(Buenos Aires, 16 de diciembre de 1916-Buenos Aires, 24 de abril de 1985).
Militar y político peronista.
Pablo Vicente nació en la Capital Federal el 16 de diciembre de 1916, hijo de Alfonso Vicente y Rosa Balbi.
El 6 de marzo de 1935 ingresó al Colegio Militar de la Nación, de donde egresó como subteniente de Infantería el 28 de enero de 1939, parte de la promoción 65, con el orden de mérito N.° 65.
Su primer destino en el Ejército fue el Regimiento N.° 6 de Infantería de Mercedes, provincia de Buenos Aires. Posteriormente revistó, entre otros destinos, en el Regimiento de Infantería N.° 9, de Posadas, Misiones, como Jefe de Sección; en la Escuela de Suboficiales del Ejército Sargento Cabral, de Campo de Mayo, como oficial de Movilización; y en el Colegio Militar de El Palomar, como profesor.
En 1950 inició en la Escuela Superior de Guerra el curso para Oficial de Estado Mayor, título con el cual egresó a fines de 1952 (B.R.M.E. —Boletín Reservado Militar de Ejército— 3399) casi al mismo tiempo en el que fue ascendido al grado de Mayor (B.P.M.E. —Boletín Público Militar de Ejército— 2444).
Por entonces, pasó a revistar en la subsecretaría de Ejército, en comisión, en la Presidencia de la Nación. Allí comenzó su vínculo con Perón para luego convertirse en su colaborador. Esa relación se estrechó cuando, como Jefe del Primer Batallón del Regimiento Motorizado Buenos Aires (puesto que ocupaba desde el 5 de noviembre de 1953), cuerpo encargado de la seguridad presidencial, tuvo una participación destacada y decisiva en el sofocamiento del levantamiento del 16 de junio de 1955, al desarmar y rendir a las fuerzas sediciosas emplazadas en el Ministerio de Marina, según afirmó Vicente en 1973 en la revista Peronismo y socialismo.
Puede leerse en el libro testimonial del general Franklin Lucero: “El batallón del Mayor Vicente, empeñado frontalmente empezó a eliminar las resistencias de la Plazoleta Colón y ubicó sus tanques en condiciones de responder el fuego que le hacían desde los distintos pisos del Ministerio de Marina. Con serenidad continuó progresando sin emplear los cañones de los tanques, con lo que evitó la destrucción del Ministerio y un derramamiento mayor de sangre, actitud que lo honra y que nunca le fue reconocida por sus camaradas de la Marina, cuando lo detuvieron y lo vejaron a raíz del motín de septiembre…”.
Según refiere el historiador Roberto Baschetti, Vicente se extrañó siempre de que la orden de rendir a los sublevados cayera sobre él cuando era más apropiado que la ejecutara un General. Años después, Perón le explicó el porqué de esa decisión: “M’hijo. Yo lo vi a usted luchar esa tarde de junio del ‘55 junto al pueblo, mientras bombardeaban la ciudad. Usted era el hombre y no otro para esa misión”.
Luego de esa fecha, pasó a desempeñarse como director de Coordinación Federal, organismo de la Policía Federal, con el objetivo de ir identificando y desactivando a los “comandos civiles”, grupos armados de civiles, generalmente provenientes de partidos políticos como el radicalismo, el socialismo o el conservadurismo, organizados clandestinamente, con el fin de colaborar con el sector de las Fuerzas Armadas que dieron el golpe de Estado de septiembre de 1955 contra el gobierno constitucional.
Producido el golpe sedicioso del 16 de septiembre de 1955 con el que se derrocó a Perón, Vicente fue detenido y trasladado, junto a otros oficiales que habían permanecido leales al gobierno constitucional, al buque Washington primero y, luego al París (dos viejos barcos que oficiaron de prisión), para finalmente ser llevado al Comando de la Primera División Motorizada, sometido a un régimen de prisión vejatoria que le fue impuesta durante varios meses. Su madre, por intermedio de contactos con la Iglesia, pudo conseguir una autorización para visitarlo el 31 de diciembre de ese año en el París, acompañada por la esposa y sus hijos.
Desde lo formal administrativo, fue pasado a disponibilidad el 13 de octubre de 1955 (B.R.M.E. 3563) a retiro efectivo obligatorio, el 17 de febrero de 1956 (B.P.M.E. 2770) y, con anterioridad al 6 de agosto de ese mismo año, acorde con el veredicto de “rebeldía” dictado por el juez militar “ad hoc”, general de Brigada (RE) Elbio C. Anaya, fue dado de baja del Ejército (B.P.M.E. 2839).
Poco antes, el 7 de mayo de 1956, se le había impuesto una sanción disciplinaria de 60 días de arresto a cumplir en la Escuela de Caballería de Campo de Mayo “por efectuar apreciaciones indebidas al formular un recurso de apelación ante el Tribunal Superior de Honor que, además de importar una evidente inexactitud, constituye un malintencionado agravio a la memoria de un camarada de la Marina, jefe de revolucionario inmolado el 16 de junio de 1955”. La sanción se vinculaba a su opinión respecto del suicidio del almirante Benjamín Gargiulo, quien había conspirado junto a los contraalmirantes Samuel Toranzo Calderón y el ministro de Marina, Aníbal Olivieri, para realizar el bombardeo de la Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1955. Golpe que fracasó ya que las fuerzas leales al Gobierno, bajo el mando del Mayor Pablo Vicente, tomaron el Ministerio de Marina y rindieron a los líderes del golpe. Los prisioneros quedaron bajo la custodia del Mayor Vicente y, en esas circunstancias, uno de los cabecillas del golpe, el almirante Gargiulo, ocultó un arma entre su ropa y con ella, en la madrugada del 17, cometió suicidio.
Por entonces, ya estaba comprometido con la organización del levantamiento militar en contra de la autodenominada “revolución libertadora” como integrante del estado mayor del Movimiento de Recuperación Nacional que, en junio de 1956, fuera encabezado por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco. Su misión en aquel intento fue tomar la Escuela de Mecánica del Ejército ubicada en Pichincha y Garay de Capital Federal. Fracasado el movimiento revolucionario, solo pudo optar por la fuga. Para salvarse del fusilamiento y salvar la vida de su familia, inició un prolongado exilio, primero él —con nombre y apariencia física cambiada— y, poco después, su esposa, Delia Esther Rodríguez y sus hijos Pablo Enrique de 11 años y Pablo Jorge José, de 8. La primera etapa transcurrió en Paraguay.
En julio de ese mismo año, la embajada argentina en Paraguay solicitó su extradición, y fue detenido en Asunción por las fuerzas policiales locales, aunque rápidamente recobró la libertad por sus papeles en regla.
En septiembre de 1956 continuó su exilio en San Pablo y Río de Janeiro para luego desembarcar en Caracas, Venezuela, donde se transformó en uno de los colaboradores inmediatos de Perón. Vicente, tenía por entonces 40 años.
En un extenso reportaje que permanece inédito y que le hiciera el historiador y diplomático Guillermo Gassió en Montevideo, durante junio de 1977 —citado por Juan Bautista Yofre—, Vicente le relató que cuando llegó a Caracas “ya se encontraban el general (Raúl) Tanco, el coronel (Fernando) González, el teniente coronel (Alfredo) Salinas, el coronel (Alberto) Nasta y otros militares que habían participado junto conmigo en el movimiento del 9 de junio y que se exiliaron. Ellos habían ido a vivir a Caracas, pero Perón no los había recibido por una intriga que había creado un argentino que se titulaba peronista, que se había metido debajo del ala de Perón, un tal Rodolfo Martínez, alias “Martincho”, que había ido a vivir también con Perón en ese departamento de living comedor, dos dormitorios, baño y cocina. Vivíamos en el edificio House Mary, de la avenida Andrés Bello y Cuarta Transversal de Guaicaipuro”.
Vicente que había llegado a Caracas sin un centavo fue alojado en el departamento habitado por Perón, María Estela Martínez(Isabelita) y Rodolfo “Martincho” Martínez, dueño de la propiedad, personaje turbio que terminó en prisión. En esas circunstancias, Vicente lo había desplazado de su rol protagónico. En el grupo que acompañaba a Perón también estaban Isaac Gilaberte, Ramón Landajo y el ex suboficial Andrés López.
A fines de 1957, Perón encomendó al Mayor Vicente la inspección de los comandos peronistas en el exterior y, con motivo de esa tarea, viajó por varios países sudamericanos y tuvo la oportunidad de entrevistarse con los presidentes Joao Goulart de Brasil y Alfredo Stroessner de Paraguay.
Su salida de Caracas fue tanto o más tumultuosa que la de Perón. Cuando cayó el gobierno de Venezuela del general Marcos Pérez Jiménez (enero de 1958), por un golpe militar y una insurrección popular contra las políticas represivas del régimen, la hostilidad contra los derrocados se hizo extensiva a los peronistas residentes en Caracas, a pesar de que Pérez Jiménez nunca había recibido al ex presidente argentino exiliado, de modo que Perón debiórefugiarse en la embajada de la República Dominicana, él y sus acompañantes, menos Vicente. Según refiere Marcelo Larraquy, este no pudo ingresar a la embajada con los demás y estuvo a punto de morir linchado cuando intentó recuperar pertenencias de Perón en medio de la revolución. Detenido por el nuevo gobierno, al recuperar la libertad partió hacia Ciudad Trujillo —hoy Santo Domingo, República Dominicana— para reencontrarse con Perón y, como se desprende de la carta del 28 de abril de 1958 publicada en este volumen, siguió padeciendo estrechez económica hasta su regreso a su país.
A mediados de 1958, entró clandestinamente a la Argentina para sumarse a la Resistencia Peronista, constituyéndose en un enlace entre Perón y militantes de la Resistencia, ante quienes dio testimonio de la autenticidad del Pacto Perón-Frondizi, como testigo del mismo.
Paradójicamente, en febrero de 1959, durante el gobierno de Arturo Frondizi, fue capturado en su domicilio particular, en el contexto del plan represivo CONINTES y alojado en la prisión militar de Magdalena, provincia de Buenos Aires, donde nuevamente padeció maltratos y torturas. El diario La Nación lo tildó entonces de “conspicuo colaborador del dictador prófugo”.
Debió exiliarse nuevamente desde fines de 1959, ahora en Montevideo, donde atravesó etapas de severas dificultades económicas. En los primeros tiempos, incluso, se desempeñó como administrador de un lujoso night club de Montevideo. Luego consiguió dedicarse a los negocios de importación y exportación, no demasiado redituables, con su propia empresa Guilboa S.A. Su oficina comercial, ubicada en la calle Canelones 776 bis, 2° A, fue transformándose en un búnker político.
En una de sus cartas puede leerse: “Por mis principios he sabido mantener siempre una muy correcta línea de conducta y creo que ahora estoy recibiendo mi premio, pues me abren las puertas en todas partes. (…) Lo importante, es que nunca he vivido a costillas de nuestro Movimiento y eso lo puedo gritar a los cuatro vientos y creo que Vd. —se dirige a Perón— estará conforme con esta, mi conducta” (Carta de Vicente a Juan D. Perón. 10 de abril de 1965).
Radicado en la capital uruguaya, y ya separado desde su partida del Paraguay de su esposa, formó una nueva pareja con la uruguaya NeliaPlá y tuvo un tercer hijo, Pablo César.
Retomado el vínculo con Perón mantuvo una nutrida correspondencia —conservó copia de más de 300 cartas que le enviara entre 1965 y 1971—, y se convirtió en el virtual delegado personal del jefe justicialista en el Uruguay.
En esta nueva etapa, profundizó sus relaciones con líderes de los sectores políticos populares y latinoamericanistas de la Banda Oriental y del Brasil entre ellos el ingeniero Leonel Brizola, discípulo de Getulio Vargas, exalcalde de Porto Alegre y gobernador del Estado de Rio Grande Do Sul; y desde Montevideo articuló la Comisión Argentina Pro Retorno del General Perón, base de operaciones políticas de dirigentes y militantes peronistas de la Argentina.
El fracaso del Operativo Retorno de Perón, en diciembre de 1964, fue un duro golpe para sus expectativas militantes y de vida, no obstante, por su relación asidua con el jefe justicialista, y las profusas luchas internas entre los dirigentes peronistas de la Argentina, Vicente se fue constituyendo en solida referencia política.
En 1965 Perón le dio su respaldo para realizar gestiones ante el gobierno del radical Arturo Illia “para la recuperación del país” mediante un acuerdo formal que, finalmente, no llegó a concretarse. Esta responsabilidad no se condice con no haberlo nombrado su delegado, aunque le evidenciara su confianza encomendándole esa y otras misiones de importancia. Producido el golpe militar de 1966, también con su anuencia, Vicente estableció vínculos con dirigentes del radicalismo y de otros partidos políticos e incluso con sectores militares contradictorios ante la dictadura del general Onganía.
Entre 1967 y 1970 fue, desde Montevideo, el editor y el impulsor del periódico partidario Única Solución, que pasó por varias etapas y distintos formatos, y del que se publicaron 20 números distribuidos a pulmón militante en Argentina. Se editó como Órgano de la Comisión Argentina Pro Retorno del General Perón y en sus páginas, a partir de septiembre de 1967, se publicaron extensos artículos del General firmados con el seudónimo de Descartes. Vicente era quien requería a Perón el material para publicar y quien escribía muchos de los artículos del periódico, basándose en el contenido de las cartas personales que recibía del líder.
También en 1967 tuvo un rol protagónico en la publicación de la obra de Perón Latinoamérica: Ahora o nunca, editada originalmente en Montevideo. Fue quien decidió publicarla, quien escribió su prólogo y quien se ocupó del proceso editorial. Definió el contenido autorizado por Perón y mantuvo un contacto frecuente con el editor Enrique Erro, político y periodista uruguayo, siguiendo las etapas de impresión, distribución e, incluso, de comercialización. Imaginó que los derechos de autor serían una fuente de ingresos para el General de escasa holgura económica en Madrid, lo que paradojalmente terminó siendo motivo de conflictivo.
Latinoamérica: Ahora o nunca resultó un impacto editorial —Perón no publicaba una obra en su exilio desde hacía diez años, la última había sido Los Vendepatria en 1957—, tanto que, rápidamente, Vicente y Erro se propusieron nuevas ediciones ampliadas con más artículos del autor. La relación del Mayor con Perón había alcanzado su mejor momento lo mismo que su condición política.
Fue entonces cuando comenzaron los problemas entre Vicente y el editor Erro por la liquidación de los derechos de autor. Por cierto descontrol en la cantidad de ejemplares impresos y, supuestamente, por la existencia de ediciones clandestinas, Perón (siempre en diálogo epistolar con Vicente) decidió avanzar en otra dirección: reescribir los contenidos de Latinoamérica: Ahora o nunca, ampliarlos y editarlos bajo otro título: La hora de los pueblos. Vicente también participó de este proyecto e, inicialmente, fue encargado de la búsqueda de un editor que garantizara la debida rentabilidad. Sin embargo, el propósito se fue complicando con la aparición de otros interesados en la edición y, al tomar Perón una decisión imprevista, Vicente quedó desairado y el vínculo se fue debilitando.
Cuando Perón designó a Jorge Paladino como su delegado personal, a fines de 1968, Vicente se opuso fuertemente por las condiciones negativas de dicho dirigente (Carta de Vicente a Juan D. Perón del 2 de marzo de 1965) y la relación con el líder justicialista se deterioró.
Decía Vicente, en 1973, analizando esa cuestión: “Yo viví directamente aquellos difíciles días. Conviví años bajo el mismo techo con el General Perón al comienzo de su exilio. Permanentemente analizábamos la situación e intercambiábamos ideas. Fui muchas veces intérprete y portador de su estrategia. Es decir, conozco a Perón y conozco los hechos. A mí, a esta altura, nadie me cuenta nada. Sin embargo, a pesar de todo esto, jamás pude saber de boca de Perón por qué dejó correr determinadas cosas. Quizá el motivo de su estrategia de aquel entonces sea un secreto que llevará a la tumba. Pero una cosa es cierta: el General Perón como político es un indiscutido estratega y siempre actúa en forma mentalmente coordinada”.
Vicente fue víctima de intrigas gestadas en el entorno íntimo de Perón en Puerta de Hierro, que lo distanciaron del líder justicialista, quien a partir de entonces dejó de responder sus cartas.
Al regresar Perón definitivamente a la Argentina, aun cuando se interesara varias veces por él, el Mayor Vicente no logró sortear el cerco férreo y discrecional que López Rega había levantado en torno a su jefe.
En 1974, ya retirado y 19 años más tarde de lo que le hubiera correspondido, el Mayor Vicente fue ascendido en el Ejército a Teniente Coronel.
Falleció en el Hospital Militar Central, el 24 de abril de 1985, a los 68 años de edad.
Fuentes:
Vicente, Pablo (1973): “Para que no exista posibilidad alguna de un nuevo 16 de junio ni de un 16 de septiembre”, publicado en revista Peronismo y Socialismo, N.o 1, Buenos Aires.
Referencias:
Baschetti, R. Vicente, Pablo. Disponible En: https://robertobaschetti.com/vicente-pablo/
Castellucci, Oscar. “Latinoamérica: Ahora o nunca y La hora de los pueblos (La historia de cómo se gestaron estas dos obras de Perón que son casi una”. En La hora de los pueblos (1968) – Latinoamérica: Ahora o nunca (1967) / Perón, Buenos Aires, Biblioteca del Congreso de la Nación, 2017.
Correspondencia Pablo Vicente – Juan D. Perón, Vol.I. Buenos Aires, Biblioteca del Congreso de la Nación. Disponible online en www.bcn.gob.ar en formato PDF, gratuito.
Larraquy, Marcelo. El día que los revolucionarios venezolanos quisieron linchar a Perón. Infobae. https://www.infobae.com/historia/2018/07/01/el-dia-que-los-revolucionarios-venezolanos-quisieron-linchar-a-peron/ . 1 de julio de 2018.
Lucero, Franklin.El precio de la lealtad. Buenos Aires, Editorial Propulsión, 1959.
Yofre, Juan Bautista. Entre Caracas y República Dominicana. El pacto con Arturo Frondizi. Historia y Doctrina de la UCR http://www.historiaydoctrinadelaucr.com/2019/02/juan-bautista-yofre-entre-caracas-y.html . Febrero, 2017.
Perón, Juan D. Latinoamérica: Ahora o nunca. Montevideo Editorial Diálogo (Colección “Despertar de América Latina”), 1967. Primera edición.
Oscar Castellucci – Isela Mo Amavet