“Si nos echaron por la fuerza, hay que volver por la fuerza”
En mi caso, yo vuelvo a la fábrica, trabajaba como les he contado en el IAME, en ese taller que se llamaba “Motores a Reacción”, como tornero. Al frente mío, en otro torno, trabajaba un santiagueño de apellido Sayago, mayor que yo -tenía 26 años-, alumno del colegio técnico, éramos compañeros de hacía varios años, muy amigotes, y… empezamos a conversar. Los siguientes tres días de trabajo conversamos sobre el tema. Y él me preguntaba muchas cosas sobre mis reacciones: – ¿vos qué pensás, qué habría que hacer? Y yo, de entrada, lo primero que respondo es, lograr la vuelta de Perón… – ¿Y cómo..? – Y… si nos echaron por la fuerza hay que volver por la fuerza…
“Luchar por la vuelta de Perón”, fue la idea y consigna que surgió de entrada, en todo el Movimiento. Y en todo el país: la mayoría de las historias que circulan sobre esta época, son más bien capitalinas… porteñas digamos. Entonces, muchos reducen la respuesta de la Resistencia Peronista y de la organización de la juventud a Buenos Aires, y en realidad, fue un fenómeno nacional. A veces se habla de la Juventud Peronista como si sólo fuera el grupo que se armó en la ciudad de Buenos Aires. Sí, ese grupo fue muy importante, y se convirtió en un referente pero, era el de la Capital, o en todo caso de la Capital y el Gran Buenos Aires. Ahí por ejemplo estuvo el Tuli Ferrari, que se fue a afiliar al Justicialismo el día de su derrocamiento. En Buenos Aires, como en todos lados, hubo gente muy valiosa y muy valiente. Lo que yo hago notar es que hay una suerte de centralización de los sucesos históricos en Buenos Aires, y no es exactamente así. La Resistencia surgió en cada lugar geográfico, con distintas modalidades, distinta fuerza, y Córdoba, por haber sido el centro de los acontecimientos, tuvo bastante importancia. La militancia peleó en serio en las calles, junto con militares y policías leales, enfrentando un conglomerado armado y preparado. A partir del derrocamiento del gobierno popular, la clase trabajadora queda sola. No es que no hubiera cuadros técnicos, profesionales, sectores de clase media. Pero objetivamente, desde el punto de vista de los actores sociales, la clase trabajadora queda huérfana enfrentándose a la dictadura. La Resistencia es una respuesta que surge básicamente de la clase trabajadora y de los jóvenes trabajadores. Además los sindicatos son en muchos casos tomados a balazos, en general por miembros del Partido Comunista, o por los estudiantes, el caso de la FUC en Córdoba, radicales y comunistas, aunque en ese ámbito creo que estuvieron más activos los comunistas.
Bueno, en el caso particular mío, las charlas que teníamos en el trabajo con Sayago -al que, como era santiagueño, le decíamos “Chango”- para mí era una conversa normal. Recién me di cuenta al tercer día cuando me dijo: – ¿Querés participar? Con el tiempo pensaba: ¿cómo pudo ser, que el primer día que volvemos a trabajar, un compañero me hace la propuesta de integrarme a la Resistencia? Después me di cuenta: lo que pasa es que en la clase trabajadora organizada ya se estaban discutiendo las distintas alternativas que se daban en la política nacional y entre junio y septiembre de 1955, esta respuesta estaba surgiendo.
Y era lógico, porque en una fábrica en la que trabajaban miles de personas, muchos activaban en el sindicato, en los colegios o en la política e incluso nuestros opositores, que tenían su militancia en las iglesias o en los partidos tradicionales. Bueno, la cuestión es que Sayago me pregunta si quiero participar: – Estamos armando la resistencia, somos grupos armados, militarizados, y yo le dije que sí, por supuesto. Me sumé. La estructura que se planteaba era mediante grupos celulares, de 10 personas, con un jefe y un subjefe, y la directiva era “no mezclarse los unos con otros”, a los efectos de mantener la seguridad.
Mientras tanto, en la fábrica se comenzó la tarea de agitación, que hizo eclosión a raíz de que la patronal militar dispuso aumentar una hora el trabajo, con el mismo sueldo. La red sindical armada convocó a una asamblea dentro de la misma fábrica a la hora de salida del personal, que culminó con un gran tumulto de miles de trabajadores vivando a Perón. Al principio, por falta de conciencia, no había la suficiente disciplina. Por ejemplo el santiagueño fue preso por no respetar la consigna que él me había dado a mí, en el sentido de no tomar contacto con compañeros de otros grupos.
Un día, a fines del 55 o principios del 56, se encuentra en la calle cerca de la plaza Vélez Sársfield de casualidad con un muchacho de otro grupo con el que eran compañeros en el Colegio Técnico y se le ocurrió preguntarle alguna cosa, y se detiene a conversar con él, cuando son rodeados por un grupo armado que los “levanta”. Los llevan presos a una dependencia militar, y quien interroga a Sayago era un oficial de la Aeronáutica. En realidad, en el operativo venían siguiendo al otro compañero, sobre el que pesaba una investigación por alguna información sobre las actividades que desarrollaba, que por cierto eran cosas muy primarias, pues era el trabajo de gestar una organización en el seno del pueblo para desarrollar una actividad, o acción, en contra de la reacción encaramada en el poder.
Sayago posteriormente me contó el método del interrogatorio. Dijo que el oficial que lo interroga, sentado frente a frente del preso, con una regla en la mano, mientras le preguntaba le pegaba con el canto de la regla en la rodilla. El compañero se dio cuenta por las preguntas que el oficial interrogador no tenía información sobre él, lo que le permitía acentuar su tono de inocencia y desconocimiento de las actividades del otro detenido al que sólo reconocía como compañero de colegio. Y Sayago pensaba que el tratamiento no era demasiado violento y se decía, “si esto es la tortura, es bastante llevadera…”. Y el interrogador por su parte le decía al santiagueño: – Chango: ¿qué charango tocás vos? Porque no lo ubicaban, no les cuadraba. – Después -dijo Sayago- me di cuenta del efecto de los golpes que me daba: cuando me hicieron parar, habían pasado poco más de dos horas, no me podía sostener, ni caminar. No le pegaron fuerte, pero el efecto había sido demoledor. Tenía la rodilla totalmente inflamada…
Pasó un tiempo, y el compañero que era mi contacto, me hace una propuesta: – Mirá, te vas a hacer cargo de un grupo, te vamos a pasar 6 compañeros, vos tenés que buscar cuatro más, entre ellos tu segundo. Yo acepté, por supuesto. ¡Lo que es la irresponsabilidad! Y pensé: “¿quién?”. Y busqué a mi amigo, un compañero de trabajo. Tenía un “pata”, muy compinche, el “Loro” Díaz, que era un tipo muy hinchapelotas, muy gracioso, siempre andaba molestando a la gente. L Lo más notable, es que ¡el Loro era radical! Y yo sabía que era radical. Pero éramos amigos, amiguísimos. Entonces lo cité, nos encontramos una tarde, y le hice todo un planteo, le conté – lo que le podía contar, por supuesto – y le dije, mirá, la cosa es así, y le pregunté si quería participar. Y el tipo, tan irresponsable como yo, aceptó. – Si vos estás, yo estoy. Vos sabés que yo soy radical, pero si vos estás, yo estoy. Y además, lo primero que hicimos, la primera operación, fue ir y tirarle una bomba incendiaria al comité radical de mi barrio, una forma de probarnos, acción que nos dio mucha risa, posiblemente de nervios…
En la primera época de la Resistencia Peronista la acción estaba concebida con el objetivo de hacer todo lo posible para enfrentar y desgastar a la dictadura. El hecho militar determinante estaba ligado a la perspectiva de un golpe – pensando en aquello de que: “Si nos echaron por la fuerza, hay que volver por la fuerza” – y nosotros debíamos contribuir al mismo, participando en todos los niveles, Pero para eso necesitábamos a los militares peronistas, que eran quienes tenían las armas. Y empezábamos por el General Iñíguez y terminábamos por el cabo de cuarto.
La mayoría, o mucha gente entre sí se conocía. Pero se empezaba a dar una orientación de clandestinizar la actividad, porque a poco andar nos dimos cuenta de que había un importante movimiento de infiltración por elementos policiales y de los servicios de informaciones, a los que contribuían los comandos civiles. Entonces: la consigna era tener la menor cantidad de datos posible,.. Pero lo que había, era una respuesta notable. Porque, por ejemplo, una de las cosas a las que yo me dediqué, fue a reclutar gente. Y llegué a contabilizar 500 compañeros y compañeras contactados por mí, en relativamente poco tiempo. Peronistas. Jóvenes y viejos, de todo: peronistas. La cosa era encontrarlos. Ir a buscarlos a la casa. Porque la organización preexistente no existía más, el partido, los afiliados… Había que empezar de nuevo. Entonces venía alguien y me decía: – Mirá, en tal lugar hay una chica, que se llama María, que es peronista, entonces yo agendaba el dato y después de mi trabajo como tenía moto la iba a buscar… Y así construimos una red. Claro, en la medida en que avanzábamos, tratábamos de tener más información sobre los compañeros para garantizarnos, pero había una avidez muy grande de encontrarse… Además yo no era el único que hacía ese trabajo, hubimos muchos militantes que luego fueron articulando su trabajo y plasmándose en organización.
Les digo, había una respuesta muy firme de la gente, con mucha apertura… y con mucha irresponsabilidad, tanto de la gente como de los convocantes, ¿no? Nos manejábamos mucho con la intuición, con el olfato, “Sí, decíamos, éste es peronista”. Claro que eso a veces se prestó también a las tareas de la infiltración.
Y la participación masiva generó una gran solidaridad… que quedó palpable cuando comenzó la movilización… la solidaridad de la gente fue muy grande. Cuando se armaba la represión y había que escapar, todo el mundo “rajaba” y se metía en cualquier lado… Comúnmente, todo el mundo encontraba una casa donde refugiarse, un zaguán, bastaba que dijera que lo perseguía la policía. Había una solidaridad práctica muy fuerte. Los campos estaban muy delimitados: el peronismo – antiperonismo era una suerte de barrera física. Y por cierto, había lugares que se prestaban, una casa de trabajadores… no podían ser otra cosa que peronistas… Era muy raro que no fuera así. Ojo, por ahí había quienes se ensartaban también. Posiblemente en Buenos Aires eso se notó más, por las características de esta gran ciudad.
La tarea militante esforzada y autogestionaria era lo que predominaba, comenzó una tarea de divulgación y de agitación. Por ejemplo, se fabricaban en algún taller o en la casa de los militantes, lápices, una suerte de marcadores de sebo, para lo que se derretía la grasa vacuna y con negro de humo que le daba color, se armaban cartuchos de papel donde se los dejaba enfriar y endurecer, y con eso salíamos de noche solos o preferentemente de a parejas por si había problemas, a pintar en la calle “Perón vuelve”, el famoso símbolo con la P y la V abajo, cuyo origen tiene que ver con el antiperonismo porque, como ya les he relatado, la consigna de los antiperonistas en 1955 fue “Cristo vence”, la cruz y la “ve”. Los aviones que bombardearon la Ciudad de Buenos Aires el 16 de junio de 1955 tenían pintado ese símbolo.
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En febrero de 1956 fui incorporado a la “Colimba” por ser clase 35.
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La Resistencia Peronista en Córdoba
Cuando volví a mi ciudad de origen, a principios de 1957, me encontré con que en Córdoba había tres grandes grupos en los que se expresaba la Resistencia Peronista: el CRP [Comando de la Resistencia Peronista]; un segundo grupo, el de Robin y Machado, que estaba identificado con el nombre de sus dirigentes y un tercer grupo que fue el de la Alianza Libertadora Nacionalista. El CRP era el grupo más numeroso y podríamos decir “más ortodoxamente peronista”. Sin embargo, ese grupo estaba dirigido por un abogado, Ricardo Smith, al que – los nacionalistas sobre todo – identificaban como liberalote… Los nacionalistas tenían el problema de su anticomunismo, entonces todos los liberales, masones, etc. eran execrados.
El otro problema, el que a mí me producía más escozor, es que el jefe militar – para llamarlo de alguna forma – del CRP, el jefe operativo (porque Smith era el jefe político) el organizador y el jefe de operaciones, era un policía, un subcomisario que había sido el jefe de la policía política de Córdoba hasta el golpe del 55, y de quien se decía que había sido un represor, cosa que seguramente era cierta. Los comunistas, sobre todo, lo odiaban.
El nombre de guerra que usó (yo lo conocí: era muy petiso y muy gordo) era: “la gorda María”. En la intimidad era el gordo Bernardo Gordillo. Se había convertido en una leyenda. A tal punto que yo escuché una noche al hermano del Chango Rodríguez (el Chango era radical de familia), contar cómo lo habían matado al gordo Gordillo en los días de la revuelta setembrina. Y el Alemán y yo veníamos, justamente… ¡de una reunión con él! Este hombre era realmente un policía de alma… y él controlaba la policía desde afuera de la repartición, desde la clandestinidad. Dicen que la Orden del Día de la Policía, que editaba todos los días la Jefatura, le llegaba a él antes que al Jefe en actividad. Y realmente la estructura que el tipo tenía, sobre todo en la cúpula, eran todos policías… ¡incluso policías en actividad! Entonces a mí eso no me atraía nada. En cambio, mi cuñado Oscar Martínez era de la Alianza, y por su intermedio, yo me integré. Me sentía más seguro, los aliancistas tenían fama de ser valientes y tener una gran capacidad operativa…
Más allá de que los grupos se fueron armando en cada lugar, con su propia dinámica y sus medidas de seguridad, con el tiempo llegué a creer que el grupo más serio, era el de Robin y Machado, que era el más pequeño… pero bueno, ya estábamos incorporados ahí y no era recomendable andar cambiando. Las normas de seguridad lo desaconsejaban. Y en todo el país fue similar: se fueron armando cosas, se fueron desarrollando grupos, y luego se empezaron a interrelacionar en las provincias y en el orden nacional.
Eso comenzó con el derrocamiento de Perón, y ya para el 56, 57, la red estaba conformada, con la participación de grupos organizados en casi todos los distritos. Había – y en general creíamos que era una necesidad – bastante incidencia militar. En el orden nacional, entre lo más notable estaba el grupo de Iñíguez, el COR – Central de Operaciones de la Resistencia -. El General Miguel Ángel Iñíguez, al que echaron del ejército – y cuyo nombre de guerra era poco misterioso, porque le decían “El Pintor” – contaba con bastante influencia a nivel nacional por el prestigio que tenía: él fue leal a la conducción de Perón, combatió en junio y en septiembre de 1955, y posteriormente después, en junio de 1960, intentó tomar el Regimiento 11 de Infantería, otra vez, en Rosario. Entonces, su equipo militar era numeroso y capacitado: sabían de qué hablaban… y en torno a ellos se sumaron grupos civiles en todo el país, pero que tenían básicamente una concepción golpista de la revolución.[1]
[1] Gaitán, Carlos. La resistencia peronista. El peronismo que yo he vivido. Buenos Aires, Ciccus, 2014.