La correspondencia de Perón con María de la Cruz está compuesta por treinta y una cartas enviadas entre el 1° de diciembre de 1955 y el 8 de abril de 1969. Según la primera carta, Perón le había enviado una desde Paraguay, que al parecer no había llegado a manos de la destinataria y no se conservó entre sus papeles. Estos incluyen cuatro cartas anteriores de Perón a ella, fechadas entre el 21 de diciembre de 1953 y el 2 de septiembre de 1955. Los originales de todas esas se encuentran en el archivo de la Hoover Institution, Stanford University, que los adquirió a fines de la década de 1980, y el texto completo de todas fue publicado en Cartas del exilio, en 1991.
María de la Cruz era una escritora y política chilena, nacida el 18 de septiembre de 1912 y fallecida el 1° de septiembre de 1995. No está claro cuándo conoció a Perón, pero durante su visita a Chile entre los días 20 y 26 de febrero de 1953, como senadora fue parte de la comitiva que lo acompañó en sus viajes y se reunió con él como presidenta del Partido Femenino. Desde su creación en 1946, presidía ese partido, cuyo objetivo era obtener el voto para las mujeres en las elecciones legislativas y presidenciales (en las municipales votaban desde 1935). Cuando eso se aprobó, a comienzos de 1949, ella tornó su atención hacia la política social del gobierno de Perón y hacia la figura de Eva Perón. Fracasó en su intento de llegar a la Cámara de Diputados en 1950, pero eso le sirvió para adquirir notoriedad. Dos años después, se destacó por su locuacidad en la campaña presidencial del entonces senador general Carlos Ibáñez del Campo. Cuando fue elegido presidente, ella presentó su candidatura para reemplazarlo y, apoyada por la coalición ibañista, fue elegida senadora en enero de 1953.
Tras la visita de Perón a Chile, ella viajó a la Argentina, donde otro senador ibañista la encontró dando conferencias sobre las bondades del justicialismo. Antes del viaje, sin embargo, la prensa chilena divulgó que había recibido fondos prometidos por Perón que, al menos en parte, se vio obligada a devolver. Esos fueron los motivos, aunque la excusa fue una imprudente recomendación que ella hizo para que una empresa ferroviaria estatal comprara ciertos relojes, por los que en junio de 1953 el Senado declaró su “inhabilidad”, es decir, la destituyó de su cargo. En los años siguientes, empeñó su capacidad oratoria en comentarios políticos radiales y se hizo aún más popular, pero sus intentos de regresar al Senado o de ingresar en la Cámara de Diputados se frustraron.
Su destitución del Senado no aminoró su fervor peronista. En la única carta de ella a Perón que se conserva en el archivo de la Hoover Institution, del 18 de mayo de 1955, le había dicho: “Ud. sabe Presidente, que mi afecto por Ud. es superior a todo en la vida”. (A fines de la década de 1980 declaró que Perón le había propuesto matrimonio, pero que declinó su oferta porque, dos veces viuda, a los dieciséis y veinte años, no quería que por ella la Argentina perdiera su presidente). Por el afecto que sentía por Perón, le enviaba cartas que él no siempre podía responder mientras era presidente, pero que desde su caída respondió puntualmente. Hasta cierto momento, al menos.
La correspondencia puede dividirse, si se considera la frecuencia, en tres períodos: el primero, hasta la carta del 30 de julio de 1956; el segundo, entre las cartas del 29 de octubre de 1956 y del 25 de marzo de 1957; y el tercero, desde la carta del 15 de noviembre de 1958 en adelante. Los períodos difieren también por la cantidad de cartas: durante el primero Perón le envió siete cartas desde Colón, ocho desde Panamá y otras siete desde Colón; durante el segundo, seis cartas desde Caracas; y durante el tercero, una carta desde Ciudad Trujillo y dos desde Madrid. La cantidad de cartas del primero se debió a la proximidad de María de la Cruz con Ibáñez, que Perón esperaba le sirviera para averiguar la disposición del presidente respecto de su eventual residencia en Chile. La interrupción de tres meses entre el primero y el segundo período se debió al traslado de Perón desde Panamá a Venezuela, pero también aparentemente a problemas de ella con exilados argentinos en Chile. La menor cantidad de cartas del segundo período se debe a que Perón fue perdiendo interés en ella desde su mudanza a Caracas porque su residencia allí era más segura, porque sus comunicaciones con la Argentina eran más fluidas y por la llegada de John W. Cooke a Santiago tras su fuga de la cárcel de Río Gallegos. La más escasa cantidad del tercer período se debe a que, ya instalado en la República Dominicana y en España y finalizada la presidencia de Ibáñez, ella no tenía para Perón la relevancia política anterior.
La primera carta de Perón, del 1° de diciembre de 1955 (la segunda más antigua de su exilio que se conoce), le informa que ya estaba listo su libro, cuyo título no menciona, pero era La fuerza es el derecho de las bestias, que esperaba publicar en México y que ella publicó en Chile, según la carta del 10 de abril de 1956. Con esa carta, Perón le enviaba ciertos materiales, le pedía que imprimiera más ejemplares y que los enviara a la Argentina. Ella cumplió con la misión encargada, ya que por su intermedio Enrique Oliva, integrante de los Comandos Coronel Perón, recibió en enero de 1956 las “Directivas generales para todos los peronistas”, el primer documento conocido de Perón enviado desde su exilio.
La situación política argentina es, además de la siempre latente posibilidad de residir en Chile, frecuente tema de comentarios en la correspondencia hasta la carta del 16 de febrero de 1957. Aunque siempre críticos, ellos muestran que la confianza inicial en las acciones violentas de sus seguidores, que él alentaba, dio paso a cierta resignación: “yo me he hecho la composición de lugar de que quizá yo no llegue a presenciar el triunfo final y definitivo que anhelo para mis muchachos que se están sacrificando”, dice en esa carta.
Otros comentarios estaban destinados a evitar el desánimo de María de la Cruz. Así, en la carta del 12 de mayo de 1956, diferencia los políticos simuladores de los que, como ella, eran verdaderos luchadores, asunto que retoma más extensamente en otra, nueve días después. Una reflexión, incluida en la carta del 5 de diciembre de 1956, sobre la diferencia entre el quehacer político y el quehacer histórico, caracterizado este por la presencia de “hechos nuevos”, está también en las cartas a Cooke del 3 de noviembre de 1956 y a Hipólito J. Paz del 10 de enero de 1957.
Entre las personas mencionadas en la correspondencia, cabe destacar a Florencio Monzón, a quien de un modo u otro se refiere Perón en las cartas del 25 de diciembre de 1955, y 15 de enero, 28 de marzo, 10 y 20 de abril, 6 y 11 de mayo de 1956. A él le remitió cartas en ese mismo lapso, publicadas de manera no académica pero igualmente útil por su hijo en un libro que incluye el testimonio de Oliva.
La correspondencia con María de la Cruz muestra el temprano esfuerzo de Perón en el exilio por establecer contactos con sus seguidores en la Argentina y por mantener los que surgían con los exilados, pero también, como reconoció muchos años después, revela el aprendizaje de la conducción del desorden político por el conductor educado en el orden militar.
Referencias:
Amaral, Samuel, “María de la Cruz: feminismo y peronismo en Chile”, en El conductor y la masa: estudios sobre Perón y el peronismo, Buenos Aires, Dunken, 2023, cap. 6.
Monzón, Florencio (h.), Llegó carta de Perón: rapsodia de la resistencia, 1955-1959, Buenos Aires, Corregidor, 2006.
Perón, Juan D., Cartas del exilio, selección, introducción y notas de Samuel Amaral y William E. Ratliff, Buenos Aires, Legasa, 1991.
Samuel Amaral