Tras el golpe de Estado de septiembre de 1955, el profesor Florencio Monzón viajó a Paraguay para ponerse a disposición de Perón. Se trasladó en tren hasta Posadas y luego atravesó en bote el río Paraná para recalar en Encarnación. De allí viajó en micro hasta Villarrica, donde estaba desterrado Perón. Durante su presidencia, Monzón había sido director de una escuela de San Fernando (Buenos Aires). La “Revolución Libertadora” lo dejó cesante. Su esposa, Olga Gliozzi, había sido senadora provincial en ese distrito.

Ante una invitación infructuosa de Perón para que lo acompañara a Centroamérica, que Monzón rechazó alegando cuestiones familiares, el expresidente le asignó por carta la misión de viajar a Chile, tomar contacto con María de la Cruz, senadora nacional y dirigente del Partido Agrario Laborista en ese país, e iniciar acciones de resistencia a través de un Comando. Así lo hizo. Primero viajó él y luego su familia: su esposa y sus dos hijos, Isabel (12 años) y Florencio (18) (Monzón, 2006).

            Por entonces, un promotor de los Comandos “Coronel Perón” en Buenos Aires, Enrique Oliva, tomó contacto con el ex presidente. Éste le indicó vincularse a María de la Cruz, para lo cual viajó a Santiago de Chile, donde lo esperaba también Florencio Monzón. Estas confluencias daban inicio a las tareas del Comando Chile, canal de transmisión de la primera carta de Perón “a todos los peronistas”, redactada en diciembre de 1955. En la misiva, el ex presidente afirmaba que “cada casa de un peronista será en adelante una ‘Unidad Básica’ del partido”, que “la CGT y sus sindicatos atropellados por la dictadura deben proceder en similar forma”. Afirmaba luego que seguía “siendo el jefe de las fuerzas peronistas” y que “si hay elecciones sin el peronismo, todo buen peronista debe abstenerse de votar”.

            En enero de 1956 Perón escribió a Monzón instándolo a permanecer en Chile y activar el trabajo político. Oliva, en contacto con aquel, retiró las Directivas generales para todos los peronistas, enviadas desde Panamá. La transmisión de disposiciones e instrucciones entre el líder y sus seguidores comenzaba a cobrar forma, alentada por sus contactos en territorio chileno. A comienzos de 1956 Perón les hizo llegar ejemplares de “La fuerza es el derecho de las bestias”. María de la Cruz y Monzón publicaron una edición local. La segunda edición, publicada casi de inmediato, llevaba la firma de Perón. Para publicar la obra fue necesario enviarles 10.000 hojas interiores que fueron devueltas con la correspondiente rúbrica. Perón les indicó que no le giraran parte del producido por la comercialización del libro, sino que lo dejaran en Chile para financiar las actividades locales.

            Los exiliados en Chile gozaron del apoyo local de simpatizantes trasandinos del peronismo. Se trataba de jóvenes de corte nacionalista que brindaban hospitalidad a los peronistas en desgracia; proveían de papel para volantes y panfletos; explosivos para generar efectos de superficie; participaban en acciones concretas como las emisiones radiales o se daban una organización de apoyo como el E.L.S.A. (Ejército Libertadora Sud Americano). Allí militaban Julio Velasco, “Ludwig”, “Adolfo” y “Rolando”. Su colaboración les valió que el mismo Perón les enviara cartas de reconocimiento. En el orden nacional tenían vínculos con el Presidente Ibañez, Luis Muñoz Monje, Jefe de Investigaciones  y en particular con la mencionada senadora María de la Cruz, persona de confianza de Perón en Chile. Todos ellos “copuchaban” en favor del peronismo, dispersando información, rumores, chismes y participando en conspiraciones de todo tipo. Un aspecto relevante del Comando de Chile fue que sus miembros ingresaron a ese país en condición legal de turistas, lo que los eximió de presentar la documentación de exiliados y les permitió gozar de cierta flexibilidad para actuar (Cámara de Diputados de la República de Chile, 1957).

            En su rol de “intermediarios de la conducción”, el diagrama diseñado por Perón asignaba a este Comando de Exiliados una injerencia en la región Oeste de Argentina (Mendoza, San Luis, San Juan, Catamarca, La Rioja, Córdoba) y en la Patagonia.

            Sobre esa base se fue configurando el espacio al que se sumaron figuras de distinta procedencia y rango dentro del peronismo, que iban llegando a Santiago de Chile. Llegaron a ser cerca de 30 personas.

Ante la captura recomendada a todos los ex legisladores del régimen depuesto, se instalaron en Chile distintas figuras: Ricardo Guardo, que había sido diputado y Presidente de la Cámara en la primera parte del gobierno de Juan D. Perón, César Astorgano, sindicalista del gremio de taxistas y diputado caracterizado por sus latiguillos y chicanas al bloque opositor. Hasta allí llegó quien fuera intendente del Municipio de Morón, César Albistur Villegas. Serú García, político mendocino, también se encaminó a Santiago de Chile ante la persecución desatada por la intervención a la provincia. Otro exiliado fue Juan Raymundo Garone, referente de la Asociación Latinoamericana de Trabajadores Sindicalistas, quien también había sido amenazado con la detención, siendo que se había configurado una comisión investigadora de las actividades de esa organización. Entre los exiliados también se contaba un joven de apellido Madariaga, mendocino, idealista y entusiasta para todas las tareas. Asimismo, se encontraban en Chile Elisa Duarte, hermana de Eva Perón y Orlando Bertolini, esposo de Erminda Duarte, con quien Perón estableció vínculos e intercambio de correspondencia. De manera intermitente pasaba por allí el periodista del diario Democracia y de la revista De Frente, Ramón Prieto. El diplomático Valentín Luco también fue de la partida, siendo designado como referente en un primer momento. Todos estaban vinculados a Monzón y al Comando de Exiliados de Chile.

            Con el correr del tiempo otros miembros fueron agregándose. Fue el caso de Guillermo Barrena Guzmán, miembro del Estado Mayor del General Juan José Valle, quien, luego de fracasar el levantamiento, escapó hacia Chile y se integró al Comando de Exiliados. Otro de los conspiradores fue el Capitán Aparicio Suárez, protagonista de la toma del Regimiento 3 de Infantería, quien también logró huir sumándose en el ámbito. Ambos militares fueron ubicados y ayudados a ingresar a Chile a través del E.L.S.A.

            Vinculada al comando se movía una periodista de origen uruguayo, Blanca Luz Brum, de viejos vínculos con el peronismo. Con el tiempo, desde el Comando, también se mantuvieron relaciones con los socialistas de Salvador Allende y con sectores del Partido Comunista Chileno. En el ámbito militar estrecharon relaciones con el comodoro Squella de la Fuerza Aérea.

            Entre los miembros del Comando se destacó Julio Guizzardi, un empresario patagónico promotor de una perspectiva insurreccional, que contaba con recursos y posibilidades de recorrer el país para producir informes. Se presentó ante Cruz y Monzón en abril de 1956 y adelantó sus ideas insurreccionalistas a Perón, quien las convalidó.

            El núcleo de exiliados chilenos mantuvo un contacto continuo con Perón por vía epistolar. Como narra en su testimonio, Florencio Monzón (h) revisaba diariamente la casilla postal 10.205 de la Central de Correos de Santiago de Chile

para saber si había novedades de Caracas. De Argentina también llegaba información por los medios periodísticos, los contactos de las zonas aledañas y los viajes de las nuevas figuras de la resistencia. Luego del viaje del profesor y periodista mendocino Enrique Oliva, en abril de 1956, se produjo el traslado de Osvaldo Morales, un empresario inmobiliario, quien se presentó en nombre del Comando Nacional de César Marcos y Raúl Lagomarsino. Fue recibido por Cruz y Monzón y su objetivo era llegar a Perón con el segundo informe de ese Comando. Luego de obtener el visto bueno siguió camino a Panamá, donde fue recibido con desconfianza por Perón, quien aprovechó la información sin emitir posición alguna.

            Desde marzo de 1956 Perón consideraba la posibilidad de mudarse a Chile para estar más cerca del teatro de operaciones,  radicándose discretamente en el sur o en el norte para no molestar a su “amigo el General Ibáñez”. Los avances del Comando chileno no eran ajenos a Perón, quien consideró en abril de 1956 que era “el que mejor anda”. A ello atribuía las reacciones que generaba su accionar en el sistema político y en los medios periodísticos de Chile y, fundamentalmente, en la dictadura militar argentina que desplegaba acciones de espionaje y contraespionaje  sobre el grupo. En un momento, Perón llegó a recomendar la paralización  de acciones secundarias para dar la impresión que habían detenido su labor.

            En la correspondencia, Perón insistía en la necesidad de establecer contacto y comunicaciones “rápidas y seguras” con los grupos de la resistencia del país. El objetivo estratégico era “saturar la masa” con información fidedigna.

            En ese marco, el Comando de exiliados de Chile logró montar varios aparatos de transmisión radial para difundir noticias en el territorio argentino. Uno de ellos fue “LU9 45”, organizada por Monzón, que “emitía por las noches desde algún lugar de la cordillera”. En realidad la transmisión se realizaba desde San Bernardo, en las primeras alturas de la Cordillera, muy cerca de Santiago desde la casa de un chileno-argentino, Ario Ricci. Ese equipo había sido provisto por los jóvenes de E.L.S.A.

            En marzo de 1957, Cooke junto a Héctor Cámpora, Guillermo Patricio Kelly, Pedro Gomis, Jorge Antonio y José Espejo lograron escapar del penal de Río Gallegos, cruzar la frontera e instalarse en Chile para solicitar asilo político. Esa acción habría contado con el apoyo del Comando Chile, a través de la intervención de Juan de la Cruz Guerrero. En ese momento Perón escribió a Cooke encomendándole tomar contacto con Julio Guizzardi, que ya venía actuando como hombre de confianza en diversas misiones y que contaba con valiosa información que emanaba de sus recorridas por el país.

            El Capitán Barrena Guzmán, miembro del Comando Chile, había visitado a Perón y salía de Caracas con mensajes y encomiendas para el grupo residente en Santiago y los comandos de la zona Oeste.

Hacia mediados de 1957, Perón confiaba en la fuerza de los Comandos en Argentina y el extranjero para paralizar el país. De allí que instara a Cooke y a los “muchachos” a que se trasladen a Caracas bajo la convicción de que el gobierno de Marcos Pérez Giménez no los molestaría. Para Cooke, sin embargo, un proceso judicial pendiente lo obligaba a demorar su traslado. En ese contexto sostuvo un intercambio epistolar continuo con Perón, en el que transmitió noticias de todo orden y consideraciones sobre la realidad del Comando Chile. Al tomar las riendas, Cooke logró el apoyo de Aparicio Suárez y Florencio Monzón. Los otros integrantes estaban divididos, realizando acciones desarticuladas, lo que generaba molestia en el nuevo responsable, no acostumbrado a la falta de organización y discreción.

Kelly, otro de los fugados, contaba con un grupo de seguidores en Santiago, que seguían comunicados con los restos de la Alianza Libertadora Nacionalista en el país. Estaban embarcados en el golpismo, influenciados por la corriente militar liderada por el general Justo León Bengoa (“bengoismo”), cuando Kelly llegó a Chile y los hizo cambiar de parecer acusándolos de reaccionarios y conminándolos a adherir a los lineamientos de Perón y Cooke. Este último consideraba que lo mejor era dejar al grupo de Kelly como agrupación “colateral” sin intentar sumarlo al Comando. Por su carácter nacionalista, dicho grupo tenía a su vez buenas relaciones con los miembros del ELSA y realizaba encuentros periódicos con ellos.

            En el mes de mayo comenzaron a planificar una reunión en Caracas con representaciones de los distintos Comandos.  Cooke alertó sobre una filtración de información y la reunión fue postergada. Mientras tanto, en su afán de organizar el funcionamiento del Comando y evitar las rencillas internas, Cooke fue armando dos grupos de trabajo, con ejes diferenciados.

            La nueva dinámica del trabajo, la disputa personal o los celos llevaron a una rivalidad entre Guizzardi y Cooke. La prevalencia del segundo, asegurada por la designación de Perón, trajo consecuencias en un espacio que tenía sus propias jerarquías precedentes. Junto a la corrección del delegado sobre informaciones y juicios vertidos por el empresario respecto a la tendencia golpista del Comando Coronel Perón, apareció una confrontación con la estrategia electoral a seguir de cara a las elecciones de julio de 1957. A ello se sumó otra tensión derivada de la división del Comando: por un lado, se encontraban Barrena Guzmán, Suárez y Albistur y, por otra parte, García, Madariaga, Garone, Vicente Bagnasco, etc. Bertolini y Astorgano se entendían con los dos grupos. Florencio Monzón realizaba su tarea sin inmiscuirse en la interna. Por su parte, Brum pujaba por imponer el liderazgo del capitán Barrena. Estas pujas se zanjaron en junio de 1957, cuando, a partir de las dificultades operativas y de comunicación, Perón otorgó a Cooke la responsabilidad de la División de Operaciones del CSP, supeditando a los Comandos a su mando.

            La situación en Chile dejo de ser plácida para los peronistas exiliados. Allí actuaban “comandos civiles” con lazos con el gobierno militar y en particular con la Embajada argentina en Santiago de Chile. A las denuncias contra la “penetración justicialista” en la política local, que databan de las postrimerías del gobierno peronista y llegaron a ser analizadas y debatidas en el Parlamento, se sumaban las situaciones provocadas por los asilados. El “caso Kelly” fue el más ruidoso, cuando huyó de su lugar de detención disfrazado de mujer con la asistencia de Blanca Luz Brum, para evitar la extradición a la Argentina. Tras ello, el incansable Kelly planeó una operación monumental que denominó “Belfast”.

En ese marco, la denominada “Operación Elefante” amerita una mención puntual. Proyectada para finales de 1957, la “Operación” buscaba articular en una misma acción a diferentes Comandos. Su objetivo era crear una “zona liberada” en el Norte Argentino, plan que contemplaba la toma de localidades, el copamiento de un cuartel militar en Jujuy (por los militares peronistas) y de comisarías (por policías propios). Se esperaba un apoyo obrero, en especial de los trabajadores petroleros y del azúcar, y la participación de mineros bolivianos armados que habrían de marchar hacia Salta y Jujuy. El colofón de la “Operación” debía ser el viaje de Perón a esa zona. El miembro del Comando Nacional, Rodolfo “Copete” Rodríguez Galvarini viajó a Bolivia y Paraguay para los aprestos, con conocimiento y aprobación de Cooke. En el diseño de la “Operación”, la articulación entre los Comandos jugaba un rol central: Chile asumía el papel de “cuartel general”, Paraguay ofrecía apoyo logístico en armas y Bolivia contribuiría con hombres de la Central Obrera Boliviana y del Movimiento Nacional Revolucionario, actores centrales de la escena política de ese país y cruzados por diversos vasos comunicantes con el peronismo. En la “Operación” estaban comprometidos los capitanes del Ejército Aparicio Suárez y Guillermo Barrena Guzmán (Comando de Chile); Claudio Adiego Francia y Saúl Hecker (Comando de Bolivia). Luego de una larga planificación, el operativo quedó sin efecto al encaminarse el acuerdo de Perón y Cooke con Frondizi y Frigerio, generando una opción política para finalizar con la dictadura militar (Melon Pirro y Pulfer, 2021, p. 5).

            Al constituirse el Comando Táctico en el territorio argentino, Perón dio de baja por resolución del Comando Superior las credenciales de los grupos de exiliados.

Fuentes:

Correspondencia Perón-Cooke. Buenos Aires, Ediciones Papiro, 1972.

Referencias:

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Boizard, Ricardo. El caso Kelly. Buenos Aires, Ediciones Andes, 1957.

Cámara de Diputados de la República de Chile. Investigación de la penetración peronista en Chile. Actas Parlamentarias. Santiago de Chile, 1957.

Cichero, Marta. Cartas peligrosas. Buenos Aires, Planeta, 1992.

Duhalde, E. L. (comp.) (2007). Correspondencia Perón-Cooke. Buenos Aires: Colihue, Tomo II.

Lichtmajer, Leandro; Pulfer Darío. La génesis de la intermediación. Perón y los comandos de exiliados (1955-1958). En Folia Histórica Número 48- Sept-dic 2023.

Melon Pirro, Julio C. La resistencia peronista o la difícil situación del peronismo en la proscripción. Buenos Aires, GEU-EUDEM, 2018.

Melon Pirro, Julio C. y Pulfer, D. El pacto: materiales y perspectivas para su estudio (Ponencia). XIII Jornada de Investigadores en Historia, Universidad Nacional de Mar del Plata, Mar del Plata, Argentina.

Monzón, Florencio. Llegó carta de Perón. Buenos Aires, Corregidor, 2006.

Prieto, Ramón. El Pacto. Buenos Aires, En Marcha, 1963.

LEANDRO LICHTMAJER – DARIO PULFER