El título de esta entrada remite, en principio, a las relaciones que en la etapa sostuvieron gruposintelectuales dedicados a la investigación y la divulgación históricas, y un movimiento político de masas. Sin embargo, deben tenerse en cuenta ciertos elementos del contexto político-cultural que resultaron cruciales para esas relaciones, así como algunos de los rasgos que por entonces exhibieron ambos actores. Si se los atiende, puede observarse que por debajo aquellos vínculos se insinúan cuestiones y procesos más vastos y complejos.
En lo que hace al mundo político y cultural, luego del golpe de Estado de 1955 los cambios fueron acelerados y dieron lugar a coyunturas fugaces, más allá de evidentescontinuidades: la proscripción del peronismo, la tutela militar y la proximidad entre la política y la violencia, por ejemplo. Luego del golpe,las disputas sobre el pasado, el reciente en un comienzo, tuvieron un papel decisivo a la hora de la comunicación de las posiciones de las diversas agrupaciones políticas, peronistas y antiperonistas; se trató de un conflicto interpretativo sobre la experiencia que acababa de terminar, y en él se jugaban también dimensiones memoriales. La permanencia del peronismo como una pieza central del juego político alentaría ese debate sobre el pasado reciente, que se enlazaba con naturalidad -aunque este detalle pueda sorprender- con las polémicas sobre etapas anteriores, incluso sobre el siglo XIX. La prensa peronista de los primeros momentos de la resistencia intervino plenamente en el primer debate, y ocasionalmente en el segundo. Así, la revisa De frente, vinculada desde tiempo atrás a John W. Cooke, publicaba en enero de 1956 su número 94, en la clandestinidad. En el editorial titulado “Mayo o Caseros”, se criticaba a los “intelectuales libres” que buscaban enlazar Mayo con Caseros, inventando un linaje que culminaría en el golpe de 1955: “Mayo fue el triunfo del espíritu criollo, ansioso por liberarse de todo yugo”, mientras que Caseros habría sido “una conspiración minoritaria, hecha para servir a la oligarquía porteña y al imperialismo naciente”.Sin sorpresas, discutir el pasado era, a la vez, discutir el presente.
A su vez, otro cambio significativotuvo lugar en el período: la ampliación de los públicos lectores, al que se añade su modernización. En ese proceso, los libros dedicados al pasado nacional, fueran o no revisionistas, que lograron muchas veces éxitos de ventas notables, tuvieron un rol importante; fuera del revisionismo, los casos deobras publicadas por el Centro Editor de América Latina, las de Félix Luna e incluso algunas con sello de EUDEBA son buenos ejemplos.En cuanto al revisionismo, miembros con larga trayectoria allí, como Ernesto Palacio y José María Rosa, o conversos recientes, como Arturo Jauretche, junto a autores ubicados en la izquierda del revisionismo, como Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde, Eduardo Astesano e incluso Juan José Hernández Arregui, con una perspectiva más filosófica, fueron autores de libros que se vendieron muy bien. A ese conjunto de producciones que hacían circular las interpretaciones revisionistas cabe sumar la Revista del Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricasy luego su Boletín, y la revista Revisión, entre otras.
Editoriales como Peña Lillo, Oriente, Sudestada, Pampa y Cielo, Coyoacán y Octubre cobijaron aquellos éxitos revisionistas, a veces en las colecciones de libros baratos de venta en quioscos, como La Siringa, de Peña Lillo, y Argentina Fundamental, de Pampa y Cielo.
Pero también otros productos culturales y otras prácticas, alejadas de la investigación en archivos, el emprendimiento editorial o la conferencia erudita, hablande la intensidad de la apelación al pasado lejano: discos y algunas películas, pero también la elección de denominaciones quealudían al siglo XIX por parte de organizaciones armadas,los atentados a bustos de los héroes del adversariojustificados con argumentos tomados de la producción revisionista que pasaban a un volante, los actos en la Vuelta de Obligado o en memoria de Rosas. Sin ser exclusivos de la época, ellos eran muy frecuentes entonces; se trataba de modos de evocar el pasado, efímeros tantas veces,realizados en una clave inequívocamente revisionista, que empezaba a ser al mismo tiempo, con pocas excepciones que se mencionarán, manifiestamente peronista.
Por su parte, los propios actores en cuestión, el revisionismo y el peronismo, sufrieron cambios en esos años. En cuanto al movimiento político, la conducción de Perón fue desafiada de distintos modos, con un ímpetu desconocido en la etapa anterior, aunque finalmente se sostuviera; sustendencias más radicalizadas crecieron, mientras los matices ideológicos en su interior no se atenuaban. En el caso del revisionismo, entendido como grupo cultural, se registran también transformaciones.La base institucional revisionista había sido débil y ceñida casi por entero al Instituto Rosas; en el lapso bajo estudio,los autores que se definían o eran percibidos como revisionistas, o desarrollaban sus polémicastratando de ocupar esa posición, desbordaban en mucho los elencos del instituto. Se consolidaba además un revisionismo vinculado a la denominada izquierda nacional, como se indicó, que apoyaba al peronismo; algo después, tomó el nombre de revisionismo histórico socialista.
Tampoco faltaron las polémicas sobre temas históricos específicos, como la que enfrentó a Juan Pablo Oliver, Ortega Peña y Fermín Chávez en 1969, en torno a la Guerra del Paraguay.
En otro plano, el del tipo de historiador que los revisionistas eran, las continuidades con la etapa anterior sonmás marcadas: hombres con presencia en el mundo cultural, visibilidad en el debate público que asumían con fervor, y baja inserción en el mundo académico y universitario, circunstancia que en estos años se explicaba también por razones políticas. En ese panorama, la unidad de las varias matrices interpretativas revisionistas parece hallarse más en la crítica a los rumbos seguidos luego de la batalla de Caseros que en la exaltación de Rosas, que de todos modos estaba extendida; los caudillos del interior, en particular Peñaloza y Varela, eran sin embargo preferidos por la izquierda del revisionismo.
Debe señalarse, por otro lado, que las políticas hacia el pasadode los primeros gobiernos peronistas habían recogido poco de las interpretaciones revisionistas. Sobre este punto, las evidencias empíricas son muy abundantes y puede evocarse el caso de Antonio P. Castro, quien fue alto funcionario del área de cultura y en 1954, en un folleto oficial que se enmarcaba en las acciones culturales del Segundo Plan Quinquenal, celebraba la reunión que Urquiza y Sarmiento habían sostenido en un aniversario de “la gloriosa batalla de Caseros”. Sinembargo, sectores del activismo peronista habían adoptadoargumentos revisionistas, y varios de los intelectuales que formaban parte del revisionismo se aproximaron al nuevo movimiento;el caso del editorial de DeFrentecitado más arriba se explica por aquellas proximidades.Las relaciones no fueron sin embargo sencillas, y revisionistas devenidos peronistas así como peronistas que adoptaron puntos de vista del revisionismo debieron convivir entre 1945 y 1955 con quienes interpretaban la historia nacional de modo más clásico. En términos muy amplios, puede plantearse que la mayoría de los revisionistas siguieron aproximadamentelas actitudes, cambiantes, del nacionalismo y de los grupos católicos frente al peronismo gobernante. La situación posterior a 1955 fue, desde muchos puntos de vista, diferente. El peronismo proscriptose construyó un pasado que no solo lo vinculaba a la figura de San Martín, y a través de ella a la guerra de independencia, como había hecho durante sus gobiernos, sino que lo tornaba heredero del rosismo y del federalismo, en una acción que tenía efectos en dos frentes: el de la disputa política con sus adversarios y el de la consolidación de la propia identidad.En 1957, en su texto Los vendepatria, Perón se había instalado en una línea que lo enlazaba precisamente con San Martín y Rosas.
Pero unanimidades tan férreas no suelen ser corrientesallí donde la política y la cultura se cruzan. Así, los sectores revisionistasreunidos en torno a Julio Irazusta mantuvieron en los sesenta sus distancias con el peronismo. Franjas del nacionalismo católico más tradicional, que solía recelar del carácter plebeyo del peronismo, persistían en sostener la visión revisionistaforjada en los años treinta.José María Rosa señaló en un reportaje de 1978 que en el propio Instituto Rosas confluían peronistas y antiperonistas que solían polemizar con dureza, y que esa razón lo habría llevado a cerrarlo en los sesenta. Algunos revisionistas, tal como ocurrió con diversos círculos nacionalistas, se aproximarían al gobierno de Onganía, luego del golpe de Estado de 1966.
De este modo, un peronismo en transformación y plural, y un revisionismo también él sujeto a cambios, trazaron una nueva relación luego de 1955. En ella, el movimiento político organizó, con fragmentos de obras formales y también con las imágenes menos asentadas producidas en el contexto de la discusión política, su propio relato común, e inevitablemente sumario del pasado nacional, que lo distinguía de sus adversarios, o al menos, de los más importantes de ellos. Sus notas centrales, de estirpe revisionista –la ponderación favorable del rosismo o de otros federalismos; la crítica a los rumbos seguidos luego de Caseros y en particular luego de 1862- fueron compartidos por prácticamente todos sus agrupamientos internos, incluso los que se enfrentaron, y se enfrentarían luego, con mayor violencia.Como ha planteado Bernsteinen referencia a procesos más generales,puede concebirse como una “lectura común y normativa del pasado histórico que connota, positiva o negativamente, los grandes períodos”, cuya potencia nunca se encuentra, desde ya, en su “exactitud”. Esta vez, entonces, y sin disidencias notorias, el peronismo se había hecho revisionista. A su vez, algunas de interpretacionesplanteadasmucho antes en investigaciones más o menos eruditas producidas por intelectuales alcanzaban auditorios de masas en manos de un movimiento político; tal vez sea este último proceso el que explique la posible apropiación de algunas perspectivas revisionistas en franjas sociales vastas. Fueron esos los dos fenómenos más amplios y los más relevantes entramados con esa relación que acarreó novedades para ambas partes involucradas.
Fuentes:
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Chávez, Fermín. Historia del país de los argentinos. BuenosAires, Theoria, 1967
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Ortega Peña, Rodolfo; Duhalde, Eduardo L. Felipe Varela contra el imperio británico. BuenosAires, Sudestada, 1966
Palacio, Ernesto. Historia de la Argentina. Bs.As., Alpe, 1954. Hay reediciones en Peña Lillo en los años 1957, 1960 (Tercera edición en 2 tomos, Peña Lillo, subtitulo: 1515-1957), 1965, 1974.
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Rosa, José María. Historia Argentina, BuenosAires, Editorial Oriente; 13 volúmenes, aparecidos entre 1964 y 1980.
Referencias:
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Alejandro Cattaruzza