MANES, Fernando
–¿Usted estaba militando a partir de golpe contra Perón en una unidad básica de Lanús?
–Sí. Desde el ’53 estamos. Los comandos de la Resistencia se reunían acá. Albedro, Sproviero, los hermanos Ross, Purita, todos esos compañeros.
–¿Cómo estaba organizado el comando internamente?
–Era tan sutil la cosa que había que ponerse en pequeños grupos, teníamos contacto de persona a persona; cuando teníamos que hacer una reunión, por ejemplo acá, era a puertas cerradas casi todo oscuro y con un comisario que estaba en la sección primera acá.
–¿Usted estaba trabajando en los transportes?
–Sí. Tuve la categoría, pero veníamos de empleado raso con una pequeña categoría, oficial de primera, oficial de segunda. Y la actividad sindical también la seguía teniendo. Después de las seis de la tarde iba siempre al sindicato.
–¿Y había varios grupos que integraban un comando?
–Sí. Tanto es así que una noche, a las diez de la noche, todos con las luces apagadas, se ve que paso un auto y me manda a llamar el comisario, que era amigo, y me dice: “Manes, está bien que haga las reuniones, pero salgan de a uno para que nadie se dé cuenta que hicieron una reunión. Como antes de ayer, que salieron de la unidad básica y usted sabe que la unidad básica tiene que estar cerrada”.
–¿Cómo era el contacto entre los grupos? ¿Por correo?
–Claro, te cuento una anécdota. Para poder ir a Montevideo, porque ya era un poco caro ir y después venirnos, hacíamos las pequeñas reuniones y después cada uno ponía cincuenta centavos, un peso para poder pagar el pasaje. Un amigo, porque yo tocaba el violín, me dice: “Che Fernando, ¿Por qué no me haces un favor? Vaya sábado y domingo; Yo los domingos tengo todo el día, porque los domingo vamos a tocar al barco donde hacen las carreras en Montevideo”. Había barcos que salían los domingos, creo que todavía sigue, salen a la mañana, hacen el recorrido por Montevideo, bajan un rato al mediodía, conocen ahí por el puerto y después vuelven. Y yo llegaba a las ocho acá. Y entonces me vino al pelo a mí porque, cuando voy por segunda vez, hablo por teléfono y el Mayor Vicente me manda un auto, me vienen a buscar y les digo la situación, que yo estaba contratado ahí con la orquesta y me dice: “Yo te voy a hacer agarrar efectivo ahí en la orquesta”. Y fue así, estuve como un año así que el ir y venir me salía gratis. El Mayor Vicente me daba las órdenes, por escrito, para “fulano de tal”.
–¿Qué objetivos tenían los comandos?
–Que de vez en cuando le poníamos un cartucho a tal o cual, haciendo bochinche. Alguno que otro caño puse.
–¿Cómo fabricaban esos “caños”?
–Para eso estaban los comandos especiales que los fabricaban. Éramos como hermanos de ellos. Porque hablar de quien lo hacía era sentenciarse; era un juramento de no saber que Antonio, Juan o Pedro fabricaban.
–¿Usted sabia como armaban los “caños”?
–Más o menos, lo sé someramente, todo para adentro del caño. Y era un caño de 4, 5cm., soldado la parte de abajo, pero la de arriba era a rosca porque cuando se ponía el percutor, se tapaba con la rosca y tenía un acido el percutor ese, cuando se vaciaba la gota de acido que era el fulminante, estallaba. Me contó Alberto que algunos le ponían una cajita de fósforo con un pucho… a medida que se iba quemando… hasta que alcanzaba la cabeza de los fósforos.
–¿A qué le metían “caño”?
–A todo lo que estaba en contra nuestro pero, no en contra en el sentido de, por ejemplo, yo tengo acá un compañero radical, socialista, no. Esos grandes tipos que hacían mucho daño a sus obreros. En la puerta de la fábrica, cuando no se lastimaba nadie, se ponía un cartucho. En otros lugares, tenemos el caso del gasoducto en Avellaneda, por ejemplo, lo hizo un comando de Avellaneda pero cayeron presos, pobres. Nosotros nos enteramos quien estuvo pero después, lamentablemente, fallecieron todos porque los tomaron presos, poco a poco tuvieron que decir quiénes eran y desaparecieron.
–¿Y otro tipo de acciones? ¿Por ejemplo, panfletos, pintadas?
–Panfletos, sí. Me tocó a mí con un comando amigo en el edificio donde vivía Rojas. Le empapelamos toda la casa.
–¿Qué decían esos panfletos?
–Eran en contra a todas las barbaridades que hacían ellos y que el peronismo volvería. Eso me lo acuerdo siempre. El objetivo era traer a Perón. Pintadas hacíamos siempre, con carbón, pero teníamos que tener cuidado por si aparecía algún auto y nos agarraba, íbamos directamente adentro de la comisaría. Hicimos varios.
–¿Hacían otro tipo de actividad?
–Nosotros organizamos con el finado Eduardo Rojas en Tucumán, la vuelta de Perón con el famoso Avión Negro. Bueno se taló en Tucumán un lago, un monte arriba, se le hizo una pista de aterrizaje. Y nosotros entramos a Tucumán, con nosotros vino Iglesias en ese momento -yo tengo una foto- éramos dieciséis personas. De las dieciséis personas quedamos vivos cinco. Para poder llegar arriba este muchacho, Eduardo Rojas, que venía a ser el segundo de Jorge Daniel Paladino, marcaba los arboles para poder llegar arriba porque si no te perdías. Bueno y tenían todo listo para el famoso Avión Negro.
–¿Y qué pasó?
–Y nada, porque después quedo en la nada. Después Perón vino por las suyas. Eso fue la primera vez cuando lo traiciono Vandor, que lo detuvieron en Brasil.
–Volviendo un poco al comando. ¿Quiénes integraban el comando que operaba acá?
–Alberto Tosso, por ejemplo, estaban los Cutrera, otros muchachos que estaban en la Juventud Peronista, era bastante grande. Osvaldo Albedro, Domingo Purita, también estaban unos hermanos que tenían un taller grandísimo, que se lo allanaron, y decían que fabricaban las culatas de las ametralladoras. Mentira, las pusieron la misma policía y salió por televisión. Decían que los caños que explotaban se hacían ahí adentro. Mentira, no se hacían ahí.
–¿Y la gente que integraba los comandos era gente humilde, trabajadora?
–Sí, trabajadora… había estudiantes también. Mucha gente que había quedado sin trabajo cuando vinieron los militares, habían “decapitado” cualquier cantidad de gente por ser peronista. Gente que quedo sin trabajo… había militares pero ellos tenían la suya. Cogorno, el Coronel Irigoyen, el Mayor Obon. Teníamos contacto, de vez en cuando, pero ellos hacían sus cosas.
–¿El comando que integraba usted recibía órdenes del Mayor Pablo Vicente?
–Si, del Mayor Vicente, que le daba órdenes a ellos también por separado.
–¿Hubo también atentados, en esta Unidad Básica?
–Sí acá, esta puerta que tiene la chapa abajo, dos bombas que se pusieron y tuvimos la suerte de que no explotaran. Que terrible… se salvaron de casualidad. No había nadie adentro pero todos los vecinos que tenemos ahí atrás… la segunda vez vino la división de explosivos, la saco un Cabo Primero que la levanto, cuando la puso arriba del camión, dijo: “Si llega a explotar esto sabes el pozo que queda acá, el asfalto se lo ponen de sombrero algunos”.
–¿Ustedes qué sentían?
–Nuestro sentimiento era proteger al prójimo, porque no era posible aguantar esas cabronadas que nos hicieron. Perseguidos continuamente. A mí por ejemplo, por activista peronista me vinieron a buscar. En el trabajo, me dijeron que si no me quedaba quieto me iban a sacar a mis hijos. Yo tuve que esconder a mis hijos en la casa de una cuñada que tenía en Palermo. Los tuve escondidos 3 meses, por ser peronista. A Paladino y a la hija del General Valle la tuve escondida diecisiete días en San Clemente del Tuyú.
–¿Y el contacto con Perón era a través del Mayor Vicente?
–Del Mayor Vicente y de Paladino. Tenían contacto directamente porque iban y venían.
–¿Y los discos que se juntaban a escuchar con la voz de Perón?
–Claro, 121 discos me sacaron. Nos salvamos un día, cuando los nombran delegado de la resistencia Peronista, al finado Prada y al petiso Torres que era el secretario del sindicato municipal, fuimos a Tandil, que uno de los compañeros de Tandil quería escuchar el disco, duraba cuarenta y cinco minutos ese disco.
–¿Y cómo los recibieron?
–De contrabando. A veces de Montevideo y de otros lados, se aparecían sin saber quien y como los trajo. Bueno, vamos a hacer escuchar el disco decíamos, y a los quince minutos de habernos ido, se mandaron una ráfaga de ametralladora en esa casa, que si hubiéramos estado en ese galpón nos parte por la mitad. Había como treinta personas ahí, vaya a saber quien… los escuchábamos y después hacíamos pequeñas reuniones en distintas casas, en las casas particulares. Por ejemplo, un amigo, Santiago Alasco, que era un peronista de primera, una noche reunió a unos cuantos vecinos, y les hizo escuchar el disco de Perón.
–¿Tenían contacto los comandos con los sindicatos?
–No, eso era personalmente con alguno de algún sindicato. Porque no se sabía con quién estaban. Por acá, por ejemplo, pasaron muchos, Barraqueros, Montenegro. Juan D´alessandro, era parte de la Resistencia Peronista, con los hermanos Ruiz, gente del Sindicato de los ferrocarriles.
–¿Y otras formas de resistencia? ¿Cuáles podían ser? ¿Tener una foto de Perón, por ejemplo?
–¡Un delito era! Yo tuve en mi casa, varios allanamientos, no puedo decir cuántos porque perdí la cuenta. Y una vuelta vino uno, del que no me voy a olvidar nunca el nombre: Boloco se llamaba, comisario que estaba a cargo de eso. Entra a mi casa y yo en la heladera tenia de un lado a Perón y del otro lado a Evita y como yo tenía amistad ahí adentro de la comisaria, viene un vigilante que había estado en la Juventud Peronista, que era evangélico y a los compañeros les decía “hermanitos” y le dice a mi señora: “Señora, ¿No está el hermano Fernando?” mi señora les dice: “No, en este momento no” y él le dice: “Por favor en cuanto llegue, dele este papelito y dígale que todos los que están ahí, esta noche le van a visitar la casa”. Iba a venir la policía. Entonces llego a casa y me dice mi señora: “Mira Fernando vino un vigilante que me dijo que si estaba el hermanito Fernando, y le dije que sí, que sabía quién era. ¿Desde cuándo sos el hermanito vos?” y le digo: “No, pasa que ellos practican una religión que son hermanos entre ellos”. “Pero me dejo esta lista” me dice. Ahí estaban los Cutreta, García, yo, Toscano. Enseguida saque la bicicleta para avisarles a todo el mundo, que nos iban venir a visitar después de las diez de la noche. Y así fue. Vinieron y viene este comisario loco y le dice a una sobrina mía cuando vio las fotos de Perón y Evita que estaban ahí colgadas: “Señorita agarre esos dos cuadros y póngalos detrás de la heladera”. Se sentó delante de la heladera, a mi señora le temblaba todo, y le decían: “Quédese tranquila señora, le voy a decir una cosa para que se tranquilice. Yo ya vengo recomendado, yo ya sé que el señor Manes es peronista pero no es como los locos que andan por ahí”. Y dijo: “Cuando venga mañana que se presente a la comisaria en todo caso”. Fui a la Comisaria de la primera y me dice: “¿De qué se ocupa usted?” y le digo: “Soy jefe del personal del transporte de Buenos Aires” y me dice: “Pero ¿De qué se ocupa?” y yo digo: “De nada señor, yo voy de mi trabajo a casa y de mi casa al trabajo” y me dice: “¿Se aprendió el verso?, ¡Qué bien! Le entro a ese verso”. Le digo: “Pero es la verdad”, y ahí me dice: “¿Y por qué no estaba en su casa cuando fue la policía?” “Porque había ido al médico para darme una inyección. ¿Quiere que me baje los pantalones para mostrarle?”, y dice: “No, no, no ¿Cómo atestigua usted que fue al médico?”. Atino a sacar la libreta sanitaria y se me vinieron al lomo, se creyeron que iba a sacar un arma. Le muestro la libreta, y me dice: “Bueno, quédese ahí que ya le digo para cuando se va”. Eran la una de la mañana y todavía estaba ahí sentado, me cansé. Vi pasar a un oficial y le digo: “Señor, ¿Me puede atender un segundo? ¿El Subcomisario Rodríguez esta?” Me dice: “Si, espere un momentito señor Manes, porque todavía no se va el Almirante, y mientras el este, usted se tiene que quedar acá” Y le digo: “¿Que me voy a quedar a dormir?” y me contesta “No sé”. De repente a los quince minutos aparece toda la tropa: el Almirante ese, el comisario Boloco, Rodríguez, el subcomisario, en fin. Me levanto y había un tipo grandote y lo estaba intimando digamos. Yo ya lo había medido para pegarle una patada entre las piernas, si me tiraba una trompada. Bueno, me dicen: “Señor: todos los días a las cinco de la tarde tiene que estar acá” Y yo digo: “Señor yo a las seis de la tarde salgo de la oficina”, “No importa, a las cinco de la tarde usted acá” “Y, hágame un certificado de que tengo que estar a la cinco de la tarde acá, yo tengo gente que atender”. “No se me retobe”, me dice. “Señor yo no me retobo, respeto mi trabajo porque si no me van a echar”. “Son cosas suyas, usted a la cinco de la tarde tiene que estar acá”, me dice. “En un rato se puede retirar”. Rodríguez me agarra y me dice: “No te retobes, dejate de joder, vení, dale que te llevo”. Fui dos semanas nada más, pero fui, después dije “Que pase lo que quiera” y no fui más.
–¿Usted recuerda lo que paso y lo que usted estaba haciendo el sábado 9 de Junio del ’56?
–Estábamos con cuatrocientos compañeros en Palermo, íbamos a tomar el Cuartel. Tuvimos la suerte de no entrar. Y esa noche nos salvamos también por un compañero, porque íbamos a tomar un camión de la carne de Galicia, para cargarlo de gente y llevarla a Palermo en la calle independencia y 24 de Noviembre. Cuando estábamos en el medio de la calle, un compañero nuestro, conoció un auto que venía, que era el administrador de ahí, si cruzábamos la calle para el lugar nos fusilaban por la espalda. Claro, porque en el auto venia el administrador con dos policías. De ahí directamente nos largamos con autos que nos estaban esperando, nos largamos a Palermo, y cuando llegamos ya lo habían rodeado al cuartel. Entonces vino un trolebús de la línea 37, de la que está ahora, e hicimos un paquete enorme, unos cuantos paquetes. En uno, vinieron unos muchachos, cada uno de ellos traía un paquete de armas. Los explosivos fueron por auto. Se tomaron el trolebús y pasaron para acá. A la medianoche, casi, ya estaban adentro, ya los habían agarrado prisioneros.
–¿Usted qué hizo después?
–Nos vinimos y fuimos a visitar la casa de cada uno a ver si habían llegado. El único que había quedado adentro y que hace que lo fusilen era un muchacho, Tito, que estaba con el auto de él. Dijeron que ya había ido el cura a darle la extremaunción y lo salvo el Mayor que fue a hablar antes de que lo fusilaran. Les dijo que no tenía nada que ver porque el auto había venido ahí, a punta de pistola. Yo había estado arriba de ese auto. Y yo me baje en la General Paz, con los pies arriba de cajas de explosivos. Volvimos por Puente Alsina. Ahí revisaban todo, todos los autos, pero caminando uno por uno nos salvamos. Llegamos acá, a Valentín Alsina y Rivadavia, y andaba la policía otra vez. Estuvimos por el café y menos mal que nos avisa el mozo de la policía. Salimos y pusimos arriba del kiosco del diariero todas las armas. Vino la policía y nos hizo poner contra la pared, nos reviso por todos lados. Y bueno, a desfilar… y después anduvimos dando vueltas por ahí hasta que se fuere la policía y volvimos a buscar cada uno su arma. Después cada uno nos vinimos para casa.
–¿Qué sabía usted de lo que paso esa noche en la Regional de Lanús?
–De la Regional de Lanús, nada. De Avellaneda sí, cuando los llevaron a los muchachos contra la pared y los fusilaron contra la pared de la cancha de Racing.
–¿Cantaban la marcha Peronista como forma de resistir?
–Sí, en los colectivos. Yo tenía un compañero que casi todos los días se iba a tomar el 112 para sentarse en el ultimo asiento y desde ahí cantar la marcha Peronista. Un día vengo de Flores, y voy a tomar el 112, y paso con la cara tapada con el diario y se sienta dos asientos detrás del mío. Empezó: “Perón, Perón, que grande sos mi general… Canta vos también así”. Y mi señora me dice: “Escucha, nos van a llevar presos”. Para colmo andaba el vigilante por ahí, por la calle. Entonces me doy vuelta y le digo: ¿Porque no te dejas de joder, Coco. No ves que son gallinas, todos son gallinas, yo todos los días vengo a cantar acá y ustedes no cantan”. Y los pasajeros miraban. Entonces cuando ya atravesó dos cuadras que salimos, la calle Rosario, el hombre empezó a silbar la marcha. Bueno y contagio a todos. El guardia se mataba de la risa. –Y a usted ¿qué sentimiento le genera todo esto? –No hay nada como Perón y Evita, no hay nada que hacer. El otro día con Montero y varias personas, no sé por qué motivo, dice: “Si se levantara Perón se muere enseguida; si se levanta Perón y Evita los matan a todos con las cosas que se están haciendo hoy”.
–¿Y los comandos siguieron actuando después?
–Sí. Hasta que tomamos el gobierno de nuevo, en el año 1973. El asunto de Frondizi nos trajo dolor de cabeza. Seguimos e hicimos una reunión, vienen con la orden de que hay que apoyar a Frondizi y la gente, los muchachos de la resistencia no queríamos saber nada con Frondizi. Y muchos votamos en blanco. Pero nos decían que no votemos en blanco porque había que hacer ganar a Frondizi, porque era una orden de Perón. Y, no quiero mentir, pero creo que inclusive hicieron unos volantes en fotocopia que la teníamos que distribuir pero algunos nos recibían a las puteadas: “¡Cómo carajo venís con esto sabiendo que nosotros le estamos haciendo la guerra!”.[1]
[1] Incluido en Polese, Rubén. Vencedores vencidos. La resistencia peronista en el Partido de Lanús. Buenos Aires, El Colectivo, 2014.pp.