–¿Cómo era la vida familiar antes y después de Perón?

–Nací el 27 de agosto de 1933, empecé a crecer hasta que vi a mi padre, por ejemplo, trabajar todo el tiempo, no conocerle la cara. En principio, íbamos al colegio a la mañana que nos mandaba mi mamá a mí a la mañana y a la tarde a mi hermanito. En el trayecto nos cambiábamos las zapatillas y el guardapolvo, hasta que llego este gran hombre que fue Juan Domingo Perón y esa gran mujer que después tuvo al lado. Él reivindicó al obrero y mi papá empezó a tener ocho horas de trabajo, franco los domingos, un aguinaldo, vacaciones y ahí es donde empezamos a comprarnos zapatillas y algunas camisitas ya, pero lo real de todo esto es que yo no le conocía la cara a mi viejo porque trabajaba de sol a sol. Mi papá trabajaba en una cooperativa que era de Escalada, entre obreros y empleados del Ferrocarril Sur; trabajaba con carro y caballo en aquella época, se vendía carbón, leña, mercadería, salían a la mañana con el caballo iban a Burzaco a repartir y venían a las cuatro de la mañana. Venían a las dos de la mañana y mientras desataban el caballo, lo lavaban. Mi viejo llegaba a las dos de la mañana y ya a las cinco se tenía que levantar, y ¿cómo le veía la cara si estábamos durmiendo?, lo único que me acuerdo de mi papá es que cuando se levanta prendía la hornalla de carbón para que nosotros, cuando nos levantábamos a la mañana, mi mamá pudiera calentar la leche para ir al colegio, porque ni siquiera gas había. Cuando logramos el gas más adelante, tuvimos una cocina a gas, una heladera, que antes teníamos un pedacito de hielo que cuando había guita se compraba y cuando no teníamos que hacer un pozo en la tierra y poner la botella; ó sea las cosas que no teníamos con respecto a tener un bienestar como obrero, eso lo logro Perón y hoy en día todavía estamos luchando por lo mismo. Y en relación al desarrollo político que se empezó a engendrar en mi particularmente, mi papá era Italiano y venían con esas ideas de anarquistas, venían de Italia, me explicó y me enseñó un montón de cosas, lo que era la lucha, lo que era el trabajo, hacerse la casa, no pedir nada al Estado sino las cosas que necesitábamos. Mi papá me decía: “Mira, un ladrillo por día son 365 ladrillos en el año, si colocas cuatro vas a cuadriplicarlo”, y así hicimos la casa, pero ya teníamos en nosotros una seguridad laboral, social, después vienen los reyes, que no se podía comprar juguetes, bueno Perón nos regalaba un cochecito que iba por correo o un pan dulce o una sidra y bueno así empezó.

–¿Cómo vivió el 17 de Octubre de 1945?

–Todavía de política ni entendía, lo que veía en ese momento era la alegría de un pueblo. Después de un tiempo me di cuenta que era la reivindicación de la justicia social, pero ese día fue fabuloso, no solo en Plaza de Mayo, en los pueblos, en la ciudades, en los lugares donde vivíamos , la gente enloquecía, en la calle, todo el mundo gritando, y no es mentira esto porque lo sabemos, lograr llenar una Plaza de Mayo y tener un espectro en todas las ciudades colocando banderas argentinas y gritando: “Perón, Perón, Perón”, lo que escuchábamos al mediodía era Perón. Eso fue una fiesta pero terrible y no se perdió, continuamente cada vez crecía más todo, creció todo casi los diez años, aunque los últimos años venia ya el quilombo este de las revoluciones. Pero ese 17 de Octubre para mí fue inolvidable, quedo metido dentro mio. Nosotros estábamos en la calle, ya se venía hablando de todo esto; mi papá justamente estaba trabajando con el carro a caballo, la gente ya salía a la calle y en la avenida Pavón, en el ferrocarril, y veías a la gente que avanzaba a la avenida Pavón, yo asombrado. Mi viejo no estaba y cuando aparece, lo veo que venía en el carro a caballo de vuelta a la cooperativa donde dejo el carro y el caballo y ahí fue donde me agarro a mí, y me dice eso que cuidara a mamá y a los hermanos que él se iba a ir a Plaza de Mayo. Yo todavía no entendía nada, tenía doce años, y como siempre fui una persona bastante ubicada, le digo: “Yo voy con vos” y “andate a casa, andate a casa” me decía mi viejo. La gente empezó a caminar por la avenida Pavón que pasaba el tranvía, los ferrocarriles, las maquinas, los trenes paraban en el lugar donde estaban, si se encontraban en la mitad del viaje. En la estación Escalada, en la estación Banfield, paraban el tren, la locomotora, y el maquinista se bajaba y la gente se bajaba y se iba todo a pie, y ahí se empezó a hacer esa columna de gente, eran rebaños de ovejas que iban todos para aquel lado. Una cosa impresionante. Llego a Avellaneda, y me largo con mi viejo, empiezo a cruzar el puente; en ese interin levantan el puente, yo estaba del otro lado, mi viejo buscándome porque yo andaba por todos lados, la única alternativa que tuvo fue cruzar el riachuelo, cuando mi viejo vino de Italia se le hundió el barco, nadar sabia. Nos encontramos otra vez afuera, mi viejo me cago a pedos, yo no les puedo asegurar que en Montes de Oca hasta llegar a Constitución venia gente de acá, venia gente de allá, del otro lado, los carteles que había eran muy pocos, algunos carteles de alguna agrupación gremial, pero no es como ahora que llenan toda una plaza con carteles, como fue todo tan rápido. Yo viví ahí una alegría de la buena; a la vuelta cuando nos veníamos, viendo cómo hacer para volver a casa, casi como a las ocho de la mañana del otro día, la gente seguía en la calle y se mantenía todavía el problema, Perón estaba detenido, y querían que lo largaran. Ese fue todo el proceso de alegría.

–¿En el barrio se hablaba de que Perón estaba detenido?

–Sí, claro, porque las radios mal o bien, las informaciones las daban, no era como ahora que están los grandes poderes económicos y te mandan lo que quieren ellos, habían radios que te mandaban noticias, de que Perón estaba detenido en Martín García o que Evita después trato de sacarlo. Creo que fueron como cinco días que la gente ni dormía, la gente estaba en la calle; porque yo presencie, ya cuando Perón estaba haciendo esos actos de la Secretaria de trabajo y previsión, venían a ciertos lugares y la gente se amontonaba; porque no era como ahora que hay que agarrar el colectivo y llevar a la gente, yo me acuerdo bien, en la calle Lugones y Rosales, vino Perón; mi hermanito y yo nos habíamos metido abajo del palco que era una tarima, yo ni lo conocía a Perón, y nosotros estábamos tirados en el suelo y le mirábamos la cara, había como tres mil, cuatro mil personas. Ese día habían pedido el Club Talleres para hacer el acto, Talleres se negó porque eran radicales y estaban esos socialistas no de verdad sino los otros, y a partir de ahí el Club Talleres quedo marcado. Vino la Unión Ferroviaria de Remedios de Escalada, me acuerdo que estaba en el palco, ahí en el balcón. unos días antes de que fuera detenido estuvo acá en Lanús. Hicieron un acto de desagravio.

–¿Recuerda el día que se produce el golpe del 16 de Septiembre? ¿Usted estaba en el trabajo?

–Me habían echado, y yo entre a trabajar en los talleres mecánicos donde guardaban los camiones de basura, entre con nombramiento y todo, en ese interin empecé a trabajar -trabajaba de siete a doce del mediodía- ahí ya empezamos a concentrarnos y formar la resistencia, grupo por acá, grupo por allá con algunos referentes de aquella época: Atilio Renzi, Cabrera, de los grandes hombres, Rubén Lugo, Dante Lugo, Albedro. Lo que pasa que había sectores de acá, de la capital y de otros lados, estaba el hijo de Mercante, Petit que era el secretario general de frigorífico Swift, estaba el que se llamaba López, el Secretario General de la CGT de La Plata, y donde llegamos a tener las conexiones de nuestro grupo estábamos todos los damnificados y conectados. De cualquier manera los conocimientos eran medios simulados. Yo llegue a conocer al general Juan José Valle y a Cogorno, conocí al teniente o suboficial Mayor Vedia, de los militares te estoy hablando porque yo he hecho un cruce, cortando camino por la zona del cementerio de Lomas al siete de infantería de la Tablada porque teníamos que hacer una columna ahí como para tomarla. En realidad, nosotros queríamos tomar la regional, estábamos para eso pero hemos hecho caminatas por los campos y llegamos a hacer cajones de molotov, nafta, petróleo, hicimos bombas con caños, en la película Los Hijos de fierro hay una parte que sale un muchacho, que esta torneando: yo tenía en Wilde una tornería con un muchacho amigo mío, él trabaja ahí y les llevaba los caños, los cortaba y hacia las bombas, después lo fabricábamos nosotros en Burzaco; teníamos el bunker en Burzaco y ahí enroscábamos la tapa y abajo llenábamos de pólvora; teníamos un químico que se llamaba Molina, llenábamos de pól vora, poníamos tuercas, virutas de balancines todo adentro y la tapa de arriba con un agujerito que trabajábamos con pulverizador de alcohol fino. Rascábamos para que no haga chispas, porque sino volábamos nosotros, el químico tenía una cocina económica y había hecho las mechas con pólvora y pabilo y lo ponían arriba de la plancha para que se secara. Voy a buscar los espaguetis de plástico, cortamos los espaguetis, los llenábamos de pólvora negra, los metíamos ahí y les poníamos un algodón en la punta, prendías eso, tenias treinta segundos y ahí si llegaba abajo, volaba. Tiramos un puente abajo en Villa Dominico, tiramos un portón en una estancia con el guarda ahí que voló en el aire. –¿Cómo fue la primera huelga ferroviaria contra la dictadura militar de Lonardi? –Después que cae Perón en el 55, hacemos un paro en el ferrocarril convocado por la CGT, estaba Framini o uno de Luz y Fuerza, no me acuerdo, Dante Viel y Natalini. Dan la orden de hacer un paro general el 2 de Noviembre, y como yo estaba en la comisión interna, hicimos el paro. Yo no fui al galpón de maquinas esa noche y compañeros míos que estaban en esa comisión, que eran Moran, Barrios, Barnes y Palacios, fueron a las dos de la mañana a decirle a los muchachos que había que parar, en ese interin los agarran en cana porque ya estaban los militares. Al otro día ya voy a trabajar y me entero que los habían llevado a estos cuatro muchachos presos y estaban alojados en la comisaría de Las Colonias, atrás del ferrocarril, que manejaba toda la parte ferroviaria. A la mañana agarro un papel y le mando una nota al superintendente del galpón de maquinas, diciendo: “Señor Superintendente a partir de la fecha solicitamos la libertad de los compañeros que están detenidos y queremos que los traiga en libertad y después hablaremos y trataremos de seguir trabajando”. Ya estaba la marina adentro con fusiles por todos lados, eran las diez de la mañana, pasa el Superintendente y me dice: “Che Juan ¿Qué carajo pasaba ayer?”, porque yo había parado y no salía una locomotora ni en pedo, estaban todos conmigo; y le digo “Señor superintendente yo le mande una nota, yo quiero que los muchachos estén acá y se acabo, terminamos todo”. No me dieron bola, a las 3:30 de la tarde, viene un capataz de lo que yo hacía, que se llamaba Moglioni y yo me llamo Moglioni, me dice “Juan tomatelas que te vienen a buscar”, le digo “ No, si yo me voy, soy un cobarde”, y me vora, poníamos tuercas, virutas de balancines todo adentro y la tapa de arriba con un agujerito que trabajábamos con pulverizador de alcohol fino. Rascábamos para que no haga chispas, porque sino volábamos nosotros, el químico tenía una cocina económica y había hecho las mechas con pólvora y pabilo y lo ponían arriba de la plancha para que se secara. Voy a buscar los espaguetis de plástico, cortamos los espaguetis, los llenábamos de pólvora negra, los metíamos ahí y les poníamos un algodón en la punta, prendías eso, tenias treinta segundos y ahí si llegaba abajo, volaba. Tiramos un puente abajo en Villa Dominico, tiramos un portón en una estancia con el guarda ahí que voló en el aire.

–¿Cómo fue la primera huelga ferroviaria contra la dictadura militar de Lonardi?

–Después que cae Perón en el 55, hacemos un paro en el ferrocarril convocado por la CGT, estaba Framini o uno de Luz y Fuerza, no me acuerdo, Dante Viel y Natalini. Dan la orden de hacer un paro general el 2 de Noviembre, y como yo estaba en la comisión interna, hicimos el paro. Yo no fui al galpón de maquinas esa noche y compañeros míos que estaban en esa comisión, que eran Moran, Barrios, Barnes y Palacios, fueron a las dos de la mañana a decirle a los muchachos que había que parar, en ese interin los agarran en cana porque ya estaban los militares. Al otro día ya voy a trabajar y me entero que los habían llevado a estos cuatro muchachos presos y estaban alojados en la comisaría de Las Colonias, atrás del ferrocarril, que manejaba toda la parte ferroviaria. A la mañana agarro un papel y le mando una nota al superintendente del galpón de maquinas, diciendo: “Señor Superintendente a partir de la fecha solicitamos la libertad de los compañeros que están detenidos y queremos que los traiga en libertad y después hablaremos y trataremos de seguir trabajando”. Ya estaba la marina adentro con fusiles por todos lados, eran las diez de la mañana, pasa el Superintendente y me dice: “Che Juan ¿Qué carajo pasaba ayer?”, porque yo había parado y no salía una locomotora ni en pedo, estaban todos conmigo; y le digo “Señor superintendente yo le mande una nota, yo quiero que los muchachos estén acá y se acabo, terminamos todo”. No me dieron bola, a las 3:30 de la tarde, viene un capataz de lo que yo hacía, que se llamaba Moglioni y yo me llamo Moglioni, me dice “Juan tomatelas que te vienen a buscar”, le digo “No, si yo me voy, soy un cobarde”, y me vinieron a buscar y me llevaron a la Jefatura de la Superintendencia, me meten adentro, todos militares, y me piden explicaciones, y yo le explico: “Mire acá se había hecho un paro gremial, los motivos ustedes los miraran de un lado, nosotros los miramos de otro, lo que solicite es nada más que traigan a los compañeros y trabajemos en paz, es lo que yo les mande en la carta, tengo la copia”; y me contestan: “Ustedes se creen que están en el tiempo de Perón, acá se acabó la doctrina peronista, de ese tirano”. De repente se entera todo el galpón de máquina y la gente que estaba metida en el paro vienen a la vía Uno donde estaban todas las oficinas y empezaron a golpear las puertas. Se habían juntado mil y pico de personas ahí en la vía Uno, salta este muchacho compañero mío y dice: “¿Qué pasa acá?, nosotros queremos decirle que no es sólo Moglioni que esta en esto, estamos todos, queremos la libertad de los compañeros”. Lo hicieron entrar a este muchacho conmigo y el Comisario que estaba en la comisaría era peronista, y me decía: “Tranquilo negro, no hables más de lo necesario”; había temor y ellos también estaban medio crucificados. En un momento, llegamos al acuerdo que los iban a largar, y le digo: “No, a mi de chico me contaron muchos cuentos de hadas, pero yo al hada nunca la vi, si ustedes quieren terminar esto tráiganme a los muchachos ahora”, otra vez las discusiones, en definitiva a las 5:30 de la tarde los trajeron, nos abrazamos. “Estos peronistas de mierda” decían los militares. Se acabó todo, empezamos a trabajar y empezaron a salir las maquinas. Al otro día recibo un telegrama: me despidieron, me llama por teléfono Mora y me dice: “Me despidieron, a los cinco nos despidieron, quedamos en la calle”. El telegrama decía que “gente como nosotros no podía estar junto a gente de honestidad y trabajo, que éramos destructores del país”. Nos juntábamos con los muchachos, empezó a renacer la contrarrevolución, la resistencia y ahí empezamos a organizarnos.

–¿En qué lugar y cómo comenzaron a organizarse?

–En San Vicente. Me acuerdo cuando íbamos en un coche con un fletero e incluso iba el Secretario privado del embajador en Chile. Cuando me echan empecé a trabajar de querosenero, trabajaba con un compañero que un día me encuentra por la calle, después de haber salido preso. Así empezamos.

–¿Recuerda que paso el 17 de Octubre del ’55?

–Y pasó la reacción popular. Salimos a la Avenida Pavón y no encontramos en el puente de Remedios de Escalada, que era Arenas. Había calles de cemento que estaban haciendo y del otro lado venían los tanques de guerra y tiraban balas desde allá y llegaron al cine Palacios, donde hoy está el Bingo, estaban marcadas las paredes, nosotros metidos adentro de los caños y no nos dieron tiempo ni de rajar. Pero se había levantado el pueblo. Hubo un levantamiento total y nosotros estábamos ahí. Bombas de gas lacrimógeno por la policía, balas del Ejército que eran para matar. Todas las fábricas de la zona estaban: Siam, Cristalux, Campomar, todas las fábricas, y la gente del ferrocarril. Fue una reacción terrible. Me acuerdo que me metí donde está la municipalidad ahora, que antes estaba el garaje de los trolebús. Me acuerdo que nos paramos en la calle y dije: “¡Boludos de mierda paren!, no salgan mas a la calle, hagan un paro general que se van a agarrar de las pelotas, estos hijos de puta”. “Que queres que haga” te decían los choferes, “yo soy peronista como vos”. Pero éramos mansos en ese sentido, porque teníamos enfrentamiento contra armas. Evita tenía todo preparado para hacer la revolución, tenía las armas que habían venido de Holanda. Hubo gente que cayó el 17 de Octubre. Acá en Avellaneda y Gerli, cayo mucha gente.

–Y en enero del ’56, usted dice que lo echan del ferrocarril. ¿Qué paso después?

–Nosotros queríamos seguir trabajando. Pero no habíamos cedido; era volver, otra vez, a reencarnar en la lucha.

–¿Hubo acciones de resistencia en el ferrocarril esos años? ¿Se ponían caños en el ferrocarril, sabotajes?

–Desde los primeros días de la Revolución. Nosotros hacíamos cualquier cosa y las maquinas quedaban paradas; íbamos le cortábamos esto o lo otro; le rompíamos un vidrio acá, otro allá; los inyectores los desconectábamos y quedaba la palanca suelta, cualquier cosa. O sea no sé si está bien o si está mal. Era sabotaje. Lo hacíamos por la resistencia, provocando un estallido, para poder provocarle a los tipos alguna bronca o algún desastre. Y generalmente no salía, salía una y diez quedaban paradas, y los trenes precisaban salir a Constitución o a Remedios de Escalada, no salían y la gente quedaba parada.

–¿Realizaron incendios?

–Sí también, incendiamos la parte de los tanques de agua, había como cincuenta mil durmientes ahí y había astillas de madera de los vagones del tren. Incendiamos todo eso. Ahí hay bomberos, y lo apagaron. Hicimos las mil y una. En Escalada donde está el puente, un día fuimos y pusimos la bandera de Argentina, la bandera peronista y le cortamos el cordón. Y no la podían bajar. Yo me acuerdo que a la mañana siguiente fui a trabajar y habían venido los bomberos con la escalera a sacar las banderas. Hacíamos todas esas cosas. Aun, cuando estaba la Revolución, el tal Sumo, había intervenido la Unión Ferroviaria, era un hijo de puta. Íbamos a las reuniones y un día sacó el revólver, tiró dos tiros al aire desde arriba del escenario (porque el tenia un escenario). A ese tipo -que dios me perdone- le colocamos una bomba en la puerta de la casa, le levantamos la puerta y la ventana. Era grande la bronca.

–¿Recuerda su participación en los hechos del 9 de Junio de 1956?

–El 9 de Junio de 1956 salimos, cada uno por su lado. Nosotros llegamos a ir a Avellaneda a bajar un equipo de transmisión, ahí estaba Dante Lugo, Albedro, el Coronel Irigoyen y El Capitán Costales. Yo me vuelvo para tomar acá la comisaría de Lanús con el equipo mío y Albedro me insistía que me quede con él, pero yo tenía a los otros muchachos, éramos muy amigos. Bueno, yo me vengo con Irigoyen y dos más. Creo que uno era Bertolotti, un Coronel retirado del ejército. Yo era un pendejo de 23 años. Volvimos de Avellaneda con un Mercedes Benz Hormiguita, que había traído Perón. Cuando bajamos el puente venían siete camiones del ejército y el coronel Irigoyen me dice: “nene vos salvate que sos el más joven”, es como que se quisieron escapar ellos también; yo me tiro, prácticamente, caigo en la otra vereda, me jodo el hombro, salto el alambre y quede cinco días debajo de los vagones del ferrocarril, comiendo pasto y tomando agua de los charcos, con un cagazo de novela. Ellos trataron de rajar, después me entere que los habían agarrado. Eso fue como a las diez de la noche. Yo estaba ahí abajo y sentí de la Regional, en invierno, las ametralladoras que volaban; digo: “estos los están torturando, los están cagando a palos”. Estaba como fuera de foco, yo había perdido todo sentido, o sea, yo era un refugiado de todo el sistema; incluso, la mayoría fueron refugiados.

–¿Y cómo fueron esos días debajo de un vagón?

–Con el temor de que movían de día vagones para formar líneas de salida. Me iba para un lado, me iba para el otro y ahí andaba, con cagazo porque estaba la ley de fusilamiento. Resulta que a los cuatro, cinco días, se me da por rajar de ahí y me voy acá cerca de la Regional, porque tenía también un íntimo amigo mío, Rubén Di Filipo, que estaba con nosotros, voy y le toco timbre. La mujer era también de la Capital Federal, estaba interviniendo en el gobierno, trabajaba en la Casa de Gobierno, se llamaba Nelly Prato. Entonces, toco el timbre, eran como las tres de la mañana y me metí adentro de la casa; me dieron de morfar y me metí en un sótano. En ese sótano estaba que entraba y salía. Este muchacho tenia una paloma mensajera y el padre vivía al lado de mi casa, entonces me mando una paloma el padre que decía: “Papá decile a Felipe (mi papá) que Juancito está perfectamente bien”, pero no le decía donde estaba. Pasó ese tiempo y se me da por irme de ahí. Pasaron cinco días; voy para la casa de mi viejo. Viene mi papa a la casa de mi tío a visitarme y me dice: “Mira, vinieron los militares a mi casa, hicieron una requisa, revolvieron todo; me llevaron preso a mí, estuve seis horas porque tenía la revista peronista”, le dijeron: “Usted tiene propaganda peronista” y él les dijo: “No señor, yo la compro en el kiosco”; se llevaron a mi hermano que no tenía nada que ver con la política. Entonces yo le explique de la ley de fusilamiento, que iba a ir yo y que sacaran a mi hermano: “A la mañana me levanto y me voy a presentar”. No me dieron tiempo; mi viejo se fue y a la media hora entraron a la casa de mi tío, lo habían seguido. Yo me acuerdo que estaba dormido y me levantaron, un quilombo de milicos. Me encajaron adentro del coche, me trajeron a Lanús, a la Segunda que esta en Iberlucea, y en el viaje me dijeron: “Ahora te vamos a meter unas pinzas en la rodilla, te las vamos a sacar, picana por todos lados”. Llegue allá y me metieron en la oficina de comisarios; al rato me traen a este muchacho Díaz que estaba conmigo con toda la oreja cortada. Y me dicen: “¿Qué estabas haciendo vos?. Díaz me dice: “Canta, canta ¿Qué estabas haciendo?”. Y respondo, “Estaba de mi tío y me vinieron a avisar que iba a ver un movimiento, que yo tenía que sacar a la gente a la calle para vivar para Perón si ganaba el movimiento y salir a Plaza de Mayo”, era una mentira de la mentira. Ellos no me creyeron. Llego el momento de que me querían apretar y vino un Subcomisario que se llamaba Boloco, que lo considere un padre -después lo fui a visitarque andaba con la Revolución Militar y me aconsejó. ¿A lo ultimo sabes que tuve que decir? “Miren, yo en San Martín 123, tengo un amigo, que vivía al lado de mi casa que éramos los dos los que teníamos que estar”. De alguna forma yo tenía que cantar, algo tenía que hacer, fue el ultimo que cayó, 17 éramos. Lo fueron a buscar, lo trajeron, estuvo treinta días y lo dejaron en libertad. Estábamos adentro del calabozo ese los 17, estaban Eber Salvati, Galván, Negroti, Hugo Francisco Crespo que era embajador de Alemania en el tiempo de Perón, el tipo era ferviente conservador pero era peronista. Yo lo veo venir y empezamos a hablar y a jugar al ajedrez con él. Estuvimos en la comisaría veinte días, viene un Suboficial que se llamaba Amante. Resulta que acá donde está la cancha de Lanús ahora, encontraron un cajón de bombas y algunos de los muchachos los metió ahí. Y apareció en la comisaría, los trajo el tipo. Viene este tipo con una bomba adentro del calabozo y dice: “Ya tengo la prueba del delito de todos ustedes, ustedes van a ser fusilados… A ver decime que es esto” y Eber dice: “Y para mi es un encendedor de mesa”. “A ver si se animan, ponele un fósforo, y prendelo” dijo el Suboficial. Eber agarra la caja de fósforos, prende uno y el tipo se fue a la mierda, volábamos a la mierda todos. Pero fue una actitud de chispa de ese momento de este loco, porque era un loco. Este Subcomisario me trajo al hijo cura de Córdoba, que estuvo con la ametralladora en Córdoba, acá a jugar al ajedrez conmigo. Me dice: “Te voy a presentar a mi hijo, el estuvo en contra tuya” y empezamos a hablar. Él tenía 26 años. Y bueno yo estaba defendiendo una causa, la que me daba de morfar, me compraba las zapatillas. Y él me decía que me había pasado de mambo, toda esa boludez. Y me llama este comisario y me dice: “Mira Juancito, te quiero como a mi hijo, si vos no pasaste por la tortura fue por mi” y es verdad. Llega un momento que nos trasladan a todos a la cárcel de Olmos, nos cargan en el colectivo y nos llevan. Llegamos, nos meten a todos en el cuarto piso que eran todos políticos. Ahí había mil quinientos tipos, todos apretados dormíamos, unos en las camas y otros en el suelo. Ahí conocí a Héctor Cabrera, a Renzi, al hijo de Mercante, a jugadores de futbol. –¿Cómo fueron preparando el levantamiento de Valle? ¿Cómo les llega a ustedes que se va a preparar el lanzamiento? –Cuando a mi me echan del Ferrocarril, a trabajar en la municipalidad y nos empezamos a encontrar unos siete, ocho ultimo sabes que tuve que decir? “Miren, yo en San Martín 123, tengo un amigo, que vivía al lado de mi casa que éramos los dos los que teníamos que estar”. De alguna forma yo tenía que cantar, algo tenía que hacer, fue el ultimo que cayó, 17 éramos. Lo fueron a buscar, lo trajeron, estuvo treinta días y lo dejaron en libertad. Estábamos adentro del calabozo ese los 17, estaban Eber Salvati, Galván, Negroti, Hugo Francisco Crespo que era embajador de Alemania en el tiempo de Perón, el tipo era ferviente conservador pero era peronista. Yo lo veo venir y empezamos a hablar y a jugar al ajedrez con él. Estuvimos en la comisaría veinte días, viene un Suboficial que se llamaba Amante. Resulta que acá donde está la cancha de Lanús ahora, encontraron un cajón de bombas y algunos de los muchachos los metió ahí. Y apareció en la comisaría, los trajo el tipo. Viene este tipo con una bomba adentro del calabozo y dice: “Ya tengo la prueba del delito de todos ustedes, ustedes van a ser fusilados… A ver decime que es esto” y Eber dice: “Y para mi es un encendedor de mesa”. “A ver si se animan, ponele un fósforo, y prendelo” dijo el Suboficial. Eber agarra la caja de fósforos, prende uno y el tipo se fue a la mierda, volábamos a la mierda todos. Pero fue una actitud de chispa de ese momento de este loco, porque era un loco. Este Subcomisario me trajo al hijo cura de Córdoba, que estuvo con la ametralladora en Córdoba, acá a jugar al ajedrez conmigo. Me dice: “Te voy a presentar a mi hijo, el estuvo en contra tuya” y empezamos a hablar. Él tenía 26 años. Y bueno yo estaba defendiendo una causa, la que me daba de morfar, me compraba las zapatillas. Y él me decía que me había pasado de mambo, toda esa boludez. Y me llama este comisario y me dice: “Mira Juancito, te quiero como a mi hijo, si vos no pasaste por la tortura fue por mi” y es verdad. Llega un momento que nos trasladan a todos a la cárcel de Olmos, nos cargan en el colectivo y nos llevan. Llegamos, nos meten a todos en el cuarto piso que eran todos políticos. Ahí había mil quinientos tipos, todos apretados dormíamos, unos en las camas y otros en el suelo. Ahí conocí a Héctor Cabrera, a Renzi, al hijo de Mercante, a jugadores de futbol.

–¿Cómo fueron preparando el levantamiento de Valle? ¿Cómo les llega a ustedes que se va a preparar el lanzamiento?

–Cuando a mi me echan del Ferrocarril, a trabajar en la municipalidad y nos empezamos a encontrar unos siete, ocho Peronistas Revolucionarios. Y empezamos a hablar en la casa de un muchacho que se llamaba Rogelio Díaz -que estuvo preso conmigo- pero no teníamos ninguna información de que ya había una proclama de militares que estaba tomando forma. ¿Qué es lo que hacíamos?, ir a colocar una bandera peronista en algún lado donde estaban los Gorilas, esas boludeces. Nunca estuve de acuerdo en poner una bomba en las vías del ferrocarril, lo discutíamos eso, incluso la pusieron, no sé si nosotros u otro grupo; porque hay gente que va con los pibes y no tiene la culpa, para mi había que buscar una lucha frontal con estos tipos y estaban nuestra misma gente; ese era mi principio. Lo que hicimos fue ir a un puente que lo hicimos mierda, que era de Sarandí. Siempre estábamos activamente en contra. Pintadas, diarios que elaboraba el peronismo, la juventud peronista, panfletitos chiquitos que íbamos tirando en las casas. Bueno, empezamos a actuar y van llegando personajes o referentes, de los cuales ya nos van transmitiendo que se estaba formando un grupo y se estaba hablando de las unidades de ejercito donde estaba el general Valle por un lado, que manejaba todo, Cogorno en La Plata, en la marina, en la cuales tuvimos algunas conexiones cara a cara de muy pocos y no de todos. Nosotros teníamos un grupo bastante grande, éramos más de doscientos, el grupo de Escalada y un poco de Lanús. Empezamos las charlas de todos los días, teníamos todo hecho, las bombas y teníamos el día justo con la hora para salir. Pero, aparentemente, esto fue descubierto un tiempo antes, ya andaba la CIA y ya sabía cómo era. A nosotros nos agarraron sin poder poner las manos en la torta. A partir de ahí nos empezamos a organizar como un grupo de activistas revolucionarios, de la resistencia. El objetivo era la Unidad Regional, la comisaría de Lanús. Tomar la Municipalidad, porque estaban los militares, eran los tres objetivos más grandes. Después había alrededor subcomisarias, todo eso era tarea del grupo que estaba formado. Ojo que llegaron a tomar dos comisarías, en una debería haber tres policías; y no sé si la de Escalada se llego a tomar porque yo estaba en Lanús. Nosotros cuando fuimos a la Regional ya estaban todos rodeados y nos tuvimos que rajar.

–O sea que ya estaba infiltrado. ¿Esa conclusión la saca después o en el momento ya veía que algo no le gustaba?

–Te diría que lo saco casi en los momentos finales, porque iba por la calle y me llamaban y me preguntaban cuando íbamos a hacer el golpe. Era casi Vox populi. Y yo les dije a los muchachos: “Esto lo sabe todo el mundo”. Teníamos ese concepto de mudos pero lo sabía todo el mundo. Y el día que salimos, que me vino a buscar Albedro, le digo: “Albedro, nosotros, me parece, estamos cocinados antes de salir, estamos avivados”. Para mí estaba abortado.

–¿A ustedes les llegaron a dar armas? Porque tengo la leyenda de que algunos les dejaron numerosas armas. Digo por otros testimonios que he recogido.

–Sí, es verdad. En el grupo nuestro teníamos, pero había grupos que estaban desarmados totalmente; ni siquiera te puedo decir que estaban preparados con alguna molotov. Había un grupo especial que teníamos cada uno nuestras armas, había una ametralladora, había fusiles, había revólveres y carabinas.

–¿Cómo las consiguieron?

–Qué sé yo, venían de todos lados. Cuando algunos muchachos, salían de noche para ver algo, salían bien preparados, yo también salía, pero había grupos que no tenían ni siquiera una bombita de navidad. Inclusive había fábricas que habían aportado mantenimiento para la comida porque nos reuníamos en Burzaco, ahí en el bunker que teníamos nosotros. Sin laburar y sin nada, venían y traían comida y guita. En ese sentido había aportes; había una fábrica de tubos que nos daban los tubos que se llamaba Tubome, nos traían los caños, comida, algunos manguitos como para comprarnos cigarrillos o nos traían cigarrillos y algunos manguitos para darle a la familia también. Incluso la industria estaba metida. Pero te digo, era muy grande el espectro de gente peronista que se sumó.

–Usted dice que solo en Zona Sur conoce de que había acerca de doscientas personas. ¿Qué relación tenia con las doscientas personas que había? ¿Se reunían cada uno de los comandos?

–Totalmente. Doscientas personas que estábamos en movimiento. Y un comando podía estar integrado, entre cuarenta y cincuenta personas. Por lo menos nosotros teníamos cuarenta. Caímos 17, éramos todos del mismo comando.

–¿Cómo se llamaba el comando?

–No teníamos nombre. Por lo general nosotros nos llamábamos comandos de la noche, o sea el grupo a la noche, pero no identificado con un titulo. Nosotros no llegamos ni a tener el tiempo de pensarlo. Nos veíamos todos, nos conectábamos todos. Me acuerdo de Rogelio Díaz, un amigazo, peronista de ley que quería llamarlo “4 de Junio”.

–Sobre eso le quería decir algo importante: El 19 de Octubre de 1955, dos días después de la represión acá en Pavón, por decreto del poder ejecutivo firmado por Osorio Arana, se decide remplazar 4 de junio por el nombre de Lanús. ¿Cómo lo tomaron eso ustedes?

–Todo lo que hicieron los militares era para sacar la idea de Perón. Porque el 4 de Junio fue una fecha histórica, el 17 de octubre es otra fecha histórica. Nosotros al cambio de nombre lo tomamos como mucha bronca, en definitiva nos acostumbramos, pero de cualquier manera para nosotros era el partido “4 de Junio”. Es como la avenida Pavón, fue Pavón, ahora es Irigoyen, para nosotros fue la avenida Perón, porque la inauguró él. Porque yo me acuerdo cuando la hicieron, la avenida tenía el bulevar del medio, por donde venía un tranvía que iba hasta Temperley. Una mano y la otra mano era de adoquines. Se levantaron los adoquines que eran cuadrados y había obreros que los repartían de a cuatro y hacia los adoquines chiquititos, entonces asfaltaron la calle con eso, como en la capital federal más parejo, o sea, con la misma materia prima. Se le daba más trabajo a la gente y el costo había sido menor. Hubo una materia prima que fue reutilizada, todo a mano. Entonces para mí sigue siendo la Avenida Perón y yo lo vi inaugurar por él.

–Volviendo al 9 de Junio del ’56. ¿Cuántos muertos hubo acá en Zona Sur? ¿Sabe donde están enterrados?

–Los hermanos Ross y tres muchachos más de la Resistencia estaban en Avellaneda. En Lomas de Zamora hay seis, Albedro, Carlitos Rodríguez y tres muchachos más. Lugo creo que estaba en Avellaneda. En Lanús había tres muchachos que eran soldados, que murieron también en el enfrentamiento y fueron enterrados en Lomas. Yo me entero de los fusilamientos cuando estoy escondido y siento ráfaga de ametralladora. No hice ningún enfrentamiento, me entero después de varios días. Me entero que mataron a Albedro, a los hermanos Ross, a Varela, al Coronel Irigoyen, Aldo Yofre también. Hay dos que se salvaron, no sé por qué. Después de un tiempo me entero que sacaron los cadáveres. A Albedro, lo tuvieron que lavar con manguera porque tenía los diez dedos rotos de la mano, picaneado al mango amen de ser fusilado; no es cuestión de que te pusieron ahí y te mataron. Lo lavaron con una manguera en el coche que tenían, ahí arriba lo tuvieron que lavar. Ese día que lo fusilaban nacía su hijo. También habíamos hecho una comisión para colocar un homenaje acá en la Regional y no hubo forma, en el paredón donde los fusilaron, ahí en el patio.

–¿Cómo es la Resistencia en la cárcel de Olmos?

–No sé si habíamos perdido el miedo o en cualquier momento éramos boleta, porque por ahí mandaban un decreto y a la mierda. Nosotros cantábamos la Marcha. El día de Navidad y Año nuevo nuestros padres nos traían comida; bebida no porque no entraba, nos traían limón y hacíamos limonada, jugábamos al truco, al ajedrez, a todos esos juegos; después empezamos a ir un poco al campo de deportes a jugar al futbol. Esa noche cantamos la marcha peronista. La vida en Olmos: los primeros días o los primeros meses fueron medios complicados, porque la actitud era muy jodida, te hacían trabajar en comisión; aparecía alguna cosa extraña en algún lugar y te llamaban por los micrófonos diciendo: “Señor usted es el encargado del piso, bajar al interno Juan Moglioni”, ibas al otro, abajo y te llevaban en una camioneta a un lugar destinado; a mí me sacaron una vez sola. Fuimos y vinimos sin ninguna palabra pero empezamos a pensar en León Suárez: que te sacaban, te tiraban en un campo y te hacían mierda. Nosotros tuvimos gente muy importante que venía con nosotros, eran grandes abogados. Empezaron a contarle un poco al Alcalde de la Penitenciaria. Nosotros le fuimos a pedir por ejemplo que nos trajera un tablero de ajedrez para jugar y el tipo nos trajo. Después de unos meses hubo una relación medio social. Pero a nosotros, por ejemplo, cuando salíamos a un recreo, nunca nos mezclaban con los presos comunes. Y nadie perdió el sentido de la contrarrevolución; siempre estaba la idea de que somos más, que somos los mejores y que somos lo que somos. Nos fuimos de la cárcel a medida que iba pasando el tiempo y cada despedida era un abrazo. A mí, me acuerdo el día que me liberaron. Me avisaron a las dos de la tarde. Me sacan, me llevan, me sacan la ropa, me ponen ropa civil y de ahí me tienen hasta las tres de la mañana en la jefatura de policía de La Plata hasta que me hicieron firmar la libertad. Éramos cinco que habíamos salido, y en ese momento estaba el Jefe de Policía, el General Desiderio Fernández Suárez, y me dice: “Grita: Eva Perón puta, Hijo de re mil puta a los peronistas ¡Grita Carajo!”, y tenías que gritarlo, que ibas a hacer, es la verdad. “Todos unas ratas tenían que ser” nos dice. Te mataban el cerebro psicológicamente, te dejaban hecho mierda. Eso fue en Abril del ’57. Un año y tres meses y pico estuve en cana. Al otro día, mi viejo me compra un saquito, un pantalón, porque no tenía un carajo, y me fui a visitar a los muchachos. Como lógica, fui ahí, compre azúcar, un montón de cosas, cigarrillos. Cuando voy a hacer la cola para entrar, me agarran los milicos que me conocían, y me dicen: “¿Qué haces vos acá? ¿Ayer saliste y ya estas de nuevo acá?. Después iban saliendo otros compañeros. Yo cuando fui al juzgado, la declaración que te toma el Juez que es la Ley de Belgrano, La ley de Belgrano a los cuatro meses nos deja en libertad pero nos agarraba el poder ejecutivo y recién a los siete meses te largaba y mientras te tenia retenido el jefe de policía; o sea, los tres poderes manejaban, a su piachere y te largaban cuando quería el ultimo; esa era la realidad; te hacían sufrir para que vos pagues algo que te duela. En definitiva, te digo la verdad, después de los tres meses te acostumbras, como cualquier ser humano. Porque vos sos un tipo que no fuiste a matar a nadie, sos un tipo que estuviste en una lucha política y te consideras político; entonces eso te mantiene un poco erguido y te vas adaptando. Te adaptas porque estas en conjunto, si estuviera solo en una celda, sería terrible. He leído libros a cagarse, porque de dormir ya estaba podrido, me agarraba libros, leía y leía; el ultimo que me leí fue El hombre mediocre de José Ingenieros que no lo terminé porque salí en libertad. Pero estábamos en conjunto. Era un pabellón de cuarenta, eran ocho por celda. Cuando a la mañana nos abrían había un pasillo, como un living grande con mesas de mármol y nos sentábamos ahí, tomábamos mate y ahí hablamos; se te va pasando todo eso, te vas acostumbrando.

–Por último, ¿qué es ser peronista?

–De no haber tenido nada a tener algo. Supuestamente serian el primer par de zapatillas, mi primera pelota, ver a mi viejo a la cara y reivindicarlo como ser humano, de tener un sueldo, de tener unas vacaciones, eso es lo que me viene a mí y ahí se terminó. Eso es ser peronista. Es una palabra para analizarla muy bien, a mi da cosquilleo en el cuerpo porque yo lo viví. He vivido miserias, entonces ¿Qué pasa? Si viene un tipo y te dice: “Juan está mal”… “¿Que precisas hermano, un plato de sopa? Y ese tipo lo vas a tener vos toda la vida agradecido. Y Perón era algo de eso. No sé si fue el sistema, el peronismo. Yo creo que Perón en la Secretaria de Trabajo tenía todo bien calculado, sabía que había que reivindicar al obrero. ¿Usted sabe cómo estaban los obreros antes de Perón?. En la masacre de Santa Cruz, había que trabajar y nada más. Después cuando salías te daban la libreta para comer y salías y te decían que le debías. En una libreta, te anotaban lo que gastabas y cuando vos querías llevar algo a tu casa, todavía les debías a ellos. Y Perón hizo todo lo contrario; no fueron el oro y el moro, fueron cosas muy naturales de la supervivencia del ser humano lo que nos dio. Se corto muy rápido, porque fueron ocho años, las cosas ya venían un poco mal porque la Oligarquía estaba atrás de él. Es como ahora, en este momento no sé si soy kirchnerista, pero sigo siendo peronista. Hay un monopolio acá en la Argentina, que son los grandes poderes, que no podemos enfrentarlos, pero hay que enfrentarlos.[1]


[1] Incluido en Polese, Rubén. Vencedores vencidos. La resistencia peronista en el Partido de Lanús. Buenos Aires, El Colectivo, 2014.pp.243-258.