El sentido que tuvo la organización peronista Guardia de Hierro en un principio (su creación data de los años de la Resistencia peronista) no es el mismo que tuvo después, hasta el final. Al principio, en los años 1960-1964 (hasta los días del retorno fallido del general Perón a la Argentina), su sentido era el de participación en Juventud Peronista. Después cobra otro sentido, producto de la experiencia adquirida en aquel período, de saber que todo eso era inútil, porque por entonces se manejaba la teoría al uso de León, del elan de la época.

Veíamos en el peronismo, en primer lugar, una lucha interna en la cual Juventud Peronista, si no era punto, perdía, porque era incapaz de unificarse internamente y también porque era dividida desde afuerza, desde la dirección gremial o desde la dirección política local (secretarios generales, consejos o las diferentes alternativas que hubo). Después estaban las divisiones de carácter ideológico, que también existieron: no resultaban fundamentales, pero eran parte de la formación de todos como cuadros, como militantes en principio.

Después notábamos también la ausencia de cuadros en el terreno político y su presencia en el campo gremial. No había para nosotros –para mí- por qué entregar la base popular del Movimiento y la organización política a un grupo de sinvergüenzas, que era 10 que veíamos que eran. Todos. Y así nace la segunda idea, que es la formacion de cuadros.

No se podía hablar de cuadros que el Movimiento no tenía. Había que extraerlos de algún lado, en principio de la base y en segunda instancia de donde estaban (la militancia política, gremial-universitaria, secundaria, en una palabra, jóvenes trabajadores y de clase media, que es donde los fuimos a buscar), y había que formarlos. En esto existía una contradicción entre montar una organización que fuera capaz de enseñar a los cuadros y la existencia de la organización de cuadros misma. Esta última resultaba contradictoria con el peronismo en tanto éste constituía un Movimiento, por un problema de lugar, de espacio. De todas maneras, el proceso que siguió Juventud Peronista en su conjunto, no sólo nosotros, fue ése. Nosotros lo hicimos primero, lo hicimos masivo primero, y todos los demás siguieron este camino muy rápidamente y así se creó la realidad de las agrupaciones de cuadros que constituyeron un poder importante dentro del Movimiento (aunque fuera de él también) en el período 1970-1976. Había aparecido una estructura capaz de enfrentarse al poder gremial. Al poder político ya no, porque estaba «tirado en medio de la calle».

El problema era la obediencia, la subordinación a Perón, la disciplina y, en última instancia, también la disolución orgánica de la organización de cuadros, porque nosotros no construíamos para los cuadros sino para el pueblo. Era ésta una contradicción que expresaba toda organización dentro del Movimiento, mientras éste existió. A veces era tolerable, o tolerada, o absorbida, y otras intolerada o intolerable, o imposible de ser absorbida, cuando planteaban una divergencia fundamental, es decir, en el plano estratégico, con la conducción de Perón. Esta divergencia se planteó con los Montoneros y no sólo con ellos, sino también con otros más: Vandor, el Partido, los «neoperonistas», etc., etc.

Creo que nosotros hicimos honor, por lo menos al nombre, que era el nombre que llevaba el grupo de acción de la Legión del Arcángel San MIguel en Rumania, unos nacionalistas no católicos, sino ortodoxos, que fueron masacrados desde dos vertientes del materialismo: por los alemanes, primero, y por los rusos, después. En rigor, estos eran solamente rasgos muy externos para uno, que por entonces pensaba más en la diferenciación respecto de otros grupos que en la identificación con la Guardia de Hierro rumana. Porque ya el sistema de diferenciación constituía una identificación. Pasar de la indiferenciación a la diferenciación era un paso adelante en la formulación de la identidad aunque se pensara más en la diferenciación de los llamados «revolucionarios», de los llamados «políticos» o de los llamados «gremialistas» que en la identificación. Nos oponíamos a ellos, aunque también relativamente, porque frente a enemigos comunes hemos trabajado en conjunto. La oposición no era una lucha a brazo partido, salvo con algunos, muy pocos; en general era una existencia más o menos conflictiva a veces, pero tolerada, cuya única expresión era la política interna porque ¿cuál era la política externa? Una política externa al Movimiento era algo muy difícil. Vencer la gravedad del Movimiento implicaba dar unas cuantas órbitas alrededor de él para poder salir desu fuerza de atracción. El peronismo era por entonces, y lo fue mientras vivió Perón, un planeta pesado. Y ciertos tipos juntaban tanta fuerza para salir que después se quedaban afuera … La cantidad de inercia que acumulaban finalmente disparaba a muchos (a otros no) a los lugares más absurdos. Nosotros optamos por no hacerlo, por quedamos adentro y por entender que la misión era interior al peronismo, e interior al Movimiento. Las relaciones exteriores fueron siempre muy pocas, bastante pobres, por cierto, porque eran inútiles. El universo del peronismo estaba completo, porque siendo un planeta de ese porte era reflejo, como la Luna, de todas las luces que había en el universo exterior. Todo lo que estaba afuera estaba adentro. Adentro había radicales, conservadores, tecnócratas, comunistas, socialistas, trotskistas, anarquistas, más ricos y mejores. Porque el Movimiento era un todo en sí mismo, pero no estaba aislado. Estaba influido, penetrado, manipulado.

La primera guerrilla

La idea de la guerrilla, en el peronismo, apareció muy temprano. Los primeros fueron los famosos Uturunco, en 1959. No tenían conexión con nada y, sin proponérmelo, asistí a sus primeros momentos. El fundador de Uturunco había militado hasta 1945 en la Federación Juvenil Comunista y después se hizo peronista.

Cuando se inició la Resistencia, Uturunco militaba conmigo. Nosotros habíamos empezado a pensar en términos de «cómo se toma el poder», de acuerdo a cómo se planteaba la cuestión en aquellos años. Y ahí nació el «plan Chipre», denominación que buscaba absorber toda una experiencia que Grivas estaba haciendo por entonces en Chipre: desarrollar la guerrilla en la isla y tener respaldo en Grecia. Grivas encabezaba en Chipre la guerrilla griega contra la dominación turca y británica, ya que la isla era un dominio británico. La idea de Grivas, un general del ejército griego, era llegar de Grecia a Chipre como un libertador. Tenía oficiales, entrenamiento y gente.

A lo nuestro se le puso «plan Chipre» por esa razón: el plan consistía en traerlo a Perón a la frontera argentino-boliviana y tomar un regimiento de infantería en Jujuy, creo que el 22 por aquél entonces, para lo cual había que preparar la concentración de la represión en el área Buenos Aires. A eso obedeció el proceso de las huelgas que comenzaron en agosto del 58 y que incluyó  a los gremios bancario, metalúrgico (la huelga de Philips), del chacinado (noviembre del 58, después este gremio desaparece) y al de la carne (frigorífico Lisandro de la Torre, en enero de 1959). Luego vino la huelga general de febrero de 1959 y finalmente el proceso se cortó, porque el problema había empezado a pasar por quién conducía ese proceso.

A partir de ese momento, el gallego Mena -que era Uturunco- y un grupo de muchachos se dijeron: «No, basta, terminémosla con esto, hagamos la guerrilla, vamos a Tucumán, empecemos otro tipo de proceso … » Y se fueron, en contra de la opinión de la mayoría del «comité central» (en realidad se llamaba Comando Central) del Comando Nacional Peronista. Yo era un muchacho pero, obviamente, me enteraba de todo esto.

Los Uturunco hicieron primero la operación de toma de Frías, bastante simple, con un santiagueño que era Serravalle, el Comandante Puma, y después se fueron al macizo del Cochuna. Gendarmería y el ejército los cercaron, pero ellos se solazaban con este cerco: iban, por ejemplo, a bailar a los pueblos y no se enteraba nadie. No había aún infiltración ni habían aparecido las después famosas técnicas antisubversivas. Pero esto fue hasta que el cerco se hizo verdadero. Aún así lograron escapar tras un enfrentamiento, con Mena herido. Lo llevan hasta el Chaco a pie y desde el Chaco, en un avión, lo sacan a Cuba donde lo curan y lo operan del apéndice. Esta un tiempo en Cuba y cuando vuelve, vuelve enfermo y muere al poco tiempo, muy deteriorado, bordeando los 50 años. Yo estuve con él pocos días antes que se muriera, en una casita que tenía frente a la estación Aldo Bonzi. Mena me llevaba más de 10 años y yo lo veía como un hombre viejo.

Nosotros habíamos querido juntar en ese momento, cuando el Frente Nacional, en el año 1963, un grupo de gente para hacer un poco de fuegos artificiales. Como siempre, eso era en combinación con la política, pero también un tema fundamental para nosotros en aquella época. Hicimos una reunión con Jorge Daniel Paladino, probado en la Resistencia, el gallego Mena y Manolo Buceta.  Yo fui el encargado de juntarlos. Conocía de antes a Paladino, exactamente desde los sucesos del 9 de junio de 1956: vivía en Berazategui, donde un sobrino de él era el cuidador del campo de la Asociación Obrera Textil. La reunión se hizo, pero no se llegó a nada y al poco tiempo murió Mena. Ocurría que ya las posiciones habían tomado un sesgo ideológico, como resultado del abandono que muchos habían comenzado a hacer de la doctrina peronista.  Creían que la doctrina peronista era revolucionaria solamente desde el poder. Muchos ya decían, incluso, «Perón no viene más, dejémonos de joder con eso». Igualmente, debo señalar que Mena fue un militante ejemplar, verdaderamente de primera, con un grupo pequeño pero también de primera. No supe nunca más qué fue de ellos.

Esa fue, vista desde afuera, la historia de la primera guerrilla de este siglo en la Argentina. Y mientras los Uturunco estaban en el monte, acá en Buenos Aires se hizo Radio Patria Libre. Yo anduve en eso en Mataderos, con un morocho que llevaba la radio en una valija. Se abría la valija, revoleábamos la antena en algún cable de la luz y, osciloscopio mediante, se pasaba una grabación: «Habla Radio Patria Libre … «, una proclama que se oía en 5 ó 6 manzanas a la redonda. Las transmisiones se hacían de noche, a cierta hora, siempre en lugares distintos y por calles poco transitadas. Las hacíamos caminando, aunque a veces transportábamos la valija en un tranvía. Salió en los diarios, pero no la agarraron nunca. Era una imitación de la radio de la «República del Pillo» de los colombianos, la del famoso guerrillero Tiro Fijo, pero duró poco.

La ideologización

Entre fines de los años 50 y comienzos de los 60, de todos estos grupos o grupúsculos, que se movían acá y en otros países de Iberoamérica, ninguno era marxista. A lo sumo podían tener algunos elementos de marxismo cuando en ellos intervenía algún universitario, pero los tipos no se proponían ni la «revoción socialista» ni ninguna de esas utopías de origen europeo. Eran más bien  intentos de carácter nacional contra la expansión anglosajona en nuestras tierras, y en la Argentina lo fundamental en ellos era el retorno de Perón.

Fue en la etapa posterior que comenzó la ideologización en firme, sobre todo por la  influencia cubana. Aunque también es una estupidez decir «influencia cubana». En realidad los tipos iban a Cuba, pero desde Cuba no los llamaba nadie y  además los comunistas cubanos no querían que fuera nadie porque a la revolución cubana la consideraban «de ellos», pese a que al principio el Partido Comunista (BIas Roca, Marinello) estuvo en contra de Fidel Castro. Después, como la mano vino bien, agarraron a Cuba entre los dos grandotes y, mientras uno la apretaba, el otro le metía la furca, aplicando una vieja técnica de carteristas y punguistas: uno te empuja y el otro te «limpia».

Fidel Castro y el «Che» en Buenos Aires

Fidel Castro vino a Buenos Aires en 1959, en momentos en que acabábamos de salir de las huelgas de enero, que habían terminado en un desastre de presos y despedidos. A Fidello recibieron en la avenida Santa Fe con la «Marcha de la Libertad», un famoso discurso del embajador de Aramburu y Rojas en el Uruguay, Alfredo Palacios, y las loas de La Prensa por haber derrocado al dictador Batista, a quien ese diario veía como «el Perón cubano». De modo que en aquellos días, para nosotros, Fidel, el «Che» y compañía eran unos gorilas con los que no queríamos saber nada, absolutamente nada. La entrevista del ministro de Economía cubano, Ernesto Guevara, en 1961, con el presidente Frondizi, no hizo más que confirmamos en esa posición.

Pese a todo, el petiso Tristán estuvo con Guevara en el aeropuerto, antes de que volviera a Cuba. A mí me parece que a Tristán le interesaba que Guevara y su jefe, así como los cubanos, comprendieran el proceso que vivía la Argentina y el papel que desempeñaba en él la resistencia peronista. Porque no sé hoy si toda la culpa era achacable a los cubanos. Pienso que cuando Fidel vino a la Argentina no tenía, como no la tenían los cubanos, la más remota idea de nuestro país. Y no era precisamente Guevara el que les podía dar una idea de lo que pasaba en la Argentina, de la cual faltaba desde el año 1952, ó 1953 y a la que nunca más se religó. Pese a que fue Perón quien le permitió salir de la embajada argentina en Guatemala porque el golpe de Castillo Armas lo acusó, junto con otro médico también argentino, de comunista y no lo dejaba salir. El mismo Perón me contó a mí, en España, que el embajador argentino mandó entonces una comunicación a nuestro canciller, Remorino, para que la Argentina les diera el salvoconducto, pese a que ambos eran desertores del Ejército argentino.

En realidad, Guevara y el otro se habían ido de la Argentina para no hacer la colimba. Cuando Remorino le planteó la cuestión a Perón, éste le respondió:

-No importa, déme que yo voy a firmar el salvoconducto.

-Pero, General, mire que …

-Remorino, esos muchachos salen … ¿entendió?

Cuando Perón me contó esto añadió, burlonamente: -Porque no sé si usted sabe que él [Remorino] trabajaba para la CIA ¿no?

Por eso yo lo tenía ahí. ..

Después que la Argentina le diera el salvoconducto a Guevara y al otro, ambos se fueron a Méjico, donde conocieron a Fidel Castro, que también estaba exiliado ahí. El que los presentó fue alguien a quien yo conocí, Carlos Padilla Pérez, delegado del Partido de la Independencia de Puerto Rico en América Latina, quien así me lo aseguró. Ya había ocurrido el atentado que Collazo y Anita, de ese partido fundado por Albizu Campos, habían consumado en 1952 en Washington, cuando tiraron una bomba en la Cámara de Representantes. Albizu Campos estaba preso por entonces y después murió, también en la cárcel. Y éste es otro eslabón de lo que decía antes: por entonces había un movimiento de tipo emancipador más o menos generalizado en Iberoamérica, mucho más que hoy en cierto sentido. Lo que ocurrió después fue que los comunistas lo ahogaron y se alzaron con el santo y la limosna, una tarea de asfixia del sentido emancipador que ahora continúa la socialdemocracia.

1965: el segundo período

En Guardia de Hierro comenzó un segundo período en el año 1965, inmediatamente después del desastre del fallido retorno de Perón de diciembre de 1964, abortado en Río de Janeiro, y de la construcción de la CGT «De pie junto a Perón», en Tucumán. En enero de 1965 Perón enviaba el famoso Memorándum en el que hablaba por primera vez del «trasvasamiento generacional» y exhortaba a la unidad de los jóvenes. Poco después Isabel visita la Argentina. Todo el mundo parecía «estar en el cambio», como se decía por entonces, porque también empezaron a moverse las cosas para hacer en Montevideo el primer congreso de Juventud Peronista. Al comenzar ese período Guardia de Hierro se encontraba reducida a su mínima expresión numérica: éramos tan sólo tres ó cuatro tipos. De modo que debimos empezar todo de nuevo. Con otras ideas: la de superar los grupos y, después del congreso de Juventud, la de borramos totalmente de la «interna». Surge también la idea de rescatar métodos que se habían abandonado por los años 1957 ó 1958, como el de la organización territorial, porque en los gremios, en el partido, muchos se habían ido a las superestructuras, pero ¿de dónde podía venir la gente si no de un barrio? Había que volver a eso.

La cuestión de las militancias que terminan yendo a pelear espacios «arriba», en las superestructuras políticas, y olvidándose de la gente, es un problema recurrente en los partidos políticos y en otros tipos de organizaciones y, en el peronismo, se dio muchas veces. La tendencia a separarse de la gente no aparece porque los tipos son «malos», sino por aquel problema cultural que ya hemos descripto. Es verdaderamente una pendiente, como el plano inclinado de Arquímedes. A causa de esa caída los grupos u organizaciones reales se transforman en organismos virtual es, en los que la desconfianza es generalizada y de todos contra todos.

Por esta razón, a partir de 1965 comenzamos a construir otra cosa. Conformamos un grupo que a partir de una idea, ya más decantada, menos lírica, menos ideológica, más doctrinaria, empezó a caminar. Y en 1967 fuimos a ver a Perón por primera vez.

La relación con Perón

Ya habíamos logrado conformar otro tipo de organización. Éramos unos 50 militantes, una barbaridad por entonces porque todo el resto de Juventud Peronista no llegaba a esa suma en todo el país.

El viaje a Madrid para ver a Perón no fue motivado sólo por ese crecimiento, sino consecuncia también del desarrollo del Congreso de Juventud, del que salieron, por un lado, los Montoneros, por otro, nosotros y por otro más, los muchachos de Juan José Taccone (Basualdo, Mariani, etc) que formaron la agrupación “8 de octubre” y eran afines a Onganía. Al principio habíamos estado todos juntos. Por eso el viaje iba a ser con Spina, y yo quería que él viniera por ese motivo, pero cuando nos reunimos en la casa de Alberte, que era el secretario general, que vivía por entonces en Yerbal 61, Spina no quiso. Con Alberte nos habíamos peleado en Montevideo, pero nos volvimos a reconciliar acá, en Buenos Aires, iniciando una serie de conciliábulos que culminaron en la preparación de ese viaje. Íbamos también con los radicales, porque habíamos trabado amistad con los líderes de la Juventud Radical, Carlos Suárez, entre ellos. Buscábamos mostrarle a Perón que era posible y estaba en marcha el trasvasamiento generacional y la unidad de los jóvenes.

Después del fracaso del primer intento de retorno, no iba nadie a Madrid. Al llegar llevábamos una carta de Alberte que nos abriría las puertas de la residencia de Puerta de Hierro. Y estuvimos seis meses en España. Durante ese tiempo compartimos alrededor de 120 horas con Perón. Y la relación con él se fue desarrollando.[1]


[1] ALVAREZ, Alejandro F. “El Gallego”. Así se hizo Guardia de Hierro. La historia objetiva de una pasión. Buenos Aires, ULAFI, 2013.p.257 y ss.