La resistencia peronista tuvo su desarrollo en diversos escenarios: calles, fábricas y barrios fueron los lugares privilegiados de las actividades de la militancia espontánea y de las organizaciones.

La práctica militante confluyó en diversos ámbitos que fueron configurándose, a través de la tradición oral, en espacios míticos. Podemos considerar que algunos de ellos pasaron a ser lugares de memoria.

En este caso, se trata de espacios de carácter público, a diferencia de otros espacios de encuentro en el ámbito privado o particular, como fueron las casas convertidas en “unidades básicas”.

Entre ellos podemos identificar la esquina de Corrientes y Esmeralda.

Para quienes formaron parte de la Juventud Peronista, surgida en torno al año 1957, el lugar por excelencia de encuentro y militancia fue esa esquina.

 Recurriendo a la simbólica ubicación del “Hombre que está solo y espera” de Raúl Scalabrini Ortiz, estos jóvenes constituyeron esa esquina como espacio de confluencia y confrontación.

Confluencia de quienes sentían la misma pertenencia a un peronismo proscripto y perseguido. Al encontrarse podían sentir que no eran individualidades aisladas. De esa manera se articulaban entre sí y participaban del proceso de lucha que, en distintos lugares del país, se libraba contra la dictadura militar.

Confrontación con la opinión antiperonista, en un reducto considerado espacio “enemigo”, zona céntrica donde transitaban muchos simpatizantes del gobierno militar.

La elección del lugar no parecía azarosa: una de las protagonistas de esta historia, Beatriz Fortunato, había fundado tiempo antes un Ateneo Cultural que llevaba el nombre del escritor Raúl Scalabrini Ortiz, quien por ese tiempo tenía asignada una columna significativa en el semanario Qué. Scalabrini había ubicado al hombre arquetípico de Buenos Aires en esa esquina, “polo magnético de la sexualidad porteña”. En el tango compuesto por Celedonio Flores en 1932, que llevaba el nombre de ambas calles, se aludía figuradamente al “hombre tragedia” descripto por Scalabrini (Flores, 1932).

La concurrencia de público estaba asegurada ya que en la esquina sudeste, con el marco de fondo del Gran Hotel Roi,  funcionaban la Confitería Cabildo, el Royal Keller (en un subsuelo) y el Teatro Odeón. En la esquina sudoeste se ubicaba la Confitería El Buen Gusto y en la noroeste el Café Guaraní.

En un primer momento fue la simple provocación, simulando situaciones, comentando sucedidos de la vida nacional, esperaban captar la atención de algún desprevenido transeúnte de perspectiva contraria al peronismo:

«A principios del 57 un compañero la infancia…me conecta con la gente de Corrientes y Esmeralda. En ese momento era un grupo que se encontraba siempre en la misma esquina y se dedicaba al asunto ese de pasar rumores, se ponían botones blancos en las solapas y ocasionalmente provocaban alguna escaramuza con motivo del Decreto 4161 que prohibía cantar la Marcha y toda la simbología peronista» (Rulli, 1988).

Otro protagonista comentó, en la misma dirección:

«Nosotros empezamos el activismo allá por el ’57 en la esquina de Corrientes y Esmeralda, un lugar que fue símbolo de la Resistencia Peronista. Allí nos juntábamos con gente en forma espontánea a cantar la «marchita» o simplemente a silbarla, y como en ese momento estaba vigente el decreto 4.161 que proscribía al peronismo y su simbología, enseguida caía un carro de asalto de la policía y nos hacía circular. Cuando nos resistíamos nos dispersaban a palo limpio» (El Kadre, 1984).

El grupo de jóvenes se había ido juntando de manera aluvional y espontánea, sin un principio de organización y jefatura claro y preciso.

«Cuando me enganché ahí empecé a ir todos los días. En los primeros disturbios me voy conectando y voy siendo distinguido por otros jóvenes de mi edad que también querían hacer cosas» (Rulli, 1988).

Utilizaban distintas estratagemas para llamar la atención y generar situaciones de enfrentamiento. Dejaban como “cebo” algún elemento que generara contradicción.

En oportunidades ponían una imagen como “señuelo”

«Empezamos a poner en marcha la cuestión de la foto de Perón. Todas las noches y varias veces por noche colgábamos en la esquina de Corrientes y Esmeralda una foto de Perón y esperábamos que alguien pasara y la rompiera. Y la rompían cuatro o cinco veces por noche, porque el grueso de la gente que caminaba por esas calles no podía soportar la foto de Perón…Y ahí le caíamos nosotros y entre tres o cuatro le dábamos con las cachiporras y salía maltrecho» (Rulli, 1988).

«…poníamos una foto de Perón y una de Evita colgando del cartelito en el que estaba el número de la calle, y nunca faltaba un “gorilón» que caía en el lugar y la intentaba sacar. Yporsupuesto, cobraba de lo lindo» (El Kadre, 1984).

«Todo comenzó como una provocación: cantábamos «la marcha», nos peleábamos. En Corrientes y Esmeralda exhibimos un busto de Perón; pasó uno y nos dijo “Lo único que falta es una foto de la yegua”. Y a las piñas, como siempre» (Spina, 2008). 

En otros casos fraguaban diálogos entre dos de los asistentes de la esquina de

Corrientes y Esmeralda para llamar la atención, que se acercaran curiosos y reaccionaran:

«-Escuchemé, che, digamé si cuando estaba el General los hospitales no funcionaban mucho mejor que ahora…

-Sí, pero no me va a negar que ese sinvergüenza hizo quemar las iglesias.

-Las quemó, las quemó. ¿Pero qué es más importante, las iglesias o la gente?

-¡Así que encima de peronista es ateo, usted! «(El Kadre, 2021).

Una manera de violar la normativa represiva del Decreto 4161 consistía en cantar la Marcha Peronista en esa esquina (Skoufalos). A partir de ello comenzaron a sofisticar los dispositivos, generando bataholas de mayor calado:

«Otra de las cosas que hicimos varias veces es que alguno de nosotros iba mejor vestido, con saco y corbata, y otro grupo, que eran los más atorrantes, los más lúmpenes, se ponían en la esquina y cantaban la Marcha Peronista. Nosotros nos poníamos en la vereda de enfrente y esperábamos que se juntara un grupo grande de gente. Escuchábamos los comentarios: “como puede ser esto”, “es inaudito”, “y la policía no hace nada”. Cuando había treinta o cuarenta personas, empezábamos nosotros también a dar manija: “tenemos que hacer algo”, “nosotros somos los responsables”, “estos negros de mierda”. “Claro que sí” decían las viejas y los viejos  los oficinistas y los ejecutivos. Y cada vez se juntaba más gente y los otros seguían cantando, vivando a Perón. Los pequeñoburgueses de la banda que nos habíamos empilchado bien para que no nos reconocieran como peronistas, volvíamos a la carga: “esto no puede seguir, hay que darles un escarmiento”. Y haciendo punta bajábamos la vereda y caminábamos hacia donde estaba la manifestación y los tontos nos seguían. Cuando estábamos llegando al enfrentamiento nosotros retrocedíamos y mientras los otros los atacaban por delante, nosotros los atacábamos por detrás. Con lo que los 50 o 50 gorilas que iban a realizar un escarmiento salían escarmentados. Se llevaban unas palizas terribles» (Rulli, 1988).

Ello dio paso a una idea que se constituyó en obsesión: ganar la calle al antiperonismo y en particular a los grupos armados de los Comandos Civiles Revolucionarios que en un primer momento controlaban el espacio público.

«La Marcha del Silencio fue sentir 2000 0 3000 personas iguales a mí, en la calle. Ahí nos reprimieron los “Comandos Civiles”. Yo había quedado con un grupo y nos dispersó un tipo en calle Santa Fe, con una pistola apuntándonos a la cabeza. Nosotros no teníamos experiencia en este tipo de combates callejeros y además es muy difícil actuar con gente que no conocés. Yo me escondí detrás de un auto, pero me quedé con la sangre en el ojo» (Rulli, 1988).

«En ese tiempo, íbamos a Corrientes y Esmeralda, y se daban unas peleas terribles donde estaban las carteleras de los diarios. En una, cerca de la confitería Suipacha,  donde estaba el cine Princesa y se juntaba mucha gente, comenzamos a hacer nuestras primeras armas, hasta que nos convertimos en agitadores de primera. Muy de a poquito fuimos enfrentando a los comunistas –que eran los más hábiles- y después todo terminaba a los garrotazos. Cuando empezaban a hablar mal de Perón o de Evita, les dábamos con todo…y de a poco nos fuimos adueñando del centro de la ciudad» (Spina, 2010).

A partir de la experiencia de desprotección comenzaron a darse cierta planificación, fijándose objetivos:

«[Teníamos] el proyecto de desmantelamiento de la organización paramilitar, que eran los Comandos Civiles en la ciudad de Buenos Aires. Se organizar varios planes que después no se realiza ninguno, pero lo que queda es la determinación de ir armando con más inteligencia el combate contra el Movimiento Cívico Revolucionario, que es lo que vamos a realizar los dos años siguientes. En síntesis, el objetivo era ganar la calle para el peronismo» (Rulli, 1988).

«El proceso de erradicación de los Comandos Civiles de las calles porteñas fue bastante rápido…a lo largo de los 57/58 liquidamos el Movimiento Cívico Revolucionario y su brazo armado que eran los Comando Civiles Revolucionarios. O sea, los desalojamos de la calle y desaparecen» (Rulli, 1988).

El lugar de operaciones comenzó a ser identificado por sus “enemigos”. Así, un grupo llegó hasta esa esquina para enfrentarlos, sabiendo que tenían su cuartel de operaciones allí. Se trataba de estudiantes de la Escuela Naval, que venían a vengar a uno de los suyos que había caído en una celada días antes. El choque se extendió hasta la calle Lavalle. Uno de los contrincantes estaba armado y disparó sobre el grupo provocando heridas a uno de los simpatizantes de la naciente JP. Cuando se le terminaron las balas fue apresado y apaleado, dejándolo moribundo (El Kadre, 2021).

Para esa época, desde otros espacios de la Juventud Peronista  visualizaban que “la JP de Buenos Aires (Capital) empieza en las calles…no había una conducción” (Villagra, 1988).

De esa manera, se transformó en el lugar de referencia para el desarrollo de diferentes fases de la organización.

«Corrientes y Esmeralda no era lo que tradicionalmente se denomina ‘un grupo organizado’, pero sí tenía un tipo de organización, aunque no convencional, posiblemente más inteligente para ese tipo de pelea» (Rulli, 1988).

En la etapa siguiente se constituyó el Comando Centro, que tuvo su origen en ese lugar:

«En esta esquina es donde me conecto y me invitan a la casa de Susana Valle, donde se organiza uno de los primeros comandos de la Juventud Peronista. Ahí estábamos con Tuly Ferrari, Pocho y Gustavo Rearte, Héctor Spina y formamos el Comando General Valle» (Rulli, 1988).

Con la restauración de las libertades públicas en mayo de 1958 la esquina quedó bajo vigilancia:

«Cuando Frondizi asume, ya empiezan a poner en Corrientes y Esmeralda un carro de asalto de la Policía…todos los días cuatro o cinco entraban presos a la Comisaría 3ra y 1ra, entraban y salían. Era un desfile. Yo no tuve la desgracia nunca, pero muchos compañeros cayeron presos» (Spina, 2010).

Con el tiempo se transformó en un lugar de convocatoria. Al calor de las marchas y manifestaciones peronistas que se desarrollaron a lo largo de la década del 60, eligiendo la estrategia descentralizada, Corrientes y Esmeralda fue un punto simbólico de reunión y de referencia.

A través de la narración repetida de estos sucesos los participantes de la experiencia forjaron un mito fundacional de la Juventud Peronista asociándola a ese lugar emblemático. Con ello olvidaban a la primera Juventud nacida al calor del segundo gobierno de Perón, tomaban distancia de los viejos dirigentes peronistas que habían claudicado en la hora crucial y afirmaban una identidad generacional dispuesta a  forjar sus propias armas para las luchas del momento (Acha, 2011).

Referencias:

Acha, Omar. Los muchachos peronistas. Orígenes olvidados de la Juventud Peronista (1945-1955). Buenos Aires, Planeta, 2011.

Anzorena, Oscar. Historia de la Juventud Peronista. Buenos Aires, Del Cordón, 1988. Incluye los testimonios de Rulli, El Kadre y Villagra citados.

El Kadre, Envar. En Caras y Caretas. Número 2229. Abril de 1984.

Flores, Celedonio. Cuando pasa el organito. Buenos Aires, Freeland, 1965. Primera edición 1932.

Instituto Nacional Juan D. Perón. Plan Conintes y resistencia peronista. Buenos Aires, INJDP, 2010. Incluye tetimonio de Spina citado.

Salas, Ernesto. Cultura popular y’ conciencia de clase en 18: resistencia peronista. En Revista Ciclos. Número 7. Buenos Aires, 1994.

Scalabrini Ortiz, Raúl. El hombre que está solo y espera. Buenos Aires, Gleizer, 1931.

Scoufalos, Catalina. Resistencia peronista: ¿Una resistencia cultural? En Congreso de la Red de Estudios del Peronismo. Mar del Plata, 2008.

Spina, Héctor. Los viejos “muchachos peronistas” y una pensión por sus años de lucha. En Clarín. 8 de febrero de 2008.

Darío Pulfer