Adhería al peronismo ardorosamente, como toda mi familia, como miles y miles de trabajadores, yendo a los actos, a la Plaza.  Los sectores que habían estado gobernando antes del 43 se jactaban de que éramos una colonia próspera, como decían los ingleses, que teníamos mucho oro en el Banco Central, pero acá estábamos en la miseria: no había escuelas, no había estadísticas de la salud de la gente…No había nada que se refiriera a la gente, al pueblo. Había vacas gordas y peones flacos. Yo vine del campo en el 43 y era peronista como miles y miles, era uno más del montón. Estuve el día que Perón renunció en el Ministerio de Trabajo en la calle Perú a principios de octubre. Me quedó una frase que él dijo, que iba a volver “desde abajo”. Estuve el día de los bombardeos en el golpe de junio del 55 y no podía creer lo que estaba pasando. Recuerdo que cuando venían los aviones pensé que se sumaban al acto de desagravio a la bandera, pero ametrallaban y tiraron bombas.

Nosotros no sabíamos de doctrina, actuábamos espontáneamente, por un profundo sentimiento. Había otros como Sebastián Borro o Avelino Fernández que tenían más conciencia por su actividad sindical. Después de lo de Valle, empezamos a organizarnos.

Yo participé en lo de Iñiguez, en Tartagal. Éramos veintiuno: catorce quedaron presos y siete quedamos en el monte durante un mes. En el 62, cuando me casé, fui a pasar mi luna de miel a esos montes y le mostré a mi mujer los lugares por donde anduvimos. Nosotros éramos normales, manteníamos en secreto nuestra militancia en la Resistencia pero en lo demás éramos normales: íbamos a los boliches, no andábamos mirando con cara de malos…Eso sí, nos transformábamos a la noche.

Me detuvieron en agosto del 64 y estuve preso tres años. Con Gustavo Rearte estuvimos en Coodinación Feeral. También estaba detenida ahí la “Negra” Amanda Peralta. Primero estuve en Devoto con un régimen muy duro. Después estuve en Olmos, en la cárcel nueva de Tolosa.

Por suerte tuve una familia muy unida que fue muy solidaria con mi mujer. En las épocas jodidas, cuando tenía que rajarme, mi mujer se quedaba con los pibes y bancaba la cosa. Además, las mujeres vivían la incertidumbre de los allanamientos, de no saber dónde estaba el compañero y, además, tenían que arreglárselas como pudieran, pedirle a uno y a otro, ir a los sindicatos, sin lo cual muchos compañeros no hubieran podido llevar adelante su lucha. Nos ayudaron los telefónicos, los ferroviarios…A mí me defendió el doctor Torres, que ser de la CGT, nos blanqueaba un poco más.

Salí de la cárcel con resentimiento, repensando qué iba a hacer. Pero ya en el 69, con lo de Corrientes y la muerte de [Juan José] Cabral, el Cordobazo y el Rosariazo, fui integrándome de nuevo.[1]


[1] Testimonio de Roberto Miguelez. En GARULLI, L.; Caraballo, L.; Charlier, N. Cafiero, M. Nomeolvides. Memoria de la resistencia peronista. Buenos Aires, Biblos, 2000.pág. 54-55.