La conmemoración del primer aniversario de los fusilamientos de junio no tuvo la inspiración directa del Comando Superior del Peronismo, léase de Perón y Cooke, ni de los organismos clandestinos asociados a la reivindicación de la identidad peronista.
Se desarrolló en un marco de conflictividad signado por manifestaciones y atentados de la resistencia que solían concentrarse en efemérides significativas o en ocasiones simbólicamente relevantes.
La memoria de los peronistas ya no permanecía en el recuerdo de una era de bienestar sino que, desde que se conocieran el secuestro de los restos de Eva Perón o los fusilamientos posteriores al 9 de junio de 1956, trasuntaba una expresión de rebelión y un deseo de justicia. Se trataba de un estado anímico dispuesto a movilizarse ante acciones que expresaran el descontento ante el régimen militar y permitieran manifestar un anhelo reivindicatorio que se encontraba reprimido.
Desde inicios de 1957 la prensa venía agitando la cuestión de los fusilamientos. En enero de ese año, Walsh había comenzado sus notas en el semanario Revolución Nacional. El 14 de mayo, Damonte Taborda, desde las páginas de Resistencia Popular, dio a conocer el contenido de las cartas de Valle a su hija, esposa, madre, hermana y Aramburu, que causan un importante impacto en la opinión. El 23 de mayo, el semanario bengoístaBandera Popular, difundió que Aramburu y Valle habían sido socios en un emprendimiento inmobiliario en Mar del Plata, para subrayar la insensibilidad del primero. El 27 de mayo la revista Mayoría, continuaba con la publicación de la saga de Walsh. El 28 del mismo mes, Damonte Taborda publicó la crónica de lo ocurrido en Campo de Mayo y en Palabra Argentina, el Padre Benítez realizó la de la muerte de Valle. El día 3 de junio, Mayoría dio a conocer el contenido de la Proclama del levantamiento, con foto de su jefe en la tapa. Al día siguiente la publicación Palabra Argentina, relató los sucesos de Campo de Mayo y José León Suárez, con abundantes detalles.
En ese clima de agitación y recuerdo, con motivo del primer aniversario de los sucesos de junio de 1956, Alejandro Olmos, precisamente desde Palabra Argentina, semanario que dirigía, comenzó a organizar la denominada “Marcha del Silencio”, después de intentar infructuosamente un apoyo de Perón para la iniciativa. Hasta ese momento, Perón que no había promovido ni había dado el visto bueno ante las consultas que le realizaron para el desarrollo del levantamiento, no había expresado poco más que hostilidad hacia quienes a su juicio no habían actuado inspirados en beneficio del movimiento peronista y mucho menos en la lealtad a su persona.
Estaba convocada para el día sábado 8 de junio de 1957 a la tarde, con el objetivo de cubrir el trayecto de Córdoba y Pellegrini hasta la Plaza San Martín, en absoluto silencio, con la finalidad de colocar ofrendas florales al pie del monumento a San Martín, “de aquél que nunca desenvainó su espada para derramar sangre de hermanos”, según rezaba la convocatoria.
Para los organizadores, San Martín asumía así la representación simbólica de Valle y recibiría en su nombre las ofrendas a los mártires.
A último momento, el gobierno anunció que el acto no podía realizarse.
Desde el jueves, interrogado el ministro del Interior acerca de la misma, señaló que “no tenía permiso”.
Al día siguiente fue mucho más enfático y explícito en la prohibición.
De manera coincidente, por las radios lanzaron amenazas para quienes “confunden libertad con debilidad” y ataques a la prensa opositora, en la que se encontraba el medio promotor de la citada convocatoria.
Ese acto público, planteado inicialmente como una Marcha del Silencio que culminaría con un homenaje en la Plaza San Martín, terminó en una verdadera batalla campal entre manifestantes y policías.
Cerca de las 16 y 30 hs había una serie de carros de asalto apostados en distintos puntos de la ciudad: en Bolívar e Hipólito Yrigoyen; en Florida y Diagonal; en Lavalle y Carlos Pellegrini y otro en el lugar donde estaba convocado el inicio de la Marcha, en Córdoba y Carlos Pellegrini. Este último contaba con un parque móvil equipado con una transmisora.
Una gran cantidad de público completaba ambas aceras, y la policía, con fusiles lanza-gases en la mano, obligaba a circular.
El perfil de la mayor parte de los asistentes era de extracción obrera. Según un cronista de la revista Mayoría, en sus rostros se dibujaba cierto aire de triunfo por la masiva convocatoria de la manifestación. A ellos se sumaron núcleos de la incipiente Juventud Peronista, entre quienes se contaba Jorge Rulli, asiduo concurrente al local de Palabra Argentina, por ese entonces.
A las 16 y 45 se producen corridas. La gente se agolpa en la esquina de Suipacha y Córdoba. Apareció un escuadrón de caballería. Un carro de asalto se detuvo y cortó el tránsito por Córdoba.
Poco después, un grupo de unos trescientos manifestantes tomó por Suipacha hacia Santa Fe. Entonaron el Himno Nacional. Al llegar a Charcas, doblaron hacia Esmeralda, para evitar el nutrido grupo policial que hacía custodia en la ex – sede de la UES.
Una de las consignas más voceadas resultaba “¡Patria, sí; colonia, no!”.
Al caminar por Santa Fe, llegando a Suipacha se produjeron nuevas corridas y un incidente: una mujer denunció que un individuo tenía una ametralladora debajo de su sobretodo.
A las 17 horas, desde una columna que bajaba por Santa Fe, desde la Plaza San Martín, de unas 400 a 500 personas, rodeada de un doble cordón policial, gritaban: “¡Asesinos! ¡Asesinos!”, “¡Valle!”. Lanzaron pequeños volantes hechos con papel carbónico con la leyenda: “Marcha del Silencio – Homenaje a los caídos en junio de 1956”.
Cuando este grupo se acercaba a Suipacha un escuadrón de caballería procedió a disolverlo, obligando a sus miembros a subir a la vereda. Volvieron a arreciar los gritos de “¡Asesinos!” y se produjeron fuertes intercambios con el personal de la montada.
-“No te tires contra nosotros, pibe. No le lleves el apunte al oficial, que es de ellos…”, refiriéndose al gobierno militar, le decían desde la manifestación a un soldado buscando la complicidad de origen social y posible pertenencia…
Entre los gritos aparece el nombre de otro de los mártires de junio: “¡Cogorno!”. Su apellido fue repetido varias veces.
Algunos grupos vuelven a reunirse en la esquina de Carlos Pellegrini y Santa Fe.
Entre el público comenzaron a aparecer personas que –ante las embestidas policiales- se identifican ellos también como tales.
A las 17 y 30 horas, desde los balcones de la calle Santa Fe comenzaron a proferir gritos a favor de Rojas y Aramburu y “mueras” a la “Dictadura”, a los que desde la manifestación se respondió con vivas a Perón y, coincidentemente, “¡Muera la dictadura!” refiriéndose, en este caso, a la Revolución Libertadora.
Desde ese momento volvió a repetirse el nombre de Perón, oficialmente proscripto.
Mientras un grupo permaneció en Carlos Pellegrini otro fue empujado por la caballería hacia arriba por Santa Fe.
En ese instante comenzó a entonarse la Marcha “Los Muchachos Peronistas”, que no alcanzó a ser terminada ya que recibió como respuesta de la policía el envío de gases lacrimógenos, aunque evitando embestir de manera directa a los manifestantes.
Por Santa Fe apareció un grupo de veinte jóvenes con las manos en el bolsillo, comandados por un hombre de cerca de 35 años, portando un arma semiescondida. Vivaban a Rojas y la “Revolución Libertadora”. En el momento que la caballería los quiso disolver, el referente habló con un oficial y la fuerza policial se retiró del lugar.
En la esquina de Carlos Pellegrini siguió desarrollándose el encuentro. Un oficial cayó del caballo al intentar disolver un grupo. Enojado, hizo cargar contra el grupo que lo observaba, oyéndose aplausos y vecinos que al grito de “¡leña! ¡leña!” aprobaban la acción.
De uno de los balcones fue tirada una bomba de estruendo que no llegó a explotar. Uno de los manifestantes la tomó y se la entregó a la policía.
Se produjeron otras escenas de enfrentamiento entre manifestantes y particulares afines al gobierno. Un sujeto que portaba un arma en actitud amenazante fue llevado a la comisaría de Esmeralda; otro hombre que iba en un auto colocó su pistola en sus rodillas mientras vivaba a Rojas. También hubo encontronazos entre los grupos.
Lo que más llamó la atención fue que el grupo, evidentemente armado, que apoyaba al gobierno y provocaba a los manifestantes, finalmente fue disuelto por la misma Caballería, contando esta acción con la aprobación y el aplauso de quienes componían la denominada “Marcha del Silencio”. Algunos de ellos fueron detenidos, aunque intentaban exhibir papeles y antecedentes “revolucionarios”.
También hubo detenciones del lado peronista: uno de los que fue preso por escribir en una pared, “¡Viva Perón!”, fue Miguel Lizaso, hermano del fusilado Carlos.
A las 18 y 30 horas los grupos fueron disolviéndose, llamando la atención la presencia de personas de civil pertenecientes a los servicios de seguridad, que seguían merodeando la zona.
Los hechos generaron diversas repercusiones periodísticas. El semanario Mayoría señaló que “el veto oficial tornó ruidosa ‘La Marcha del Silencio’”. Qué consideró una provocación la decisión del gobierno militar de impedir “que una efusión solemne desahogara pacífica las emociones populares”. Por su parte Así, colocó en tapa imágenes de la movilización y la caracterizó como un “intento de alteración del orden público” describiéndola de este modo: “El sábado se intentó llevar a cabo, pese a la prohibición anunciada con variuos días de anticipación, la denominada ‘Marcha del Silencio’, en que elementos peronistas iban a rendir homenaje a San Martín, relacionando al gran capitán con los que ellos llaman ahora ‘mártires’ y que tuvieron participación en el frustrado complot del 9 de junio del año pasado. La Policía actuó energicamente para disolver a los grupos que provocaron serios desórdenes en la zona céntrica, y cuyos integrantes, en gran mayoría, portaban armas de fuego con las que intentaron amenazar a los representantes del orden”.
En el ámbito político Perón recibía distintas informaciones e interpelaciones.
Por un lado, el atento Cooke informó a Perón: “La marcha del silencio programada para el día 8 fue muy importante. Las agencias americanas dicen que había quinientos o mil quinientos manifestantes. Pero France Presse da la cifra de treinta mil, contando la gente que se reunió en el monumento a San Martín y la que estaba en los alrededores. Esa cifra coincide con la que me dan testigos presenciales, que estiman que había 20.000 personas. Toda la calle Santa Fe quedó repleta de inscripciones peronistas”.
Uno de los autores de la proclama de Valle intentaba cambiar la opinión de Perón sobre el significado del frustrado levantamiento: «Aún cuando usted estuviera persuadido de que los mártires del 9 de junio respondían a una inspiración ajena a nuestros principios, es detoda necesidad rescatar esa memoria de los sacrificados, porque además de merecerla, respondían a las más prístinas banderas de la doctrina justicialista… Se lo afirmo y se lo ratifico como único autor de la proclama de Junio», le escribía Enrique Olmedo a Perón.
Sólo luego de que la convocatoria derivara en un hecho político insoslayable el líder exiliado dejó de hablar de «traición» aunque no de «irresponsabilidad», para habilitar, tiempo después la integración de estos hechos a la nueva versión de la historia del peronismo que se estaba construyendo.
Palabra Argentina imprimió cinco mil ejemplares con el título “Miedo al Pueblo” anunciando una crónica completa de la “Marcha del Silencio”, prohibida pero realizada parcialmente. Fue secuestrada. Su director fue detenido, sin conocerse su paradero de manera inmediata.
Referencias:
Arrosagaray, Enrique. La resistencia y el General Valle. Buenos Aires, Ediciones Punto de Encuentro, 2016.
Ferla, Salvador. Mártires y verdugos. Ubicación histórica del 9 de junio. Buenos Aires, s / d, 1964.
Correspondencia Perón-Cooke. Buenos Aires, Granica, 1972.
Solari, Ángel. Los fusilados no callan. Sepa la verdad sobre los fusilamientos. Buenos Aires, s/ d., 1958.
Walsh, Rodolfo. Operación Masacre. Buenos Aires, Sigla, 1957.
Julio César Melon Pirro y Darío Pulfer