes que político, el problema argentino es moral.

            La obra despertó la crítica en diferenciadas posiciones.

            Pedro Orgambide, que se consideraba aspirante a discípulo suyo, en la revista que dirigía, Gaceta Literaria, publicó un artículo crítico bajo el título “Actitud polémica de Martínez Estrada”. Decía allí:

                …En ¿Qué es esto? Martínez Estrada monologa, discute con su pueblo, sintiéndose juez y parte de su reciente drama político; el peronismo, las causas que a su juicio lo  determinaron, el problemático presente. Pero no entabla el diálogo. La realidad que               enfrenta es proyectada a veces caprichosamente, desarticulada por esa visión individualista, por momentos unamunesca, de Martínez Estrada.

                Es ella la que limita su percepción de los fenómenos sociales, la que sectoriza un             pensamiento lúcido, tantas veces profundo. Ella determina, a priori, lo que está en plena    transformación aceptando cierto fatalismo histórico y no los cambios dinámicos de una          realidad. Por eso, a nuestro entender, es equivocada su visión del Yrigoyenismo –en el                 que no ve un vigoroso impulso popular dentro de uno de los partidos tradicionales- y    apresurado su enjuiciamiento implacable de la C.G.T., sometida antes y escamoteada  después a los trabajadores. Por eso, también, es sumamente subjetiva su comprensión del proletariado y aun del lumpenproletariat a que alude tantas veces en su libro. Y es posible que por esa misma razón yerre al tratar de englobar la personalidad del caudillo,        el tirano y el demagogo, trazando un paralelo de a tres, entre Rosas, Yrigoyen y Perón.

                No son tampoco felices sus observaciones sobre la “chusma”, en las que coincide lamentablemente con muchos “liberales”, a los que luego hace blanco de su punzante ironía. Y es más: anatemiza a esos “descamisados” para luego dirigirse a ellos en forma  mesiánica, creyendo que con palabras-sésamos puede despertarse una conciencia de   clase.

            Arturo Jauretche acusó a Martínez Estrada de ser un profeta del odio,  buscó desmontar afirmaciones del autor en torno a la despoblación rural, los orígenes de la migración y la industrialización, la línea histórica de “civilización y barbarie” (federalismo, yrigoyenismo, peronismo) y lo colocó como intelectual representativos de los sectores intermedios, grupo carente de posición clara y definida en la estructura social y en la lucha política.

                Ezequiel Martínez Estrada, radiógrafo de la pampa, es autor de un libro ¿Qué es esto?, cuya lectura lleva fatalmente a realizarse la misma pregunta, después de que se han leído, en un tono de Antiguo Testamento, sus fulminaciones contra el país y especialmente su pueblo. Profetiza, abomina, injuria con ventilador y nos va llevando precipitadamente a la convicción de que esto es un estercolero y en el estercolero sólo hay una flor: Ezequiel Martínez Estrada. Habla de todo, expurga minuciosamente el pasado, el presente y el futuro del país, sin perdonarle una llaga, una lacra, una náusea; pero, inútilmente buscará el lector –en esa prolija exposición de la infamia- una sola referencia a su condición semicolonial. Y desde luego la más mínima comprensión de los esfuerzos liberadores del proceso de emancipación que se intenta detener. Paralelamente a la demostración de su deliberada ignorancia y de la falsedad moral de su posición, tendremos oportunidad de advertir la realidad social que intenta ocultar, y la naturaleza de los movimientos y desplazamientos de nuestras masas populares, en relación con las transformaciones de la economía. Corresponde su postura de profeta bíblico una hipócrita postura de redentor del pueblo. Es una máscara frecuente, para impedir los pequeños triunfos sociales de todos los días, en el duro ascenso de lo popular, esta clase de apóstoles lo ofrecen todo, mientras retiran la escalera.

            Otros textos polémicos del autor, publicados por esa época, fueron Las 40 y Exhortaciones que pueden ser leídos como parte de la serie de catilinarias y complementarios del libro del que nos ocupamos.

            En Las 40 debió responder a varias acusaciones de época. A través de un diálogo imaginario con Simone Weil y con Agustín Alvarez, respondía a la acusación de Orgambide de la práctica del monólogo. Por otra parte descartaba las calificaciones de puritanismo y profetismo.  Con un tono más general, se centraba en los “males del país” que describe en términos de envilecimiento, “depravación” y “embrutecimiento”. En este texto recurría al discurso de Perón en junio de 1944 en la Universidad de La Plata: “Desde la Colonia no se había metido tan a fondo la tropa en la universidad -¡y tampoco entonces se metió!- aunque hubiera penetrado en la Casa de Gobierno y en los Tribunales, a caballo y con espuelas!”.  Parafraseando el texto de Marx sobre Luis Bonaparte, anotaba: “después de Rosas, reaparecen los impostores….a la caída de los déspotas de gran estilo florecen los déspotas de bolsillo”.

Fuentes:

Borges, Jorge L. “Aramburu y Rojas podrán estar equivocados, pero nunca serán culbables”. Diario La Acción de Montevideo. 4 de junio de 1956.

Borges, Jorge L. “Una efusión de Ezequiel Martínez Estrada”. En Revista Sur. Número 242. 1956.

Borges, Jorge L.  “Un curioso método”. En Revista Ficción. Número 6. Marzo-abril. 1956.

El caso Sábato. Torturas y libertad de prensa. Carta abierta al Presidente Aramburu. Buenos Aires, del autor, 1956.

Orgambide, Pedro. “Actitud polémica de Martínez Estrada”. En Gaceta Literaria. Número 8. 1956.

Sábato, Ernesto. “Una efusión de Jorge Luis Borges”. Revista Ficción. Número 4. Nov-dic. 1956.

Sábato, Ernesto.  “Sobre el método histórico de Jorge Luis Borges”.  Número 7. Mayo-junio 1957.

Referencias:

Adam, Carlos. Bibliografía y documentos de Martínez Estrada. La Plata, Universidad de La Plata, 1968.

Clementi, Hebe. Lautaro. Historia de una editora. Buenos Aires, Leviatán, 2004.

Ferraris, Agustín. Pido la palabra. Contestando a Martínez Estrada, Sábato y Amadeo. Buenos Aires, Capricornio, 1957.

Jauretche, Arturo. Los profetas del odio. Buenos Aires, Trafac, 1957.

Orgambide, Pedro. Genio y figura de Martínez Estrada. Buenos Aires, Eudeba, 1985.

Sarlo, Beatriz. La batalla de las ideas. Buenos Aires, Ariel, 2001.

Terán, Oscar. En busca de la ideología argentina. Buenos Aires, Catálogos, 1986.

Darío Pulfer