De manera concomitante a los acontecimientos desarrollados a partir de septiembre de 1955, en la provincia de Jujuy se abrió una coyuntura que seguiría lineamientos de orden general (como los rasgos más elementales de la violencia contra el peronismo), así como la manifestación de ciertos rasgos particulares.

            La embestida armada contra el gobierno peronista replicó la movilización de fuerzas militares, la ocupación del conjunto de organismos públicos y la constitución de una forma de regencia dictatorial, designada “intervención militar”. El objeto de tal dispositivo gubernamental estuvo orientado a la cancelación de la gestión peronista, la persecución sistemática de sus militantes, la supresión de sus símbolos; en definitiva, a la ejecución de reorganizaciones en los órdenes sociopolíticos. Desde los inicios se pudo apreciar la labor de “saneamiento” institucional y de restitución de valores y tradiciones regionales presuntamente ultrajados por el peronismo. Luego, se sucedieron mandatos (denominados “intervenciones federales”) que reprodujeron las mismas prescripciones en lo que concernía al tratamiento del peronismo, forzando su proscripción y sosteniendo una tesitura represiva. En ese sentido, el ritmo político de esta provincia dependía en gran medida de las tendencias del modelo de administración castrense.

            Las variaciones estuvieron dadas en cierto sentido en las preferencias oficiales manifiestas al respecto de los partidos, que introdujeron vaivenes importantes en las relaciones entre estos y la “revolución libertadora”. La temprana y pretendida prescindencia de favoritismos fue reemplazada por cierta predilección por el radicalismo frondizista, que luego daría paso a desencuentros explícitos con este último de cara a las elecciones constituyentes y en adelante. Las preferencias y cambios trajeron consigo movimientos en los vínculos que redefinieron, a veces de manera brusca, el escenario local. El citado aprecio por la facción de la UCR generó importantes reclamos y rechazos por parte del resto de los partidos antiperonistas; asimismo, el contubernio con la Unión Cívica Radical del Pueblo, para afrontar las constituyentes, comportó una beligerancia importante con los frondizistas, que señalaron que la “revolución libertadora” al fin y al cabo no era sino la representación de los intereses “oligárquicos”.

            Esta alusión permite comprender el acontecer partidario en este período: la continuidad de trayectorias de larga data en la provincia dadas en el peso en el imaginario político de la figura de la “oligarquía”. La referencia a las elites azucareras operó fuertemente en la producción de sentidos del conjunto de las organizaciones políticas de una forma apreciable desde hacía décadas. El conjunto de entidades partidarias procuró diferenciarse tanto del peronismo como alejarse o acercarse a los ingenios.

            A lo largo del trienio los organismos antiperonistas sentaron posiciones y discursos. Algunos, como el socialismo y la democracia cristiana, tuvieron escasas relevancia tanto en la determinación de las medidas gubernamentales como en los resultados eleccionarios. En otros casos, como el radicalismo y el conservadurismo, se hizo ostensible la colaboración; en paralelo a un potente proceso de reactivación, intervinieron en complicidad con las posteriores administraciones. Las diversas ramas de la Unión Cívica Radical y el Partido Demócrata fueron piezas claves en el desmantelamiento de lo que dejó el peronismo; por ejemplo, algunos de sus asociados ocuparon cargos en las comisiones investigadoras y en el Ejecutivo.

            No obstante, como marca del período, fue palpable la inexistencia de una coalición antiperonista, no solo por la histórica rivalidad entre radicales y conservadores, sino por los conflictos internos; arrastrados desde antes de septiembre de 1955, cuajaron y produjeron cismas. Los primeros se dividieron en tres grupos, atravesados por las lealtades a Frondizi y el caudillo provincial Guzmán. Los segundos se quebraron en dos: entre quienes indicaron una disposición antagónica ante el peronismo y quienes buscaron conciliar.

            No solo los partidos evidenciaron la actividad civil en la coyuntura, en cuanto otros actores participaron con ahínco en el proceso inaugurado por la “revolución libertadora”. Los estudiantes secundarios (con acompañamiento de docentes y autoridades) generaron fuertes movilizaciones para la depuración de las aulas de los vestigios del peronismo; esta situación fue representativa de las medidas asumidas en la esfera de la educación, sin dudas, el ámbito más atacado por el gobierno de facto. Asimismo, fue notable el empuje dado por organizaciones barriales o vecinales, destinadas a deponer funcionarios emparentados con el gobierno depuesto, cambiar nombres de instituciones y lugares públicos y, en el caso de la localidad de Caimancito, a instaurar una comisión investigadora propia. Los sectores empresariales también intervinieron en el remoldeo de las configuraciones sociopolíticas, fundamentalmente, aportaron redefiniciones de tipo discursivo, ensalzando las prescripciones liberales en detrimento de las medidas intervencionistas peronistas, motejadas de comunistas. Fue fundamental también el esquema propuesto por la prensa. Aunque con el devenir de los acontecimientos se fueron especificando las líneas editoriales en los diferentes medios de comunicación, sumaron a la constitución del peronismo como un objeto abominable.

            A lo largo de estos años, el peronismo no se mantuvo pasible; la virulencia del ejercicio represivo no detuvo a sus inquietudes. Muy rápidamente, la resistencia dio señales cabales de la tesitura a abordar. De manera idéntica a lo observado en el resto del país, el peronismo favoreció la generación de medidas inorgánicas, espontáneas. Este primer enfoque engendró una tozuda actividad dada primeramente en la organización de comandos. Se sucedieron recurrentes actos de sabotaje y la implementación de los míticos “caños”. Posteriormente, se dio paso a la gestación de tácticas con la vista puesta en un levantamiento armado. Aunque de escaso peso en definitiva, los acontecimientos de junio de 1956 encontraron a los comandos locales preparados para forzar el retorno del peronismo mediante las armas. La represión sostenida contra estos grupos no agotó las perspectivas puestas en una asonada: durante la segunda mitad del mismo añoy también a principios de 1957, los militantes reincidieron. Uno de los rasgos de la resistencia peronista en Jujuy se expresó en el largo mantenimiento del horizonte del levantamiento.

            No obstante, el peso de la violencia estatal, que se había cobrado hasta aquí numerosos detenidos,guiaron la lecturadel escenario en dos direcciones: en la revitalización del movimiento sindical y en laparticipación en la lides partidario-eleccionarias.

            En los albores de la “revolución libertadora”, la intervención militar estableció ciertos canales de diálogo ante un sindicalismo proclive a mantener cierta cautela. Sin embargo, la llegada de la intervención federal, preanunciando la mirada aramburista, arremetió contra el peronismo. Concomitantemente, los gremios fueron quedando en manos de dirigentes sin filiación peronista. En conjunto, ambos fenómenos redujeron la gravitación del peronismo en el campo sindical. A partir de fines de 1956, el movimiento obrero comenzó a generar medidas producto de su reorganización, como la realización de huelgas (las más significativas, por parte de los trabajadores azucareros), y la paulatina recuperación de algunos gremios. El triunfo del voto en blanco a mediados de 1957 alentó al movimiento obrero, que se lanzó con mayor ímpetu a las luchas contra el régimen.

            Por otro lado, si bien la opción por la militancia partidaria constituyó una de las posibilidades desde los albores mismos de la “revolución libertadora”, se posicionó como una de las predilectas con la represión sobre la resistencia y la apertura eleccionaria. En un principio, a comienzos de 1956, el laborismo se parapetó como una de las manifestaciones partidarias del peronismo. Constituido mayormente por gremialistas (acompañados luego por integrantes de los comandos), propuso un esquema de representación del ideario peronista sin plantear una oposición al gobierno. Posteriormente, a mediados de 1957, surgieron otras posiciones fuertes, como el Partido Blanco de los trabajadores; constituido por militantes, comandos y dirigentes del partido peronista, aglutinó durante un tiempo participaciones y debates sobre las futuras elecciones, que finalmente se disolvieron en el alineamiento con las órdenes oficiales. El peronismo no representado por el laborismo se expresó en definitiva mediante el voto en blanco. El triunfo de la fórmula apoyada por el peronismo jujeño dio cuenta de la persistencia de su militancia, de la vigencia de sus símbolos, aun luego de la represión de la “revolución libertadora”.

Referencias:

Castillo, Fernando, Antiperonismo y resistencia en Jujuy durante la Revolución Libertadora. Tesis de doctorado en humanidades (área historia), Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Jujuy, 2014.

Kindgard, Adriana, Alianzas y enfrentamientos en los orígenes del peronismo jujeño, San Salvador de Jujuy, Unidad de Investigación en Historia Regional, FHYCS, UNJU,2001.

Melon Pirro, Julio,El peronismo después del peronismo: resistencia, sindicalismo y política luego del 55, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2009.

Spinelli, María Estela, Los vencedores vencidos. El antiperonismo y la “Revolución Libertadora”, Buenos Aires, Biblos, 2005.                                                                                                            Fernando Castillo