A partir del derrocamiento de Juan D. Perón se produjo una diáspora de dirigentes gremiales y políticos por distintos países latinoamericanos. Ex ministros, senadores, diputados, gobernadores, concejales, diplomáticos, gremialistas, o funcionarios menores tomaron el camino del exilio. Las motivaciones de los desterrados fueron diversas: ante los juicios y acusaciones que florecían cotidianamente, en el marco del clima de “desperonización” instalado por el gobierno de facto, las amenazas a su seguridad personal o las órdenes de captura emtidas en su contra, por acciones desplegadas en el marco de la “resistencia peronista”.

            Desde Panamá, Juan D. Perón alentó la organización de grupos de exiliados a partir de la relación epistolar o física que tomaron con él.  En algunos casos se trataba de figuras que no habían tenido una actuación de primer orden en el peronismo histórico y que se ofrecían a cumplir misiones o se destacaban en las acciones resistentes. En otros casos, las relaciones eran de conocimiento y manejo previo.

            La principal denominación que utilizó Perón para aludir a estos grupos fue el de Comandos de Exiliados, aunque también refirió a ellos como Comandos de Países Limítrofes o Fuerzas Peronistas en el Exilio. El uso de la categoría militar de “comando” puede haber surgido del término que los propios militantes utilizaron para denominar a las células de la resistencia (Comando Nacional, Comando Coronel Perón, etc.), en contraposición a los “Comandos Civiles” antiperonistas. También pudo haber obedecido al uso que Perón les asignaba, en tanto unidades menores, de carácter operativo y supeditadas a la conducción estratégica del Comando Superior. Dede su óptica, se trataba de organizaciones intermedias o intermediarias entre la masa y su dirección en el extranjero.

            En su trayectoria gravitaron factores múltiples: las directivas del expresidente y sus cambiantes miradas en torno a la intermediación, los liderazgos construidos en cada territorio, las transformaciones en la escena política nacional e internacional y las condiciones que ofrecieron las diferentes comunidades de exiliados para su desenvolvimiento. Los Comandos tuvieron un papel activo entre mediados de 1956 y fines de 1957, languideciendo a medida que la flexibilización de la situación política argentina permitió el retorno de los peronistas exiliados y se conformaron otros organismos de conducción en el país.    Hacia finales de 1955 estos grupos comenzaron a cobrar cierta organicidad en Chile, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Brasil. Se trataba de países donde los exiliados argentinos habían recalado en distintos momentos de la historia (reciente o lejana). El caso más curioso fue el de Uruguay, destino habitual de la dirigencia antiperonista entre 1945-1955, donde el cambio en la situación política gestó una suerte de “rotación” en la comunidad de exiliados argentinos, dominada ahora por nuevos integrantes. Los referentes de los Comandos de Exiliados de los países limítrofes fueron, para el caso boliviano, Claudio Adiego Francia y Fernando García Della Costa (La Paz) y Alberto Iturbe (Cochabamba); en Uruguay lideró Eduardo Colom; en Brasil Modesto Spachessi; en Chile Valentín Luco y John W. Cooke; en Paraguay Agustín Puentes.

            En abril de 1956 Perón mencionó la existencia de grupos de exiliados en Venezuela, México, Cuba, Italia, Alemania y España, Líbano, Siria. A este listado podrían agregarse los casos de Washington, Madrid, Berlín y La Habana, donde también existieron colectivos dirigentes que estuvieron en contacto con Perón.

            En este abigarrado mapa de grupos –algunos inorgánicos o vagamente formalizados-, los Comandos de los países limítrofes cobraron un rol predominante. Para Perón, su función esencial era la de establecer vínculos y comunicación con las dirigencias que actuaban internamente en la Argentina. A través de ellos, señalaba, se podían transmitir directivas e instrucciones de todo orden garantizando su autenticidad a organizaciones gremiales u otras instancias, tales como los comandos de diverso tipo que surgían de manera espontánea en el marco de la resistencia peronista. La finalidad de “saturar la masa peronista combatiente” debía estar aceitada a través de un mecanismo rápido de comunicación, que la situación hostil hacia el peronismo alentaba a poner en funcionamiento.  A través de sucesivos ensayos, estas dirigencias fueron midiendo el tiempo necesario para que las indicaciones llegaran de manera efectiva y fidedigna a la base. Otra tarea fue producir material informativo consistente, en un contexto de confusión e incertidumbre para el peronismo.

            Los diferentes comandos fueron asociados a zonas del país: Chile se vinculaba a la Zona Oeste constituida por Mendoza, San Juan, San Luis, Catamarca, La Rioja, Córdoba y el conjunto de la Patagonia-;  Bolivia (La Paz y Cochabamba) con la Zona Norte integrada por Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba; Paraguay con la Zona Nordeste que involucraba a Chaco, Formosa, Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Misiones y Montevideo y Río de Janeiro atendían a la Zona Este que envolvía el área metropolitana. De ese modo se ordenaba -de manera teórica y una expectativa planificadora- una estructura piramidal que tenía en su base a los núcleos o comandos locales, los cuales reportaban a los comandos provinciales, que a su vez reportaban a los de zona. Estos se vinculaban a los comandos de exiliados, orientados a informar y responder al Comando General o Superior. El diseño de esta estructura vertical tenía por objetivo, en el enunciado del propio Perón, orientar el “espontaneísmo que hoy mantiene toda la organización existente” hacia la “unidad de acción” necesaria.

            En los primeros meses de 1956, los Comandos difundieron y generaron las ediciones locales de la obra de Peron titulada La fuerza es el derecho de las bestias. En marzo de 1956 Perón consignaba que ya estaban organizados y en funcionamiento los Comandos de todos los países limítrofes. A partir de ese momento, el ex presidente fue aceitando los contactos entre ellos. A fines de marzo envió directivas precisas para su organización a través de una serie de cartas que, lametablemente, no forman parte del acervo disponible sobre esta etapa en la actualidad. Por inferencia de otras piezas conocemos que recomendaba la organización de “círculos de amigos” con quienes “simpatizan con nosotros”. Según confesaba, intentaba “darles por lo menos la sensación de que no funcionan aisladamente, sino dentro de una organización mayor” (Carta a María de la Cruz, 28 de marzo de 1956).

            En una evaluación global señalaba como el más eficaz al Comando de Chile, articulado con la dirigente trasandina María de la Cruz, con la asistencia de Florencio Monzón. En abril de 1956, Perón envió a todos los Comandos de Exiliados un “folleto” con la “Síntesis de las instrucciones generales para los dirigentes peronistas” resumidos en cinco puntos y firmada como Comando Superior Peronista: “el imperativo de la hora es terminar con la dictadura”; “resistencia civil”; “organización clandestina del pueblo”; “paro general revolucionario”; “guerra de guerrillas” y “acciones especiales” de intimidación. Además de transmitirles el contenido, interesaba al ex presidente testear la comunicación y constatar el tiempo de transmisión. En efecto, los comandos dependían de Perón y se vinculaban de manera directa con él.

            En noviembre de 1956 Perón extendió credenciales a su Delegado John W. Cooke para tomar decisiones sobre los Comandos. En paralelo, el líder declaraba caducas todas las autoridades previas, en particular la de aquellos dirigentes que proclamaban la continuidad jurídica del Partido Peronista, vinculado a la figura de Alejandro Leloir y sus colaboradores. Al ingresar Cooke a Chile, tras la fuga del penal de Río Gallegos, el delegado tomó un contacto más directo con Perón.

            En marzo de 1957 Perón consideraba que, más allá de sus diferencias internas, los Comandos de Exiliados realizaban favorablemente su trabajo, que estaban organizados los enlaces y en capacidad de desarrollar las comunicaciones para paralizar al país, bajo la consideración de una descomposición progresiva de la dictadura militar. Cooke, más cerca del territorio y lidiando con la vida cotidiana del grupo chileno, tenía una visión crítica del asunto, ya que, aunque reconocía el entusiasmo con el que se trabajaba, señalaba la existencia de peleas tremendas, luchas de predominio y la indiscreción que llevaban al desgaste. Perón le otorgaba razón en sus comentarios y lo dejaba avanzar en sus ideas ordenadoras, aunque privilegiaba la funcionalidad para sus propósitos. Recién para fines de abril de 1957 Cooke afirmaba que se estaba entrando en una “etapa orgánica” de los comandos.

            Un ejemplo de las tareas de comunicación de los Comandos fue el de ratificar, por ese medio, de la delegación de funciones en Cooke (noviembre de 1956) y dar a conocer el “Mensaje para los Compañeros Peronistas” y la “Declaración del Movimiento Peronista” (abril de 1957). Una función asociada a la comunicación era el ingreso clandestino de algunos de sus miembros al país, para llevar información y recabar datos sobre el trabajo de los comandos locales, provinciales y zonales que eran remitidos prontamente a Perón. En paralelo, durante los momentos en que Perón buscó acelerar las acciones de propaganda y resistencia, como ocurrió en mayo de 1957, contaba con los comandos de exiliados como primera instancia de transmisión y articulación.

            Las tareas de difusión en los países de asilo, cifradas en la impresión de los libros o folletos de Perón, así como la reproducción de sus declaraciones en diversos medios periodísticos, fueron otra labor primordial de los Comandos. En ese marco, la percepción peroniana de que “el pleito argentino se interpreta ya como una cosa continental y no local” y que el movimiento “estaba entrando poco a poco en el terreno internacional” ya que había “justicialistas en todo el mundo”, apuntaló esta faceta.

            En paralelo, los comandos tuvieron un rol clave en la articulación con los grupos de la resistencia en Argentina. En tal sentido pueden interpretarse las acciones de traslado de material explosivo o armas desde los países limítrofes hacia las distintas zonas de la Argentina, que involucraron principalmente a los Comandos de Bolivia y Brasil. Finalmente, los comandos fungieron como engranaje clave para los proyectos –truncos– de Perón para instalarse en los países limítrofes, paso previo a un eventual regreso a Argentina.

En pos de recibir información de primera mano y darles instrucciones, Perón y Cooke planificaron en Caracas una reunión de los referentes de los Comandos en mayo de 1957. Luego fue postergada para junio, a fin de facilitar la confección de informes y el aumento de la organización. En ese momento planeaban una acción insurreccional de características masivas. La “adunata” fue suspendida sine die porque una “chica infiltrada en la SIDE” que reportaba a Cooke le informó que el gobierno conocía de la proyectada reunión.

            Tras las elecciones de convencionales constituyentes el panorama cambió sustancialmente para Perón y Cooke. A partir de allí comenzaron a planear la estrategia en miras de las elecciones nacionales de febrero de 1958. Las acciones de los Comandos de Exiliados continuaron desarrollándose en función de las tareas de información al Comando Superior y de transmisión de comunicaciones. Las rencillas internas pervivieron y los intentos de Cooke por ordenarlos fueron constantes, tal como le reconoció a Perón al aclararle que la parte “menos agradable” de sus informes era dar cuenta de la situación de cada uno de ellos.

            Aunque las características que los Comandos adoptaron en cada caso dependieron de las dimensiones de la comunidad de exiliados, los vínculos locales y las condiciones que cada país ofreció para su desenvolvimiento, sus trayectorias revelaron algunos denominadores comunes. Estos rasgos transversales se cifraron, por ejemplo, en su conformación en oleadas —al ritmo de las transformaciones en la escena política argentina—, la construcción de lazos con las dirigencias vernáculas y la existencia de fuertes disputas internas, alimentadas por la pulseada en torno al liderazgo de cada organismo, los conflictos personales, las tradiciones político-ideológicas y los posicionamientos de cara a la realidad nacional.

            En el momento que el epicentro de la acción del peronismo pasó al territorio nacional, con la perspectiva de las elecciones nacionales y de una posible reorganización del peronismo en el país, el papel de los Comandos fue diluyéndose. La creación del Comando Táctico (diciembre de 1957), que tomaba el papel fundamental en cuanto a la transmisión e implementación de las directivas y orientaciones del Comando Superior, contribuyó a eclipsarlos. Otra razón, no menos significativa, fue la posibilidad de un retorno progresivo de los exiliados al país tras la normalización institucional de mayo de 1958 y la posterior amnistía decretada por el Congreso Nacional. En paralelo, la perspectiva de normalización institucional dejo sin efecto algunos operativos insurreccionales largamente planificados, tales como “Belfast”, planeado por Guillermo P. Kelly, o “Elefante”, que incluía una acción conjunta entre los comandos de Chile y Bolivia.

            En febrero de 1958, la Circular n° 1 firmada por Perón y Cooke revelaba el proceso de reformulación que atravesaban los comandos. La medida recordaba que “todas las credenciales” de los miembros de los comandos “expedidas con anterioridad al 28 de diciembre de 1957” quedaban caducas, hasta tanto “les sean  sustituidas” por el Comando Superior. La medida no abarcaba a los “Jefes de Comando”, mientras el Comando Superior realizaba la renovación de las credenciales.

Sintomática de un proceso de transformaciones acarreadas por la apertura institucional, así como por un camino de revisión de las estrategias que las cúpulas del movimiento buscaban proyectar hacia las escalas inferiores del mismo, la Circular nos revela el interés reorganizador del ex presidente y su delegado.

Aunque carecemos de una fecha certera del cese de las actividades de los Comandos, diferentes indicios revelan que su languidecimiento corrió en paralelo al cambio de escena política con la asunción de Frondizi y la reorganización de los organismos de intermediación del peronismo en esa etapa.

Fuentes:

Correspondencia Perón-Cooke. Buenos Aires, Ediciones Papiro, 1972.

Comando Superior Peronista. Circular Número 1, 1958.

Referencias:

Amaral, S.; Ratliff. Juan D. Perón. Cartas del exilio. Buenos Aires, Legasa, 1991.

Cichero, Marta. Cartas peligrosas. Buenos Aires, Planeta, 1992.

Lichtmajer, Leandro; Pulfer Darío. La génesis de la intermediación. Perón y los comandos de exiliados (1955-1958). En Folia Histórica Número 48- Sept-dic 2023.

Melon Pirro, Julio C. La resistencia peronista o la difícil situación del peronismo en la proscripción. Buenos Aires, GEU-EUDEM, 2018.

Monzón, Florencio. Llegó carta de Perón. Buenos Aires, Corregidor, 2006.

Prieto, Ramón. El Pacto. Buenos Aires, En Marcha, 1963.

LEANDRO LICHTMAJER – DARIO PULFER