Me incorporé al semanario Compañero en la segunda mitad de 1963. Tenía 22 años y era estudiante de Derecho. En esa facultad militaba en ANDE (Agrupación Nacional de Estudiantes), rama universitaria de la Juventud Peronista, con sede en diversas facultades. También había participado en la revista 4161, que dirigía mi compañero de estudios Hugo Chumbita. Una tarde del invierno de aquel año me reuní en un café de Viamonte al 200 con Germán Rozenmacher, quien dirigía las páginas de cultura de Compañero y me invitó a colaborar en el semanario que dirigía Mario Valotta.
La redacción estaba justo enfrente, en la planta baja del edificio Alea, anexo al rascacielos Alas. Eran unas oficinas que habían pertenecido al diario Democracia. En algún momento de 1964, la redacción de Compañero se mudó a un departamento situado en Corrientes al novecientos. Más tarde, a unas oficinas de Talcahuano y Corrientes, sobre la librería Fausto y el bar entonces llamado Sorocabana (hoy Ouro Preto).
Compañero era un semanario de ocho páginas y formato supersábana (42 centímetros por 54), con una diagramación de tapa que privilegiaba titulares tamaño catástrofe en intenso rojo. A diferencia de otros medios de la resistencia peronista, cuya circulación se confiaba a la militancia, Compañero apuntaba a un público más vasto. Llegaba puntualmente a los quioscos del centro.
Tenía secciones fijas: internacionales, política nacional, gremiales, cultura. Reservaba la contratapa para notas especiales: investigaciones, adelantos de libros o con frecuencia, tratamientos fotográficos. Así se publicó por ejemplo, un diario gráfico del viaje que Alfredo Moffat había hecho al Amazonas. Moffat era entonces un arquitecto que buscaba otros caminos, que encontraría en una versión muy particular de la psicología social (El bancadero).
El jefe de redacción de Compañero era Horacio Eichelbaum, hijo del dramaturgo Samuel Eichelbaum y hermano menor de Edmundo Eichelbaum, corresponsal de Clarín en París y autor de una biografía de Gardel. Años después Horacio se radicó años en España, donde continuó su tarea de periodista. La sección Internacional la dirigía Jorge Enea Spilimbergo, que contaba entonces unos treinta y cinco años y era sobrino del gran pintor. Ya había publicado varios libros sobre marxismo e historia, y participaba en el espacio de la Izquierda Nacional de Jorge Abelardo Ramos.
Entre los redactores de la sección política y gremial estaban Olga Hammar, que años después tuvo intensa actuación en los movimientos feministas. Junto a Olga, trabajaba Pedro Leopoldo Barraza, quien publicó en el semanario una exhaustiva investigación sobre el secuestro y desaparición, el 23 de agosto de 1962, de Felipe Vallese, joven militante metalúrgico, de quien nunca se encontraron los restos. El trabajo de Barraza, titulado El infierno de Felipe Vallese, narraba los hechos con pelos y señales, identificando a los policías que habían intervenido en el caso. Esas crónicas que comenzaron a publicarse en 18 de marzo y culminaron en Compañero, le costaron la vida a Barraza, asesinado por la Triple A un 13 de octubre de 1974. Siempre bromeando, parlanchín a pesar de su tartamudez, Barraza era un personaje pintoresco de la bohemia porteña de aquellos años: habitué de La Paz, prolongaba sus noches hasta el cierre. A la madrugada, se iba Corrientes arriba, comiendo medialunas recién horneadas.
La sección Cultura la dirigía Germán Rozenmacher, con mi ayuda y la de otro joven también surgido de la militancia en el peronismo universitario: Tulio Rosembuj, quien en los años setenta se radicó en España dedicándose al Derecho Tributario, disciplina en la que llegó a ser profesor titular en la Universidad de Barcelona. Rozemacher había publicado a comienzos de 1963, en edición de autor, su libro de cuentos Cabecita negra, cuyos ejemplares repartió en librerías con la ayuda de su novia Amalia “Chana” Figueiredo. Al margen de sus méritos literarios, el libro produjo impacto ya que, por increíble que parezca hoy, en el enrarecido mundo represivo de aquellos años, titular un libro con semejante expresión era un hecho transgresor. El librero Jorge Álvarez, quien estaba armando su nueva editorial —que sería el gran boom cultural de aquellos años —contrató el libro de Germán y de inmediato lo reeditó con su sello. Al mismo tiempo, Rozenmacher estrenaba su obra teatral Réquiem por un viernes a la noche, en la que dilucidaba conflictos con la colectividad judía. En Compañero Germán firmaba unos aguafuertes porteños, a la manera arltiana, uno de los cuales fue Adiós al Mono, sobre el accidente que truncó la vida del popular Gatica.
Colaboradores habituales de Compañero eran Rogelio García Lupo, quien publicaba investigaciones sobre temas militares o políticos, el economista Julio Notta, los jóvenes historiadores Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Duhalde, que se afanaban entonces en una investigación sobre el caudillo riojano Chacho Peñaloza. Un joven Eduardo Goligorsky, traductor y autor de cuentos de ciencia-ficción, escribía sobre sucesos internacionales, firmando Eduardo Golly. Estos son algunos nombres que recuerdo. Había muchos otros, además de colaboradores esporádicos. Por ejemplo, Juan José Sebreli, sobre cuyos libros el semanario se pronunció críticamente, firmó una columna sobre el magnicidio de John Fitzgerald Kennedy. Estaba, además el personal administrativo que requería un emprendimiento semejante, en el que era fundamental la puntualidad en la llegada al quiosco.
Pero, ¿quién era Mario Valotta? Su pasado estaba envuelto en cierta niebla: se decía que era un médico que había llegado a conocer a Arturo Frondizi a través de la hija de éste, Elenita. Le dieron la dirección de Democracia, diario peronista fundado en 1946 y confiscado en 1955. Valotta “peronizó” Democracia y cuando el 29 de marzo de 1962 Frondizi fue derrocado por los militares, Carlos A. Adrogué el ministro del Interior del gobierno títere de José María Guido, cerró el diario y detuvo a Valotta. En la cárcel, Valotta habría consolidado su opción peronista. Recibió una carta de Perón felicitándolo. En diciembre de 1962 fundó el semanario 18 de marzo que llegó a editar nueve números antes de ser clausurado. El título del semanario rememoraba la fecha de la elección que consagró a Andrés Framini gobernador de la provincia de Buenos Aires, anulada por Frondizi, que sin embargo fue derrocado. A comienzos de 1963, Valotta insistió fundando Compañero.
Valotta era un hombre de porte majestuoso, de rostro pálido y marcadas ojeras. Su trato era cordial aunque reservado con los periodistas que trabajábamos en el semanario, cuya conducción periodística delegaba en Eichelbaum. Valotta tenía la conducción editorial y política del proyecto. Elaboraba los editoriales —iban en la primera página— a toda velocidad, con prosa precisa que el jefe de redacción apenas corregía. Por su despacho desfilaban interminablemente dirigentes, grupos y personajes de todo tipo. ¿Tenía ambiciones políticas personales Valotta? ¿Iban más allá de su aventura periodística? Parecería confirmarlo el hecho de que participara, en algún momento de 1964, de la fundación del Movimiento Revolucionario Peronista (MRP), agrupación que se sumó al poblado bosque del movimiento. El peronismo era un pandemonio en el que se cruzaban miles de proyectos, tendencias, grupos. La persistencia de la proscripción y la violencia del sistema empujaba a la resistencia peronista, hasta entonces acotada a la acción de masas, hacia otras formas de lucha. Este debate estaba entonces en plena efervescencia, cruzado por el temor constante de una reacción militar que cancelara todo.
Los redactores armábamos el semanario mientras en el despacho de Valotta se sucedían discusiones tan acaloradas que salía humo al abrirse la puerta. Por allí pasaban con frecuencia Andrés Framini y otros dirigentes sindicales, Gustavo Rearte —a quien yo había conocido en la cárcel de Caseros cuando, a comienzos de 1963, fui detenido y procesado por infringir el decreto 4161—, Envar El Kadri, Jorge Rulli y muchos otros. Sobre el semanario flotaba la imagen fantasmal de Héctor Villalón, empresario y dirigente que propulsaba el giro a la izquierda del movimiento pero a quien ninguno de nosotros había visto puesto que vivía en el exterior. Compañero publicaba también unos cuadernos de aparición irregular. También libros que salían con el sello de Editorial Jamcana, entre ellos Dar la cara y Las malas costumbres de David Viñas. También publicó Jamcana el libro de Rogelio García Lupo La rebelión de los militares y ensayos de Bernardo Verbitsky y Abraham Guillén. Recuerdo que traduje para este sello un libro del político africano Sekou Touré.
Compañero impulsaba una visión de izquierda dentro del vasto conglomerado del peronismo resistente. En este aspecto, se han hecho y se harán lecturas ideológicas de su faena. Como modesto participante en la experiencia, creo que, además, Compañero fue un intento de hacer un periodismo político que sin dejar de librar combate ideológico buscara lectores generales, ofreciendo materiales de interés y abriendo sus páginas a otras visiones y experiencias. El público respondió a esa convocatoria. ¿Cuántos ejemplares se vendían? Como siempre sucede, este era el secreto mejor guardado. Algunas fuentes hablan de treinta y cinco mil ejemplares. Otros de cien mil, una cifra que se manejaba en la redacción, quizás dándole un cariz de utopía autocumpida. Quizás se llegó a esa cifra en el número uno, su esperada reaparición. Los redactores cobrábamos módicos sueldos. Algunos éramos militantes. Otros no eran peronistas. Todos, sin embargo, teníamos clara conciencia de que la proscripción del peronismo era una loza que cancelaba cualquier legalidad.
Compañero cerró en algún momento de 1965, tras editar más de noventa números. No recuerdo nada de ese final pues poco antes obtuve de la UBA una exigua beca para estudiantes pobres y con ella me dediqué a finalizar mis estudios de abogacía. Pasaron los años. Sopló fuerte el viento de la vida y hubo que ajustar velas. El nombre de Mario Valotta se diluyó hasta extinguirse. En todo caso se convirtió en otro enigma argentino.[1]
[1] ABÓS, Álvaro. “Mario Valotta y el semanario Compañero. Un testimonio”. Buenos Aires, 2020. En AMÉRICALEE. El portal de publicaciones latinoamericanas del siglo XX. Disponible en: <www.americalee.cedinci.org>