CABO, Blanca

“¡Coronel!, si usted obra como habla, yo, en vez de ser rosista, voy a ser peronista”, le dije a Perón en una velada del Club Hípico Argentino. Él cumplió. Y yo me hice peronista. Mi madre era una socialista con agallasy mi familia no tenía penurias económicas. Para mí Rosas no fue un tirano, sólo le cortaba la cabeza al que robaba algo que pertenecía al país. Mi madre no acordaba con estas ideas. Recuerdo una foto familiar en la que mamá luce un elegante vestido prendido con alfiler dorado y sostiene por las riendas un caballo con una mano y, con la otra, el sable que le acababa de sacar a un militar.

“¿Querés hacer de soldado lustrabatos de ése? Entonces, te casás con él o desaparecés de su vida”, me dijo mi madre cuando conocí a Armando. Rompí con otro novio de mucho dinero que era fabricante de barcos y, bueno, empecé esta vida peronista. De verdad, nunca conocí el aburrimiento, iba del palacio a la baricada.

Armando fundó el sindicato metalúrgico en Tres Arroyos, una biblioteca para los hijos de los afiliados, que todavía sigue funcionando, y la Resistencia, los años de cárcel, la clandestinidad…No me imagino qué les podrán contar de esa época. Algunos secretos se guardarán para siempre. Yo creo profundamente en Dios y guardo mis recuerdos como sagradas reliquias.

En diciembre de 1961, yo estaba a punto de tener a mi hija y esa misma noche tuve que parar una revolución. Un amigo me llamó por teléfono y me dijo que Armando estaba preso. Fui a verlo a la cárcel. Esa no che iban a tomar algún regimiento, iban a hacer una revolución. “Tenés que parar esto”, me dice. Me indica cómo hacer y yo sigo al pie de la letra sus instrucciones. Me tomo un taxi, me bajo, me tomo el tren, me bajo, me tomo un colectivo…Tenía que hacer todo esto para evitar que me siguieran. Antes de eso, me fui a la casa de Rojas, porque tenía una amiga, para despistar. Llegué al lugar indicado como a las doce de la noche. El miedo ya se había ido. Tenía tanta ansiedad por llegar, porque eran vidas  las que estaban en juego. Golpeo, nadie me contesta. Doy la seña. “¿Usted quién es?, me dicen desde adentro. “Traigo un mensaje. Está preso Armando Cabo”. Había militares adentro. Se abortó esa revolución. Armando manejaba lo civil. Cuando llegué a mi casa rompí bolsa. Así tuve a mi Ofelia Virginia. La persona que vino a atenderme me preguntó que tenía para la ocasión. “Nada”, le contesté. No tuve tiempo de comprar nada, porque estos sindicalistas, cuando se ponen a hacer cosas, a las mujeres nos enloquecen. Nos tienen de acá paa allá. No sufrí nada, porque no tue todos los problemas de las parturientas, no tenía tiempo. Me entretenía en otra cosa. Al día siguiente me levanté porque tenía que verlo a Armando en Tribunales.

Armando se enfermó después del asesinato de Dardo, su hijo y mío en el corazón. A él se lo mataron el 6 de enero de 1977. Y Armando murió el 4 de junio de 1996 y lo velamos en la CGT, como a Evita. [1]


[1] Testimonio de Blanca Cabo. En GARULLI, L.; Caraballo, L.; Charlier, N. Cafiero, M. Nomeolvides. Memoria de la resistencia peronista. Buenos Aires, Biblos, 2000.pág.44-45.