A todo eso llega setiembre, yo ni había pisado una Unidad Básica -en Mendoza, mi provincia, tampoco- y cuando triunfó el golpe sufrí un shock de indignación enorme. En el Ministerio de Asuntos Técnicos se obligaba a las empleadas -ese fue un asunto de los últimos tiempos- a quedarse después de hora a escuchar conferencias sobre Doctrina Peronista.

Además de aburridos, los que los daban eran funcionarios que no sabían un comino de eso, pero las daban por hacer mérito. Yo me negué a dar eso, dije que fuera de hora no quería hacerla, no por mi tiempo, sino por el tiempo de las empleadas. Yo fui siempre protestón durante el Gobierno, a pesar de ser decididamente peronista. Y no me pareció bueno que por ser una oficina donde se trataban cuestiones científicas y técnicas, debía tener el despacho lleno de fotos de Perón y de Evita. Yo no tenía ninguno. Era el único con ese hábito en Asuntos Técnicos.

 Pero el día que llegó Lonardi todos esos que llevaban distintivos, aparecieron con la insignia de Cristo Vence. Recogí del piso los cuadros rotos de Perón y Evita, y los puse en mi oficina, y fui el único que renunció. Y no volví nunca más. Fue antes de que se hiciera el show del 23 de setiembre, cuando la multítud bien vestida y perfumada se llegó hasta la Plaza de Mayo, a vivar a Rojas y a Lonardi.

A todo esto me sentía desorientado, cabrero, porque no se había hecho nada por defender a Perón. Las famosas armas esas que decían que tenía la CGT no aparecieron.

Las defecciones fueron vergonzosas; ningún ministro dijo una palabra en defensa del orden constitucional ni de Perón. Los constitucionalistas, todos permanecieron callados; la Corte Suprema también. Bueno, varios de ellos fueron presos, entre ellos el presidente, doctor Valenzuela.

Los ministros fueron presos, los diputados también. Los dirigentes politicos también. Yo tenía una bronca insoportable, estaba como león encerrado, puteando y puteando. Me encontraba con familiares y con amigos -más con amigos que con familiares- diciéndonos, vamos a hacer algo, vamos a pintar las paredes con cualquier cosa, puteando a los gorilas, a los comandos civiles, pintar Perón, Evita, con tiza y carbón. El aerosol no existía, o yo no loconocia, no existían los mimeágrafos, salvo esos de las maestras, los hectágrafos, una resina gomosa. Eso comenzamos a usar. Escribíamos en papeles. Había gente que en hojas de diario con carbón o carbonilla escribía Viva Perón. Una imaginación de la humildad con una potencia enorme.

Luego nos dijimos, acá no hay que pintar paredes, hay que poner bombas. Hay que castigar a algunos. Entonces con los vecinos, de Palermo y de algunos barrios, de Pacífico, comenzamos a hacer cosas, pegatinas, tirábamos papel encendido debajo de un auto. Era demostrar que no estaba tranquila la gente y que aunque no estuvieran los dirigentes, había alguna reacción. Entonces cuando ya éramos unos cuantos, formamos los Comandos Coronel Perón.

Estaban el Petiso (Alfredo) Stagnaro, una muchacha Márquez; las mujeres de todos nosotros, matrimonios. No hubo jetones. El joven Juan Unamuno llegó de la mano de Alicia Eguren, que apareció después. Alicia había sido profesora mía en la Universidad de Litoral. Ella no quería que lo dijera, por coquetería. Daba clases de Historia del Derecho, o algo así.

El Comando Coronel Perán al principio era yo nomás. Pero después se suman los que andaban sueltos, como Alicia y Unamuno. Un hermanito de Miguel Unamuno también, que era una llama, activo.

Sabíamos que algunos grupos comenzaban a funcionar, como el de Raúl Lagomarsino y César Marcos. Pero había una mutua desconfianza. Era gente que uno no había visto nunca. A ellos dos, o a Tristán, o a Carlitos Held no los conocía de antes.

Sí en cambio conocia al «Gordo» John Cooke. Lo conocia poco, ligeramente, de bastante antes, en un momento que él no era diputado ni funcionario, sino sólo profesor de Economía Política en la Facultad dé Derecho de Buenos Aires.

En los Comandos Coronel Perán empezamos a tomar contacto con varias provincias, y fue en ese momento que dijimos, bueno, tenemos que tomar contacto con el General.

Teníamos grupos en Mendoza, en Córdoba, en Tucumán, en Rosario, en Santa Fe, en Entre Ríos, en Salta. Sacamos un periódico, que llamamos «El Grasita» escrito a mano y luego impreso en hectógrafo, una especie de jalea. !Te imaginás lo que hubiera sido si hubieran existido los faxes … ! Perón, por ejemplo. Él tenía que escribir las cartas una por una.

Estábamos en eso de que teníamos que conectamos. Por ahí nos enterábamos de que un diputado andaba libre, y se escondía más. Se borraba. Cooke estaba enterado de lo que yo hacía, creo que por Fernando Torres, su abogado.

Había que tomar contacto con Perán, que estaba en Panamá, y yo conocía gente en Chile que nos podía conectar. Yo conocia a María de la Cruz de cuando era Senadora. Ella se acordaba de mí, pero tenía una lógica desconfianza.

Yo fui a Santiago y le escribí a Perón. El 10 de enero del 56 recibí respuesta. En Santiago de Chile la vi a María de la Cruz [y a Florencio Monzón]. Ella en su casa, tenía un jardincito por delante, una casa de barrio, con una galería delante de la casa. De adentro no me acuerdo.

Estuve recordando cuando estuve con ella, en una exposición de pintores argentinos. Y estuve con el presidente chileno, el general Carlos Ibáñez del Campo. Decía que tenía una relación amistosa con Perón, pero no fue un contacto fácil. Había desconfianza. No sé si luego ella consultó algo. Perón me dijo luego en una carta «estoy enterado de las actividades de los Comandos Coronel Perón «.

Fue María la que me sugirió que le escribiese una carta al General diciéndole quién era yo, que ella se la iba a hacer llegar por un amigo. Dije que él se tenía que recordar de mí porque él me había enseñado a esquiar en Mendoza, cuando era teniente coronel y yo poco más que adolescente, y después nos vimos en tales y tales situaciones. Recordé que una de las últimas veces que estuvimos juntos Perán me había dicho que «usted es el único que me ha rechazado un permiso para importar un auto…»

También me había comunicado con él en la Universidad de Cuyo. Bueno, que le escribí una carta, contándole lo que estábamos haciendo, que no teníamos con quién coordinar, que coordinábamos entre nosotros, en algunas provincias, con contactos, muchos en Buenos Aires y en el Gran Buenos Aires -era el «fuerte» nuestro- y que le pedíamos instrucciones de qué hacer, de quién recibimos instrucciones.

También le pinté un panorama de todo lo que habíamos hecho, a lo que él me contestó que le satisfacía nuestra manera de actuar.

Y entonces con la carta del General, me vine de Chile. Traía un montón de papeles que me había dado [Florencio Monzon], del Comando de Chile. Me dieron papeles que ellos habían hecho -te aclaro que no eran las Primeras: Directivas Generales. María de la Cruz me tomó más confianza después de que [Florencio Monzón] le dijo que me tenía confianza. Anduvimos con [Monzón] en la casa de ella, caminamos por allí, por el Mapocho, juntos.

En Mendoza me faltaba plata para volver en avión a Buenos Aires. Después un hermano de un militar que era de mi barrio, me dice, qué, no conseguiste pasaje. Esperá un cachito que hay un avión militar que te vaya hacer llegar. Me trae a Buenos Aires con todos los papeles que yo traía. Llegué a Buenos Aires en un DC3 de carga, pero con asientos a los costados y señoras, familiares de oficiales, todos gorilas por supuesto, con chicos. Llegamos creo que a Morón, y de allí me vine a Buenos Aires. De allí te fui a visitar [la familia Monzón] en el barrio de Parque Chacabuco.

Nosotros seguíamos trabajando, esperando que nos llegasen instrucciones, y en los primeros días del ’56 me llamó por teléfono con todo coraje el gerente de LAN Chile en Buenos Aires, un señor Rojas, y me dijo «nuestra amiga María de la Cruz me manda este sobre para usted. Que sea discreto». Lo menciono ahora porque han pasado tantos años.

Era un sobre grande. Allí era donde venían las primeras Instrucciones para la Resistencia, para personas seguras… Venían las cartas escritas a mano de Perón, y otra que creo que he extraviado… en la que decía que acá no hay jefes: ustedes deben buscar los jefes entre la gente.

A TODOS LOS PERONISTAS

La disolución del «Partido Peronista» por decreto de la dictadura no debe dar lugar a la dispersión de nuestras fuerzas. Es necesario seguir con nuestras organizaciones tanto las mujeres como los hombres Peronistas deben seguir reuniéndose para mantener el partido. Cada casa de un peronista será en adelante una «Unidad Básica» del partido.

La Confederación General del Trabajo y sus sindicatos atropellados por la dictadura deben proceder en forma similar.

Yo sigo siendo el jefe de las fuerzas peronistas y nadie puede invocar mi representación.

Si hay elecciones sin el peronismo, todo buen peronista debe abstenerse de votar.

Esta es mi orden desde el exilio.

Juan Perón

En exilio, 1° de diciembre de 1955

¡Viva el peronismo!

¡Viva la C.G.T.!

Entonces ese material era precioso, había que reproducirlo, y no existían fotocopiadoras. Había que hacer una foto de verdad, con un negativo de verdad, en un laboratorio, y de ahí hacer una copia. ¡Encontrar un tipo de confianza como para dejarle eso en su laboratorio! Al fin encontramos uno, fotógrafo aficionado, me gustaría acordarme el nombre, un buen fotógrafo, y en un sótano de una casa tenía un laboratorio, y allí pasábamos horas, haciendo una copia y otra y otra, y después las copias de las copias. Pero guardé el original. Más adelante se hicieron clisés.

Cierta vez cuando estábamos en el sótano golpearon a la puerta, y mi amigo fotógrafo me dice, nos habrán seguido, porque aquí yo nunca he recibido a nadie. Falsa alarma. Sólo era la portera que había sentido ruido. Allí hice unas cuantas copias. Los documentos venian datados 1° de enero de 1956 desde Colón. Y vinieron muy rápido. Yo los recibí el 5 ó el 6 en Buenos Aires …

El General me había dicho que yo era el primero que se había contactado con él de los que estaban en la lucha acá adentro, en la Argentina. Y pocos días después se comunicaron con él dos grupos más. Uno, el de Rodolfo Traversi, que era de la juventud «no sé cómo «, y otro fue el de Raúl Lagomarsino y César Marcos, que mandaron a Osvaldo Morales, un empresario inmobiliario que tenía dinero para viajar.

Estuvo con el General, pero Perón no le dio nada escrito, y le dijo «véanlo a Oliva que él tiene las instrucciones». Por eso todos me andaban buscando por Buenos Aires.

A Traversi el General le había dicho: «es alguien que fue profesor en la Universidad de Cuyo que tiene las instrucciones». Traversi cuando me encontró se decía no puede ser éste, si es muy joven. Se convenció y le di copia.

Con Lagomarsino y Marcos estuvimos jugando unas escondidas, porque yo creí que eran «vigilantes». Me perseguían por todos lados, iba a una reunión, se enteraban que yo había estado allí, me seguían. Hasta me encerraron, yo creí que me detenían, cuando circulaban en un Volkswagen de esos  chiquitos que era de Carlitos Held, Carlitos manejaba, Copete (Rodolfo RodríguezGalvarini) iba con ellos. Entramos a una casa, de unos amigos míos. Era a la salida de una reunión, y allí me atajaron. Yo comprendí que no eran milicos, y los hice pasar, no nos íbamos a quedar hablando en la vereda. Y allí les di copia fotográfica. Y dónde están los originales, decían, los podemos ver. En otra oportunidad se los muestro, no voya andar con eso encima, les contestaba yo.

Recuerdo que Lagomarsino preguntaba si no había venido una carta para él, porque él había firmado el Informe N° 1 del Comando Nacional Peronista enviado al General. No. Eso solo, le confirmé.

Me dijeron que se las diera a una mujer que era de la Juventud. Pero yo no las conocía. En eso no intervine yo, pero alguien hizo contacto con los hermanos Sapag, de Neuquén, que nos mandaban gelinita, detonantes y una buena cantidad de mechas.

Ese material lo distribuíamos a todos los grupos que conocíamos. Eso no se descubrió nunca porque ni el que había hecho el contacto con los Sapag ni yo se lo contamos a nadie. Además como la gelinita echa olor, la mandaban en camiones con manzanas. El olor de las manzanas disimulaba. Además nadie nos había dicho que el olor de la gelinita produce dolor de cabeza, y entonces en varias casas se volvían locos, porque despide un hedor terrible, que provoca trastornos, algo que …

Nadie nos explicó las diferencias entre mechas rápidas y mechas lentas … Unos cagatos nos pegamos. Un compañero una vez fue con tres más -mirá que a ése nunca se le caía el pucho de la boca- a una obra en construcción, no sé, de un gorila. Y dicen, a ver un pucho, ninguno estaba fumando; a ver un fósforo, ninguno tenía fósforos. Tuvieron que ir y volver con los fósforos, dejaron la bomba puesta. Después siempre dejaban una mecha larga porque a pesar de que decían que era de distinto color, a veces parece que falló el color, le ponían un fósforo y hacía «fssssssss «, no tenían tiempo de tomar distancia.

Una vez en mi casa allí de la calle Güemes mandamos dos mujeres a llevar una bomba grande y una chica, a un grupo que la tenía que poner en una parte. La grande iba en un bolso, y la chica en una cartera así nomás. Y toman por Godoy Cruz y doblan por Charcas. Yendo por la vereda de este lado, ven una placa que anunciaba «Alfredo Palacios. abogado» y le metieron la bomba. Y después decian, pasamos porla puerta de este hijo de puta. Era todo muy loco.

Se había incorporado al Comando un tal Vigo, que venía del comunismo, que no le teníamos mucha confianza por eso, por «zurdo «,  zurdo burocrático. Éste, que había leído mucho, hablaba de la «organización» y de que había que «concientizar» a la gente. A mí se me hinchaban las pelotas cuando decía eso. ¡Una gente que salía a jugarse la vida, estaba o no «concientizada»!

Después seguimos haciendo lo que pudimos, bastante bien, hicimos una clave para conectamos con el General, que nos mandaba mensajes, -hagan tal cosa, vean a éste, qué está haciendo tal tipo. La clave fue muy sencilla. Le hicimos llegar a él un diccionario, y nosotros teníamos otro igual. Entonces decía página 13, palabra 3, por ejemplo. A veces no servía del todo. Salía la palabra «perol» que la usábamos por «Peron «. Pero andaba. El mensaje más importante que nos llegó un día fue que organizáramos la huida de los que estaban en el Sur, en Río Gallegos.

En cuanto al golpe de 9 dejunio, no estábamos afavor, pero no interferimos. Tuvimos contactos con González: con Tanco … Había gente que estabamucho con ellos, como Eustaquio Tolosa, del Supa (Trabajadores portuarios).

Antes del golpe me detuvieron, porque nos entregó un tipo que estaba infiltrado en otro grupo, que era muy indiscreto. Yo fui en cana el 31 o el 30 de mayo del 56. Como diez días antes. Me detuvo la Marina y me llevaron al Cuerpo de Infantería de Marina, por Retiro. La Marina tenía el control de la Policía Federal, y vinieron unos oficiales jóvenes del Servicio de Informaciones Navales, unos pendejos, que jugaban a los «cowboys» como Casset y Messina.

Después dicen que se fueron de la Armada. Lagomarsino y Marcos aseguraban que ellos habían logrado el “lavado de cerebro” de esos marinos, pero a mí nunca me gustaron. Me encanaron ellos directamente. Me metieron en los calabozos de esos que hay para los soldados. Yo caí solo. Ese día también cayó Alfredo Stagnaro. Vigo nunca estuvo preso…

Allí me tuvieron hasta el 9 de junio. Depués llevaron al mismo lugar a Marcos, a Lagomarsino, a Traversi, a Held. Nos tenía inquietos un detalle algo terrible. Todos sabíamos que en el plan del 9 de junio se había decidido que Tolosa con los trabajadores del puerto largasen sobre el portón de la Infantería de Mariana, que tenía rieles de ferrocarriles portuarios, una locomotora para que atropellara el portón, con explosivos y un vagón de combustibles. Iba a desaparecer todo según lo planeado. Y la guardia donde estábamos nosotros estaba al lado del portón. Pero nadie dijo nada. Felizmente el vagón no apareció…

Luego durante los fusilamientos, a nosotros nos hicieron unos cuantos simulacros de fusilamientos.[1]


[1] Reproducido en Monzón, Florencio (h). ¡Llegó carta de Perón! Rapsodia de la resistencia peronista. Buenos Aires, Corregidor, 2006.p.58 y ss.