Entonces la realidad comenzó a presionar. Ya en 1954 cuando las cosas se pusieron feas, comencé a participar. El día más frustrante fue el 31 de agosto de 1955, cuando el General desde el balcón se mostró furioso, porque los políticos no habían aceptado la pacificación ni el diálogo político que se les proponía desde la matanza del 16 de junio. El famoso discurso en el que proponíamos “que por cada uno de los nuestros caerán cinco de ellos” me entusiasmó. Pero por poco rato. Estuve en esa concentración dede la noche anterior ante la amenaza de que Perón renunciaba. Pero al marchar las columnas hacia Diagonal Norte la policía y los bomberos atronaban con las sirenas, colocándose como vallas por si alguno se tomaba en serio la consigna susurrada de ir a “quemar el barrio norte”.

Todo acabó en menos de un mes y nos fuimos a la clandestinidad sin escalas. Desde 1955 en adelante y de la mano de mi padre, conocía  Perón a través del diálogo que entablaba en la correspondencia. No se hablaba mucho de “Las Cartas”. Eran algo secreto, sólo útil para mejorar la Resistencia. Nunca exhibimos una Carta para hacer proselitismo. No correspondía…

En noviembre del 55 mi padre se fue al Paraguay. Correntino él, se subió a un bote de pescadores que le permitieron cruzar el río, y se llegó hasta Villarica del Espíritu Santo, cuidad donde se había alojado el general Perón…Luego de conversar con Perón, y luego de que el Líder le ofreciera llevarlo con él en su inminente viaje a Panamá, papá prefirió no alejarse tanto de su familia. Volvió a Buenos Aires y nos contó que Peró planificaba instalar Comandos de Exiliaodos Peronistas en todos los países limítrofes, y que él debía ir a Santiago de Chile, a trabajar con la senadora laborista chilena María de la Cruz. Ahí nomás se fue a Chile, prometiendo mandarnos buscar apenas hallase trabajo y vivienda…

Por esos días, en mi propia casa del Barrio Cuparaligüe, en Buenos Aires, antes de reunirme con mi padre en Chile, recibí la visita del doctor Enrique Oliva, un joven politicólogo que a mis 18 años de edad se me apareció como un profeta, de gran talla, trajeado de oscuro, que tocó el timbre, y me dijo, en voz baja, “estuve con tu padre y traigo Carta de Perón”. Se trataba de la primera oportunidad en que “tomaba contacto” con la Resistencia, ya que no sabía lo que hacía mi padre en Chile y menos que menos, lo que hacía Perón en Panamá. ¡Hacer contacto! Rápidamente me agencié un hectógrafo en una librería escolar, copié a mano la primera y breve instrucción de Perón, hice 30 ó 40 copias, y las distribuí cuidadosamente, en forma anónima. Mi propia participación en la Resistencia había comenzado. Yo no conocía a ningún joven peronista en Buenos Aires. Es decir, que no abundaban aún jóvenes peronistas de clase media en la Resistencia. La “gloriosa Jotapé” aún estaba constituida por millares de chicas y chicos que no se conocían entre ellos, y que sólo se atrevían, poco a poco, a acudir a las pizarras de los diarios en la calle Florida, donde había discusiones, y a meter baza, cuidadosamente, haciéndose los burros, sin exhibir la propia ideología. Era una multitud de solitarios. Recién después de la Marcha del Silencio del 8 de junio de 1957, a un año de los fusilamientos, convocada por el semanario “Palabra Argentina” de Alejandro Olmos, esos solitarios dejaron de ser solitarios para comenzar a conocerse y a reunirse. Nacieron el Comando Centro, el Comando Valle y tantos otros, informales, indisciplinados, pero fervorosos…La primera Jotapé apareció como un embrión de algo orgánico en 1958.

Por esos días de 1956 yo vivía, a los 19 años, durante nuestro exilio en Chile, una experiencia personal emocionante: mi padre me había encomendado visitar cada día la Central de Correos de Santiago de Chile. Allí abría con una llavecita la puerta de la caja perteneciente a la Casilla 10.205, con ansiedad. Sólo el General Perón conocía esa dirección postal. Y con mucha frecuencia, varias veces por semana, aparecía rodeado conun halo de misterio y de carisma, el envío esperado, con sellos que lo identificaban como proveniente de Colón, Panamá, en los primeros meses…El sobre casi siempre estaba escrito con la caligrafía gruesa y rotunda, inconfundible. “¡Papá, llegó Carta de Perón!” anunciaba yo alegremente pero con discreción…

…Papá volvió en 1959 a Buenos Aires, secretamente, y descendió de un barco que llegaba del Paraguay  -algo definitivamente misterioso porque había partido de Chile y esas cuestiones no se preguntaban- con un solo equipaje: un atadito envuelto en papel de diario con las más de 40 cartas de Perón.

…Lo mío no tuvo nada de heroico. A partir del ’60 las cosas se pusieron pesadas y me retiré. Heroicos fueron Jorge Rulli, Tito Bevilacqua o Roberto Sinigaglia…[1]


[1] Monzón, Florencio (h). ¡Llegó carta de Perón! Rapsodia de la resistencia peronista. Buenos Aires, Corregidor, 2006.p.194 y ss.